Domingo

Milei en su Champions League

¿A quién le habla el presidente cuando da discursos fuera del país?

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El presidente Milei habló el jueves en el Foro de Davos, una de sus audiencias favoritas, porque le gusta cantarles la cuarenta a la casta global, y dio su discurso habitual para el extranjero, que es distinto (más ambicioso, más global) que su discurso habitual de cabotaje. Habló durante una media hora que se pareció mucho a una vuelta olímpica: si el año pasado, en el mismo lugar, le había dicho a la vieja élite que sus días estaban contados, ahora, envalentonado por la asunción de Trump en Estados Unidos, quiso anunciarle la llegada del nuevo mundo, al que los hombres de Davos, siguiendo su tradición de décadas, probablemente se adaptarán: fueron ambientalistas, tecnócratas o woke cuando les tocó serlo; serán libertarios, desreguladores o anti-woke si el momento se los reclama.

Milei dijo algunas cosas interesantes sobre la crisis del modelo de Davos, que merece un chas chas en la colita, es admirable que sienta que puede hablar de igual a igual con cualquiera (que merece estar ahí) y me gusta cuando insiste con que la humanidad nunca vivió mejor que en estos 200 años de capitalismo. Pero el segmento más comentado en las tribunas locales, con toda lógica, fue este:

Hace pocas semanas fue noticia en todo el mundo el caso de dos americanos homosexuales que, enarbolando la bandera de la diversidad sexual, fueron condenados a cien años de prisión por abusar y filmar a sus hijos adoptivos durante más de dos años. Quiero ser claro que cuando digo abusos no es un eufemismo, porque en sus versiones más extremas la ideología de género constituye lisa y llanamente abuso infantil. Son pedófilos, por lo tanto, quiero saber quién avala esos comportamientos.

Este párrafo es muy malo. Para empezar, porque usa un caso particular aberrante para englobar la conducta de millones de personas, una trampa argumentativa que es de roja directa; pero también porque asume para sí el lenguaje de las teorías conspirativas más disparatadas de Estados Unidos, como la de Q-Anon, según la cual el mundo está dominado por una secta pedófila que trafica niños y quiere destruir a Trump. ¿Quién le suministra este lenguaje? Cuando dice “son pedófilos”, ¿de quién está hablando? La respuesta a esta pregunta es importante porque un argumento que venía dando el mileísmo en estos meses era que ni Milei ni su partido tienen nada contra las personas LGBT sino que su bronca y su activismo están apuntados contra el “lobby” LGBT, que ha penetrado en el Estado, en las empresas y en todo tipo de organizaciones. Párrafos como este hacen muy difusa esa distinción: si la pareja homosexual que abusó de sus hijos puede ser extrapolable a todas las parejas homosexuales o a sugerir que todos los gays son activistas de un lobby, entonces se hace difícil defender, como intentó hacerlo esta semana el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, que al libertarianismo no le importa lo que hagas con tu culo.

Señalar esto es defender a las mujeres, como vienen diciendo, pagando un alto precio frente a las turbas woke, la escritora J.K. Rowling y muchas otras feministas.

Algo parecido pasa en otro momento del discurso. Milei hace bien en destacar algo que es de sentido común: es injusto para las atletas mujeres competir con rivales que hasta hace cinco minutos habían sido varones y es perverso permitirles a condenados por delitos violentos, incluidos los violadores, autopercibirse como mujeres y ser trasladados (¿trasladadas?) a cárceles de mujeres para insistir en el abuso. Señalar esto es defender a las mujeres, como vienen diciendo, pagando un alto precio frente a las turbas woke, la escritora J.K. Rowling y muchas otras feministas. Y está bien que ya no sea tabú poder decirlo. Pero Milei arruina el momento cuando agrega que quieren “imponernos que las mujeres son hombres y los hombres son mujeres sólo si así se autoperciben”. Es ciertamente un debate válido decidir cómo debe el Estado reaccionar frente a un cambio de género (Argentina es uno de los países donde es más fácil hacerlo), pero Milei otra vez parece olvidar a las personas que genuinamente no se sienten cómodas en el género asociado a su sexo biológico y sólo se enfoca en la ortodoxia militante woke, que en nombre de quien sabe qué objetivos busca eliminar todo rastro de la biología. Si el objetivo es meterse no con las personas sino con los activistas, Milei debería apuntar con mejor precisión.

O quizás el objetivo no sea ése y lo que pasa es que el presidente se mete en debates para los que está menos preparado que para hablar de la reducción de la inflación. El Milei internacional toma una agenda que es en parte prestada, sobre debates importantes que llevan años en Estados Unidos y Europa pero que en Argentina han pasado más bien de costado. De hecho, después de su discurso los sitios de noticias empezaron a publicar notas para explicar qué quiere decir “woke”, asumiendo, quizás correctamente, que sus lectores no tenían ni idea. (Mi favorita fue la de Chequeado, donde dicen que el “wokismo” es poco más que un invento de la ultraderecha para seguir oprimiendo a las minorías.) Para el Milei de cabotaje, el origen de todos los males son, en el corto plazo, los 20 años de kirchnerismo y, en el largo plazo, los cien años de corporativismo. En esto la emboca bastante. Pero salvo las cuestiones de género la influencia del wokismo en nuestro país, donde ni las tensiones raciales ni la inmigración ni el cambio climático generan grandes debates, ha sido baja, a pesar de los intentos de la gestión de Alberto Fernández por incrementarla.

