Este 9 de julio la Argentina salió a la calle con angustia. El homenaje por la Declaración de la Independencia Nacional reflejó a una sociedad exhausta, pero con una conciencia generalizada de que se ha llegado a una situación límite que requiere reacción ante el cuadro económico y social alarmante. También la sociedad se ha dado cuenta de que se está ante una crisis de incapacidad de gestión de la coalición gobernante. Sus luchas internas paralizan el gobierno y dejan de rehén a la sociedad, que cada día está siendo arrastrada a una miseria aún más profunda.
Sobran razones de malestar ante un mal gobierno que profundiza la pobreza, ahoga al sector productivo y daña el trabajo. Se dispara la inflación. La inseguridad se adueña de la calle. Y, pese a estas señales de gravedad, sectores de la política parecen preferir mirar para otro lado. El abismo entre las necesidades de la sociedad y la respuesta de la política no puede ser mayor, y refleja que los aparatos políticos dan prioridad a intereses sectoriales en perjuicio de los derechos colectivos. Así, la sociedad pareciera no encontrar en la política actual propuestas responsables ni la lucidez necesaria para hacer frente a los problemas que nos aquejan.
Como agregado, parte de la política procura conservar privilegios y prerrogativas, en lugar de trabajar colectivamente por el bien común y el interés general. El uso abusivo de los planes asistenciales es un ejemplo, como lo son el ejercicio de poder de las fuerzas extorsivas de choque que dirigen a los movimientos sociales y caravanas de supuestos manifestantes. Familias enteras son arrastradas sin mayor contemplación.
A los CEO de la pobreza sólo parece interesarles administrar más pobreza.
Esa militancia se alimenta y lucra, sin ningún disimulo, de las diversas caras de la pobreza, la degradación social y la corrupción. Cobran un porcentaje de los planes sociales, se aprovechan de las necesidades de vida de los más vulnerables y revela arreglos espurios que resultan repugnantes. Convierten un beneficio social en un negocio para militantes. El comportamiento de ciertos líderes piqueteros es una muestra lamentable de excesos que requiere del accionar de la justicia. A los CEO de la pobreza sólo parece interesarles administrar más pobreza. Tienen una relación parasitaria con quienes son arrastrados a una condición de dependencia estructural. Es nuestro trabajo quebrar esa inercia, porque el control de los planes sociales también condiciona y afecta la libertad del voto y, en definitiva, desnaturalizan el objetivo y el carácter de una asistencia gubernamental y toma de rehén a la democracia.
Tampoco es tolerable vivir en una atmósfera política y social cargada de un nerviosismo continuo. La mentira, la mala fe y la falacia parecen estar ganando el debate político diario. El gobierno desarrolla una tergiversación sistemática de hechos que desgata la democracia y lastima las instituciones, tiende a reducir o afectar la independencia de poderes consagrados en la Constitución Nacional y aumenta el riesgo que actitudes populistas puedan tener inclinaciones autoritarias. Sería imperdonable que el miedo se instale en la vida política.
Sin brújula
Los violentos surgen al amparo de señales desafortunadas de líderes de la coalición oficialista. Los niveles de intolerancia han crecido y se debe ser inflexible ante situaciones violentas, aunque sean verbales. Tampoco se puede contemporizar con los que violentan el orden público, atemorizan y amenazan a empresas y ciudadanos, ni ser concesivos con las autoridades nacionales que crean un confuso clima de crispación y revanchismo. Las dos cabezas principales de la coalición oficialista parecen haber perdido la brújula de la convivencia democrática civilizada y alientan, con mala praxis de gestión, el malestar social. En ese marco, las diferencias entre la agenda política y las necesidades de la gente se agigantan.
Las dos cabezas principales de la coalición oficialista parecen haber perdido la brújula de la convivencia democrática civilizada.
Seguir agrandando el clientelismo y otras maniobras de coacción social que genera el populismo puede tener efectos explosivos de descrédito de la política que es necesario evitar. Las graves consecuencias económicas y sociales ya están a la vista, estando a un paso del famoso “que se vayan todos”.
Por eso es imperioso volver a la estabilidad social, la prosperidad y el desarrollo económico, con un programa amplio de reformas profundas. La política debería acercarse al libre mercado, al mundo de las empresas, la inversión, el estudio y el trabajo, para dejar atrás la era marcada por el proteccionismo, la economía informal, los subsidios y la corrupción. No es aceptable que en la Argentina de hoy haya más gente trabajando de manera informal que de manera regulada. Tampoco que se siga con la práctica de la última década en la que por cada empleo que se perdió en el sector privado se crearon tres en el Estado.
Es hora de recuperar el entusiasmo de la sociedad, cambiar el statu quo, promover una agenda de concordia y recomponer la confianza en la política. También de reconocer que las soluciones políticas y económicas exitosas pasan por decisiones que siguen los estándares de buen gobierno y practicas responsables de convivencia política. Argentina necesita más democracia, más libertad y desterrar el malestar que genera la desesperanza.
Este 9 de Julio nos recuerda que nuestra independencia es importante, y que es el momento de detener la degradación de las instituciones y ponernos todos en marcha en defensa de los valores consagrados en la Constitución Nacional, fortalecer las libertades individuales, asegurar la igualdad ante la ley y el bienestar y prosperidad de todos los argentinos. Basta de frustraciones.
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