ZIPERARTE
Domingo

Bailando sobre el volcán

La audacia (positiva) y el tribalismo (negativo) del presidente Milei.

El viernes a la noche el presidente Milei publicó desde Roma un largo tuit titulado “Cambio de reglas”, donde explicaba la situación de su gobierno después de una semana alborotada y horas antes de cumplir dos meses al frente del gobierno. El texto me pareció interesante porque mostraba varias de sus virtudes como político, pero también algunos de sus defectos. Para empezar, creo que es una excelente pieza de comunicación: está bien escrito, tiene potencia y sus ideas quedan absolutamente claras. En el primer párrafo Milei explica, quizás mejor que nunca antes, cuál cree que es su mandato electoral y las tres prioridades centrales de su gobierno (“la inflación, la inseguridad y los privilegios de los políticos”). Y después reafirma con energía y nitidez la dirección de su gobierno: “Venimos a cambiar este país. Con la misma convicción que tenían nuestros Héroes de Mayo, venimos a defender La Causa de la Libertad”. También dedica un par de párrafos a exponer, por fuera de los códigos de la política tradicional, aunque sin dar nombres, el toma y daca (votos a cambio de fondos) que le propusieron algunos gobernadores, especialmente los peronistas, cuyo súbito cambió de opinión fue la causa principal del fracaso de la ley ómnibus. Para cualquier seguidor del presidente es un texto que no sólo consuela, después de una semana de derrotas y despidos, sino que también entusiasma y ayuda a mantener la mística.

También, sin embargo, Milei insiste en su carta en descartar la persuasión y redoblar las acusaciones contra quienes no piensan como él. Esto me parece un riesgo táctico y una característica negativa de su gestión hasta ahora. Milei cree que no hay razones legítimas para estar en desacuerdo con él o con sus proyectos: que todas las opiniones disidentes son espurias, motivadas por intereses o negocios ocultos. Esto puede ser cierto en algunos casos (probablemente lo es), pero no en todos, y esta actitud lo perjudica a la hora de anotarse porotos en el Congreso y, además, replica una costumbre desagradable de Cristina Kirchner, quien tampoco reconocía legitimidad alguna en quienes se le oponían. En lugar de intentar convencer a los diputados indecisos y ampliar su base de sustentación, los conmina a cambiar de opinión: “Tendrán que elegir de qué lado están”. ¿Hasta cuándo puede funcionar esta estrategia? Cristina terminó su segundo mandato en guerra contra la oposición, contra la Justicia, contra los medios, contra los sindicatos y contra la mitad del peronismo. Y no le sirvió de nada. Achicó su atractivo, terminó cebada por un grupo de fanáticos y con un viejo enemigo, Daniel Scioli, como candidato a presidente. El otro día un clip de Rodrigo de Loredo circuló mucho por sus lágrimas en la puerta del Congreso, pero a mí me quedó grabado otro momento: “Nosotros somos reformistas”, dijo De Loredo, casi suplicando que su bloque (o al menos una parte) fuera considerado como parte de los que quieren el cambio. La tajante generalización del presidente, replicada con agresividad por sus militantes y por la propia comunicación presidencial, los empuja hacia afuera, a pesar de que puede llegar a necesitarlos.

La tajante generalización del presidente, replicada con agresividad por sus militantes y por la propia comunicación presidencial, los empuja hacia afuera.

Hay algo discordante, sin embargo, entre la importancia que le da Milei a la ley ómnibus en su tuit (“en ese proyecto de ley está reflejado nuestro proyecto de país”) con su decisión de archivarla por tiempo indefinido. También Toto Caputo se refirió con indiferencia el miércoles a la derrota legislativa, diciendo que no afectaba demasiado sus planes. Las explicaciones de estas actitudes diferentes (rabia contra quienes lo traicionaron e impasibilidad ante el traspié) son, creo, dos. Por un lado Milei quiere save face, como dirían los gringos: decir que la derrota no importa para salvar la cara y olvidar rápido el episodio. Por otro, más profundo, creo que Milei y Caputo saben que al final el proyecto de ley, especialmente en su versión final, diluido y amputado tras largas rondas de mejoras y concesiones, no era tan importante para su objetivo principal, explícito en el tuit del viernes: estabilizar la economía, bajar la inflación. Si así fuera, me parecería algo positivo, porque en las últimas semanas pareció que el Gobierno había quedado distraído de esta misión fundamental, arrastrado por el ojo-por-ojo de los gobernadores, que pedían pero no entregaban, y enredado en discusiones sobre otros temas que pueden ser importantes pero seguramente menos urgentes que conseguir el equilibrio fiscal y bajar la inflación.

