JAVIER FURER
Domingo

¿El peronismo es un fascismo?

Intentando una respuesta técnica a una pregunta que está en el aire hace tres cuartos de siglo.

La ciencia política viene debatiendo desde hace tres cuartos de siglo si el peronismo en general, y los primeros gobiernos de Juan Domingo Perón (1946-1955) en particular, pueden ser catalogados como fascistas. En 1980, el profesor Paul Lewis, experto en movimientos políticos e historia de las crisis argentinas, se propuso poner fin a una discusión que, por ese sentimentalismo que aún obstaculiza el análisis racional de los fenómenos políticos argentinos, sigue siendo no sólo difícil sino, incluso, imposible.

Después de dar una definición precisa de lo que implica un movimiento fascista y aplicar esa estructura conceptual a la realidad del peronismo histórico, Lewis llega a su conclusión: el peronismo es un tipo de fascismo. Y dentro de todos los regímenes que pudieran entrar bajo dicha definición, el caso del argentino guarda más íntima similitud con aquel que el autor denomina “fascismo normal”: el italiano. En el ámbito académico, este tipo de afirmaciones parece exponer una suerte de trauma: no sólo los seguidores más fanáticos del movimiento se sienten intimidados y responden exacerbados por la negativa, sino que hasta académicos que no simpatizan con el peronismo se encuentran en una suerte de “sensación incómoda”, que suelen evadir con el tan usado y vacuo “es más complejo”.

Una manera de complejizarlo es decir que Perón ganó elecciones y mantuvo siempre el Congreso abierto, lo que es cierto. Pero Lewis, en su artículo, dice que es falso pensar que un régimen fascista es incompatible con la actividad legislativa de partidos opositores. Los regímenes fascistas tienden a acorralar a los partidos políticos mediante discursos ideológicos maniqueos (pueblo vs. oligarquía, etc.), aprietan a los opositores con diversos grado de violencia y sancionan leyes que otorgan paulatinamente la suma del poder público a la casta ejecutiva. En los ejemplos históricos, es cierto que los regímenes fascistas terminaron por anular la actividad opositora legislativa, pero no lo es menos que existen momentos en los que los fascismos conviven y hasta no promueven explícitamente la aniquilación del adversario.

El fascismo es profundamente ideológico. Se propone infectar con máximas abstractas y sencillas todos los órdenes de la sociedad.

Por otra parte, a diferencia de las dictaduras y los autoritarismos “técnicos”, el fascismo es profundamente ideológico. Se propone infectar con máximas abstractas y sencillas todos los órdenes de la sociedad, en especial el educativo. Lewis también describe otros aspectos sustantivos en los que el peronismo tradicional encaja de maravillas con su definición de fascismo: la tendencia a la democracia corporativa, el desprecio por la categoría de individuo, el culto a la personalidad y el uso de grupos de choque no necesariamente institucionalizados, entre otros.

Ahora bien, el concepto de “fascismo” ha sido banalizado en las últimas décadas. En general se lo usa como insulto y en la discusión política suele presentarse como acusación vaga, emparentada, según el caso, con los conceptos de autoritarismo, racismo o “extrema derecha”. Sin embargo, si queremos dotar al concepto de validez técnica, es decir, que sirva como categoría para definir un tipo de movimiento político, debemos remitirnos a la evidencia histórica. Quizás así sea posible obtener una definición más precisa de lo que significa fascismo.

Lo que quiero decir en este artículo son dos cosas. La primera es que es posible, gracias a dicha evidencia, ofrecer las características necesarias que permiten calificar a un movimiento como parte de la familia de los fascismos. Y la segunda es que, basándome en esas características y actualizando la descripción de Lewis de hace 40 años, se puede decir que el peronismo forma parte de esa familia.

Casi un decálogo

¿Qué significa que un movimiento político puede ser considerado fascista? Si husmeamos detenidamente en los fascismos tradicionales, como el italiano, el alemán y el español (los cuales podríamos llamar arquetípicos, aunque tienen diferencias entre sí), se encuentran estos nueve elementos. Para que un movimiento sea incorporado a la familia de los fascismos debe necesariamente poseerlos todos. El peronismo histórico encaja perfectamente en la definición.

1. Es un movimiento de masas, a las que moviliza con propaganda y ceremonias públicas, es popular. Asimismo, se presenta como revolucionario.

2. Promueve la participación política masiva controlada desde el Estado en la medida en que se encuentre alineada con los postulados del movimiento.

3. Impulsa la organización social en la forma de corporaciones con estructura estrictamente verticalista: sindicales, patronales, religiosas.

4. Presenta en general una ideología utópica: sus variantes han sido socialismo nacional, nacional-socialismo, nacionalismo católico, integrismo. Plantea la “tercera vía” desde el nacionalismo. Desprecia en términos teóricos tanto al capitalismo como a las experiencias comunistas. Se presenta superador de ambas y, a diferencia de lo que suele creerse, no se considera de izquierda o de derecha. Desprecia tanto a los reformistas como a los conservadores.

