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Roca
Miguel Ángel De Marco
Emecé Editores, 2024
456 páginas, $32.800
El sillón donde posó sus cachas la ex presidenta Tamara Pettinato es el que usó Alejo Julio Argentino Roca a partir de 1885 en el tramo final de su primera presidencia. Sin embargo, lo seguimos llamando “el sillón de Rivadavia”. Está fabricado en nogal italiano. En la decoración y en las sucesivas restauraciones, se lo cubrió con oro en láminas, mediante la técnica de dorado a la hoja. Fue adquirido en la Casa Forest de París y ha sido usado desde entonces por todos los mandatarios argentinos.
Si lo miramos con indulgencia y resignación, el beboteo de Tamara a Alberto Fernández no fue tan grave. Al fin y al cabo, en ese sillón se sentaron golpistas, criminales, ocasionales visitas y hasta el perro Balcarce, efímera y conveniente mascota de Mauricio Macri. El sillón aguanta todo lo que le pongas encima, acaso porque Roca fue la piedra sobre la cual se edificó el Estado argentino moderno.
Demonizado durante el kirchnerismo –y, esta misma semana, por el Papa Francisco–, los monumentos que recuerdan a Roca fueron enchastrados, corridos de lugar o directamente quisieron voltearlos. La mayor acusación que pesa sobre Roca es la de genocida y esclavista, por haber perpetrado la Conquista del Desierto, que no era tan desierto porque estaba habitado por tribus, cautivos y personajes fuera de la ley que buscaban refugio en las tolderías. La única finalidad de Roca, aseguran, era matar a los indios, robarles las tierras para repartirlas entre la oficialidad del Ejército y los amigos de la Sociedad Rural y entregar a niños y chinas como mano de obra gratis. Primer problema: es lo mismo que hicieron, en el siglo XIX, y también en el XX, muchos otros países. Era la forma de asegurar el territorio frente a aborígenes que no aceptaban las leyes y la autoridad de los estados constituidos. Es lo que pasó y no puede cambiarse. Tampoco puede juzgarse con valores del presente.
Hasta el venerado Rosas tuvo, entre 1833 y 1834, su propia Campaña al Desierto, que dejó un tendal de muertos. De 1.400 a 10.000, los historiadores hacen sus apuestas.
Segundo pequeño problema: las almas bellas suelen olvidar que la lucha contra el indio, con períodos de tregua, alianzas y “negocio pacífico” implicaba la entrega de ganado y mercaderías a cambio de que no hubiera malones y fue una política llevada adelante por todos los gobiernos patrios. Hasta el venerado por los revisionistas Juan Manuel de Rosas tuvo, entre 1833 y 1834, su propia Campaña al Desierto, que dejó un tendal de muertos. De 1.400 a 10.000, los historiadores hacen sus apuestas. Por lo demás, si tanto les preocupa el despojo, ¿por qué no empiezan por devolver El Calafate? Sería un hermoso gesto.
Ahora que el gobierno de Javier Milei reivindica a la Generación del ’80 y a los líderes antirrosistas que la precedieron, se publicó una biografía de 450 páginas llamada simplemente Roca. El autor es Miguel Ángel De Marco (Rosario, 1939), académico y doctor en Historia, con un pasado como periodista y jefe de redacción del diario La Capital de su ciudad.
En declaraciones recientes a Infobae, De Marco unió a Roca con el otro fetiche histórico de Milei: Juan Bautista Alberdi. “Roca había leído toda la obra de Alberdi, y como presidente la hizo publicar completa. Le tenía mucha admiración. Roca fue la figura que puso en plena práctica las ideas de Alberdi, con los medios de la época. Y las limitaciones. Por ejemplo, cuando se lo critica por alentar a las oligarquías provinciales, no se tiene en cuenta que era la única manera de ocupar un país desierto e invertebrado”, dijo.
En 1880, cuando el tucumano asumió la primera presidencia, el actual territorio argentino tenía unos 2,5 millones de habitantes y la inmigración no era tarea sencilla: Estados Unidos, Brasil y otros países competían, con pasajes gratuitos y más beneficios, por el mercado de europeos pobres. Aún restaba controlar la Patagonia y el Chaco. En su discurso inaugural, además de “paz y administración”, Roca prometió “borrar para siempre las fronteras militares, a fin de que no haya un solo palmo de tierra argentina que no se halle bajo la jurisdicción de las leyes de la Nación”.
