IGNACIO LEDESMA
Domingo

Smaller than life

En 'Air', la película sobre la relación entre Nike y Michael Jordan, Ben Affleck vuelve a mostrar su talento como narrador, pero queda la sensación de que había historias más interesantes para contar.

Hay dos canciones de la banda de sonido de AIR, la película de Ben Affleck sobre el contrato de Nike con Michael Jordan, que están para algo más que para darle una ambientación ochentosa. La primera es “Born in the USA”, de Bruce Springsteen, a la que el guión ubica explícitamente como una de las claves interpretativas de la historia. La otra es “Money for Nothing”, de Dire Straits, que suena en la apertura y nos anticipa que Ben Affleck (director), Alex Convery (guionista) y sus personajes nos van a hablar de guita. Pero también somete a la película a una prueba ácida en sus primeros tres minutos: ¿suena la segunda estrofa de la canción, la que repite tres veces “that little faggot” y que hasta Aspen decidió editar porque es muy fuerte? No, no suena, sigue de largo y vuelve al riff de guitarra y el estribillo. Mal augurio, especialmente si vamos a hablar de guita. Y de Nike.

Me pasé varios años estudiando la historia de las marcas deportivas y escribiendo un libro al respecto, uno que le gustó a mucha gente a la que le gusta leer sobre management. No pienso de ningún modo cuestionar los motivos de los lectores, pero imagino que esto se puede explicar en parte porque el libro se trata de “casos de éxito”, la materia primordial de esta literatura. Pero sucede que lo que yo encontré en la historia de estas marcas no fueron tanto los casos de éxito en sí mismos (que sí, por supuesto, a todos nos gusta admirar a los que supieron hacer mucha guita), sino que detrás de estas grandes corporaciones globales de la actualidad había en verdad décadas de historias de personas muy averiadas, atravesadas por conflictos personales y familiares terribles. Que sí, empezaron de muy abajo y llegaron a ser millonarios, pero que, en pos de esos éxitos, dejaron pedazos de sus cuerpos y sus mentes en el trayecto. También, que de víctimas o espectadores pasivos de los grandes sucesos históricos del siglo XX, en algunos casos incluso pasaron a ser los que se sentaban en las mesas en donde esos sucesos se decidían.

Si la historia de las marcas deportivas deja una enseñanza, es que sus casos de éxito no dejan enseñanza alguna.

En verdad, si la historia de las marcas deportivas deja una enseñanza, es que sus casos de éxito no dejan enseñanza alguna. Sí, claro, para triunfar en los negocios tenés que laburar 18 horas por día, incluyendo sábados y domingos, así estés muriéndote en la cama de un hospital. O quizás no tanto, alcanza con tener un equipo de abogados y contadores muy duchos en la letra chica de las leyes impositivas. Puede que debas tener un código de conducta irreprochable dentro y fuera de la empresa, o que quizás dé lo mismo si sos el peor de los hijos de puta, que no te importe siquiera si tu hermano cae en cana o si a tu sobrino lo matan en el frente oriental en Polonia. Puede que triunfes porque tu producto es el mejor en diseño y calidad, o quizás porque es una porquería, pero justo le gustó al grupo etario y social que en tal año inició una tendencia que se volvió mundial, nadie sabe bien cómo. Historias narradas por idiotas, llenas de ruido y furia que no significan nada.

Por favor, que nadie piense que mi descontento parcial con AIR se debe a que soy un freak de “los hechos reales”, y por eso me parece mal que Phil Knight aparezca en la película usando traje con zapatillas de running, o que salga a correr por la calle con calzas fucsias, o que sea fachero como Ben Affleck pero con un peinado ridículo. El verdadero Phil Knight, co-fundador de Nike, no era como el de la película, pero sabemos de sobra que las ficciones sólo recurren a los hechos reales para inspirarse. Justamente, en varias escenas de AIR hay detalles y referencias que a los freaks nos sirven para comprobar que sí, que el guionista hizo los deberes y sabe mucho de la historia real. Por ejemplo, cuando Sonny Vaccaro (el protagonista interpretado por Matt Damon) se refiere por primera vez al capo máximo, dice que tiene una reunión con el “shoe dog”, una expresión a la que me referí con cierta extensión acá y que es, además, el título de la autobiografía de Knight aparecida en 2016. O la escena en la que Affleck/Knight se entera de que la línea de zapatillas de Michael Jordan se va a llamar “Air Jordan”, piensa unos segundos y responde: “Maybe it’ll grow on me” [“quizás me acostumbre”], las palabras exactas que pronunció el verdadero Knight aquella noche de 1972 en la que le presentaron la primera versión del logo de la recién lanzada marca Nike. Está muy bien, lástima esa otra escena hacia el final de la película, cuando Knight y Vaccaro casi que se ponen a explicar las referencias desperdigadas anteriormente como si fuera Argentina, 1985.

