VICTORIA MORETE
Entrevistas

Pola Oloixarac

Literatura, política y trolls: la escritora argentina del momento no oculta sus preferencias, pero defiende a toda costa su independencia.

Me acuerdo de la primera vez que busqué su nombre en Google. No suelo buscar gente, vivo fuera de época, pero la belleza de las mujeres desafía, y ella parecía ser la nueva joven escritora disruptiva pero también linda. Entonces tipeé con dificultad su nombre y ahí estaban sus fotos. Alta, morocha, felina. Una amenaza magnífica, de efecto inmediato. Pero fue cuando la escuché hablar que sentí el éxtasis, ese oxígeno extraño, liberador, que inunda cada lugar en el que está, un vértigo que en el centro abriga la inesperada sensación de estar a salvo; y es que en las guerras que ofrece, ella siempre está en primera línea. Así es el corazón de Pola Oloixarac, una mente incansable, voraz, caprichosa, avezada en el arte de la libertad, trepidante en extremo, como encontrar un tesoro o perderse en el desierto. Si fuera una carta del Tarot, sería el Mago. Nunca sabés qué va a responder, ni hacia dónde apuntará en los próximos cinco segundos; lo único seguro es que nos va a sorprender.

Su último libro, Galería de celebridades argentinas (Del Zorzal, 2023), es lo más actual y lo más genial que puede leerse sobre nuestra casta política. Su mente singular, diestra para la destrucción, nos ofrece una mirada innegociable sobre la realidad y la imaginación de los argentinos. Su escritura es un animal salvaje que sólo funciona a fuerza de sangre, afecto y emoción. Nada de lo que escribe es ajeno a su cuerpo. Por eso, como suelo decirle, es inoperable. Imposible forzarla a la coherencia, mucho menos a la partidaria; sus ideas no conocen cadenas. Sólo responden al instinto de su imaginación: investigar y hacer saltar el sistema.

¿Cuántas vidas tuviste?

Demasiadas no, porque nunca son demasiadas, pero tuve muchas. En todas escribía. Me probaba personajes, pero siempre escribía. La única vida verdadera es la escritura, como dice Proust, no hay otra, por eso es tan divertido Twitter, porque es escritura aunque todo huela mal, es el nuevo bajo, the low está ahí. 

Carlos Pagni escribió que en este nuevo libro “hacés pasar a la dirigencia argentina por el scanner de tu imaginación literaria”. ¿Qué relación hay entre tu voto y tu literatura política? ¿Tu imaginación tiene agendas?

No, es que para mí es al revés. El voto es un restorán. Es un momento, es ese momento, no podés pedirle al chef que te diseñe un plato, tenés que comer lo que hay. No hay lugar para la imaginación, siempre te amoldás al menú. Voto en relación a una carta, elijo lo que más me gusta, o lo que mejor me va a caer, lo que me parece que es más sano. Si hubiera un peronista inteligente, disfrutaría de votarlo, porque siempre me trataron bien los peronistas. No tengo inquina con ellos, al contrario, hacen más fiestas, hay jarana, buscan cooptarte como parte de su red; los otros no hacen fiestas, al final del día.

Pero cómo, ¿y la Gala del Colón del otro día?

Ah noooo, pero nosotras circulamos dentro de nuestra burbuja droite divine, eso es otra cosa… Y nuestra mesa no era gorila. Estaba el Turco Asís, que es un caballero, había una diseñadora ultra.K también. El mundo de la política de derecha es un mundo al que nadie te invita, no sé dónde está ni qué habrá, ¿habrá jugos de Juliana? ¿Tortas de mandarina? No sé. Es un mundo que ves por Instagram. En el PRO, la comunidad es algo sobre lo que el político desciende en forma de encuentro con los vecinos. Una relación jubilada con la comunidad. Lo decíamos el otro día: ¿no es increíble que la gente no se conozca, que no haya encuentros sociales?