A la vez que se firmaban acuerdos de límites con Chile, la ocupación efectiva de la zona austral fue bastante rápida. Para 1885, estaba concluida. El control del Chaco fue más arduo y se extendió hasta mediados del siglo XX. De algún modo, concluyó con la masacre de Rincón Bomba, paraje cercano a Las Lomitas, Formosa, donde la Gendarmería Nacional, un avión de la Fuerza Aérea y la Policía de Territorios Nacionales mataron entre 700 y 1.000 indios pilagá en octubre de 1947, durante el primer gobierno de Juan Perón. Esto tampoco suele recordarse.
El libro de De Marco sirve para constatar que las mañas de la política y de la vida misma se mantienen iguales un siglo y medio después.
El libro de De Marco sirve para constatar que las mañas de la política y de la vida misma se mantienen iguales un siglo y medio después. Lo que cambia es la tecnología. Roca financió abiertamente diarios y periódicos y pagó en secreto a periodistas para que ensalzaran su figura o taparan con bosta a los contrincantes. El telégrafo, la gran arma con que contó el Ejército para la Conquista del Desierto, junto con el fusil Remington y el ferrocarril, podía jugar en contra. Le mandaron montones de telegramas falsos donde sus partidarios le pedían que bajara la candidatura a presidente. Ante la duda de que los operadores del código Morse fueran espías, inventó un código secreto para sus comunicaciones más reservadas.
Roca usó la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay para construir su carrera militar, política e incluso social. Fue muy crítico de la conducción de Bartolomé Mitre en la contienda, al punto de sostener en una carta familiar: “No pierdo la esperanza de tirar de la cuerda el día en que la República lo ahorque”. Tras salir ileso de la tremenda batalla de Tuyutí y del desastre aliado de Curupaytí, Roca se desesperaba por volver al frente. “Es allí donde deben ir todos los militares que aspiren a la gloria y a conquistarse un nombre”, escribió.
En Paraguay murieron el padre de Roca, José Segundo (héroe del Ejército de los Andes y de la guerra de independencia que lo llevó a Perú y Ecuador) y sus hermanos Celedonio y Marcos. Pero, más allá de la tragedia, había tiempo para el Tinder de la época. Los oficiales se sacaban fotos en los campamentos y las mandaban a Buenos Aires. En el reverso de una de las imágenes se conserva una inscripción en lápiz donde una chica porteña le pregunta a otra: “¿Lo conocés vos a Roca? Muy bupís”. La expresión designaba a un hombre buen mozo, “de primera”.
Primeros años y formación militar
El pequeño Alejo (nunca llamado por su primer nombre) nació en San Miguel de Tucumán el 17 de julio de 1843. “Le llamaremos Julio, por el mes glorioso, y Argentino porque confiamos que será como su padre un diligente servidor de la patria”, vaticinó en una misiva su madre, Agustina Paz. En las primeras horas de existencia, sin embargo, se temió que no pudiera sobrevivir y lo bautizaron de urgencia. Al final, Roca vivió 71 años y fue presidente durante 12. Su muerte se produjo en Buenos Aires el 19 de octubre de 1914, en medio de un descomunal ataque de tos.
Mamá Agustina murió cuando Julio tenía 12 años y el padre hizo lo que se hacía entonces. “Repartió” a los nueves hijos entre familiares e instituciones. Julio fue como pupilo, junto a los luego malogrados Celedonio y Marcos, al Colegio de Concepción del Uruguay, Entre Ríos, la provincia más pujante de la Confederación Argentina.
Fue becado bajo la protección del presidente Justo José de Urquiza y se incorporó al aula de instrucción militar. Recibió educación formal en el arte de la guerra mucho antes de que se creara el Colegio Militar, en 1869. Su primer combate fue en defensa de la Confederación contra el Estado de Buenos Aires en la batalla de Cepeda, en 1859. No fue un bautismo memorable: cayó prisionero.
En el colegio tuvo excelentes notas y se ganó el apodo de “zorro” porque el alumnado pasaba hambre y él lideraba las excursiones nocturnas para robar gallinas. Luego, el mote lo acompañó al terreno castrense y político. En los claustros trabó amistad con otros jóvenes que sobresaldrían en la acción pública, como Onésimo Leguizamón, Olegario Víctor Andrade, Victorino de la Plaza y Eduardo Wilde (a quien le comería la esposa; ya se verá).