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El problema entonces de AIR no es que tergiversa una historia que no conoce bien sino que elige contar una historia menos interesante que la real. Nos pone las pistas como para que sepamos que hizo los deberes, pero después nos dice que no se anima a contarle al gran público esa historia fabulosa que los “iniciados” conocemos; que va a contar otra, más desabrida. Que no nos va a presentar a esos personajes (que eran en verdad unos enfermos mentales), sino que apenas si vamos a ver a un grupo de oficinistas un poco sosos tratando de ganar un contrato con un jugador de básquet para que el jefe no los cague mucho a pedos. Hay partes de AIR en las que la narración acelera y muestra los dientes, y entonces nos acordamos de que Affleck fue capaz de enloquecernos en Argo mientras metía de contrabando en un avión a un grupo de empleados de la embajada de Estados Unidos en Teherán, también una historia inspirada en hechos reales. Pero acá no tanto. Acá pone “Money for Nothing” y le edita los faggots.

Corredor de pista

Decía entonces que el Phil Knight real no se parece mucho físicamente al de la película, ni se vestía así. Es cierto que corría, pero él nunca fue parte de la masa runner que salió a trotar por las calles con las Nike en los pies que él vendía, sino que fue siempre un corredor de pista de media y larga distancia. Primero en el colegio secundario y luego como parte del equipo de atletismo de la Universidad de Oregon, los Ducks. Ahí fue cuando tuvo como entrenador a Bill Bowerman, quien años después sería su socio y cofundador de Blue Ribbon Sports, la pequeña empresa importadora de zapatillas japonesas que, andando el tiempo, se convertiría en Nike, Inc. Knight no llegó a ser un gran corredor individualmente, pero de todos modos fue parte de uno de los mejores equipos del país, uno que solía pelear los campeonatos nacionales de pista. Por su parte, gracias a los resultados obtenidos con sus Ducks, Bowerman llegó a ser el entrenador del equipo olímpico de atletismo de Estados Unidos en Múnich ’72.

Es cierto que Knight tenía interés en la cultura japonesa, y fue por esa razón que, al recibirse como contador en la universidad, decidió que el viaje de su año sabático no sería a Europa, sino al Lejano Oriente. Mientras paseaba por Tokio y sin tomárselo muy en serio, se le ocurrió tomarse un tren hasta Kobe y presentarse en la fábrica de zapatillas Onitsuka Tiger como un joven importador de la Costa Oeste de Estados Unidos interesado en llevar sus productos a ese mercado. Lo que en algún momento había ideado como un trabajo práctico de la facultad de pronto era una simulación frente a sus extrañados anfitriones japoneses. Cuando se quiso dar cuenta, a mediados de los años ’60, el chiste se había convertido en un negocio real. O, más bien, en un bolichito.

Aquella Nike era como un clan Manson de chicos inofensivos, mezcla de nerds y deportistas de alto rendimiento.

La historia de cómo ese bolichito fue creciendo muy de a poco (de manera totalmente caótica, superando el día a día de milagro y siempre al borde de la quiebra) es más fácil de explicar si se la imagina como una estudiantina protagonizada por sus primeros empleados. Mientras Knight mantenía un empleo en relación de dependencia en un estudio contable, los pibes que trabajaban para él —y que eran también corredores en la universidad— se dedicaban a venderles zapatillas Tiger que llegaban de Japón a otros corredores de escuelas y universidades. Si en el medio alguien llegaba a hacer algo así como un control de inventarios, facturaciones y cobranzas, mejor. Era como un clan Manson de chicos inofensivos, mezcla de nerds y deportistas de alto rendimiento, que trabajaban para ese tipo apenas un poco más grande que ellos porque —como a él— les gustaba mucho correr, necesitaban zapatillas y les parecía que las Adidas y Puma eran escandalosamente caras.

