IGNACIO LEDESMA
Domingo

La fantasía del neo-Menem

Parte del establishment se entusiasma con un Massa presidente redentor del capitalismo. Pero ni su gestión como ministro ni su coalición política permiten esperar un giro pro-mercado.

Sergio Massa, ministro de Economía y precandidato presidencial de unidad en un oficialismo bastante dividido, llegará a las PASO de agosto con un año y una semana de gestión. A pesar del potencial electoral del peronismo y de los guiños favorables que obtiene de una parte importante del empresariado, lo cierto es que el ministro de Economía tendrá poco para mostrar durante la campaña electoral, especialmente si su intención es basarla en lo que siempre dijo que son los cuatro pilares de su ideología económica: orden fiscal, superávit comercial, competitividad cambiaria y desarrollo con inclusión. ¿Cómo viene el ministro Massa en cada uno de ellos? No muy bien. Analicémoslos primero en detalle y arriesguemos después una reflexión sobre las ideas que podría aplicar si llegara a la presidencia en diciembre.

Orden Fiscal

Este año viene mostrando el peor arranque para el déficit primario desde 2015, mientras que el déficit financiero (primario más pagos netos de intereses) es el más alto desde la crisis de 2001-2002. Massa podrá mostrar que sí logró cumplir las metas fiscales del acuerdo con el FMI para 2022, aunque gracias a la contabilidad creativa, el atraso de pagos y el ayudín de los dos planes de dólar soja. Ese artilugio le permitió adelantar ingresos del primer trimestre de 2023 al cierre de 2022 y contabilizar como ingreso extra una parte de la emisión generada por el desdoblamiento cambiario.

Por otra parte, la contraproducente segmentación tarifaria viene mostrando ser insuficiente para generar el ajuste necesario en los subsidios a la electricidad y el gas, incluso pese a que en este primer semestre de 2023 los precios internacionales de la energía cayeron de forma significativa contra el mismo período del año pasado, cuando se vio el pico por la invasión de Rusia a Ucrania. En particular, el ratio entre gasto en subsidios económicos a la energía de los primeros cinco meses de 2023 y el PIB se redujo versus mismo período de 2022, pero no así respecto del mismo período de 2021. Y continúa más que duplicando al guarismo correspondiente al mismo período de 2019 (pre-pandemia y congelamientos tarifarios).

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Si se observa el incremento del gasto primario post-pandemia y su intento de retorno a la situación de precario equilibrio fiscal de 2019, lo que se puede apreciar es que la mayor parte del denominado ajuste guzmanista-massista es más ilusorio que real: el ratio gasto primario versus PIB de los primeros cinco meses de 2023 se mantuvo prácticamente igual al de los primeros cinco meses de 2022 y sigue muy por encima del correspondiente al mismo período de 2019.

El mecanismo que explica en verdad la mayor parte de ese ajuste es más que nada la simple licuación, la cual afectó de forma más significativa al rubro jubilaciones contributivas y es el resultado de la abrupta aceleración inflacionaria de 2022 y 2023. Al respecto, dos breves aclaraciones: la primera es que si la fuerte aceleración inflacionaria no fue deseada o buscada, lejos podemos tomar este ajuste como un logro de política económica, sino más bien como un resultado colateral de su fracaso; la segunda es que la licuación por sorpresa inflacionaria –más aún en un régimen de alta inflación donde todo tiende a estar indexado formal o informalmente– es un mecanismo de ajuste transitorio, ya que si la inflación no sigue acelerándose de forma sostenida, esa licuación se empieza a revertir.

Este supuesto “orden fiscal” termina siendo bastante tragicómico: es apenas procrastinación y licuación.

En síntesis, Massa cerró el ejercicio fiscal 2022 hipotecando el arranque del 2023, y luego la sequía —peor de lo inicialmente previsto— terminó de desbarrancar totalmente los números del déficit. La licuación asociada a la fuerte aceleración inflacionaria lo ayudó principalmente por el lado del gasto jubilatorio, y la segmentación tarifaria que heredó de Guzmán está logrando resultados bastante acotados versus el objetivo de equilibrio fiscal y el retorno al punto de inicio de la gestión. Este supuesto “orden fiscal” termina siendo bastante tragicómico: es apenas procrastinación y licuación.

Superávit comercial

En lo que a sector externo se refiere, dinámica exportadora, acumulación de reservas e, incluso, resultado por cuenta corriente, Massa tampoco tiene mucho para mostrar. Su fuerte cepo a las importaciones, ejecutado con el mecanismo denominado SIRA (un perfeccionamiento y endurecimiento del cepo heredado de Guzmán) puede haber impedido un mayor incremento de las importaciones respecto del que se habría registrado sin él, pero no impidió el deterioro del saldo externo y tuvo costos importantes por el lado de la caída de la actividad y la aceleración de los precios.

Tal vez la muestra más evidente de ello sea el primer trimestre del año, antes de la sequía, cuando el resultado por cuenta corriente y el desequilibrio del mercado de cambios no hizo más que profundizarse. En parte porque, como ya dijimos, Massa hipotecó el arranque de 2023 para poder mejorar el cierre de 2022.

