Cuando nos presentaron como nuevos compañeros de trabajo en Seúl, tardamos menos de tres minutos en llegar a la pregunta de rigor: “Ah, ¿sos de Puan?”. Hoy le sigue otra: “¿Viste Puan?” La película –escrita y dirigida por María Alché y Benjamín Naishtat, estrenada en 2023 y ahora disponible en plataformas– viene teniendo en lo que va de este año un éxito llamativo, si bien moderado. Hablar de Puan nos llevó indefectiblemente a recordar El estudiante, de Santiago Mitre, otra película de 2011 que tomaba a la vida universitaria porteña como su eje principal. Decidimos hacer lo que mejor nos enseñaron en aquella antigua fábrica de cigarrillos: compararlas. Este diálogo es entonces el resultado de varios cruces de textos y audios de WhatsApp, editado y adaptado lo mejor posible a una lectura amena.
Victoria
Me impresiona que de toda la gente que conozco que fue a Puan y vio la película, no haya dos que hayan tenido una experiencia similar. Un viejo compañero me llama muerto de risa, le parece espectacular el retrato minucioso de ese mundo que de a poco se va hundiendo en la historia. “Es una peli para intelectuales de derecha”, me dice, que son los que lograron atravesar las primeras décadas del siglo XXI sin perder el sentido del humor en el camino. Pola Oloixarac, en cambio, terminó llorando. A ella, que fue una hija intelectual de Jorge Dotti (el profesor que muere de un paro en la primera escena y deja la cátedra de Filosofía política sin cabeza), Puan le rompió el corazón. “¿Pero no te reíste con Sbaraglia?”, le pregunto (yo me descostillé con el personaje del académico argentino que triunfa en Alemania y vuelve al país buscando el caos perdido). “No”, me respondió. Y ni hablar de la posición política, todavía más ambigua. Por eso me pareció tan acertado el tuit de Andrés Rosler: “Anoche vi Puan. No termino de entender si es una sátira, o una defensa de la Facultad, o las dos cosas”.
Eugenio
Para mí es claramente una defensa, por más que aun con su tono de comedia amable y agridulce tenga unas cuantas referencias bastante feroces al delinear a sus personajes: cómo hablan y cómo discuten, sus dramas más mundanos y sus penurias económicas, su competencia por los cargos y el capital intelectual a falta de otro, desde luego; pero también la manera de vestirse, los peinados, la biyú indigenista, sus diversiones y reuniones sociales. Y desde luego que la facultad es el escenario en donde se mueve el profesor Marcelo Pena, el protagonista principal, pero también la excusa para que la película haga su planteo político, que es muy claro y fuerte. De hecho, en las conversaciones previas que desembocaron en esta nota, dijimos algo así como que si El estudiante era la película de la política en la época del alto kirchnerismo, Puan es la de la política postkirchnerista.
Victoria
La biyú indigenista, el “compañeres”, la cita de Lenin de 1902 como programa político para la Argentina de hoy, todo eso es perfecto (risas). Y sí, es una peli que ya vio el final del kirchnerismo, aunque haya sido hecha antes de las últimas elecciones presidenciales, ¿no?
Eugenio
Sí, es bastante premonitoria. Cuando la vi por primera vez, justo coincidiendo con la marcha universitaria contra Milei, me llamó mucho la atención la manera en que la película imaginaba y auguraba un gobierno de “la derecha”, con represión, corridas cambiarias y quiebra de la UBA incluidos, todo lo que buena parte del progresismo alucina y hasta desea con morbo para colmar sus expectativas de un gobierno mileísta. Cuando la agente inmobiliaria le explica a la mujer del profesor que se están llevando toda la guita en camiones de caudales por Ezeiza, pensé “tiene que ser un chiste eso, lo de los camiones es una leyenda urbana del progresismo de la época del corralito”. En cualquier caso, lo del estallido terminal del país que imagina la película es en serio.
Victoria
Es muy loco eso, también que el corte de calle que hacen al final, con la clase abierta y el profesor Pena embistiendo a la cana en defensa de la educación pública no lo deja en ridículo, por el contrario, casi que lo renueva, que lo exime de su vida patética de académico loser y le da por fin rumbo a su vida.
Eugenio
Tal cual, su expresión de euforia es única, el único momento de felicidad del personaje fuera de un aula. De todos modos, por una entrevista a Marcelo Subiotto (el actor que interpreta a Pena) publicada el año pasado en Tiempo Argentino, me enteré de que el guión se escribió en realidad hace cinco años. Es decir que ese escenario de derrota política y resistencia a como dé lugar ya lo alucinaban con Macri, por muy gradualista y tibio que haya sido su gobierno. No sé, en definitiva, y aun con El estudiante como antecedente directo (como si la realidad misma no fuera suficiente), si son capaces de tener real dimensión de lo que su fracaso y su derrota implican.
