LEO ACHILLI
6 Meses Milei

¿Qué hace un socioliberal con Milei?

Dado que no tenemos un Adenauer o un De Gaulle en espera, elijo aportar lo poquito que puedo para que sea su gobierno, que va bastante en la dirección correcta, sea lo mejor posible.

El director de este medio, Hernanii, escribió hace unos días que van pasando las presidencias y la vida también se nos va yendo. Entre crisis y crisis, ya juntamos 15 años completos de economía estancada, frustrante. Y en realidad muchos más de una economía, como mínimo, no exitosa. Los que tenemos 50 ya acumulamos medio siglo en los que el declive argentino convivió casi sin pausa con niveles de vértigo macroeconómico (inflaciones, recesiones, depresiones, devaluaciones, estanflaciones, cuando no corralitos, cepos y corralones) que objetivamente hacen que Argentina no sea, al menos por su situación económica, un lugar para querer vivir. Salvo, claro, que la queremos.

A ese lugar abandonado por Dios llegó Milei.

¿Qué hacemos con Milei? Más específicamente: ¿qué hace con Milei un liberal, y más específicamente, un socioliberal (¿un zurdo?), alguien que cree en la república, en la voluntad sagrada de los individuos para cualquier cosa que no perjudique a terceros, en una integración con el mundo en todos los sentidos posibles y en que el mercado es muy bueno para producir; pero también cree que el Estado tiene un rol para corregir la desigualdad de oportunidades? En otras palabras: ¿qué hago yo con Milei?

No me resultó muy difícil decidirlo, en parte por el mismo motivo que encuentra Keynes cuando se pregunta si es del partido Liberal: lo que está del otro lado me da pavor. Es exactamente el pasado argentino de las últimas décadas. Para peor, encarnado en Massa en la última elección. Massa, el de las coimas de las SIRA, el millonario que pasó del kirchnerismo al antikirchnerismo, al kirchnerismo y seguramente al antikirchnerismo, el de la brecha infinita y la megainflación, la expresión última, la más siniestra y mafiosa, de un régimen anacrónico, tramposo, prepotente, confundido e irracional. Del otro lado están también sus intelectuales nacionalprogresistas. Los que psicopatearon en noviembre con Las Cartas de la Democracia, alegando que Massa (¡Massa!) era el cordón sanitario ante un Milei que representaba un riesgo democrático. Los que no saben qué contestar cuando uno les pregunta como qué país les gustaría que fuera la Argentina.

Hoy también están del otro lado, quiero decir, del lado de los que desean el fracaso más rápido y más estrepitoso posible de Milei, los oportunistas que no pudieron acoplarse, los enojados y aturdidos porque le tocó ser presidente a otro economista de mediana edad y no a ellos, la izquierda inviable de siempre, los señores feudales de la pobreza, un largo etcétera.

Eso solo, la acechanza de esa fauna analógica, ansiosa por un poder que ya olvidó para qué desea, quizá explica mi corazón.

Eso solo, la acechanza de esa fauna analógica, ansiosa por un poder que ya olvidó para qué desea, quizá explica mi corazón. Pero es una razón que la razón no entiende. No me cuesta que esté en equilibrio con mis razones. Milei es anarcocapitalista, yo soy liberal. Desde donde estamos (una Argentina conflictiva y estancada; una reunión en el barro de un quinchito de plástico sustitutivo de importaciones, conflictiva por repartir una torta que nunca alcanza, estancada porque un grupito de especialistas en mercados regulados teme perder su lugar de privilegio provinciano si las cosas cambian), Milei quiere ir más o menos en la misma dirección que yo. Él dice que quiere ir hasta Córdoba, yo me quiero bajar en Rosario y estaría más que satisfecho si este gobierno lograra llevarnos a San Nicolás.

Todos decíamos

Repasemos. Todos decíamos reforma estructural, ajuste fiscal, programa de estabilización. Podemos discutir los detalles, las secuencias, las proporciones, pero la dirección era ésta. Podemos discutir si la reforma o parte de ella era DNU o ley, pero no podemos hacer de eso un rasgado colectivo de vestiduras. El gobierno anterior conculcó en 2021 (con Congreso y vacunas funcionando) la mitad de los derechos personalísimos del artículo 14 de la Carta Magna, ante el desdén unánime sobre el asunto constitucional. ¿Ahora es escandaloso un DNU con control parlamentario que por ampliar libertades duplicó la oferta de alquileres, bajó sus precios reales, llevó Internet de un saque a los rincones más recónditos del país, dio la opción de elegir prepaga directamente sin pasar por obra social, abrió los cielos a la competencia aérea? 

Junto a la Ley Bases, si sus honorables dignatarios se dignan, tendremos una reforma laboral razonable, la posibilidad de privatizar empresas inviables, una modernización dentro del Estado. Mientras tanto, se desintermediaron los programas tipo Potenciar Trabajo –llore, Grabois, llore–, se llevó la AUH y Alimentar a niveles récord –llore, Grabois, llore–, se remueven todas las semanas trabas a importaciones que existieron por más de una década, y un moderado etcétera.