El resultado de acumulación de reservas al que se aspira producto de ese superávit comercial ya quedó claro también. Lo poco que se acumuló en el segundo semestre de 2022 de la mano de los dólares soja (desdoblamientos cambiarios) y las mayores trabas a las importaciones, se perdió durante el primer trimestre de 2023. De ahí en más, a pesar de nuevos desdoblamientos cambiarios — que fueron incluso más amplios que los anteriores—, la dinámica de las reservas fue deprimente. En parte por la sequía y en parte porque buena parte de las ventas por exportaciones que debían hacerse en el primer trimestre de este año Massa las adelantó a 2022 con sus desdoblamientos ad hoc. Es decir que posdató operaciones de la misma manera que trasladó demanda de divisas por importaciones del cierre de 2022 al arranque de 2023.

Massa está emulando al Guzmán de 2021, que se gastó 3.500 millones de dólares interviniendo la brecha.

Esta cuestión se agrava porque ya hace unos cuantos meses que tenemos al BCRA interviniendo de nuevo los dólares paralelos para sostener la brecha en torno a 100%. Massa está emulando al Guzmán de 2021, que se gastó 3.500 millones de dólares interviniendo la brecha, con el detalle de que la situación ahora es muchísimo más precaria por la falta de reservas. En síntesis, Massa tampoco tiene mucho para mostrar en este apartado. Más bien nada.

Competitividad cambiaria

A pesar de la carrera nominal que el BCRA le viene corriendo a la inflación con el Tipo de Cambio Nominal Oficial (TCNO), el Tipo de Cambio Real (TCR) bilateral con el dólar asociado no hizo otra cosa que apreciarse durante todo el período, de la mano de la aceleración de la inflación local, mientras que el multilateral (TCRM) recuperó algo de entrada, pero sigue bien por debajo de los niveles de cierre del primer semestre de 2022. Todo ello en un contexto de deterioro de los términos de intercambio.

Ergo, de mejora de competitividad cambiaria no hubo nada. A lo sumo hubo moderación en el sendero de apreciación real resultante, que se pagó con mayor inflación y, por consiguiente, con mayor deterioro de las variables sociales. ¿Empate pírrico? Probablemente, pero éste es el problema de buscar chanchos gordos que pesen poco. En particular, el TCR bilateral entre el peso y el dólar elaborado por el propio BCRA cerró en mayo de 2023 un 3,3% por debajo del cierre de junio de 2022. Si tomamos desde diciembre de 2019, la apreciación real acumulada fue de 17%. En el caso del multilateral, los guarismos correspondientes son de -1,7% y -25%, respectivamente.

Conclusión: lo de la competitividad cambiaria también fue un bluff que, en el mejor de los casos, se quedó en un mecanismo socialmente caro para suavizar el sendero de apreciación real.

Desarrollo con inclusión

La definición tradicional de desarrollo se refiere a la mejora sostenida de las condiciones materiales de vida de la población. Generalmente se resume en un incremento sostenido del producto per cápita en un contexto de baja inflación que lleva a una reducción de los niveles de pobreza e indigencia. La adición del término “inclusión” parece remitir a que ese proceso debiera darse en el contexto de una mejora de la distribución del ingreso que potencie ese crecimiento sustentable y lleve a una mejora de los indicadores sociales.

Pues bien, la inflación estuvo muy lejos de los objetivos trazados por el propio equipo económico en torno a una desaceleración sostenida hasta un ritmo de 3% mensual después del registro de 4,9% de noviembre de 2022. Por el contrario, el ritmo de incremento de los precios internos se aceleró fuertemente hasta el pico de abril de 2023 del 8% mensual, y ahora el oficialismo sueña con registros en el orden del 7% mensual o ligeramente inferiores de cara a las PASO. Esto equivaldría a tasas interanuales que ya ingresaron holgadamente en el terreno de los tres dígitos.

Massa no hizo otra cosa que materializar la estanflación que ya había empezado a gestarse en el tramo final de la gestión de Guzmán.

La actividad económica tuvo un muy mal segundo semestre de 2022 y aún peor cierre del año de la mano del refuerzo de las trabas a las importaciones y la creciente incertidumbre, para luego recuperar algo del terreno perdido en el primer trimestre de 2023; ahora, en el segundo trimestre, los indicadores vuelven a empeorar por la sequía, un nuevo salto en la incertidumbre y una nueva aceleración inflacionaria. En particular, el PIB cayó 1,7% en el último trimestre de 2022, para recuperar luego 0,7% en el primer trimestre de 2023 y ahora arrancó el segundo trimestre con una caída de 1,9% en abril contra el mes anterior. De hecho, si bien logró recuperarse de la pandemia y de parte de la caída de la crisis de 2018-2019, el nivel de actividad nunca logró alcanzar los máximos previos. Y, de la mano de Massa, sólo logró alejarse aún más de ellos. En términos per cápita es todavía peor, porque durante todo este tiempo la población siguió creciendo.