Knight presidía todo aquel caos sin hacerse demasiado drama, pero en algún momento decidió que el negocio podía estar para algo más. Podía crecer, cubrir más que la Costa Oeste, quizás llegar a todo el país. Pero claro, para eso había que ponerse las pilas, tomarse las cosas más en serio. Knight decidió entonces renunciar a su puesto de contador, volcarse de lleno a su emprendimiento y prepararse para muchas batallas que prometían ser cruentas. Por más interés que pudiera tener en la cultura japonesa, nunca fue como el Knight de Ben Affleck, un tipo más parecido a los gomas de El Arte de Vivir que meditan y controlan su respiración antes de cerrar un negocio por mucha guita. La personalidad del Knight real fue siempre un misterio hasta para sus más cercanos. Su carácter fue siempre más bien parco, poco expresivo, y era raro verlo levantando la voz. Así y todo, nadie duda de que la fuerza que lo impulsó siempre a competir con su empresa no fue el budismo ni nada por el estilo: fue el odio.

Odio contra Adidas

Si de algo podía estar convencido ese hombre para poder convencer luego a los demás, era de todo lo que odiaba. A las marcas de zapas alemanas primero, por caras y por alemanas. A sus vecinos de la soleada California, a los chetos de la Costa Este y a todo el resto del mundo también, ya que estamos, por más que los necesitaran a todos para venderles zapatillas. Cuando estalló el conflicto con Onitsuka que lo obligó a crear su propia marca, odió con pasión a sus ex socios y batalló a muerte contra ellos en los tribunales japoneses y americanos. Más adelante odió a los primeros fieles de su causa que no le quisieron seguir el ritmo y renunciaron a la empresa. Y ni que hablar si se iban a trabajar a alguna marca de la competencia: ostracismo total para ellos. Ya en los ’80 y ’90, se dedicó a odiar con pasión a Paul Fireman, el advenedizo de la industria que, con sus zapas Reebok para aerobics y otros inventos que Knight despreció hasta la locura, se atrevió a sacarle a Nike el puesto de marca más grande de Estados Unidos primero y luego del mundo, al menos por unos pocos años. Es entonces una lástima que no haya casi rastros de este Phil Knight todo lleno de odio en AIR.

Algo parecido pasa con quien la película elige como principal protagonista, un tal Sonny Vaccaro, a quien Matt Damon interpreta con solvencia, pero que resulta en verdad un personaje más bien chato, de quien no llegamos a saber mucho más que lo que vemos: un empleado de rango medio, de algo más de 40 años, de dudoso gusto para vestirse y que no parece sentirse cómodo en esa empresa de corredores y deportistas. Sobre el verdadero Vaccaro basta decir que era un busca, como tantos otros que solían aparecerse en las oficinas de Nike con algo para ofrecer. En su caso, un diseño de sandalias de goma que fueron inmediatamente descartadas. Pero en la Nike de fines de los ’70 cualquiera que tuviera un poco de iniciativa y algo con que llamar la atención podía ser recibido y escuchado por los muchachos que manejaban la empresa. Si tenías la suerte de caerle bien a alguno, podías terminar haciendo algo ahí adentro. Fue el caso de Vaccaro, que se hizo amigote de Rob Strasser. A sus dos trabajos previos (apostador en Las Vegas y organizador de torneo de básquet juvenil) le sumó otro como cazatalentos para Nike.

Si bien es cierto que Vaccaro fue el que más seguro estaba de las posibilidades futuras de Michael Jordan, una vez que logró convencer a sus superiores de que había que hacer lo imposible por traerlo a Nike, su rol pasó a ser secundario. Todo lo que AIR muestra acerca de la negociación del contrato no tiene mucho que ver con lo que sucedió realmente. Los responsables principales fueron Rob Strasser y Howard Slusher, dos tipos de rango bastante más alto que Vaccaro. Howard White, el bro que aparece para jugarle la carta de la diversidad a la familia Jordan, apenas si es mencionado al pasar en la bibliografía sobre este episodio. Peter Falk era efectivamente un tipo difícil como representante, pero era uno más dentro de una agencia bastante grande y por ello su relación con Nike era fluida, muy distinta de como la pinta la película. Sucede que AIR elige ir por otro camino, el de la relación entre Vaccaro y la madre de Michael Jordan que, si llegó a existir, a los efectos prácticos de la firma del contrato fue irrelevante.

¿Qué es lo que tienen en común Vaccaro y la señora Jordan, entonces, para ser las piezas clave de ‘AIR’?

