BERNARDO ERLICH
Domingo

Autopercibidos peronistas

El parque temático 'Perón volvió', organizado por el Grupo Octubre, es un intento de modificar el pasado para reconstruir un paraíso perdido peronista. Ya no se lo cree nadie.

El viernes fui a ver la muestra Perón volvió, un “parque temático peronista” (así se autodenomina) organizado por el Grupo Octubre, empresa multimedios dirigida por Víctor Santa María, secretario general del SUTERH y dirigente del Partido Justicialista. Me interesaba ver de qué manera el peronismo –o, para ser más precisos, un sector del peronismo– se autopercibe. Pero antes quisiera hablar de la autopercepción.

Todos recordamos el video en el que Gabriela Cerruti le explicaba a la ministra de Igualdad de España, Irene Montero, que esas piedras que estaban ahí en la Plaza de Mayo “las había puesto la derecha”, un video que irritó, razonablemente, a mucha gente. Tal vez lo que más molestó fue el tono displicente, que sugería la idea de alguien que le estaba quitando valor al acto de homenajear a los muertos por el covid. Si hubiera dicho, con el mismo tono, “esas piedras las puso un grupo organizado de familiares de muertos por el covid”, posiblemente la irritación generada no hubiera sido muy distinta. La mención a “la derecha” habilitó, sin embargo, a que las críticas al comentario estuvieran justificadas. Tanto es así que la propia vocera se vio obligada a pedir disculpas, más allá de que lo haya hecho de una forma desafortunada, permitiendo la sospecha de que no estaba sinceramente arrepentida de su frase.

Me interesaba ver de qué manera el peronismo –o, para ser más precisos, un sector del peronismo– se autopercibe.

¿Por qué lo que más se resaltó fue la mención a “la derecha”? Veamos en qué consistió su pedido de disculpas. El primer tweet era correcto: pedía perdón y reconocía que sus palabras podían haber molestado a los familiares. El siguiente, aunque comenzaba admitiendo un error propio, invertía luego la carga de la responsabilidad adjudicando la causa del malestar a un supuesto uso político del dolor que “hicieron y siguen haciendo algunos sectores”. La frase final también fue muy desafortunada, porque sostenía implícitamente que la angustia de los familiares muertos no es más importante que la que sufrió toda la sociedad en su conjunto, al mismo tiempo que sugería que ya es tiempo de dejarlo atrás.

Volvamos a la frase en la que en forma indefinida encuentra un culpable: “algunos sectores”. No es muy difícil adivinar que se refiere, sin nombrarlos, a la oposición política y a una parte del periodismo crítico con el Gobierno. De alguna manera, en ese segundo tweet, lejos de estar admitiendo un error en las palabras que usó ante la ministra española, lo que hace es confirmar que la culpa es de “la derecha”. Cuando el kirchnerismo (aunque también la izquierda) se refiere a “la derecha”, no busca sólo un efecto descriptivo, sino que está presente una connotación peyorativa.

Podríamos criticar la pertinencia de las categorías de derecha e izquierda manifestadas de forma tan esquemática, pero la verdad es que es entendible que las sigan usando, como lo hacemos casi todos cuando hablamos de política, aun los que creemos que son clasificaciones antiguas, muy imprecisas y ya poco útiles. ¿Acaso los dirigentes y simpatizantes de Juntos por el Cambio no se refieren a “la izquierda” para definir críticamente algunas acciones o posiciones políticas? La gran diferencia es que los que son señalados como “de izquierda” (o su gran mayoría, al menos) se autoperciben de izquierda, mientras que muchos de los que son acusados como “de derecha” no se sienten cómodos con esa denominación.