En otras palabras, Massa no hizo otra cosa que materializar la estanflación que ya había empezado a gestarse en el tramo final de la gestión de Guzmán, muy lejos del primer pre-requisito básico de un proceso de desarrollo económico. Consecuentemente, lo esperable y lo que indican las estimaciones privadas es que los indicadores sociales, pobreza e indigencia, y la distribución del ingreso (acá sí ya hay datos oficiales) no han hecho otra cosa que empeorar durante la gestión Massa en el ministerio. En definitiva, hubo un retroceso importante en el proceso de desarrollo durante su gestión y un deterioro de la inclusión social más que una mejora.

No se pudo. ¿Sensaciones?

Por todo lo dicho anteriormente, queda claro que, luego de un año de gestión, Massa no va a poder adjudicarse resultados positivos en prácticamente ninguno de los pilares que dijo y dice que sostener. Podrá usar la excusa de la sequía y del corset que implicó el acuerdo con el FMI como argumento amortiguador de las críticas. Pero lo cierto es que, por un lado, cuando asumió la sequía ya era una previsión concreta y ya estaba afectando a la cosecha fina. Terminó siendo peor de lo esperado, pero también todas sus medidas para cerrar 2022 amplificaron su impacto en 2023 al hipotecar su arranque.  Por otro lado, el acuerdo con el FMI, mas precisamente su manejo de la relación con Washington y la renegociación de ese acuerdo, siempre fue una de sus supuestas ventajas comparativas. Si no pudo aflojar el corset, falló en lo que justamente lo catapultó como ministro. Y si todo salió mal a pesar de aflojarlo, entonces el error estaba en el diagnóstico que sostenía que el problema era ése.

Ninguna de las dos excusas termina de deslindar sus responsabilidades respecto del fracaso de su gestión en los términos de los pilares que él mismo Massa propuso. Y queda claro además que, de cara a lo que vendrá, debería tomar medidas distintas para poder alcanzarlos. He ahí un interrogante importante: ¿qué puede prometer el candidato Massa que haría distinto de lo que hizo hasta ahora el ministro Massa y por qué no lo hizo antes? Después de todo, la coalición que lo postula a la presidencia es la misma que la que lo designó en su cartera.

Para lograr objetivos concretos en línea con sus pilares, Massa debería cambiar diametralmente el enfoque de su gestión económica, y para ello no alcanza con aportar algo de conciliación y mayor racionalidad en el margen. Y eso sólo lo podría lograr cambiando su base de sustentación política. ¿Puede Massa avanzar en el proceso de consolidación fiscal, ponerle fin de la dominancia fiscal de la política monetaria, hacer reformas estructurales, salir del cepo y abrir la economía con esa base electoral?

Muchos evocan la memoria emocional del menemismo, machacando con la idea de que el único que puede hacer las reformas políticas y sociales profundas es el peronismo.

Aquí es cuando muchos evocan la memoria emocional del menemismo, machacando con la idea de que el único que puede hacer las reformas políticas y sociales profundas es el peronismo. Según mi parecer hay varios errores detrás de esa afirmación, pero me voy a limitar a exponer los mismos argumentos que usé cuando en 2019 y 2020 me preguntaban si Alberto Fernández podía ser un nuevo Menem.

En primer lugar, Menem y su base electoral cambiaron bastante durante toda la primera parte de su mandato. Todos recordamos los dichos de Eduardo Menem cuando justificó el rechazo de los senadores peronistas a los primeros intentos de privatización y reformas del gobierno de Alfonsín, rechazo que, ya con Carlos Menem en la presidencia, se convirtió en fervoroso apoyo. Pero aquel cambio no fue por amor, fue por espanto. Menem intentó varias cosas antes de terminar de avanzar decididamente en el proceso de reformas estructurales y abrazar el régimen de convertibilidad de Domingo Cavallo. Esos planes fallaron e implicaron en la previa un pico hiperinflacionario propio y una confiscación de depósitos. Léase, ese cambio no fue gratis. Salió caro.

Había además todo un consenso social e internacional, toda una región que había perdido una década y atravesaba procesos de alta inflación e hiperinflación, de ahí el Plan Brady como un gran intento superador de las crisis de deuda. No es lo mismo ahora. Estamos prácticamente solos a nivel regional en nuestra decadencia sostenida de más de una década. Si va a haber un plan o consenso externo para la Argentina, éste será sólo para Argentina.

Por último, el radicalismo había salido de los ’80 muy golpeado, el sistema bipartidista estaba en crisis. Los peronistas al principio de los años ’90 prácticamente no tuvieron oposición política para llevar adelante sus planes. Ahora, todo aparece mucho más fragmentado. En este sentido, el neomenemismo se parece mucho más a una ilusión infantil para la autojustificación que a un argumento serio.

 

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Gabriel Caamaño Gómez

Economista (UCA-UTDT). Socio Consultora Ledesma. Coautor de 'El Desconcierto Argentino - Hiperinflación' (2010).

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