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Quizás es una excusa un poco torpe hablar de una película cuando se cumple un aniversario terminado en cinco o en cero. Es una práctica periodística habitual y, admito, me gusta: me permite evaluar cómo pasa el tiempo sobre las obras, cómo las obras dibujan —o se desdibujan— en el tiempo. Hace unos días me dediqué a Lo que el viento se llevó, gusto por el que algunos amigos tildan mis preferencias como “de mal gusto”, pero de la que siempre encuentro algo nuevo que decir. Lo curioso es que, para mí, ésa es una película fundacional del siglo XX aunque se desarrolle en el siglo XIX. No voy a entrar en detalles; sólo diré que todo el negocio audiovisual tiene como basamento precisamente ese film. Hay obras que definen una época; ésa es una. Para seguir con las curiosidades, este año también cumplió múltiplo de cinco otra película que define una época. Para ser más exactos, la película que define esta época. Es Matrix, de les hermanes (cuando filmaron eran Larry y Andy; ahora son Lana y Lilly) Wachowski. Evitemos la zoncera de “una película profética”: fue una predicción de puro sentido común. En 1999 estaba todo ahí: Internet existía; los Sims existían, la inmersión absoluta en una realidad virtual existía. Con dial-up y precario, pero existía: lo único que quedaba era que mejorase, bigger, stronger, faster.
Entonces ya existía, además, la posibilidad de crear un mundo alternativo que se comportase, miméticamente, como el nuestro. De hecho, todos comenzamos a desdoblarnos entonces entre lo real y lo virtual. Podíamos, ya, por un rato, inventarnos otra vida y cumplir —al menos vía palabras, qué lento era mi valle— fantasías varias. Dicho de otro modo, en 1999 estaba ya todo el siglo XXI esbozado. Y estaba esbozado, también, el tema principal de este último cuarto de siglo: el estatuto de la realidad. Es cierto que el universo paralelo es una invención antigua de la ciencia ficción. Pero la idea de una simulación inteligente de la realidad llevada a cabo por la inteligencia artificial es más contemporánea, más cercana a los efectivos avances de la ciencia y la tecnología en ese sentido. La IA era un tema desde, por lo menos, Terminator (1984). Pero recién se convirtió en una especulación masiva cuando Internet irrumpió en la vida cotidiana y la combinación de ambos se hizo una posibilidad cada vez más cercana.
Son pocas, muy pocas, las ficciones desde entonces que, de algún modo, no cuestionen lo real o se preocupen por la intervención de una inteligencia automática.
En el anteúltimo año del siglo XX, el matrimonio ya se adivinaba inevitable. A tal punto que son pocas, muy pocas, las ficciones desde entonces que, de algún modo, no cuestionen lo real o se preocupen por la intervención de una inteligencia automática, exacta y, por lo tanto (y este es el punto central) indiferente de lo que es cada individuo por sí mismo. Una máquina de sobrevivir creada por la más alta máquina de sobrevivir que los genes pudieron conseguir, evolución mediante. Lo traumático del asunto es su mecanicidad: la inteligencia artificial no siente por nosotros absolutamente nada, ni amor ni odio. Nos usa solamente porque le conviene. En Matrix, los humanos son baterías que la máquina rebelada, devenida un enjambre o una totalidad, utiliza para alimentarse y permanecer. Los humanos dormimos desde el nacimiento planificado (“los seres humanos ya no nacen, son cosechados”, explica Morpheus) un sueño que es nuestro mundo de hoy. Ni más ni menos una matriz matemática que constituye una simulación. Si vieron la película, todo esto ya lo saben.
