ELÍAS WENGIEL
Domingo

El lado oscuro

El antisemitismo de Roger Waters puede rastrearse en su obra, en su visión maniquea y resentida del mundo, y en el trauma no superado por la muerte de su padre en la Segunda Guerra Mundial.

Quería que hubiera conspiradores.
Era mucho mejor imaginar hombres en una habitación
repleta de humo en alguna parte,
enloquecidos y cínicos por el privilegio y el poder,
tramando cosas y bebiendo brandy.
Terry Pratchett, Jingo

 

No sé si se puede dejar de ser fan de Pink Floyd. Por más que me repugne Roger Waters desde hace una década y pico y que con el tiempo me haya terminado quedando con la etapa que va desde el arranque psicodélico hasta el progresivo temprano de The Dark Side of the Moon (1973) y me haya salteado lo del medio para ir directo a la época final, ya como un trío liderado por David Gilmour, no puedo dejar de disfrutar de Pink Floyd.

A los 16 años vi The Wall (1979) porque un profesor del secundario había pedido analizarla para un trabajo práctico sobre autoritarismo. Quedé alucinado. A partir de ese momento, aprovechando que un madrij de los grupos juveniles de la comunidad judía me empezó a grabar cassettes, fui absorbiendo y acomodando la obra y la historia de Pink Floyd en mi cabeza. En esa época, para conectarte a Internet necesitabas un módem que usaba la línea telefónica y para encontrar letras, fotos y alguna biografía en inglés tenías que usar AltaVista o MetaCrawler (buscadores precursores de Google) y copiar y pegar en un procesador de texto. Estaba tan obsesionado y con tanto tiempo libre que con el PowerPoint de esa época armé unos booklets digitales para cada álbum con las letras traducidas e imágenes en archivos que todavía no eran .jpg.

Con mi primer laburo llegó la posibilidad de comprar la colección completa de CDs salvo el disco en vivo Delicate Sound of Thunder (1988), porque siempre me gustó más la música de estudio. Y Relics (1971), porque la era de Syd Barrett mucho no me interesaba. Eso sí, me desesperaba no conseguir el disco con la banda de sonido de Zabriskie Point (1970). Tenía el VHS de The Wall y me había comprado una enciclopedia de Pink Floyd por Amazon, cuando solamente vendía libros y CDs. A ese nivel de fanatismo había llegado. No hablaba de otra cosa. Me había convertido en un erudito con menos de 20 años y sentía que ya había pasado lo mejor.

En algún momento leí que el tema “The Fletcher Memorial Home” tomaba el nombre de su padre. En esa canción aparece la clave del resentimiento que arrastra desde chico.

La parte post-grunge de mi adolescencia había conectado con el lado oscuro de Waters. No el oscuro actual, el de la época que vino después de The Wall cuando embarcó a la banda en The Final Cut (1983), una especie de parte 2 de The Wall que muchos críticos consideran el primer disco solista de Waters antes de que se desarme la banda. Entre las letras de The Final Cut, más lo que se podía recopilar entre biografías y la historia del pequeño Pink en The Wall, era posible sacar en limpio que Roger Waters de chico había perdido a su padre en la Segunda Guerra Mundial. En algún momento había leído que el tema “The Fletcher Memorial Home” tomaba el nombre de su padre, Eric Fletcher Waters. En esa canción aparece la clave del resentimiento que arrastra desde chico. El trauma que no pudo elaborar, la incapacidad de aceptar que su padre murió peleando contra los nazis y no en defensa de una potencia imperial, aparece escondido en la letra, que es una arenga en contra de los líderes del mundo. (“Damas y caballeros, por favor, reciban a Reagan y a Haig,/ al Sr. Beguín y su amigo, a la Sra. Thatcher y a Paisley,/ ¡Hola, Maggie!/ Al Sr. Brézhnev y compañía./ ¿Quién es el tipo pelado?/ El fantasma de McCarthy,/ Los recuerdos de Nixon./ ¡Adiós!”) De hecho a lo largo del disco convive un tono depresivo y explícitamente suicida con un encono hacia Margaret Thatcher.

Cerdos, Perros y Ovejas

Ese resentimiento explícito se puede rastrear y decodificar desde ahí y moverse para atrás analizando otros álbumes o hacia adelante hasta sus declaraciones antisemitas. El reconocimiento de patrones, una vez que se manifiestan, es relativamente sencillo de seguir porque es el mismo por el que pasamos muchos de los que fuimos progres de jóvenes. “Us and Them”, aunque la canta Gilmour, es un tema de Waters que podría afiliarse a la época del pacifismo y el rechazo a la presencia estadounidense en Vietnam, pero en definitiva es una simplificación que plantea falsas equivalencias entre Occidente y sus rivales durante la Guerra Fría.

