Ahora amainó un poco, después de los resultados discretos de sus candidatos provinciales, pero desde hace un par de meses estamos viviendo en un Tsunami Milei, en el que los políticos, los periodistas y el círculo rojo parecen al mismo tiempo aterrados y también un poco fascinados ante lo que narran como la marcha inevitable de Javier Milei a la presidencia de la Nación. Hablar de los “tres tercios” en las encuestas se transformó en parte del vocabulario común y el consenso alrededor del hartazgo de los argentinos frente a la clase política lleva a una sola conclusión posible: no sólo el ascenso de Milei es lógico, frente al fracaso supuestamente simétrico de los partidos tradicionales, sino que también está justificado por la defección de la política tradicional. Ante el declive penoso del Gobierno y las internas penosas de Juntos por el Cambio, dice el razonamiento, Milei expresa algo genuino que será imbatible si no hacemos algo.
¿Pero qué tenemos que hacer? Antes de hablar de estrategias electorales y hacer un poco de rápido análisis político, limpiemos el aire y digamos lo que todo el mundo cree pero casi nadie dice: Javier Milei es un charlatán, un tipo que no se toma en serio a la política ni a sí mismo, que no es un gran economista (sólo cita autores y papers de hace más de 30 años), cuya estabilidad mental y emocional genera un montón de preguntas y que toca de oído y es incoherente y contradictorio en la mayoría de los temas de los que habla. Ninguna persona seria debería querer que fuera el próximo presidente. Otra cosa, más genuina, es que canalice la bronca de una cantidad de votantes. Pero su carácter, su candidatura y su visión de país son racionalmente indefendibles, en buena parte porque son superficiales e improvisadas.
Yo, en particular, no quiero que sea el próximo presidente. No especialmente porque me parezca un extremista (dejo esas exageraciones a mis colegas progresistas) o porque sea irrespetuoso, agresivo e intolerante con las opiniones ajenas (aunque esto un poco sí), sino porque lo veo como otro político argentino más que ofrece espejitos de colores y le dice a la sociedad que se puede salir de esto sin esfuerzo ni responsabilidad. Milei agita contra la casta, pero comete el pecado más viejo de la mala política: simplificar, exagerar, decir cualquier cosa que parece que le sirve. Me disgusta menos Milei por populista que por chanta. Y siento que desde diciembre necesitaremos un gobierno valiente pero serio, que ataque el fondo de nuestros problemas estructurales (desorden macro, exclusión social, un Estado capturado, colapso educativo), y no otro mandato donde se le ofrezca a una sociedad cansada, pero con ganas de creer, atajos y soluciones mágicas que sólo posponen la salida.
La perplejidad frente a la resiliencia de Milei, tanto de los periodistas y los analistas que lo agitan como un santo/demonio imparable como de los propios partidos políticos, que han elegido mirarlo jugar casi sin pechearlo ni criticarlo, muestra que nadie tiene una estrategia clara. Se habló mucho de la decisión de Cristina Kirchner de hablar de Milei en su discurso del otro día: “Polarizó con él”, se interpretó, para perjudicar a Juntos por el Cambio; o, también, que les estaba diciendo a sus votantes varones jóvenes: “Ustedes se me quedan quietos y no se van a ningún lado”. Yo soy bastante escéptico sobre el éxito de esas estrategias sobre “subir” o “bajar” a un rival, o sobre “elegir al enemigo” (creo que son cosas que decide más la gente que las campañas), pero evidentemente hay una pregunta ahí sobre la persistencia de Milei en la carrera presidencial, cuando ya entramos en etapa de definiciones, que el sistema político no logra responder.
A mí me interesa qué hace Juntos por el Cambio, porque los primeros votantes de Milei fueron votantes de JxC (o sus hijos: papá macrista, hijo libertario).
Que el peronismo haga lo que quiera con Milei, no es mi tribu. A mí me interesa qué hace Juntos por el Cambio, porque los primeros votantes de Milei fueron votantes de JxC (o sus hijos: papá macrista, hijo libertario) y es para quienes están más dirigidas las preguntas difíciles sobre su ascenso. Entre los dirigentes del PRO y de JxC, cuando no se está hablando de las propias candidaturas o de cuándo devalúa el Gobierno, se está hablando de Milei. A la pregunta de qué hacemos, la respuesta más habitual que recibí en el último mes, en una docena y media de conversaciones, algunas tête-à-tête, otras grupales, es que no hay que hacer nada, ni criticarlo ni agredirlo, al menos por ahora. Discutir con Milei, me decían mis interlocutores, sería darle más entidad de la que merece y prácticamente entregarle los votos, porque hoy es intocable. Yo retrucaba y sigo retrucando: ¿en qué momento vamos a decidir darle entidad? ¿Cuándo mida cuántos puntos? E insistía: no es tan bueno el tipo, no es serio, no está predestinado, por qué lo dejamos jugar solo. Se lo puede pechear, se lo puede pinchar, decía (y digo), para mostrar que no tiene mucha idea de lo que está haciendo o diciendo. Coincido en que no hay que agitar el pánico a Milei ni reclutar a los medios en esa campaña, porque eso sí lo haría atractivo, pero sí deberíamos tomarlo como un político más, como un candidato a presidente, que en el fondo es lo que es.