Pero Matrix es, en sí, un cuento de hadas. Hay alusiones a Alicia en el país de las maravillas (el conejo blanco, el “agujero del conejo”), a El mago de Oz (otro film en el que se dice “Ya no estás en Kansas”) y, al final, un personaje central despierta a otro con un beso de amor. Y el mundo “real” construido por la IA, la Matrix, es, si no malo, por lo menos aburrido. Sin embargo, hay un momento en la película que es pura filosofía pesimista. El agente Smith tiene aprisionado a Morpheus y le habla. Muestra un rasgo humano rarísimo para ser manifestación de una IA: el enojo. Explica que la primera Matrix era un paraíso terrenal, pero que no funcionó. Que los humanos no soportaban la perfección. Así que copiaron las taras del siglo XX y llenaron la simulación de problemas, y ahí sí la cosa funcionó. La toma de partido de la película por la realidad “real” (ese mundo del futuro donde los pocos humanos viven en catacumbas, donde las máquinas son un peligro constante) es también una toma de partido por el riesgo, por lo imperfecto, por la necesidad de tender a un ideal que nunca se alcanza, por la tozudez. El Judas de la película (hay mucho de relato “cristiano” en la historia de Neo, elegido mesiánico) vuelve a la Matrix y se encuentra con Smith. Mira un apetitoso pedazo de bife y dice “yo sé que esto no existe”, lo come y asegura que la ignorancia es una bendición.
En realidad la película tiene un gran truco: Morpheus nunca le dice a Neo qué va a encontrar cuando tome la pastilla azul. ¿Puede? Sí, no hay nada en el guión que lo impida. Es un verdadero acto de crueldad que se nos pasa por alto. Aunque Morpheus le ofrece a Neo ser un superhéroe en la Matrix, ojo. De hecho, los planos finales (cabina telefónica y todo) pueden verse como una parodia de Superman. Vamos a dejar de lado todo lo que es hinduismo popular (“no hay cuchara”, dicho por el nene hare krishna), religión new age (el oráculo: que sea una señora común cocinando cookies le da un aire bastante satírico a todo) y las peroratas wikipédicas de Morpheus sobre la ontología de la realidad. Todo eso ha sido pasto de análisis —y causal de recaudación— durante los primeros años de este siglo a cargo de comentaristas, psicólogos y filósofos varios. La primera influencia importante de Matrix, además de sus hallazgos técnicos, es instalar la pregunta sobre qué consideramos (y por qué lo consideramos) real.
El error en la matriz
El punto es en qué falló Matrix, de todos modos. Básicamente en dos cuestiones que son una sola y que, en última instancia y rizando el rizo, pueden explicar la “crueldad” de Morpheus. Internet y las redes sociales crearon un mundo donde cada uno puede vivir, cada vez más, a su propio ritmo y conseguir lo que necesita para vivir sin salir de su casa ni relacionarse realmente con otros. Trabajar en casa, pedir delivery, incluso conseguir compañía sexual (ahí sí hay un punto importante de lo real, pero ver más abajo) o social en conversaciones multitudinarias es posible y se va a acentuar bastante. Sin embargo, existe una necesidad: la de “pertenecer” a algo, ser parte. “Salir de la matrix” en el mundo que nos rodea por lo menos en los últimos tres lustros implica asociarse a alguna idea que nos parezca justa y aferrarnos con uñas y dientes a ella porque otros se aferran con la misma saña. Aunque requiere un desarrollo mayor, sospecho que la militancia política juvenil, tan poco formada intelectualmente (se sostiene sólo en slogans y memes) y al mismo tiempo tan fanática es una manifestación de esa necesidad gregaria en un mundo en el que —en apariencia— la gente de disgrega.
