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A menos de un año de las elecciones legislativas de 2025, y a menos de seis meses de la inscripción de las alianzas, una pregunta fundamental del sistema político es que harán La Libertad Avanza y el PRO, que vienen colaborando y al mismo tiempo sacándose chispas en estos meses de gobierno de Milei. La intención del oficialismo, envalentonado por la mejora de la situación económica, parece ser absorber al PRO, consolándolo con un puñado de lugares en las listas. Coinciden en estos analistas y dirigentes de todo tipo, que hacen una pregunta clásica de la política: ¿por qué votar a la copia si se puede votar al original? El consenso parece ser que el PRO, lastrado por la interna el año pasado, está todavía en una encrucijada terrible y que la única opción que le queda aceptar la oferta fáustica de LLA: tu partido muere, pero algunos de tus dirigentes vivirán.
Vengo a decir en estos párrafos que no coincido con esa mirada y que La Libertad Avanza y el PRO deberían ir separados en las próximas elecciones legislativas, cada uno con sus listas. Considero que es la mejor opción para el PRO pero también para el propio Gobierno y, más en general, para consolidar el apoyo social e institucional al proceso de reformas económicas. Si LLA, como parece ser su intención, aspira a repetir en 2025 la “coalición del balotaje” (el 56% de la segunda vuelta del año pasado), la mejor manera de lograrlo no es absorber al PRO y buscar alcanzar ese número con una sola lista sino ir separados y apuntar a ese objetivo entre los dos. Acá abajo, mis argumentos.
El tope del 43%
El primero es que las elecciones de medio término son para los oficialismos más difíciles de lo que parecen. El Gobierno está envalentonado ahora por el mejor clima económico y la alta aprobación de la gestión presidencial y el runrún que sale desde LLA es que, si se confirma la baja de la inflación, los candidatos de Javier Milei van a “arrasar” en todo el país. No lo dicen sólo en LLA: coinciden en el diagnóstico analistas y políticos de todo tipo, incluidos opositores preocupados por conchabo y territorio. Pero, ¿qué quiere decir “arrasar”?
Primero, unos números. Desde el regreso de la democracia, los partidos en el Gobierno ganaron cinco y perdieron seis elecciones legislativas, pero la tendencia reciente es a la derrota: desde la reforma de la Constitución y los mandatos de cuatro años, sólo dos oficialismos (el Frente para la Victoria en 2005 y Cambiemos en 2017) repitieron su victoria presidencial de dos años antes. Menem perdió la de su segundo mandato, De la Rúa perdió en 2001 y Cristina Kirchner perdió las tres en las que fue presidenta o vice: 2009, 2013 y 2021.
Para que te vaya bien como oficialismo ayuda mucho, por supuesto, que la economía esté andando bien. Los dos mejores resultados en intermedias para un presidente en estos 40 años son los de Alfonsín en 1985, meses después del lanzamiento del Plan Austral, que bajó la inflación del 30% al 2% mensual; y Menem en 1993, tras dos años de estabilidad y tasas chinas. Ambos sacaron alrededor del 43,5%: ese es el récord en democracia.
Lo que quiero decir con esto es que no es fácil para un Gobierno sacar más de 40 puntos en una elección de medio término. En este siglo sólo lo logró Macri en 2017, con el 41,7%, también subido a una recuperación económica con mejora del salario real. Néstor Kirchner estuvo cerca, por razones similares. Por eso me parece que el sueño oficialista de repetir en soledad la coalición del balotaje luce, en términos históricos, inalcanzable. En política, por supuesto, puede pasar cualquier cosa, pero si Alfonsín y Menem en sus momentos de mayor popularidad apenas lograron cruzar el 40%, con buenas noticias económicas, partidos políticos consolidados y un sistema bipartidista (sin terceras fuerzas relevantes), ¿es realista para el Gobierno aspirar a sacar más del 50% con un partido nuevo y una oferta más fragmentada? Cada uno puede desear lo que quiera, pero un objetivo sensato para los estrategas del Gobierno sería apuntar a los récords de Alfonsín y Menem, lo que igual sería una elección histórica y extraordinaria y dejaría bien parado a Milei para su reelección.
Plan A y Plan B
¿De dónde cree LLA que sacaría los votos para repetir la coalición del balotaje? De los viejos votantes de Patricia Bullrich, por supuesto, que se volcaron por Milei hace un año y todavía apoyan (casi todos) la gestión de Milei. A partir de ahí diseñan su estrategia, a veces explícita: que el PRO sea absorbido por el oficialismo a cambio de lugares acá y allá en las listas para legisladores y después desaparezca, ya sin misión ni capacidad ni votantes, en el baúl de la historia como parte del fracaso. Este parece ser el Plan A del Gobierno: absorber dirigentes y votantes del PRO y apuntar al 56% del balotaje. ¿Tiene el PRO alternativa?
Creo que sí. Es cierto que el partido fundado y presidido por Mauricio Macri tuvo un año difícil, de reconstrucción tras la derrota electoral y el desbande de Juntos por el Cambio. Y también es cierto que en estos meses le tocó recorrer un camino finito, en los que apoyó al Gobierno en cuestiones con las que estaba de acuerdo, sobre todo las económicas, y buscó no perder identidad y darse un margen para marcar acá o allá críticas a decisiones concretas, como la nominación de Ariel Lijo a la Corte. (A pesar de que es el más cercano al Gobierno, el PRO es el único partido que se pronunció en contra de Lijo.) Pero también es cierto que es un partido con 20 años de historia, identidad definida y una razonable masa crítica de votantes y dirigentes que, cuando a principios de año se les propuso “fusionarse” o “converger” con LLA, dijeron masivamente que no.