Un club guerrero

En sus giras internacionales, Milei se presenta como miembro de un club renovador de la política con ambiciones globales, que está salvando al mundo de la parálisis y la mendacidad dominantes, y por eso amplía su discurso a estos temas. El jueves habló de inmigración, por ejemplo, creo que por primera vez, una discusión inexistente (por suerte) en el plano local: mencionó a “hordas” de inmigrantes que “abusan, violan o matan” a ciudadanos europeos, lo cual es una exageración pero, además, una preocupación ajena. En el propio discurso reconoce que el liberalismo debe ser pro-inmigración (por la “libre circulación de bienes y personas”), pero cae en la caricatura posterior sólo para protestar contra el progresismo wokista, sobre todo de Europa, que (esto es cierto) califica de xenófobo o racista a cualquiera que ose decir que una parte de la sociedad está preocupada por la inmigración. ¿Por quién habla entonces Milei? ¿A quién le habla?

No a nosotros, los argentinos. Nosotros en esto somos el fútbol del Chiqui Tapia. Milei en Davos siente que está jugando la Champions League de la política. Su tribuna es otra, su hinchada es otra. Igual creo que lo hace genuinamente, no por cálculo político, sino porque siente que es parte de su misión. Se siente parte de una revolución global, y quizás lo sea. Es indudable el efecto que tiene Milei cuando viaja a otros países. Es una figura popular y demandada por los medios y la política. Y también es, después de Menem, el presidente argentino más acompañado por una ola de cambios en la política global. Así como Menem surfeó la ola del Consenso de Washington y el triunfo de la democracia capitalista sobre el modelo soviético, Milei está surfeando la ola de la crisis tecnocrática-progresista y el repudio a la ortodoxia woke. Lo acompañan Trump, por supuesto, pero también Meloni, Bukele y Orban, a quien tristemente mencionó el otro día como parte de su club de amigos. Digo tristemente porque Milei venía apoyando sin dudas a la Ucrania de Zelensky, que lo condecoró y le agradeció, pero Orban, además de defensor de la “democracia iliberal” (?), es el mayor enemigo de Zelensky e intermediario de Vladimir Putin en Europa.

Pertenecer a este club tiene su mérito y quizás (nadie sabe) incluso traiga beneficios para la Argentina. Los que dicen que Milei erró el vizcachazo con su discurso porque debería haber ido a “buscar inversiones” y no a proponer una cruzada moral están equivocados. Las inversiones también se consiguen así, subiéndose a la ola ganadora, siendo una persona de interés global. Pero todas las olas pierden fuerza con el tiempo y hay que transformarlas en otras cosa. Además, la ideología de este grupo de amigos es una jarra loca de ideas confusas y a veces contradictorias, unidas por el rechazo al statu quo, al wokismo y, en algunos casos, al propio orden liberal. Esto se ve ya en el propio gobierno de Trump, que cobija un ala MAGA, más conservadora y nacionalista, y un ala tecno-futurista encarnada por la relevancia de Elon Musk. Estas alas ya tuvieron su primer choque, sobre las visas de trabajo H1B, hace unos días, de la que resultó ganadora el ala tecno-futurista. Y el propio Milei debió hacer convivir hasta hace un tiempo su ala libertaria, encarnada por él mismo, con otra más nacionalista y tradicionalista, liderada por Victoria Villarruel. Esa disputa parece por ahora haber sido saldada. Lo que quiero decir es que este grupo de guerreros anti-woke, como en otras épocas los guerreros anti-capitalistas, que juntaban a personajes que tenían poco que ver entre sí, tienen más claro lo que detestan (el diagnóstico) que su visión sobre el futuro. Como tantas otras veces, tenemos algo claro qué se termina (y nunca se terminará del todo: las cosas cambian menos de lo que parece) pero menos claro qué es lo que se viene.

Lo curioso es que en la economía Milei está llevando a la Argentina hacia el lugar de donde al menos una parte del mundo se quiere escapar: la ortodoxia económica neoliberal.

Lo curioso es que en la economía Milei está llevando a la Argentina hacia el lugar de donde al menos una parte del mundo se quiere escapar: la ortodoxia económica neoliberal. Toda la paciencia zen de Toto Caputo y Santiago Bausili, sin alardes ni grandes pronunciamientos, consiste en acercar cada día a la economía argentina al modelo sin épica de la macroeconomía global de los últimos 30 años: inflación baja, tipo de cambio libre, Banco Central independiente, aranceles bajos, inversión privada. Es lo que pidió y obtuvo Davos desde la caída del socialismo real. Ahora va Milei a levantarles el dedito y en parte tiene razón, pero su sueño económico es el sueño de los fundadores del neoliberalismo (Reagan, Thatcher), no el de los contemporáneos que quieren derribarlo por derecha. 

Cierro con esto: la desprolijidad de los embates presidenciales contra la locura woke tiene otro efecto negativo, que es quitarnos a quienes la venimos criticando desde hace tiempo el poder del sentido común. El wokismo es rígido y va en contra de cualquier intuición natural sobre igualdad o libertad. No pasa el test de la realidad. Es más una religión que un conjunto de ideas. Sólo había que mostrar que estaba desnudo, y en los últimos años se vio que estaba desnudo. En abril del año pasado mostré un par de ejemplos de su decadencia y en la edición de hoy Paul Graham dice que su pico fue en 2020 o 2021. Por eso no hay que pasarse. El wokismo, un movimiento anti-liberal, no debería ser reemplazado por otro movimiento anti-liberal. Y a los discursos internacionales de Milei, encendidos, nostálgicos, les está faltando la solución liberal al problema woke.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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