Los techos y los pechos
Eso que decía en aquellas conversaciones es lo que venía a intentar decir mejor acá, y que consiste básicamente en dos cosas. La primera es que soy mucho menos fatalista que otros sobre las chances electorales de Milei. Entiendo cómo llegó hasta acá y entiendo la frustración que expresa, pero me cuesta ver un camino de crecimiento que lo lleve a los, digamos, o sea, 40 puntos. Todavía tiene mucha imagen negativa y sus votantes muestran características demasiado específicas: en algunas de las encuestas que vi, Milei saca casi 20 puntos más entre los varones que entre las mujeres (las mujeres parecen no quererlo nada) y una diferencia similar entre los votantes menores de 30 años y los mayores de 30. O sea que su público sigue estando, como desde el principio, en los varones jóvenes. Es cierto que lo amplió socioeconómicamente (empezó con los urbanos, se expandió a los conurbanos), pero esa especificidad le pone un techo, al menos por ahora. Si no logra más apoyo entre las mujeres y los mayores de, digamos, 40 años, se le va a hacer difícil mantenerse competitivo. ¿Dónde está el próximo voto de Milei? ¿Hacia dónde va a crecer? Otro techo es que su principal (y casi única) promesa de campaña, la dolarización, es impopular. Las encuestas varían un poco, pero seguro más de la mitad y a veces hasta el 70% de la gente dice estar en contra. Y, además, por último, está muy solo: no tiene apoyos sociales, no parece tener un gran equipo, ya renunció a hacer pie en las provincias. Qué sé yo, miro todo esto y me cuesta ver un paso arrollador. Además hay otra cosa: los largos meses de campaña que todavía faltan le exigirán una disciplina que no parece tener y que posiblemente, una vez se pinche la burbuja en la que está (los ciclos de la opinión pública son cortos y crueles), revelen que está desnudo.
La segunda cosa que quería decir, derivada de la primera, es que Juntos por el Cambio debe animarse a tratarlo como se trata a cualquier competidor. Los candidatos a presidente en las PASO tienen sus estrategias y elegirán lo que les parezca mejor en cada momento, están en su derecho, pero el espacio es mucho más amplio que las candidaturas presidenciales y tiene varios voceros capacitados como para ayudar a desangelar un candidato que hoy tiene el aura inmaculada, en buena parte porque no hay casi nadie buscando pincharla. No buscaría advertir con Trump o Bolsonaro, que en definitiva estuvieron sus cuatro añitos y después se fueron, derrotados (aunque con una base social amplia), ni con exagerar su capacidad de daño. Para mí el camino es mostrar que es un tipo rarísimo, que durante la picada parece un genio pero al final del asado ya es insoportable, que tira fruta sin parar, que vestido con otra ropa es un político más prometiendo soluciones mágicas a problemas complejos, que una cosa es ser panelista y otra es ser presidente. Decirles al votante: si gana, Milei va a demoler lo que querés demoler, pero no va a construir lo que querés construir.
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Me despido con un par de párrafos sobre Juntos por el Cambio, gran acusado en estos meses por el crecimiento de Milei (es cierto que la intención de voto de sus candidatos sumados pasó de 30 y largos a 30 y pocos, aunque todavía por encima de los demás). Siempre me parece que esta época de los años impares, anterior a los cierres de listas, muestran una cara fea de la política, con tipos y señoras que abiertamente buscan maximizar su poder y una conversación pública que se corre de la relación con los votantes y se transforma en un diálogo entre políticos hablando de sus problemas y no de los de la sociedad. El problema es que esa etapa –el “cómo se hace la salchicha” de la política– normalmente dura unas semanas, quizás un par de meses, pero este año empezó mucho antes y todavía le quedan 40 días. JxC no puede darse el lujo de que su tema principal de conversación sigan siendo las reglas electorales. En algún momento hay que volver a hablarle sólo a los que te tienen que votar.
Sobre todo porque lo que JxC tiene para decir y prometer es menos nítido y más difícil de lo que dicen Milei o, por poner un nombre, Cristina. Después de la experiencia de gobierno y la derrota de 2019 los candidatos del PRO y sus economistas saben que el camino para estabilizar la economía y bajar la inflación es arreglar problemas profundos de la Argentina, que no alcanza con soluciones cosméticas o martingalas monetarias. Ese convencimiento es mucho menos taquillero que, por ejemplo, proponer una dolarización, en la que nadie en JxC cree. Además, en un momento en el que la efervescencia anti-sistema es internacional y cercana (ver los resultados en Chile la semana pasada), lo que JxC propone es pro-sistema. Una versión mejor del sistema que tenemos, pero pro-sistema al fin. Patricia lo hace con más énfasis en la convicción, la reforma del Estado y la regeneración política. Horacio lo hace con más énfasis en los grandes acuerdos como vehículos para las reformas. Pero ambos, como todo el resto de la coalición, defienden la democracia liberal, el capitalismo de mercado y el Estado de derecho, todos valores tradicionales, no siempre populares (la imagen de la Justicia, a la que JxC siempre defiende, no es mejor que la de los políticos) y que están siendo desafiados en docenas de países.
El PRO quería cerrar la etapa populista que había encarnado el kirchnerismo e iniciar una etapa liberal con una economía ordenada y una república razonable. Eso, insisto con la dificultad, implica avanzar en el sentido contrario, con el viento de frente, del que están avanzando una cantidad importante de democracias. Y encima ahora le aparece por derecha un grano que se define como liberal (pero sólo lo es en algunas cosas) y vuelve a abrir la caja de Pandora. La “interna sin fin” sin dudas merece críticas y un llamado de atención, pero también es cierto que el surgimiento de Milei muestra que salir del populismo es muy difícil y, por lo tanto, necesita aun más esfuerzo y disciplina. Para seguir como estamos –un país de fantasía, de dirigentes adolescentes y más discurso que política pública– alcanza con votar a Milei.
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