Hay partidos políticos que trabajan para producir una comunidad definida, su valor está en la comunidad que forjan. En ciertos casos, lo único que producen es comunidad. Milei fomenta y aglutina la comunidad de hombres frustrados, enojados, incels, pero el ejemplo clásico es el kirchnerismo. Es difícil para una actriz decir “Yo no soy k”, porque traiciona a la comunidad. Sería lindo una comunidad liberal, utópica… Al final, es la que armás con tus amigos, donde no te adoctrinan pero igual hay una especie de esprit du corps. Un esprit du corps que es más que nada estético.

Hay partidos políticos que trabajan para producir una comunidad definida, su valor está en la comunidad que forjan. En ciertos casos, lo único que producen es comunidad.

Entonces, volviendo al voto, sí, si hubiera un peronista que me pareciera inteligente, ¿por qué no? ¡Los esfuerzos que hice para que me gustara Massa! ¡Sergio Tomás! Incluso si Milei fuera medianamente menos tonto y siniestro, yo podría considerarlo. Yo siempre intento dejarme seducir por lo que ofrecen, no me gusta quedarme cerrada y no escuchar porque es contrario a la tarea intelectual. Si pensás desde una posición tomada, tu imaginación pierde alcance, se vuelve rígida.

Me gusta actuar como si la grieta no existiera porque me parece una vulgaridad, una cosa que me impuso el Estado, una herencia de las guerras con las que Cristina forjó su estilo de mando. La grieta no es una categoría que me dé cobijo, que me permita pensar cosas, entonces no me sirve. Además, creo que hay personas que estaban destinadas a odiarte, a querer segregarte. La grieta les permite disimular las rencillas personales. Yo no considero legítima esa trinchera, así que no la respeto. Los odios verdaderos son siempre estrictamente personales.

Cuando escribís tus perfiles, ¿te dejás llevar? ¿Cuánto influye tu pensamiento político en lo que escribís?

Busco escuchar exactamente la historia que vienen contando. La que contaron con su cuerpo, con sus distancias, con sus ademanes políticos y sus hechos. La política es performance. Quiero ser porosa a sus propuestas, a su seducción, a lo que me quieren vender. Ahí encuentro las musas, su canto de sirena chirría cuando al discurso político lo confrontás a los hechos.

“Las intuiciones sin concepto son ciegas, y los conceptos sin carne son vacíos”, parafraseando a Kant. Así como no podés sacar el cuerpo, tampoco podés extirpar las ideas. Cuando escribía Las teorías salvajes no podía dejar de observar la crecida de la hipocresía para pensar los ’70: eso organizaba mi energía. Las primeras novelas son de energía, una energía vital en la que se te va la vida. Tenía sueños de vientitos dentro de los párrafos, visiones de la energía. Más que hacerte escribir, la bronca te da un surplus energético para hacer cosas. La indignación que me producía la romantización de Montoneros y el chantaje emocional eran una mezcla de musa y de motor, pero en ese momento, en 2006-2007 cuando lo escribía, no sabía que se iba a instalar dentro de un programa tan intenso, no sabía que los ’70 iban a ser el corazón negro del kirchnerismo.

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Cuando escribí Las constelaciones oscuras, me preocupaba el alto kirchnerismo, el avance de una sociedad de vigilancia sobre los individuos. En Mona está el problema de cómo podés ser una persona singular, única, una artista, y estar al mismo tiempo en un sistema de mercado (la literatura) que te asocia a las verdades progresistas.

Una vez me dijiste, entre risas, mientras peleabas una de tus batallas de redes: “¿Quién necesita amigos cuando tiene tantos enemigos?”. Y en los agradecimientos del libro, agredecés a  –cito– “mis camaradas, trolls y enemigos de Twitter Argentina”. ¿Cuál es tu relación con los trolls?

Son mis musas los trolls. No son algo maligno. Me cuesta demonizar. La forma en que funciona la atención y nuestra vida online es tan violentamente pluralista que generó muchísimas resistencias. Me acuerdo de Horacio González hablando de los trolls, le parecía un espanto que cualquiera pudiera participar de la discusión pública, que cualquiera pudiera atacar. Es interesante eso, porque él siempre había estado cercano a los movimientos populares, hay fotos de él con suéters tejidos en las villas. Era una persona muy agradable y reflexiva, pero esto de verlos por escrito, en esta vida nuestra, era intolerable.