Enfrentado a la opción de subirse como pasajero a la locomotora mileísta o manejar su propia bicicleta, creo que debería hacer lo segundo.
Enfrentado a la opción de subirse como pasajero a la locomotora mileísta o manejar su propia bicicleta, creo que debería hacer lo segundo. Se me ocurren tres razones. En primer lugar, porque si el PRO cree que tiene un futuro de largo plazo debe saber que en la vida de los partidos políticos hay épocas mejores y peores, momentos donde los planetas se alinean y momentos donde los errores se pagan caro. Y este quizás sea un buen momento para reagrupar fuerzas, reforzar la identidad y decirles a sus votantes históricos que acá están, peleando por lo mismo de siempre y contra los mismos de siempre, sólo que ahora desde otro lugar. En segundo término, porque LLA ha mostrado ser un partido que a pesar de su éxito expulsa tanta gente como la que atrae y es implacable con los propios que se corren un milímetro. Imaginemos entonces cómo será con los que no son propios. Siendo benévolos, podemos decir que es una fuerza política nueva, no entrenada todavía para las sutilezas y la buena fe que requiere la convivencia política con otros. No parecen socios políticos ideales. En tercer lugar, creo que si un objetivo central del PRO es consolidar el proceso de cambio de régimen económico, muy similar (casi indistinguible) al que quiso imponer Macri durante su presidencia, llevado adelante por decenas de funcionarios que participaron del gobierno 2015-2019, la mejor manera de hacerlo, de conseguir más votos, es yendo separados a las elecciones.
Esta estrategia puede fracasar, por supuesto. En los papeles, el PRO parece tener difícil mantener el tamaño de sus bloques parlamentarios después de 2025, sobre todo en Diputados, donde renueva 22 de sus 37 bancas. Siete de esas bancas, además, están en la cancha siempre complicada de la provincia de Buenos Aires. Si presentara sus propias listas y le fuera muy mal, su representación en el Congreso se volvería marginal y su futuro como partido quedaría en entredicho. Pero no tiene por qué irle mal.
Un objetivo posible, por ejemplo, sería éste: completar la “coalición del balotaje” entre los votos de LLA (supongamos, a modo de ejercicio, el 40% que obtienen los gobiernos populares y exitosos en lo económico) y el 56% del año pasado, es decir, alrededor de 15 puntos. ¿Es un objetivo demasiado ambicioso? Quizás. Pero esos votantes a los que iría a buscar serían casi todas personas que ya han votado por el PRO, probablemente también a Macri y podrían ser sensibles a una propuesta similar al posicionamiento actual del PRO: votanos para mantener el rumbo económico, evitar el regreso del kirchnerismo y ayudar a emprolijar y ponerle límites a este Gobierno si en algún momento fuera necesario: Mabeles pelo de cocker, Raúles anti-kirchneristas, la coalición del “sí, se puede” de 2019 y de las marchas federales de 2020, todo un sector social que se activó políticamente con el macrismo y defiende el rumbo del Gobierno pero quizás no sus mañas, sus “formas”, su escasa agenda institucional. Con ese 15%, según cómo se distribuya geográficamente (y también con un poco menos), el PRO podría mantener una representación decente en el Congreso, su rol como bisagra parlamentaria y esperar entero, sin haber entregado su identidad ni su historia al primero que lo quiso seducir medio a lo bestia, los próximos pasos hacia 2027.
Si esto ocurre, un escenario interesante será la provincia de Buenos Aires, obsesión exagerada del mundo político en cada elección de medio término. En lugar de fijarnos cómo queda el Congreso después de la elección, juzgamos el resultado político casi exclusivamente por quién ganó en PBA. No tiene mucho sentido, pero es lo que es. Al menos desde 1997 (González Meijide) y pasando por 2005 (Cristina sobre Chiche), 2009 (De Nárvaez sobre Néstor), 2013 (Massa sobre Insaurralde), 2017 (Esteban Bullrich sobre Cristina) y 2021 (Santilli sobre Tolosa Paz), la elección bonaerense de medio términos ha sido encarada y leída como una “madre de todas las batallas”. Y es lo que probablemente haga el Gobierno, buscando que su lista, encabezada por José Luis Espert, le gane a la lista de Kicillof y manque las aspiraciones presidenciales del gobernador. ¿Pero qué pasaría si el PRO presenta una lista encabezada por Santilli y obtiene 12% o 15%? No le alcanzaría al PRO para renovar sus siete diputados, pero sí quizás para impedirle una victoria a Espert. En ese caso, ¿cómo se leería la elección, aun si LLA y PRO suman más que el kirchnerismo?
Para mercados, empresarios e inversores lo importante de las elecciones será cuántos votos saca el Gobierno, por supuesto, pero también cuántos saca lo que vengo llamando la “coalición del balotaje” pero podría llamar también la “coalición del ajuste”: el porcentaje de argentinos que votan propuestas claramente identificadas con la racionalidad económica, el equilibrio fiscal y las reformas de mercado. Para los mercados, el apoyo parlamentario del PRO en estos meses ha sido un sostén central de la viabilidad política del plan económico. Cuando deban analizar los resultados de 2025, ¿se fijarán sólo en cuántos votos reciben los candidatos de Milei o incluirán también los del PRO? Seguramente harán lo segundo. Y la mejor manera de engordar el apoyo al ajuste, por ponerlo brutalmente, es con listas separadas, que pesquen en peceras parecidas pero no idénticas.
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