Victoria
¿En qué sentido no sabés si son capaces de entender la dimensión de su derrota?
Eugenio
En que, por un lado, todas las falencias de la universidad pública son evidentes y fácilmente comprobables en todos sus niveles. Que, además, la militancia política de base en las universidades también lleva a un callejón sin salida. El estudiante es una película expresamente dedicada a mostrarlo, por más que con ese “no” del final en boca de Roque, el director se reserve su cuota de idealismo y de defensa de la educación pública. Y por último, a que después de 20 años de kirchnerismo y “gobierno popular”, el único impulso vital que le queda a la comunidad de Puan es el de siempre: “poner el cuerpo y resistir”, clase abierta y cortar la calle. Toda esa escena antes del final, la de los discursos en la puerta de la facultad y el enfrentamiento con la policía, que supongo que habrá hecho dudar a Rosler y a muchos otros porque parece de consumo irónico, creo que es en serio.
Victoria
¡Claro que es en serio! Y, como dije, no es para mí enteramente patético. Que la cana le pegue lo conduce al final al camino de su felicidad. Ver El estudiante de nuevo, después de haber visto Puan, me hizo odiarla aún más que cuando se estrenó en París. Por un lado, me gusta que se note la diferencia abismal que hay entre nuestra querida facultad y FSOC. Se nota en la energía de los estudiantes, que en la película de Mitre son agresivos, rosqueros y garcas, y en Puan son una gran familia, aulas llenas donde se mezclan jóvenes y viejos, y un cariño por la escena de la transmisión, eso que yo sentí en las clases de Fraschini en Latín III, en las de Funes de Española I, las de Aníbal Jarkowski en Argentina II (un lujo de profesor que el año pasado dio unas clases imperdibles sobre Fervor de Buenos Aires en el Malba).
Eugenio
Sí, creo que una virtud de Puan es eso: cómo representa el placer y la nobleza en el intercambio entre docentes y alumnos. Aun con el infierno físico y burocrático que implicaba cursar en esa facultad, muchas veces en las mejores clases sentí que aquel era el lugar en el que tenía que estar, aun sin tener muy en claro para qué. En el caso de la película, esto se nota en las clases de Pena, que son excelentes y que muestran que este personaje tan tímido, sufriente y apocado, tan fuera de lugar en tantos aspectos, se transforma y se ilumina al frente de un aula. Igualmente, a pesar de que no voy a renegar de la rivalidad histórica con FSOC [risas], creo que El estudiante es una película mucho más centrada en la política que Puan. La facultad es apenas el escenario de una parte de la política en general, que en realidad se resuelve en otros lados.
Victoria
Qué lindo lo que decís de Puan; yo, que la sufrí en otros aspectos, también sentí eso de estar donde teníamos que estar. La de El estudiante es una facultad sin alma, que está reverenciada desde la mirada de Roque, ese chico joven de provincia que no entiende nada y quiere pertenecer. Es una facultad idealizada, vista desde abajo del pedestal, y por lo tanto falsa, hueca. Es divertido porque ambas pelis abren con la misma escena de la estudiante comprometida que da un discurso de arenga política, un discurso que es prácticamente igual en las dos (mismas palabras, misma cadencia, misma convicción), pero el efecto o la función que tienen es diametralmente distinta: en una endiosar la política, en otra ridiculizar la educación (“no podemos estar en un teórico de cuatro horas escuchando a un profesor hablar –contraplano a la cara de Pena que les cedió tiempo de clase– cuando estamos todes pensando que no llegamos a fin de mes”). En El estudiante es Paula, la chica linda que imanta a Roque con el micrófono en mano y lo introduce en la rosca oscura de los acuerdos y las camas. En Puan el momento del discurso es un bolo cuyo único objetivo es darle el puntapié inicial al largo proceso de humillación que los guionistas tienen preparado para Pena. Puan es el lugar del antihéroe, FSOC el del garca con ínfulas.
Eugenio
Vos decías que Roque entra a la política por Paula y es así, pero la suya es la historia típica de ascenso del busca o el turrito, y la política universitaria, la política en UBA, es una actividad retratada de una manera que la hace parecer bastante a una mafia o una organización narco. Pero hay una escena en la que Roque y Paula, elevados en un balcón, observan los festejos en el patio de la facultad luego de unas elecciones del centro de estudiantes, y es una síntesis muy gráfica de un “primer nivel desbloqueado”. A partir de entonces, Roque acelera su ascenso como mulo de Acevedo (amigo de Hipólito, representantes evidentes del nosiglismo que tiene a la UBA como fuente de poder y financiamiento) y Paula queda en un segundo plano, como una suerte de reserva moral.