¿Qué es lo que tienen en común Vaccaro y la señora Jordan, entonces, para ser las piezas clave de AIR? Hay que retroceder a un momento más bien temprano de la película, cuando suena “Born in the USA” y Strasser le comenta a Vaccaro que la canción no es lo festiva que parece, que su letra es en verdad bastante amarga. Y que por más que él trabaje para una empresa importante, no deja de ser un empleado, uno de los tantos rednecks de vida sufrida cuyo sentimiento la canción trata de representar. Curioso discurso en medio de una película que más adelante también lo tiene a Vaccaro reflexionando en voz alta sobre el hecho de que Nike es, efectivamente, una empresa que siempre importó o produjo sus zapatillas en países de mano de obra barata: Japón primero, Corea más tarde, el que pintase después.

Pero ahí está el diálogo telefónico entre Vaccaro y la señora Jordan que define el contrato, una suerte de alianza de las clases inferiores contra el hombre blanco opresor para lograr la cláusula imposible, la del porcentaje sobre las ventas de zapatillas que se llevará el jugador. Algo que Vaccaro imagina que no le van a aceptar ni en sueños y que, para su asombro, Knight resuelve con un simple “bueno, al carajo, lo hacemos”, porque él podrá ser un loquito dueño de una gran empresa, pero también medita y sale a correr en calzas flúo. ¿Qué tan en contra le juega esta vuelta de tuerca progre a AIR, que con el final feliz consumado decide celebrar otra vez con “Born in the USA” a todo trapo? Para el espectador que no sabe que la verdadera negociación marchó casi todo el tiempo sobre ruedas, con los padres de Jordan en un discretísimo segundo plano, puede que el conflicto principal resulte creíble pero algo forzado, carente de un impulso más vital. Pero claro, si en la negociación no hubo casi conflicto, entonces tampoco podría haber historia. ¿Será entonces que una película sobre la Nike de los ’80 era un proyecto fallido desde el vamos?

¡Más Rob Strasser!

Lo que a un freak como yo seguramente le habría gustado era una película que mostrara a Rob Strasser como quien realmente fue. Jason Bateman es un tipo muy simpático, pero el Strasser que compone se parece demasiado al protagonista de Arrested Development y no se termina de entender del todo para qué está en AIR.

El verdadero Strasser era un abogado que había llegado a Nike para hacerse cargo de aquellos juicios de la empresa Blue Ribbon Sports contra los japoneses de Onitsuka. Lo que estaba en juego en los tribunales era no sólo un par de millones de dólares, sino los derechos de uso de todos los modelos de zapatillas Tiger que Blue Ribbon Sports había ayudado a diseñar y que había pasado a producir y comercializar con su nueva marca Nike. Si Blue Ribbon perdía los juicios, la empresa simplemente desaparecía. Para 1972, aquella era una pelea entre el David de Oregon contra el Goliat japonés. Strasser muy pronto se hizo amigo de Knight y decidió que la causa de Blue Ribbon sería su propia cruzada. No sólo ganó el juicio en los tribunales de Estados Unidos después de pelearlo a muerte, sino que forzó a que Onitsuka retirase su demanda en la justicia japonesa. Victoria total.

Pese a ser abogado, de allí en más Strasser se dedicó a hacer lo que se le ocurriera, mayormente en el área de marketing, pero siempre en el máximo nivel de responsabilidad en una empresa que empezó a crecer de manera brutal. Muy alto y gordo, fumador, consumidor compulsivo de comida chatarra y adicto a trabajar hasta cualquier hora, su vida era una apuesta constante por el ataque cardíaco masivo. Nike era su casa y Phil Knight, su hermano.

Lo que sucedía era que la vieja empresa se estaba convirtiendo en otra cosa.

Así y todo, los primeros roces entre ellos llegaron a principios de los ’80, cuando la salida de Nike al mercado de valores ya había hecho millonarios a Knight y a varios de sus laderos, Strasser entre ellos. Lo que sucedía era que la vieja empresa se estaba convirtiendo en otra cosa, y los que estaban casi desde el comienzo empezaron a sentir que esos cambios eran una amenaza directa hacia ellos. Strasser fue decisivo en la firma del contrato con Jordan en 1984 y en el lanzamiento de la línea de calzado Air Max en 1987, pero su relación con Knight se seguía deteriorando. Cuando Strasser decidió renunciar junto a Peter Moore, el responsable principal del diseño y la creatividad de sus proyectos, el vínculo se quebró definitivamente.