El miércoles, en su entrevista con Luis Majul, Caputo dijo algo muy interesante: dijo que los gobernadores habían negociado creyendo que tenían más poder del que verdaderamente tenían, acostumbrados a la dinámica de los últimos 20 años (esto lo digo yo) en los que el peso del ajuste lo ha llevado siempre la Nación, especialmente desde 2016, cuando el gobierno de Macri obedeció el fallo de la Corte Suprema para devolverles a las provincias los fondos que Cristina les había encanutado entre 2009 y 2015. Desde entonces, las provincias, que habían duplicado su planta de empleados desde la crisis de 2001, rondaron el superávit primario, mientras la Nación se desangraba ocupando roles (como subsidiar el transporte local o construir viviendas) que corresponden naturalmente a los distritos subnacionales. Con la llegada de Milei, muchos gobernadores, de ambas coaliciones, pensaron que podían seguir exprimiendo la naranja de la Nación a cambio de hipotéticos votos en el Congreso: eludir su propio ajuste para que la carga más pesada, medida en pesos y en costo político, siguiera recayendo en el gobierno nacional. Lo explicó bien Hernán Lacunza hace un par de semanas: con sus crecientes demandas al Tesoro nacional, los gobernadores “vuelven a sus barrios aplaudidos por cordobeses, formoseños, porteños, fueguinos y neuquinos [pero] con más inflación”.

Con la llegada de Milei, muchos gobernadores, de ambas coaliciones, pensaron que podían ser exprimiendo la naranja de la Nación a cambio de hipotéticos votos en el Congreso.

Cuando digo esto muchos me responden que los gobernadores tienen derecho a cuidar su propio boliche, pero creo que en estos dos meses les ha faltado grandeza (no a todos), porque la Argentina también es su boliche y a nadie le debería interesar tener una provincia superavitaria en un país estallado. La novedad esta vez es que el presidente y su ministro de Economía están mostrando dureza y audacia: la eliminación de los subsidios a la SUBE en decenas de ciudades de todo el país parece otro episodio en este minué, una nueva carta en una negociación que los gobernadores supusieron sencilla, contra un presidente débil y necesitado, pero les está resultando mucho más complicada, en parte por la audacia de Milei y en parte por el único regalo que le dejó Sergio Massa: la eliminación de Ganancias para los empleados de sueldos altos, cuya derogación las provincias necesitan como el maná pero todavía no se atreven a pedir explícitamente. Mientras Milei y Caputo todavía tengan el as de Ganancias en su manga, los gobernadores van a jugar en desventaja.

¿Qué tiene que hacer el PRO?

A pesar de todo esto, empieza a dar la sensación de que el primer esquema político del Gobierno (ir al choque y que me acompañen los buenos) se está quedando sin nafta, en parte por sus fracasos parlamentarios y en parte por la inexperiencia (otros hablan de incompetencia) de La Libertad Avanza como fuerza política. Aunque el tuit del presidente es útil para refrescar y vigorizar su relación con quienes lo votaron, el ejercicio de gobierno requiere otro tipo de habilidades y conocimientos. Me irrita el tonito de “bienvenido Milei a la política” que usan los columnistas ante cada tropiezo del Gobierno frente a la política profesional, y me asombra (esto lo digo con envidia) la resistencia de Milei a entregarse al juego que le proponen los profesionales. Otros ya habrían firmado la paz. Aun así, parece haber espacio entre esta convicción saludable y esta improvisación constante: una mejora de la eficacia política del Gobierno que no le haga perder nitidez ni audacia. En este escenario, más o menos compartido por el sistema, empezó a circular en la última semana la idea de incorporar al PRO al ecosistema político del oficialismo, ya sea formando un interbloque en el Congreso o sumando figuras al Gabinete. El presidente parece estar dispuesto. Yo lo veo como un camino todavía con muchas espinas para el PRO, que debería ser recorrido con extremo cuidado. No por el riesgo de quedar “pegado” (una palabra de la política profesional) a un gobierno que eventualmente fracase: esos son riesgos que hay que tomar cuando uno busca defender sus ideas, y el PRO viene apoyando proyectos del Gobierno por convicción, sin pedir nada a cambio ni especulando con futuras designaciones. Me parece un camino con espinas por varios motivos, pero voy a señalar dos.

El primero es que el PRO todavía está en una etapa de reconstrucción y sanación de heridas, después de los cuatro años del gobierno de Macri (en los que el partido, ocupado en diversas gestiones, quedó descuidado) y los últimos cuatro años de liderazgo formal de Patricia Bullrich y competencia directa de Horacio Rodríguez Larreta. En pocas semanas se elegirán nuevas autoridades, probablemente con Mauricio Macri al frente de una lista de unidad, un proceso que debería servir para resetear el partido, recuperar algo de la identidad perdida y abrirle el paso a una nueva generación de dirigentes. Iniciar en este momento, con este proceso recién iniciado, una alianza de co-gobierno con una fuerza nueva, podría ser un poco apresurado.

El segundo motivo tiene que ver con la inestabilidad de LLA como fuerza política y la composición ecléctica del equipo de gobierno. Del gobierno de Milei también participan otros sectores, algunos cercanos al peronismo, que vienen mostrado antipatía a un acercamiento con el PRO. Dos figuras centrales del gabinete, como el ministro del Interior, Guillermo Francos, y el jefe de Gabinete, Nicolás Posse, han sido en general reacios a incorporar figuras vinculadas al macrismo. ¿Debería el PRO sumarse a un gobierno donde no sabe si es bienvenido o donde, como mínimo, debería competir con otros para lograr imponer su visión? En esas condiciones, la respuesta que yo daría es que no. Pero las condiciones pueden cambiar, y en la Argentina cambian siempre más rápido de lo que uno cree.

 

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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