Aquí aparece, por fin, la frase que empuja la película: “Despierta, Neo”. “Wake up”. La idea de que el héroe estaba sometido a una falsa realidad –que era un sueño del que había que despertar por más que la verdadera realidad fuera espantosa– es algo de lo que hablamos mucho y nos burlamos menos de lo que merece la filosofía woke (literalmente, “despierto”). En ella, las causas de defensa de los excluidos por la maquinaria (puede el lector establecer perfectamente el paralelo con la película) son el sostén y el motivo para decir que nos rodea un universo espantoso, controlado por un Consejo Malvado que manipula todos y cada uno de los resortes de nuestro mundo. Básicamente el sucedáneo aún de carne y hueso –pero aún difuso e inidentificable– de la IA de Matrix. Y esta especie de filosofía paranoica no es patrimonio exclusivo de lo que mal llamamos “izquierda”: así como el feminismo interseccional culpa a un aparato represivo heteropatriarcal e hiperconsciente, los trumpistas que invadieron el Capitolio piensan, también creen en una entidad (el deep State, un nombre bien pulp que merece haber nacido en Astounding o Weird Tales) que controla los hilos de la realidad. Otra vez: no es que Matrix o las Wachowski tuvieran la bola de cristal, sino que la propia idea que sostiene la película, perfectamente sincronizada con una sociedad que acababa de comenzar una revolución tecnológica más profunda que la de Gutenberg, deriva necesariamente en eso.
El vuelo final de Neo-Superman es, también, una especie de salto a la felicidad del todo-es-posible.
Y sin embargo, lo que hace feliz a Matrix, lo que permite que sea un magnífico entretenimiento, son sus trepidantes secuencias de acción, desde el combate inaugural de Trinity contra policías y agentes, hasta el duelo de Neo y Smith (que por momentos, en el subte, tiene planos que parodian el western). Siguen siendo, y eso que la tecnología de imágenes pegó tremendos saltos desde entonces, emocionantes y atractivas. El vuelo final de Neo-Superman es, también, una especie de salto a la felicidad del todo-es-posible. En el mundo real, los héroes de Matrix visten trajes de Armani, son tremendamente cool, atractivos, divertidos. Viven en poses heroicas y sexys. ¿Cuánto tiempo, de hecho, pasan en la Matrix? Si bien las dos secuelas no valen ni la décima parte de la película original (los que sí valen son algunos de los cortos de Animatrix, la antología animé que se lanzó más tarde como complemento de la película, un poco bajo el lema business is business), se las fue a ver en parte para asistir a más aventuras cool al ritmo de música tecno. Del Arquitecto –o como se llamase el tipo que da el discurso ese incomprensible de la segunda película– sólo quedó un chiste en Scary Movie, no nos importaba nada. Lo lindo era la pelea en la autopista. El cine es eso, también, claro que sí: asistir a lo extraordinario y “ser parte”. El cine es el primer mundo virtual que tuvimos. Pero me queda la duda de si a los propios personajes no les atrae más ser superhéroes en la falsa realidad que esforzados luchadores políticos en una Tierra desolada y expoliada. Yo creo que el final de Matrix demuestra que sí, que lo prefieren. Que, como el traidor, les anima mucho más la posibilidad de la aventura humana en la humana simulación. Necesariamente, me lleva a pensar que la película también encuentra la respuesta a la cuestión de por qué muchos militantes pasan del idealismo a la comodidad del bolso con euros. Simplemente es más divertido tener poder que no tenerlo.
Un cuarto de siglo después del estreno, lo más extraño es que el tiempo no pasó para la película y aquello que era especulación hoy funciona como explicación de por qué han sucedido las cosas que vivimos, al tiempo que una gran parte de la ficción popular habla de la vida múltiple entre lo real y lo virtual, entre la persona y el avatar. Desde animés como Sword Art Online hasta la novela Ready Player One, cuya versión cinematográfica realizó Steven Spielberg; creo que Quintín dijo que el final de esa película (donde la gente trata de escapar de la miserable vida de un futuro dominado por empresarios malvados gracias a un universo virtual al que se ingresa con trajes sensoriales) muestra que una buena comida y sexo sólo se pueden encontrar en el mundo real. Claro que Spielberg es un optimista: en su película, el mundo virtual se desconecta los fines de semana para que las personas experimenten comer esas comidas y se amen como corresponde. En el mundo que nos toca, eso no es tan seguro: a veces da la impresión de que la tozudez en seguir repitiendo una descripción falaz del mundo es la consecuencia de la búsqueda del poder, algo así como dominar la narrativa como sinónimo de ser el amo de la realidad. Aunque esta sea evidentemente falsa, como el liberador y todopoderoso vuelo final de Neo.
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