Pero hubo más: dos años más tarde, en 1991, Strasser y Moore aceptaron una oferta para ir a trabajar a Adidas, y entonces el resentimiento de Knight se convirtió en odio desbocado. No le importó mucho a Strasser, que llegó a las oficinas centrales de Herzogenaurach para ayudar a reconstruir una empresa que se caía a pedazos después de la huida de la familia fundadora. Strasser llevó sus modales rústicos, sus camisas hawaianas, sus sonoros ataques de furia y sus jornadas interminables de trabajo a un lugar en el que los empleados trataban a sus jefes de “Herr Doktor” y a las 17 no quedaba ni el loro. Cuando sus esfuerzos empezaban a rendir sus frutos con el lanzamiento de la novedosa línea Adidas Equipment (la del nuevo logo de las tres barras inclinadas), en 1993 llegó el infarto letal que se venía anunciando desde hacía tanto. Tenía 46 años.

Hay un pasaje de la autobiografía de Phil Knight en el que el viejo shoe dog vuelve a hablar de su amado y odiado Strasser, 23 años después de su temprana muerte y tras 27 años de proscripción dentro de Nike. Lo recuerda con cariño y calidez, y esos breves párrafos me hicieron llorar la única vez que los leí. ¿No había una película mucho más interesante ahí, en la relación entre estos dos dementes?

Los cara de culo

Otra opción podría haber sido enfocarse en la Nike de los ’70. Y si a la Blue Ribbon sesentosa la pintamos como un experimento comunitario bastante extraño, la de la década siguiente fue toda de los Buttfaces, que así se autodenominaba el grupo de rústicos y excéntricos ejecutivos que comandaron por esos años la empresa junto a Knight.

Hay que tener en cuenta que el Oregon de entonces no era el estado vanguardista y woke que es hoy, sino algo más parecido a una Texas perdida en un costado del mapa, más fría y lluviosa. Y el hecho de que una empresa surgida de ahí se haya convertido en una corporación global suena bastante a una dimensión paralela en la que Austral Construcciones es un negocio honesto y se transforma en el siguiente unicornio nacional en cotizar en Wall Street, todo con tipos con chalecos de polar en sus primeras líneas gerenciales.

Los Buttfaces que manejaron Nike en los ‘70 eran profesionales, sí, pero también eran brutos, machistas, guarangos e inmanejables.

Los Buttfaces que manejaron Nike en los ‘70 eran profesionales, sí, pero también eran brutos, machistas, guarangos e inmanejables. Vivían adentro de la empresa discutiendo de deporte, gastándose mutuamente, apostando cuál de sus esposas sería la primera en pedirles el divorcio e improvisando salidas para cualquier cosa. Lo que no sabían, lo inventaban. Lo que funcionaba mal se trataba de arreglar si tenían ganas, o quizás esperaban a que se arreglara solo. El responsable del área de indumentaria de la empresa bien podía ser un tipo sin la menor noción de lo que era la moda o el diseño, y que directamente desconocía que existieran otras fibras que no fueran el nylon. Sus convenciones semestrales solían consistir en interminables reuniones a los gritos en algún complejo turístico, seguidas por borracheras infernales que culminaban con autos chocados, habitaciones destrozadas y paquetes de comida para perros consumidos como si fueran snacks. Terminaban tan rotos que ni se daban cuenta de lo que hacían. Phil Knight no participaba directamente, pero miraba y dejaba hacer. Sus muchachos eran así. Para mejor, todo ese descontrol los estaba haciendo millonarios porque cada vez más personas salían a correr y compraban más y más zapatillas.

Pero claro, con la salida a la Bolsa de Nike en diciembre de 1980, se imponía un cambio de estilo. Hacía falta gente nueva, más educada, que se vistiera de traje, que no puteara y no se emborrachara. Gente que se pudiera llevar a una reunión de directorio o que pudiera darles explicaciones razonables a los accionistas. Uno a uno los Buttfaces fueron cayendo, por las malas o por las buenas. Para cuando Strasser y Moore se fueron, ya casi no quedaba ninguno de ellos. En la década del ’90, la de mayor gloria para Jordan y también para Nike, las cosas serían muy distintas.

¿No hay ahí entonces un material interesante para otra película, algo así como una Buenos muchachos o El lobo de Wall Street pero con una marca deportiva? Qué sé yo, no soy el director. Si a alguien le interesa, que avise.

 

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Eugenio Palopoli

Editor de Seúl. Autor de Los hombres que hicieron la historia de las marcas deportivas (Blatt & Ríos, 2014) y Camisetas legendarias del fútbol argentino (Grijalbo, 2019).

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