Como toda su generación, participó en las luchas civiles. Antes y después de Paraguay, combatió en Pavón y participó de la persecución del Chacho Peñaloza y de campañas contra las montoneras en San Juan, La Rioja y Salta. Revistó en la línea de fronteras en Córdoba, Tucumán, Santa Fe, Salta, San Luis y Mendoza. En 1871, en Corrientes, enfrentó y venció a las tropas de López Jordán y alcanzó el grado de coronel en la batalla de Ñaembé, lo cual le dio notoriedad a nivel nacional.
La fama, no obstante, le llegó al ascender a general con 31 años luego de la batalla de Santa Rosa, Mendoza, en 1874. Ahí doblegó, 500 muertos mediante, a las fuerzas revolucionarias de su amigo José Miguel Arredondo, alzado contra el triunfo electoral de Nicolás Avellaneda sobre Bartolomé Mitre en medio de acusaciones de fraude. Todos hacían fraude. Tomado prisionero y pronto a ser fusilado, Arredondo se fugó a Chile con una pequeña ayudita de Roca.
En el colegio tuvo excelentes notas y se ganó el apodo de “zorro” porque el alumnado pasaba hambre y él lideraba las excursiones nocturnas para robar gallinas.
En 1875 lo designaron comandante de fronteras de Córdoba, San Luis y Mendoza, con sede en Río Cuarto. En diciembre de ese año comenzó la “invasión grande”. Se sublevó la tribu del cacique Juan José Catriel y se prendieron los lanceros de Namuncurá, Pincén, Baigorrita y el chileno Reuque Curá. Azul, Olavarría, Tres Arroyos, Tandil y otras poblaciones fueron arrasadas por los malones. Sólo en Tandil hubo unos 400 civiles muertos, 500 cautivos y 300.000 animales robados. La respuesta de Adolfo Alsina, ministro de Guerra y Marina de Avellaneda, fue su célebre zanja, criticada por el diario La Nación de Mitre como “la muralla china al revés”.
Tras ver las obras del gigantesco foso, Roca escribió en una libreta: “¡Qué disparate la zanja de Alsina! Y Avellaneda lo deja hacer. Es lo que se le ocurre a un pueblo débil y en la infancia (…). Si no se ocupa la Pampa previa destrucción de los indios, es inútil toda precaución y plan para impedir las invasiones”.
Alsina murió de una enfermedad renal a fines de diciembre de 1877. En los primeros días de enero de 1878, Roca fue nombrado en su reemplazo como ministro de Guerra. Suspendió la construcción de la zanja, amplió la red del telégrafo, mejoró las caballadas y la logística para abastecer a las tropas y prácticamente eliminó la artillería. Necesitaba moverse rápido.
A lo largo de siete meses de 1878, Roca ordenó 23 expediciones tierra adentro, en las cuales fueron muertos 500 indios y tomados prisioneros 4.500. En el medio, el Congreso aprobó el presupuesto para la Conquista del Desierto, que se llevó a cabo al año siguiente, 1879. Las fuerzas, para entonces, eran muy dispares. Roca tenía 6.000 hombres bien armados para enfrentarse a unos 2.000 indios de pelea. Una epidemia de viruela hizo el resto.
Atento a la simbología, celebró el 25 de mayo de 1879 en Choele Choel, sobre el río Negro, al mando de una de las divisiones que avanzaron hasta la nueva frontera. De manera deliberada, regresó a Buenos Aires e hizo su entrada triunfal el 9 de julio. Al día siguiente se lanzó su candidatura presidencial en el teatro Variedades. En pocos días cumpliría 36 años.
La presidencia
En el ascenso de Roca a la primera magistratura hubo otro sangriento conflicto con 3.000 muertos y combates en Barracas, Puente Alsina, los Corrales Viejos (el actual Parque Patricios) y otros puntos de Buenos Aires y la campaña. Fue la llamada Revolución de 1880. Carlos Tejedor, el gobernador de Buenos Aires, también aspiraba a la presidencia y rechazaba la continuidad del Partido Autonomista Nacional. Con un ejército de milicias provinciales, se levantó contra la Nación y todo terminó en masacre. Fue la última batalla de las guerras civiles y desembocó en la federalización de la ciudad. Años después, el Estado bonaerense levantaría su propia capital desde cero en La Plata.
