Leo Messi se fue de casa y las métricas estallaron. En estos diez días desde que el community manager del Barça anunció su despido hasta su aterrizaje sonriente en el PSG, pasando por las lágrimas de traje y corbata en que consistió su despedida del Barça, todo se ha dicho sobre él.
La narrativa lineal de la vida y la obra de Messi empezó a doblarse con el Maracanazo pandémico, el primer torneo que jugó la Selección Argentina tras la muerte de su némesis, Diego Maradona. Antes, Messi no había parado de desparramar muñecos, de meter goles y asistencias y de ganar trofeos desde que era niño ínfimo, luego adolescente hormonado, aparición rutilante y poco después y desde entonces el G.O.A.T., el mejor jugador de fútbol de la historia. El cómic monómano de su vida contaba la historia de un hombre de pocas palabras y mirada en el piso que gambeteaba todo lo que se le ponía por delante, mientras armaba sin escándalo una familia y era feliz en Barcelona, su lugar en el mundo. Era difícil no comparar su recorrido con el de su antecesor en el trono del fútbol. El camino del héroe necesita fuerzas en conflicto, atracciones fatales, atracones border: Diego Maradona le entregó su cuerpo y su alma a una vida agónica, llena de caídas rutilantes, resurrecciones y gestos expansivos. Messi hizo un camino zen, y volcó todo su ardor interior a producir lo inesperado dentro de la cancha.
Sus estadísticas exceden los límites razonables. Es el mayor asistidor de la historia, está segundo en trofeos obtenidos y cuarto en la tabla de goleadores.
Sus estadísticas exceden los límites razonables. Es el mayor asistidor de la historia, el mayor ganador de Botines de Oro, está segundo en trofeos obtenidos y cuarto en la tabla de goleadores, atrás de Romario y de Pelé, a quienes seguramente pasará esta temporada, y de Cristiano Ronaldo, con quien Messi construyó una de esas rivalidades deportivas maravillosas, sólo comparable a la que sostuvieron Federer y Nadal casi en paralelo y tal vez a la de Muhammad Ali y Joe Frazier. Ronaldo le lleva 35 goles, pero Messi tiene una efectividad mucho más alta y es factible que lo alcance. El duelo los incentivó a los dos y los convirtió en gigantes.
Esa excepcionalidad sostenida en quince años de carrera transformó al fútbol. O el fútbol se convirtió en otra cosa en estos quince años. La PlayStation se convirtió en una metáfora para maquinarias atléticas como Messi o Cristiano. La globalización intensiva creó una casta de súper equipos, básicamente europeos, cuyos fieles son los niños y los no tan niños de todo el mundo. Hace treinta o cuarenta años ningún argentino era hincha de un equipo europeo, salvo mi amigo Francis que se hizo de la Fiorentina cuando el equipo de camiseta violeta compró a Ramón Díaz. Hoy en las canchitas de Buenos Aires hay más remeras del Barça que otra cosa. Y ahora las habrá del PSG.
La calidad de hincha cambió, y también la manera como el fútbol es transmitido y percibido. Goles vistos en fragmentos y comentados en las redes, epistemología de los likes que le dan pasto a las notas que buscan cazar clics y vestuarios transmitidos en vivos de Instagram: la foto definitiva de la intimidad publicada fue la de Messi en el pasto del Maracaná hablando por videollamada con Antonella y sus hijos.
La otra fotaza de la noche de la conquista de América fue la de Neymar y Messi charlando con cariño de amigos después del triunfo argentino. Ahí se vieron las bambalinas de esa ficción insostenible que sostiene al fútbol, la del amor a la camiseta. Seguramente Obdulio Varela, héroe del primer maracanazo, no hubiera aprobado la camaradería de los actuales 10 y el 30 del Paris Saint-Germain. Tampoco la habrían aprobado Antonio Rattín ni Carlos Salvador Bilardo.
La pelota de Messi no se mancha
Los malabares pornográficos del dinero del fútbol quebraron la línea recta del trayecto messiánico y le dieron una puñalada que en estos días Messi parece haber convertido rápidamente en reinvención para el tramo final de su carrera. El puesto 6, 7 y 8 de la lista de los posteos de Instagram con más likes de la historia son tres de Messi del último mes: el de la Copa, el del adiós al Barça y el del hola al PSG (digresión: el posteo más likeado es la foto de un huevo). En este verano europeo Messi viralizó su figura en la conversación pública global.
El Paris Saint-Germain es el más joven de los súper equipos mundiales. Fue creado en 1970, ganó dos ligas de Francia en el ’86 y el ’94 y después pasó casi veinte años sin ganar otra. Recién en los últimos ocho años se convirtió en el equipo dominante de Le Championnat, pero nunca ganó la Champions League. Messi llegó a un equipo lleno de amigos para coronar una de las alineaciones con más nombradía de la historia, y el objetivo a sus 34 años es claro: la Orejona que también se le escapó en los últimos seis años con el Barça.
Messi llegó a un equipo lleno de amigos para coronar una de las alineaciones con más nombradía de la historia.
La velocidad de la adaptación de Messi y familia a su nueva realidad es apabullante. Thiago, Mateo y Ciro ya tuvieron foto en el Instagram de la mamá luciendo prolijas casacas del PSG, parados y abrazados en el pasto del Parque de los Príncipes. La pelota de Messi no se mancha nunca porque siempre la trata bien.
París no tuvo equipos de fútbol relevantes hasta la aparición del PSG, pero ya en el siglo I de nuestra era se construyó en el actual 5e arrondissement el anfiteatro Arenas de Lutecia. La tecnología estadio sigue funcionando casi igual que hace dos milenios, y las estrellas atléticas de esta era no se diferencian demasiado de los combatientes del coliseo romano ni tampoco de los héroes de la mitología griega. El fútbol es la guerra ritualizada, y proyectamos en estos hombres excepcionales virtudes excepcionales. La pasión por el fútbol no es racional.
En este estado de cosas incierto en que la pandemia parece convertirse en una marea que nunca se retira del todo le toca a Messi desarrollar el último año crucial de su carrera. Veremos si habrá público o si el tramo parisino de su aventura transcurre bajo el soundtrack hueco de los estadios vacíos.
Nasser al-Khelaïfi llegó a ser el tenista número 992 en el ranking de la ATP en 2002. Hoy es presidente del PSG. Tiene además otros siete cargos institucionales y corporativos, entre ellos ministro sin cartera del emirato de Qatar y miembro del Comité Organizador del Mundial que en 2022 se jugará en ese país. El último avión a la gloria deportiva de Messi será un vuelo de Qatar Airlines a Doha, donde buscará el trofeo que le falta, el más difícil de todos.
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