Todo adolescente setentoso cooptado por alguna secta de izquierda podía sentir con cierta facilidad que tenía más en común con un proletario (con perdón de la expresión) de cualquier parte del planeta que con los ricos o poderosos de su hemisferio. Reflejo vigente como nunca en pleno 2023, en el que vemos el funcionamiento de células espejo entre un centennial de la OTAN abducido por TikTok y un “freedom fighter” islamista (por suerte la época no les regaló un Che Guevara dentro del universo de los muyahidín, todavía). En definitiva, “Us and Them” se puede leer en esa clave: somos iguales, el problema son los que nos mandan a la guerra. Por supuesto que con “Money” toda lectura anticapitalista es mucho más evidente.

[ Si te gusta lo que hacemos y querés ser parte del cambio intelectual y político de la Argentina, hacete socio de Seúl. ]

¿Quiénes son los poderosos para Waters? La falopa sociológica aparece más desarrollada en lo que vino después, en 1977: Animals. Si bien en Wish You Were Here (1975) ya asomaba el primer brote anticapitalista con “Welcome to the Machine”, donde aparece representado el speech del arquetipo del ejecutivo garca del sello discográfico que en The Wall terminaría representando el actor Bob Hoskins, es en Animals donde Waters divide el mundo en Cerdos, Perros y Ovejas en temas que duran entre 10 y 17 minutos cada uno. Los Cerdos son los capitalistas codiciosos, los Perros son los mercenarios y las fuerzas de seguridad que mantienen a raya a las Ovejas sumisas que a lo mejor algún día se terminan revelando. En esas giras, de hecho, se populariza el cerdo volador a partir del tema “Pigs on the Wing”. Con The Dark Side of the Moon se llenaron literalmente de oro y podían tirar guita en producción. Vendieron unas 50 millones de copias, lo que lo ubica como el tercer álbum más vendido de la historia.

Visto así, casi que dan ganas de abrazar a Roger, si nos abstraemos de que terminó posicionándose en el mismo eje que Putin y Jamenei.

De Animals Waters y la banda saltan derecho a The Wall y para esa época el despliegue de lo que lo alienaba como rockstar millonario le estalla evidentemente en el trauma de haber triunfado dentro del sistema emergente de la guerra que se llevó la vida de su padre, lectura que se hace más evidente en The Final Cut. Es contradictorio que la putrefacción y los gusanos que en la película lo convierten a Pink, el rockstar, en el líder autoritario símil Hitler con el par de martillos en vez de esvásticas sea el dictador de una Britannia imperial. Claramente le ganó la culpa de alcanzar el éxito dentro de un sistema que en su cosmovisión es la evolución del imperialismo colonialista y no pudo disfrutarlo, así que se volcó a “las causas de los derechos humanos”. Nada original.

Visto así, casi que dan ganas de abrazar a Roger, si nos abstraemos de que terminó posicionándose en el mismo eje que Putin y Jamenei. Esa debacle donde se va convirtiendo en un ser oscuro, inmanejable entre el alcoholismo y la falta de creatividad (salvo para explotar la marca The Wall en el recital que celebraba la caída del Muro de Berlín, irónicamente) derivaron en su salida de Pink Floyd en los peores términos. Para los fans de la banda, mucho de lo que canta Gilmour en The Division Bell (1994) puede ser leído en esa clave. Las giras que siguieron a ese álbum coronaron el cierre de la banda en el pico del éxito de toda su historia. Banda que co-fundó Waters con Barrett (Gilmour vino un tiempo después con el segundo álbum, A Saucerful of Secrets [1968], y al toque se fue Barrett, quemado de tanto LSD).

Afuera de ese éxito y sin nada relevante en su carrera solista durante décadas, detonado por sus adicciones, el resentimiento era un camino más cantado que we don’t need no education. Llegar hasta el Waters de hoy y sus “posiciones políticas” que le valieron hasta el insulto público de Gilmour era cuestión de tiempo.

 

Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.

 

Compartir:
Ezequiel Baum

Economista especializado en educación financiera. Autor de Ordená tu Economía (Aguilar).

Seguir leyendo

Ver todas →︎

La gallina de los huevos sin oro

La arremetida de Milei contra la universidad pública es posible porque muchos de sus defensores la abandonaron en los hechos y la convirtieron en un slogan políticamente correcto.

Por

Nadie compra libros

¿Y si la era Gutenberg no fue más que un paréntesis?

Por

Con fe, con esperanza,
con turismo

La Argentina tiene un buen sistema de parques nacionales pero no está bien adecuado al turismo, porque existe el prejuicio de que eso va en contra de su conservación. Es exactamente al revés.

Por