Roca gobernó entre 1880 y 1886, y luego volvió entre 1898 y 1904. En su primera gestión, unificó la moneda, dio más poder al Ejército y a la Marina al suprimir la Guardia Nacional y las milicias provinciales y logró la aprobación de una ley de Territorios Nacionales para tener control absoluto sobre las superficies anexadas. A la vez que crecía la exportación de cereales y carnes, se amplió la red ferroviaria y telegráfica y se construyeron puertos. La Capital Federal, a través del primer intendente Torcuato de Alvear (designado por Roca), empezó su transformación hacia “la París de Sudamérica”. La población argentina aumentó de 2,5 a 3 millones gracias al aporte inmigratorio.
Las leyes roquistas más importantes, por cuanto su influjo dura hasta hoy, fueron la 1420 de Educación Común, Gratuita y Obligatoria, y la 1565 de Registro del Estado Civil de las Personas, por la que nacimientos, matrimonios y defunciones pasaron a anotarse en oficinas públicas y no en las parroquias. Estas normas le quitaron poder a la Iglesia y el Vaticano rompió relaciones con la Argentina durante 16 años.
En el segundo gobierno, el país había cambiado. Crisis de 1890 mediante, el clima no era el mismo y la inmigración había traído ideas socialistas y anarquistas.
En el segundo gobierno, el país había cambiado. Crisis de 1890 mediante, el clima no era el mismo y la inmigración había traído ideas socialistas y anarquistas. El mundo del trabajo se cargaba de conflictos y el radicalismo era un nuevo jugador. Había que imponer disciplina social, pensó Roca.
Así se dictaron la ley 4031 sobre Servicio Militar Obligatorio en 1901 y la ley 4144 de Residencia de Extranjeros en 1902, que permitía al Ejecutivo impedir la entrada o expulsar del país a extranjeros sospechosos de conductas contra el orden público sin que interviniera un juez.
Se sancionó en 1890 la ley 2741 con la que se creó la primera Caja de Conversión (predecesora del Banco Central), se reorganizó el Poder Judicial, se creó la primera Caja de Jubilaciones y Pensiones con la ley 4349 en 1904 y se avanzó con la obra pública, con el acento en escuelas, puertos y trenes. Roca también extendió y profesionalizó el Servicio Exterior de la Nación. Mandó embajadores a Persia (hoy Irán) y Japón, reanudó las relaciones con la Santa Sede y estableció presencia en la Antártida.
Los escándalos
Con respecto a la vida privada, De Marco dice que Roca, siendo soltero, tuvo un amorío con Ignacia Robles durante una breve visita a su ciudad natal. Producto de esta relación, en 1869, nació una hija, Petrona del Carmen, de la que el militar no se hizo cargo. Por lo pronto, no le dio el apellido.
En 1872, Roca se casó en Córdoba con Clara Funes, hija de una influyente y rica familia mediterránea. Tuvieron seis hijos, cinco mujeres y un varón. Clara murió en Buenos Aires en 1890, a los 41 años.
De Marco da por cierta la relación de amantes que Roca sostuvo, durante al menos 15 años, con Guillermina de Oliveira Cézar, esposa de su íntimo amigo Eduardo Wilde.
De Marco da por cierta la relación de amantes que Roca sostuvo, durante al menos 15 años, con Guillermina de Oliveira Cézar, esposa de su íntimo amigo Eduardo Wilde. El romance se habría iniciado casi en simultáneo con la celebración del matrimonio. Roca ofició de padrino. Eduardo tenía 40 años; Guillermina, 15. Fue un escándalo que incluyó habladurías y publicaciones con doble sentido en Caras y Caretas y otros medios. La solución fue mandar a Wilde como embajador a Estados Unidos, México, Bélgica, Holanda y España. Obviamente, la mujer lo siguió, pero es probable que se haya visto con Roca en algún viaje del ex presidente a Europa.
Por el contrario, De Marco dice que no está documentada la relación que habrían tenido Roca y su “protegida”, la gran escultora tucumana Lola Mora, quien recibió al líder en su taller de Roma. Sólo se puede probar la amistad entre la artista y las hijas del general.
Las cuestiones de la vida se mantienen iguales. Lo que cambia es la tecnología. No había celulares para filmar lo que ocurría en el sillón de Roca.
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