Estamos frente a un profundo cambio de época: cruje la macroeconomía, cruje el modelo de política social, cruje el sistema laboral con más de siete millones de trabajadores informales y, quizás producto de todo esto, estamos en una crisis de representación generalizada. No hay dudas entonces de que en 2023 se iniciará un nuevo ciclo político en Argentina. La pregunta que urge responder es la visión con la cual queremos construirlo. Hoy quiero reflexionar sobre cómo construir una mirada nueva desde la política social.
El modelo actual de política social está agotado, producto de un gobierno que ha concebido como única alternativa a las crisis un sinfín de parches que ya no contienen. Las raíces de esto son de larga data. En las dos últimas grandes crisis económicas (1989 y 2001) se crearon dispositivos para conducir el conflicto social que tuvieron implicancias más profundas de las que a veces pensamos. En los años ’90 las manzaneras, los punteros y los intendentes fueron los actores encargados de la contención territorial, dando lugar al proceso de “conurbanización” del PJ. En 2001, nuevos actores, organizados en torno al movimiento piquetero y los movimientos sociales, fueron los encargados de cumplir esa función. Estos actores, preexistentes al kirchnerismo, fueron incorporados a la matriz de gobernanza del nuevo orden.
Desde mi perspectiva, estos esquemas fueron eminentemente “reactivos” y tuvieron dos objetivos: contener la crisis y legitimar en los sectores populares decisiones de gobierno. Cada quien hará su evaluación sobre si fueron exitosos o no. Pero es claro que se crearon de espaldas a la política macroeconómica: no para integrar o recuperar a los que se iban quedando afuera, sino apenas para contenerlos. Toda nueva propuesta tiene que partir de la premisa de que la política económica y la política social son dos partes del mismo proceso. No podemos entender ni explicar una sin la otra. Tenemos que diseñarlas juntas, para que entre las dos creen una diagonal posible de desarrollo, para todos los sectores.
Toda nueva propuesta tiene que partir de esta premisa básica: la política económica y la política social son dos partes del mismo proceso.
Entonces, ante este escenario de agotamiento, ¿cómo construimos una nueva política social? ¿Se puede contener y construir desarrollo al mismo tiempo? ¿Es posible diseñar dispositivos para que, cuando la macroeconomía mejore, las personas tengan más capacidades para salir adelante? Acá van algunas ideas sobre las cuales construir nuestras propuestas y, sobre todo, para mirar el problema con una perspectiva diferente.
Para empezar, hay que animarse a pensar en cómo democratizar el acceso al mercado: más que consumidores, que es lo que intentó la política social de estas décadas, construir productores. Lograr que las herramientas disponibles para un emprendedor formal, como el crédito, lleguen a quienes la pelean en la base de la pirámide. Vincular al sector social con el sector privado. El Estado debe hacer posible esa vinculación y no, como pasa ahora, obturarla.
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Necesitamos, además, encontrar nuevos caminos para formalizar la economía informal, sabiendo que las maneras disponibles hoy son insuficientes. En la base social, en los emprendimientos populares, están las pymes que el sistema actual –rígido, burocrático, inalcanzable– no deja ser. La pregunta es cómo generamos más y mejor trabajo y cómo hacemos para valorizar el que ya hay. Para ello, necesitamos construir nuevos marcos normativos (laborales, tributarios y jurídicos) e instrumentos concretos (acceso a financiamiento y capacitación) para que el sector informal sea más productivo, se formalice y se integre al sistema económico formal. Construir en este sentido es también construir las diagonales que nos permitan unir la fragmentada sociedad argentina de abajo hacia arriba.
Por otra parte, es necesario seguir avanzando en la integración de los barrios populares. Hoy en la Argentina el lugar donde uno nace todavía condiciona las posibilidades de futuro. Tenemos más de 5.000 barrios populares en donde viven más de 5 millones de personas sin títulos de propiedad ni acceso a servicios básicos. Es muy difícil progresar si no tenés agua potable, o si perdés todo porque se inunda cuando llueve. La integración es la herramienta más poderosa que tenemos para nivelar hacia arriba el punto de partida y atacar la pobreza estructural a partir de una inversión innovadora en infraestructura para el desarrollo.
Una nueva identidad
Ahora, nada de todo lo planteado puede hacerse sin construir una identidad política que aborde el desafío de lo social desde una mirada nueva, original e integradora. Una voz que cree, acompañe y legitime una propuesta diferente. ¿Por qué pensamos que el sueño argentino de poder estar bien y salir adelante no está presente en los sectores populares? Si es justamente ahí, a pesar de que todo cuesta más, donde se ven reflejados con nitidez esos valores.
Hoy en la Argentina las sucesivas crisis y el estancamiento permanente han provocado la emergencia de un nuevo actor: siete millones de personas que trabajan en la informalidad. Cuentapropistas, personal de servicio doméstico, emprendedores populares, cartoneros, trabajadoras comunitarias, empleados en negro o simplemente trabajadores clásicos expulsados de la formalidad por un sistema inviable. Una mayoría silenciosa que no se moviliza al Ministerio de Desarrollo Social, pero está frustrada por la realidad argentina. Un sujeto que cree en el laburo para poder estar mejor, con voluntad de emprender aún en las condiciones más adversas. Un sujeto que necesita respuestas. Hay que salir a escucharlo para poder construirlas. Porque el universo de “lo popular” no se agota ni es monopolio de las organizaciones sociales.
Representar a este universo es un desafío complejo. No va a ser inmediato, va a llevar muchos años alcanzarlo. En primer lugar, requiere una decisión política bien profunda de querer hacerlo. Hay que salir a hacer a estas personas una parte importante de nuestro proyecto político. Tenemos que hacer propia esta agenda y redefinirla con nuestros propios términos y valores.
Creo que, de fondo, esto implica plantear desde el Estado un rumbo nuevo en materia social, donde la ejecución este desintermediada y tenga nuevos supuestos. Y por supuesto, implica construir una nueva narrativa política, que se proponga unir lo que siempre nos dijeron que era irreconciliable (la república con la justicia social/el campo con lo popular/el crecimiento con la redistribución). Una narrativa que tenga anclaje en el presente y sueño de futuro. Y por supuesto, una construcción así necesita de liderazgos moderados que sean bien audaces, capaces de encarnar una idea de cambio profundo, colectivo y duradero.
Una construcción así necesita de liderazgos moderados que sean bien audaces.
Es bien complejo, pero posible. El camino iniciado con la política de integración responde, en espíritu, al corazón de estas ideas. Nivelar el punto de partida para que haya oportunidades reales. Vinculación con el sector privado y el sector social. Una política construida con el fin de dar libertad, empoderar y, sobre todo, dar voz a cada persona para que sea protagonista y no mera beneficiaria de las transformaciones.
Un proceso que todavía continúa y que sin dudas tiene muchos desafíos por delante. Pero que nos llena de orgullo: no sólo por lo que hicimos, sino porque lo hicimos distinto. Porque para arrancar algo nuevo, hay que animarse a mirar y hacer de otra manera.
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