Me hacía pensar en Leopoldo Lugones cuando escribe el prólogo de El Payador: “La plebe ultramarina, que a semejanza de los mendigos ingratos nos armaba escándalo en el zaguán, desató contra mí sus cómplices mulatos y sus sectarios mestizos”. Fijate qué interesante que Lugones mencione la raza (mulatos, mestizos), Lugones usa esos adjetivos racistas para marcar la clase: estamos nosotros y está “la ralea mayoritaria”, los inferiores. ¿Y quiénes son los inferiores ahora? La única mezcla biológica que es lícito despreciar para los intelectuales es el subhumano, el humano mezclado con la máquina.

La única mezcla biológica que es lícito despreciar para los intelectuales es el subhumano, el humano mezclado con la máquina.

Los trolls son la indiferenciación: pueden ser robots, el troll center de los K, de Larreta, de Milei, de Marcos Peña, como agitaban, o pueden ser personas que al final del día tienen las mismas reacciones viscerales que las máquinas, porque están diciendo cosas similares. O pueden ser militantes, que a esta altura no funcionan diferente a las máquinas: se les baja una línea, la repiten hasta la náusea. Esa indiferenciación de la respuesta visceral que no sabés si es máquina o persona me interesa, porque es un fenómeno, genera volumen, le habla al algoritmo. Nosotros creemos que estamos hablando entre nosotros, pero el moderador, el que está organizando la conversación, es un algoritmo. Toda la saga del takeover de Twitter de Elon es por el control del algoritmo. Si no hay trolls enojados contra mí, el algoritmo no se entera, y entonces la Argentina no se entera. Yo no discrimino a mis lectores, sean Taiana o un bot.

Yo escribo pero también hago surf, necesito la ola, necesito el mar. No voy a ser quisquillosa con que hay un porcentaje de espuma que está contaminada o con que hay un plástico, no, yo tengo que surfear. El mundo es eso, el mundo es que haya personas equivocadas en Internet, no me enoja, al contrario, tengo un buen termómetro ahí. Es mi momento de singular empatía con Alberto. Pienso: “¿Te duele? Me encanta”, citando su famoso tuit. Tenemos un presidente que fue troll, todavía no se ha reflexionado al respecto.

Como escritora, tenés una figura de autor muy mediática, de mucha exposición y mucha osadía, publicás mucho en redes, pero tu exhibicionismo, me parece, nunca deja ver nada tu vida privada, como una vitrina perfecta sin ninguna ventanita al backstage, ¿es así?

Son géneros. Hay muchos géneros en Twitter, por ejemplo hacer frases con “Marido me dice…”, o “Hijo de 10…”, bueno, no es mi género. Es como hablar con la e, son cosas que yo no hago.

¿Te erotiza la política?

Sí. Creo que está tan llena de contenido erótico que por eso escribí el libro. Por la forma en que funcionan los discursos. No podía parar de ver cómo lo emocional y lo erótico formaban parte del entramado. Tenés un país increíble que está lleno de talento, garra, creatividad, que gana copas y está permanentemente sumido en una crisis inexplicable, barroca. Como si el caos fuera una formación donde solamente hay discurso, discursos que se arrancan unos a otros, que se aplastan y se retuercen entre ellos, porque el problema sigue estando, porque no lo podemos explicar, sigue sin solucionarse. Entonces los mensajes se hiperbarroquizan, como si fuera una maraña, una maleza. Adentro, hay olores de cosas podridas pero también de cosas que son como mandrágoras, que son sexuales, carne en descomposición, vida pura transformándose en otra cosa.

¿Qué pensás de Cristina?

Su show es increíblemente tedioso, hasta como consumo irónico. Es tu gobierno, colocaste los ministros, hasta al Presidente, si tenés tantas ideas sobre cómo solucionar las cosas, ¡hacelas, gansa! Vive en campaña y hace 20 años que está en el poder, es demencial. Me gustó que el otro día, en lo de Duggan, le tirara onda a Maslatón, porque siempre fue un empleado de ellos, y está bien, me gustó su estilo buena onda con los canes de la estancia. También le palmotéo la cabecita a Duggan.