5. Fomenta el culto a la personalidad del o los líderes. Tiende hacia el autoritarismo, ya que la voz de quien ejerce el liderazgo no puede ser cuestionada. Desprecia la categoría de individuo y la reemplaza por la de un colectivo determinado. Su concepto preferido es el de “pueblo”.

6. Posee un impulso hacia el totalitarismo, el control absoluto del Estado, la prensa y la cultura. Fomenta el adoctrinamiento escolar y en todas las instituciones del Estado. Confunde el partido con la estructura estatal.

7. Ejerce un discurso violento y simplista, de fácil recepción y que suele encontrar chivos expiatorios para explicar problemas complejos. Por eso es populista. Maniqueísmo revanchista. Enemigo interno y externo.

8. Es un movimiento pluriclasista. Es “social”, en el sentido que concibe al estado como un ente protector, que puede otorgar beneficios.

9. Busca, con diversos métodos, el amedrentamiento y la persecución de los opositores. Desde la prisión y las torturas, hasta el cierre de canales de expresión o la demonización pública. Persigue ideológicamente en cada corporación y dentro de la administración publica, valiéndose de toda clase de amenazas, directas e indirectas. Genera la autocensura.

No pretendo hacer una mención de ejemplos durante el período 1946-1955 que funcionan corroborando cada uno de estos puntos. Esto es fácil ya que se encuentran documentados y muchos de ellos en la memoria colectiva. Es un error no llamar dictaduras a los gobiernos peronistas de esa época (error basado en la creencia de que sólo hay dictadura cuando no hay elecciones). En algunos casos el peronismo fue más lejos que algunos de sus pares europeos (cambios de nombres de provincias y ciudades, cooptación de la Corte Suprema, dirigentes opositores presos, obligatoriedad de colocar el cuadro del líder en todo local comercial, incendio de la biblioteca socialista más grande del hemisferio sur, etc.); en otros puntos su radicalización fue menor. Sí pretendo que comprendamos que, como decía Giovanni Sartori en sus clases, la Argentina es el único país en donde el fascismo no fue derrotado.

No porque el peronismo actual sea igual al histórico. El movimiento tuvo sus mutaciones, que le otorgaron particularidad. Muchas de estas ramas o mutaciones no cumplen con todos los puntos mencionados. Sin embargo, la raíz sigue intacta: se oculta de a momentos, aparece más virulenta en ocasiones. Adicionalmente, si ninguno de los fascismos fue idéntico a los otros, ¿por qué entonces el peronismo, por tener elementos propios, estaría fuera de la definición? En su encarnación actual deja traslucir en buena medida dicha raíz. El culto a la personalidad sigue pululando en la Argentina de hoy, la sociedad corporativa está intacta y la persecución ideológica y el adoctrinamiento son moneda corriente.

El hecho de que todos los fascismos fueran atacados por otras fuerzas (en muchos casos utilizando métodos violentos) exime a estos movimientos de su carácter.

Creo que por su carácter popular y por su carácter histórico de “benefactor social” es que existe dificultad en aceptar que el peronismo pertenece a la familia de los fascismos. Sin embargo, más allá de que las condiciones laborales de la Argentina previas a las medidas sociales peronistas no eran peores a las de los países centrales, la justificación es mala: como ejemplo, tanto el fascismo italiano como el franquismo impulsaron políticas sociales como la creación del aguinaldo en sus respectivos países, en 1937 y 1944. Si uno se toma el trabajo de leer los documentos que elaboró el gobierno de la República de Salò (1943-1945) notará el inmenso parecido con los postulados del peronismo setentista y su versión “de izquierda”: basta echar un vistazo al Decreto Legislativo del Duce del 12 de Febrero de 1944, titulado “Socialización de las empresas”. Asimismo basta mencionar la mejora en las condiciones que los obreros alemanes obtuvieron (recordar “Kraft durch Freude”, el programa de vacaciones sociales para los obreros otorgado desde el sindicalismo estatal) una vez que el Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán llegó al poder. Ni el elemento social, ni el hecho de que todos los fascismos fueran atacados por otras fuerzas (en muchos casos utilizando métodos violentos) exime a estos movimientos de su carácter. Lo mismo ocurre con el peronismo.

Una mejor comprensión de lo que significa el término fascismo creo que no sólo ayuda a interpretar lo que ocurre en la política local, sino que también puede ser de utilidad para emplearlo en forma más precisa en política en general, evitando la disolución de su contenido y al mismo tiempo comprendiendo que no a todo autoritarismo, dictadura, populismo o racismo necesariamente debería aplicársele la etiqueta de fascismo. En la Argentina tenemos un movimiento que históricamente nació como un fascismo y su esencia o carácter fundamental no han sido modificados, más allá de sus vertientes. A diferencia de otros países, su continuidad en las diversas formas que ha tomado todavía ejerce poder fuera y dentro del aparato gubernamental.

 

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Marco Gomboso

Sociólogo (Universidad de Buenos Aires) y magíster en Filosofía (Universidad de Groningen). Fue docente de Historia Económica y Social Argentina en la Universidad de Buenos Aires y de Sociología Jurídica en la Universidad del Salvador. En twitter es: @sacravexillum.

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