Sobre esta cuestión, hay un artículo brillante de Quintín, en esta misma revista. Lo que Quintín sostiene y fundamenta es que no corresponde aplicar a otro una etiqueta política sin que el otro esté de acuerdo con esa etiqueta. Yendo muy a fondo en el asunto, termina diciendo que se trata de una forma de delación. Yo creo que es en ese sentido en el que las palabras de Cerruti –y ya no sólo el tono– sonaron tan ofensivas. Puede parecer una cuestión menor, pero no lo es; y menos si se trata de quien es responsable de ser la voz de la comunicación pública del Gobierno. Es curioso que una fuerza política que hace alarde, en otras cuestiones, de la idea de respetar la autopercepción de las personas, no pueda darse cuenta de lo que implica el uso de ciertas palabras para calificar a los demás.

Sin Galimberti ni López Rega

Con estas ideas dándome vueltas fui a ver la muestra Perón volvió. El movimiento político que sigue dominando parte importante de la vida política argentina –para bien o para mal– ha buscado todo el tiempo un anclaje en sus mitos constitutivos. A veces sospecho que la historia del peronismo es tan compleja y contradictoria que los dirigentes que se definen dentro de esa pertenencia política necesitan una revisión permanente del pasado. De esa forma pueden fijar, en cada etapa del peronismo y según los contextos, una filiación que los justifique ideológicamente. No es sólo la nostalgia por un supuesto paraíso perdido sino la necesidad de marcar límites lo más precisos posibles en cuanto a un linaje peronista para construir una agenda para el presente. A pesar de que esta muestra se presenta como un recorrido a través de las tres etapas históricas según el relato peronista clásico –“génesis” (primeros dos gobiernos de Perón), “éxodo” (el exilio de Perón y la resistencia) y “retorno” (el último gobierno)– el eje está puesto en la llegada en avión a Ezeiza el 17 de noviembre de 1972, recordado por sus simpatizantes como el Día de la Militancia.

Cuando uno ingresa a la muestra lo primero que aparece es una recreación en tamaño real de los protagonistas de la famosa foto de Perón bajando del avión y saludando a la gente, protegido de la lluvia por el paraguas del entonces secretario general de la CGT José Ignacio Rucci. Lo interesante es que esa recreación recorta a algunos participantes de la foto. Los que sí están, en un lugar destacado, son Perón y Rucci. Hacia la izquierda aparece Jorge Osinde, militar de confianza de Perón especializado en seguridad, a quien al año siguiente algunos sectores de la izquierda peronista acusaron de haber sido el principal responsable de la masacre de Ezeiza.

El que no aparece es López Rega, aunque en la foto original sí se lo identifica con claridad. También recortan a Galimberti, que estaba en representación de Montoneros.

El que no aparece, tal vez porque es una cara más conocida que la de Osinde y un personaje histórico que nadie quiere reivindicar ni justificar, es José López Rega, aunque en la foto original sí se lo identifica con claridad. También recortan a Rodolfo Galimberti, que estaba en representación de Montoneros. Un poco más lejos hacia la izquierda están Héctor J. Cámpora e Isabel, y a la derecha Juan Manuel Abal Medina, en ese momento una de las personas de más confianza de Perón a pesar de sus 27 años. Abal Medina funcionaba de enlace entre sectores del ejército, el sindicalismo, la derecha peronista y Montoneros, aunque algunas simplificaciones históricas lo asocian equivocadamente sólo con estos últimos, por ser el hermano de uno de los fundadores de la organización, Fernando Abal Medina, el que disparó el arma que asesinó a Aramburu y había muerto en un enfrentamiento con la policía dos años antes.

Obviamente, toda manifestación que quiera dar una versión de la historia está habilitada a hacer un recorte. No sólo porque es imposible contar todo, sino porque en ese recorte estará implícita una mirada ideológica, lo que es totalmente aceptable. No se trata acá de juzgar moralmente el recorte, ni siquiera de una foto en la que se eliminan personajes, sino de analizar qué puede estar sugiriendo esa sustracción. La primera conclusión es que la muestra quiere dar una imagen del peronismo pasteurizada, en la que siempre es víctima de la violencia y nunca responsable. No se trata de algo nuevo; la propia vicepresidenta ha recurrido a esa fórmula, sobre todo a partir del atentado que sufrió.