Es tu gobierno, colocaste los ministros, hasta al Presidente, si tenés tantas ideas sobre cómo solucionar las cosas, ¡hacelas, gansa!

Su parte novelesca y pirada me atrae mucho, eso sí, es una mujer fascinante en su permanente construcción discursiva, ella nunca puede parar de narrar, es Scherezade mientras el palacio se prende fuego. Me hubiera gustado que fuera una mina más seria, menos chorra. Aunque nunca la voté, me infundía respeto al principio, y cuando ganó en 2007 no me pareció grave. A veces el menú se pone más dramático. Si fuera un plato en un menú, Milei sería un tartar de pollo en mal estado.

Lo que menos te gusta es Milei, ¿y lo que más te gusta?

No lo puedo decir porque no se pueden decir estas cosas. El periodismo militante existe. Por eso no firmo solicitadas. Si vos tenés una definición pública respecto de algo, se invalida tu punto de vista, y yo lo que tengo para dar es mi punto de vista. A Milei lo veo como una entidad demasiado absurda como para callarme, demasiado psiquiátrico, hablo de él porque me parece sorprendente lo psiquiátrico que está el país para escuchar a un ser así. Es loco que un loco sea el único que pueda decir verdades, cosas tan claras como la presión fiscal. O no, es como un bufón.

Siempre volvés a Buenos Aires, y a medida que pasan los años cada vez más. ¿Por qué?

Porque la amo, porque Buenos Aires vuelve a mí. Barcelona, donde vivo ahora, es una ciudad de introspección. Hay ciudades de exhibición y ciudades de introspección. París, New York, Madrid, son de re exhibición, no viviría ahí, en cambio Buenos Aires, es un lugar donde la introspección se volvió muy difícil para mí. Además, hace mucho que no vivo ahí, viví en Bariloche y en San Francisco. Ahora la siento como un lugar de exhibición donde todo lo que pasa es introspectivo. Cuando vuelvo a España, tengo que recuperarme y trabajar sobre todas las cosas que pensé; mi vida emocional sucede allá.

Igual, yo sigo viviendo en Buenos Aires, vivo en una zona de Barcelona que parece Belgrano, entre Barrancas y Belgrano R, una mezcla de Melián y 11 de septiembre, arquitectura Schoklender la llamo. Ellos vivían a cuatro cuadras de mi casa. Vidrio, mármol, años ’70, una burguesía pujante, moderna, superficies pulidas, eso está acá. No habito en el pasado de Barcelona con su Gaudí y sus modernistas, estoy en Belgrano acá, que por cierto siempre fue una república independiente, separatista. Siempre funcionó como Belgrano Nación.

Cuando escribís, pero también cuando hablás o cuando hacés redes, se siente siempre un vértigo. ¿Cuál es tu relación con el borde, con el límite?

El arte siempre está en el borde. En eso, es como la moda. Yo pensaba en Demna Gvasalia, el de Balenciaga. Él no vendía moda, vendía discurso: hablemos de un tema, te planteo un temita. Fijate que la ropa que hacían era completamente dispensable, eran buzos con su nombre, cosas hechas para ser imitadas, sólo se acercó a lo sublime con los tacos-media que hasta aparecieron en un tema de Cardi-B. Yo me ocupo de que mis escritos no sean únicamente borde, que tengan carne y mente además de filo, pero me encanta el vértigo cuando leo y me encanta cuando escribo. Es cierto, también hay riesgo en caminar el borde, te podés caer, pero si no hay cosas en juego, ¿para qué hacerlo?

¿Y vos a veces te caés?

Bueno, para eso están mis amigos, para decirme ¡ojo!

 

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Victoria Liendo

Doctora en Letras (Universidad de Paris 8 Vincennes-Saint-Denis). Investiga, da clases de literatura y escribe artículos de opinión.

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