Si la película durara más y se atuviera más estrictamente a ese género, Roque podría ser como el personaje de Ray Liotta en Buenos muchachos, debería subir mucho más antes de caer. Pero sucede que la película tiene ese final abrupto, con ese “no” de Roque a una nueva propuesta por parte de Acevedo para rehabilitarlo como aprendiz de la rosca. Roque había llegado a esa última reunión después de haber demostrado que era capaz él también de hacer daño y de devolver una traición. Pese a que le habían bajado una sugerencia de guardarse y esperar, Roque había salido a devolver el golpe y, justamente por eso, por demostrar de qué madera estaba hecho, le llegaba una nueva oportunidad. Siguiendo esa lógica, su negativa es curiosa.
Victoria
La actuación de Lamothe es perfecta, el personaje tiene algo despreciable que ese “no” final no termina de borrar. Es un final infantil, romántico. En cambio, Pena… A Pola la conmueve que este profesor (que, como decís, sólo deja de ser un loser cuando da clases) esté siempre enseñándole a gente de otra clase social: o a los más pobres, en el barrio carenciado al que va por razones de seguridad acompañado de un gendarme, o la vieja rica que le paga en dólares para que se siente en su living y le hable de Kant. “¿Dónde se ubica la educación? –me dice–. Me gusta porque la filosofía siempre está fuera de lugar, es algo que no podés poner arriba de la mesita para los invitados, a lo que no le podés dar utilidad, que es justamente la definición que da Kant para el arte… pero ahora sí lo tiene, con lo que la filosofía quedó en lugar del arte”. “Es al revés –me va a decir otro compañero cuando plagie a mi amiga en un chat de Whatsapp– el tipo le habla a una vieja hasta dormirla. No es contra la filosofía, es contra él. O contra Puan, no sé, pero hay algo emocionante en la degradación cómica de un padre, porque que sea padre no es menor, es doloroso”.
Le pregunto a un amigo que hace cine y no fue a Puan: “¿Te gustó?”. “Para nada”, responde. “Es poco clara –explica– ¿cuál es el problema del protagonista? ¿Es infeliz? ¿Está cómodo o está incómodo en Puan? ¿Quiere crecer o no? ¡No entiendo qué estoy viendo! No sé si es una comedia intelectual clásica o la historia de un duelo”.
Eugenio
Creo que a Pena le pasa que, además de todo, está atravesando la famosa crisis de la mediana edad con una economía precaria, opacado e ignorado por su mujer y profundamente frustrado por no estar a la altura de las expectativas de su hijo. Es más, hasta nota alarmado en la clase de esgrima que su hijo tiene el mismo carácter que él. Vive con un hambre metafórica y otra muy literal, que lo lleva a aceptar esos contratitos como docente en programas del GCBA (a cobrar en 60 días hábiles…) y a comer masitas de dulce de leche a escondidas de la vieja rica cuando ella se duerme. No hay humillación que no deba soportar, hasta la apropiación de su casa por las compañeras de su mujer en lucha y la de su cama por los niños adjuntos a ellas.
Pena lo dice con claridad: si le sacan a Puan, si Sujarchuk le gana la cátedra del fallecido Caselli, a él no le queda nada, se muere. Pena es un porteño melancólico y tanguero. La triple pérdida a la que alude “Niebla del Riachuelo”, el tango que suele cantar, es también la de él y la de la filosofía de la tradición occidental que él enseña. Hay un movimiento que se va anunciando en distintos diálogos que va de Hobbes y Rousseau a Mariátegui y Martí y que, cuando el colapso total del país y de la UBA se consuman, Pena hace explícito en la última escena, cuando está en El Alto, invitado por una universidad boliviana y, ante el pedido de comenzar con alguna anécdota de Puan, sólo le sale cantar ese tango, su tango.
Victoria
Te juro, voy a llorar como Pola (con lo que me reí al verla de nuevo, tiene escenas icónicas nivel Esperando la carroza). Esa profesora boliviana que él al principio confunde con la mucama del difunto Caselli, a la que le sorprende no conocer él que es habitué de la casa (“¿Sos nueva?”, le pregunta), y que termina siendo su nuevo destino. Parte solo a pensar y a enseñar a Bolivia, dejando atrás una Argentina sin UBA. Y ese tango.
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