Otra cosa llamativa es que, más allá del propio Perón y de la inevitable Eva Perón, el único dirigente destacado y homenajeado en la muestra es José Ignacio Rucci. Tiene sentido, porque es el coprotagonista fundamental de la foto de esa mañana lluviosa en Ezeiza. Por otro lado, es de alguna manera coherente que Santa María, siendo sindicalista –además de empresario de medios, productor cultural, hasta hace poco presidente del PJ Capital, creador de una universidad, presidente del Sportivo Barracas, candidato recurrente a presidente de Boca y parlamentario del Parlasur– sienta identificación con la figura de Rucci. Lo que sí es significativo es que no se mencione cómo fue asesinado pocos meses después de esa foto.

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En realidad, en todo el recorrido de la muestra, la violencia política de los ’70, de la que las distintas facciones del peronismo (incluyendo al propio Perón) fueron responsables directos, está totalmente ausente. En las imágenes de archivo que se muestran en las paredes de las salas se incluyen las fervorosas manifestaciones de esa década, pero en ningún caso se incluyen banderas de Montoneros. Y como ya se dijo, la figura de Galimberti fue eliminada de la recreación de la foto que recibe a los asistentes. Es evidente que, a pesar de los años pasados, al peronismo le siguen resultando incómodas demasiadas muertes. Esta muestra es un síntoma más de la necesidad de construirse una historia para sí mismos que los redima de responsabilidades y de ciertos crímenes.

El paraíso perdido

Había algo, hasta ahora, que los salvaba: una memoria compartida de la militancia que recordaba épocas felices. En ese sentido, tal vez el 17 de noviembre de 1972 signifique ese último momento de felicidad compartido. Para algunos, fue también el 25 de mayo de 1973, la asunción de Cámpora, pero es una fecha reivindicada especialmente por la izquierda peronista, lo que deja afuera a toda otra parte de la militancia. Pero esa memoria construida de felicidad mítica ya está debilitada, ya no tiene el peso político y electoral que alguna vez tuvo. Sólo queda la épica hueca de La Cámpora y los intentos ya inútiles de reconstruir una imagen de un peronismo pacífico, conciliador y democrático a partir de la imagen del último Perón.

A veces creo que hubo en el Perón del retorno una voluntad sincera por construir un liderazgo pacificador. De hecho, la muestra da algunos indicios certeros en ese sentido. Pero la verdad es que su sinuosidad política, sumada al fracaso para liderar un camino de pacificación, no permite que veamos en ese Perón una referencia histórica para reconstruir un camino viable para el peronismo, cuando el sentido común de la sociedad argentina quiere paz y progreso y no épica y agitación.

Yo leo en ese sentido las palabras de Cristina en su último discurso en La Plata. Veo por un lado una búsqueda de construir la memoria de un nuevo paraíso perdido, pero que se sitúa ahora en el período entre 2003-2015, y a partir de ahí reformular un posible futuro político. Pero al mismo tiempo, y casi en sentido contrario, la necesidad, un poco desesperada y no muy creíble, de ampliar el horizonte de afinidades, construyendo un discurso que apunte a “todos los argentinos”, más allá de los sectores adictos. De alguna manera, emulando varios de los discursos del último Perón.

Tengo la sensación de que ninguna de las dos cosas les van a alcanzar. Pero también eso dependerá de lo que haga y ofrezca la oposición.

 

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Juan Villegas

Director de cine y crítico. Forma parte del consejo de dirección de Revista de Cine. Publicó tres libros: Humor y melancolía, sobre Peter Bogdanovich (junto a Hernán Schell), Una estética del pudor, sobre Raúl Berón, y Diario de la grieta.

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