VICTORIA MORETE
Domingo

¿A quién representan los sindicatos docentes?

Una estructura docente anacrónica, enorme y con formación deficiente es representada por una corporación gremial poderosa que amenaza el sistema educativo desde hace medio siglo.

Los docentes construyeron su identidad en la confluencia de una triple dimensión de su actividad: como funcionarios del Estado con la tarea de normalización del cuerpo social, como profesionales y poseedores de un especifico saber que es el de enseñar y como intelectuales portadores de un cuerpo teórico que daba sentido a su práctica. Las asociaciones mutuales y profesionales que los agruparon estuvieron orientadas por el positivismo y el normalismo y ejercieron gran influencia en el diseño pedagógico del sistema educativo de la primera mitad del siglo pasado.

En 1951 se les otorgó la personería gremial, en el marco de la conformación de los sindicatos de obreros por rama de actividad y de la valoración de la condición obrera como sujeto histórico destinado a la construcción de una nueva sociedad, ya sea de corte fascista o comunista. Como sabemos, en la Argentina la clase obrera se organizó con una concepción cercana al neocorporativismo tardío de inspiración fascista.

El sindicalismo docente adoptó los principios de lucha y representación de los sectores obreros desdibujando la dimensión de trabajador intelectual de sus representados. Con esto quiero decir que las demandas que los sindicatos procesan en la esfera pública no están orientadas a preservar esta condición. Podemos dar como ejemplo que la Argentina, a diferencia de la mayoría de los países de la región, no cuenta con una carrera docente basada en la formación y en los logros profesionales o la contribución a desarrollos pedagógicos, sino que solo cuenta la antigüedad. Tampoco tenemos un sistema de cargos que contemple la posibilidad de trabajar en equipo con los colegas para la preparación de clases y materiales o la capacitación. La jornada docente se calcula y remunera por horas de trabajo frente a alumnos.

Por supuesto, la conformación de un cuerpo docente poco calificado no solo resulta de una representación sindical inadecuada para una actividad de tipo profesional-intelectual, sino que interviene, como en casi todos estos casos, una red de complicidades en la que el otro actor central es el Estado o los sucesivos gobiernos que lo gestionan.

Misión imposible

Veamos cómo se dio históricamente esta construcción. La Argentina expandió sus diferentes niveles de educación a partir de una sobreutilización de los docentes existentes. Surgió así el maestro primario a cargo de más de un turno o el profesor-taxi de secundaria que cubre una jornada de mas de diez horas de clase yendo de una escuela a otra. Señalo esto no para victimizar al docente, como frecuentemente hacen los integrantes de la corporación sindical, sino para marcar que estas condiciones no son las adecuadas para un trabajador del intelecto como deberían ser los encargados de iniciar a las nuevas generaciones en el diálogo con la cultura y los saberes acumulados por una sociedad.

¿Cómo imaginar que un maestro puede mantener su energía, su buen humor y su capacidad creativa durante dos turnos de clase con chicos de primaria que le insumen no menos de nueve horas de atención durante cinco días a la semana? Lo mismo podemos decir de un profesor secundario que tal vez deba atender por día a diferentes grupos de adolescentes, uno tras otro, todos los días de la semana. Por eso el ausentismo docente en la Argentina es el más alto de toda la región.

Desde luego estas condiciones se han generado en sucesivos acuerdos perversos entre sindicalistas y gobiernos. En la mesa de negociación se intercambian la multiplicación de nombramientos que abultan la clientela sindical, la subvención de cargos para ser empleados por el gremio (que pasa así a estar financiado por el Estado), los privilegios de licencias para los docentes y las contribuciones monetarias del Estado a las corporaciones. Todo esto con la finalidad de procesar el conflicto que amenaza paralizar el sistema educativo.

¿Cómo imaginar que un maestro puede mantener su energía, su buen humor y su capacidad creativa durante dos turnos de clase con chicos de primaria que le insumen no menos de nueve horas de atención durante cinco días a la semana?

Hay más ingredientes que considerar en este proceso. Como la expansión del sistema se realizó del modo en que hemos señalado previamente y esto sucedió en el filo de la mitad del siglo pasado, los sectores medios sintieron amenazada la calidad de la educación de sus hijos y comenzaron a emigrar al circuito privado que el Estado alimenta desde 1949 a través de un sistema de subvenciones que, a la vez que satisface las demandas particulares de la clase media, permite expandir el servicio a menos precio. Esta relativa privatización de la educación (relativa porque la Argentina sigue teniendo el 70% de su matrícula en la dependencia pública) desplazó de la esfera pública los requerimientos de los padres de la clase media, los únicos con capacidad de exigir por la calidad de la educación prestada por el Estado.

Cabe agregar la creación de cientos de institutos de formación docente de baja calidad, que a partir de los años ’70 se expandieron por todo el territorio de la mano de intendentes o gobernadores, amigos políticos, agrupaciones religiosas o de otras filiaciones que generaron una red institucional cara, ineficiente, con referencias pedagógicas ya obsoletas, que derrama en el sistema un recurso docente mal preparado.

El resultado es una estructura educativa anacrónica que exige la superposición de capas burocráticas para hacer eficiente lo que no funciona y un cuerpo de docentes muy numeroso y mal preparado

Los sindicatos lograron en 1958 (durante el gobierno de Frondizi) la promulgación del Estatuto del Docente, que les otorgó una intervención decisiva en el control de los nombramientos, promoción y sanción del cuerpo docente. El Estatuto es un convenio de trabajo que establece los escalafones o jerarquías de todo el sistema educativo. Si bien se han introducido cambios desde su promulgación y la descentralización del sistema hizo que cada jurisdicción dictara el propio, estas circunstancias no modificaron la primacía de los sindicatos en la definición del ingreso y la promoción docente y tampoco se introdujeron cambios en la estructura jerárquica que hoy resulta inadecuada para gestionar y gobernar el sistema.

El resultado es una estructura educativa anacrónica que exige la superposición de capas burocráticas para hacer eficiente lo que no funciona y un cuerpo de docentes muy numeroso y mal preparado, sin la dedicación adecuada y en situación de casi pobreza. Por otro lado, sindicatos económicamente poderosos, con gran capacidad de amenaza sobre el normal funcionamiento del servicio educativo y de la vida cotidiana de la sociedad, que compiten con un Estado débil, con escasa capacidad de direccionar el sistema cuando esto compromete los intereses de la corporación sindical. Y como si esto fuera poco, docentes mal representados y carentes de una organización capaz de restituirles su condición de trabajador intelectual.

 

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Guillermina Tiramonti

Licenciada en Ciencias Políticas (USAL). Magíster en Educación y Sociedad (Flacso). Docente universitaria. Investigadora principal del Área de Educación de Flacso.       

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