“¡Pero no tocaron Tierra del Fuego!”. Uh, man, qué horror. Claro que falta muchísimo. Van seis meses. Falta apertura comercial. Falta el famoso programa de “obra pública a la chilena”, que también podría hacerse en vivienda para la clase media. Faltan mil cosas. Pero la dirección de la reforma es la correcta y de la velocidad no puede decirse que sea lenta.

Faltan mil cosas. Pero la dirección de la reforma es la correcta y de la velocidad no puede decirse que sea lenta.

Sobre el ajuste fiscal. Siempre es feo. Nunca es ordenado. Siempre pierden algunos, o todos, los receptores de pagos estatales. Ahora bien, de los aproximadamente 35 puntos porcentuales de reducción de gasto, lo desproporcionado (mayor a ese 35%) son las transferencias discrecionales a provincias (te doy esto a cambio de un voto), los subsidios regresivos a la energía y la obra pública. Tanto en las universidades como en los jubilados, la pérdida en este trimestre es menor que aquel promedio.

Pero el cambio acá, en el tema fiscal, es sobre todo cultural. Caló hondo la idea déficit -> maquinita -> inflación. Mérito 95% Milei. Es, creo, una visión simplificada de un proceso inflacionario persistente. Pero no voy a discutirlo ahora, nada más complejo puede caber en una pantalla de televisión, y no importa para este argumento: funcionó como disparador de un cambio cultural. Hay una conciencia en el mundo político y en la Argentina informada de que al menos hay que mencionar con qué reemplazar un gasto nuevo. Por supuesto, el Congreso sigue votando gastos nuevos sin financiamiento, pero es un comienzo. El ancla fiscal en una economía tan vulnerable es decisiva por varios motivos, pero elijo éste: cuando haya una turbulencia (como la que estuvo asomando esta semana) que la maquinita monetaria esté apagada hace menos probable que una brisa se convierta en huracán.

Sobre la política de estabilización: se bajó la fiebre y fuerte. Con un ingrediente ortodoxo y recesivo (el ajuste fiscal) y otra parte, como dice Andrés Borenstein, a lo Boca: crawl del 2% con cepo, algunas posposiciones de la recuperación tarifaria, algunos frenos en otros regulados (prepagas). En algún momento (creo yo, por motivos económicos y políticos, que cuanto antes mejor) tendrá que haber una fase 2, que incluya ir a un tipo de cambio único. Y en mi opinión, es deseable que a la fase 2 le siga rápidamente una fase 3: una reforma monetaria para matar una inercia que, además de persistente, tiene riesgo de energizarse cuando se unifique el tipo de cambio. Pero cada economista tiene su receta y su plan de estabilización, y no podemos dejar de valorar lo más visible: pocos pensaban (yo no era uno de ellos) que en el mes cinco de Milei la inflación iba a rondar el cinco.

¿Y la recesión? La recesión es lo que pasa cuando termina el populismo económico. El final demagógico del populismo económico es recesión y salto abrupto y persistente de la inflación (wikipediar “Rodrigazo” o “Inflación en Venezuela“). El final no demagógico del populismo económico es parecido en la recesión, pero el cimbronazo inflacionario por las correcciones de precios pisados es one shot. Son las horribles reglas del juego.

Podrá decirse que la economía no es todo. Hay gestos, cartas a España que van y vienen, careos en Comodoro Py, fotos de Milei con Musk o Meloni. Quizás estoy confundido, pero al final del camino eso será anécdota, el noticiero, la Ferrari de Menem o su partido de tenis con Bush o la causa de los guardapolvos, aunque en este caso sin denuncias de corrupción. Milei está obsesionado con la economía porque ese es su mandato. La economía hoy es casi todo, además, porque sin poder institucional en las provincias y las cámaras, todo su esquema político depende de su popularidad. Y, por más magias de Peaky Blinders, para que Milei mantenga la popularidad –es decir, el poder– la inflación tiene que seguir bajando o la economía tiene que empezar a recuperarse o –ojalá– ambas en combinación.

Vuelvo: ¿qué hacemos con Milei? Tengo 50 años vividos en un país frustrante, tengo un hijo de dos y una bebé en camino. ¿Voy a esperar a que desciendan de los cielos Adenauer, De Gaulle o De Gasperi para apoyar a un gobierno que intente sacarnos del atraso? ¿Voy a flagelarme cada vez que se descubran 40 kilos de yerba vencidos cuando el gobierno anterior dejó 4.000? ¿Voy a contar los canes presidenciales? ¿O mejor hago toda la fuerza que tengo y aporto lo poquito que pueda para que el gobierno de Milei –uno que busca una Argentina más libre y próspera por un camino aproximadamente correcto– sea el mejor posible?

(A propósito: ¿quién sería de Gaulle? ¿Macri? ¿Pichetto? ¿Pullaro? ¿Grabois?)

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Lucas Llach

Economista. Profesor del Departamento de Estudios Históricos y Sociales (UTDT). Ex vicepresidente del Banco Central.

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