IGNACIO LEDESMA
Entrevistas

Martín Yeza

El intendente de Pinamar habla sobre problemas de diseño institucional, de la convivencia entre halcones y palomas y de por qué haber perdido las elecciones quizás haya fortalecido a JxC.

A pesar de que solo tiene 35 años, Martín Yeza (Pinamar, 1986) ya va por su segundo mandato como intendente. En estos años logró que los balnearios tradicionales de Pinamar demolieran sus estructuras de cemento y las reemplazaran por otras de madera, menos invasivas, y tuvo que lidiar con el cimbronazo que supuso la pandemia para el sector del turismo, aunque la temporada terminó siendo muy positiva.

A Yeza le gusta hablar de todos los temas, pero su fetiche son los problemas de “diseño institucional”, como le llama sobre todo a la excesiva centralización de gasto, impuestos y responsabilidades en el nivel nacional. Viene reclamando más de todo eso (recursos y autonomía) para los gobiernos locales, que son los que finalmente ponen la cara ante los ciudadanos. Considerado una figura con futuro dentro del PRO y de Juntos por el Cambio, dice que este es su último mandato como intendente (aun si se cambia la ley que se lo impide). Charló el miércoles en su casa alquilada de Valeria del Mar, donde vive con su mujer, Carolina, y su hijo de un año, Marcos.

Arrancaste en la política con Felipe Solá, cuando era opositor al kirchnerismo. ¿Qué recordás de esa época y qué aprendiste?

La política me gusta de toda la vida, me gustó siempre. Era de los que señalaban ya en el colegio: “Ah, este va a ser presidente”. El primer acercamiento formal con la política es con Felipe, que vino acá a Pinamar en 2008, en medio de la crisis del campo, y se juntó con un grupo de jóvenes. Tuvimos un ida y vuelta de comentarios, me dejó una tarjeta, fui a la semana siguiente a verlo y empecé a laburar con él. Yo tenía 21 años y trabajaba para mi papá en su inmobiliaria. Me gustaba la política, era estudiante de Derecho en la UBA y me venía bien el laburo. Y Felipe es una persona muy inteligente, que en ese momento lideraba una bancada y una resistencia peronista que se había ido el kirchnerismo y que un tiempo después terminaría en la constitución de Unión-PRO.

Ése fue mi primer acercamiento formal a la política. Laburé como asesor, hacía la ensalada y también llevaba los expedientes al Congreso. Acompañaba a Felipe en el Congreso, una experiencia hermosa. Era la época del Grupo A en Diputados, donde además de Felipe estaban Ernesto Sanz, Patricia Bullrich, Elisa Carrió, un grupo con enorme vigor político. Algo que siempre rescato de esa primera experiencia es que conocí muchos políticos que habían tenido mucho poder y empezaban a dejar de tenerlo. Toda la primera generación de la democracia. Entonces vi de primera mano cuáles eran las consecuencias del poder en las personas y qué les pasa a las personas cuando tuvieron mucho poder y de repente dejan de tenerlo. Creo que tuve la suerte de empezar viendo cómo es el final de un político si no tiene algunas herramientas para el trabajo emocional. Es un poco como ir al gimnasio: el poder te puede afectar muy mal si no trabajás en determinadas cosas. Lo que más rescato de esa primera experiencia fue que pude ver el final del cuento si no hacés algo para editarlo.

¿Qué cosas te decepcionaron de la política en esa primera experiencia?

Aunque pude conocer a un montón de gente inteligente, también tuve la sensación de que muchas de esas personas no necesariamente tenían como prioridad cambiarle la vida a nadie. En el caso de la oposición era ver cómo afectaban al oficialismo, y los del oficialismo viendo cómo destruían a la oposición. En muy pocas personas vi que tuvieran presente a la sociedad y, puedo decirlo ahora, a la distancia, esas personas terminaron siendo trascendentales. Después comencé a laburar con María Eugenia Vidal. Ella había asumido como vicejefa de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y era la primera vez que tenía un laburo más terrenal, con una personalidad que es muy práctica, muy de la acción, y eso a mí me hizo muy bien para que en 2015, cuando asumí como intendente de Pinamar, pudiera tomar parte de la teoría y de la práctica. La parte de la teoría de cómo se piensa la macropolítica (eso vino del Congreso) y por otro lado los fundamentos de por qué estás donde estás, qué es trabajar todos los días para la gente. Por eso amo la política local, creo que es la instancia superior de la política. La política nacional tiene un montón de deudas, la política local tiene 6.000 años de tradición, y no me parece en vano que a nivel internacional hoy los estados nacionales están en crisis y no así los gobiernos locales.

Una de tus campañas de estos años ha sido justamente pedirle al sistema argentino más presupuesto, además de más responsabilidades a los gobiernos locales.

En la Argentina se discute si el Estado es grande o es chico, si es eficaz o ineficaz. Y yo lo que aprendí como intendente es que el poder es lo que vos podés hacer con las herramientas que tenés, pero después hay un punto donde te frena el diseño institucional. Pero nadie cree que tengamos un problema de diseño institucional en la Argentina. Entonces ¿cuál es el problema? ¿Por qué pasan los gobiernos y la Argentina está igual o empeora? El 83% de la presión tributaria en la Argentina es del Estado Nacional, el 14,3% es de todas las provincias en su conjunto y el 2,7% es de los municipios en su conjunto. Veamos el gasto, que se compone así: 67% del gasto lo concentra el Estado Nacional, el 23% todas las provincias en su conjunto y los municipios tienen el 10% del gasto público en la República Argentina. ¿Cómo funcionan algunos de los países desarrollados con condiciones geográficas y territoriales parecidas a las de Argentina, como por ejemplo Canadá o Australia? La presión tributaria es 50% del Estado Nacional, 25% de provincias o regiones y 25% de los gobiernos locales. ¿Cómo funcionan países desarrollados de escalas menos complejas en lo territorial? 33%, 33% y 33%, pero siempre está ecualizada la presión tributaria con el gasto.

¿Qué incentivos genera que vos recaudes el 2% y gastes el 10%?

El problema no es solamente eso, el problema principal es: ¿cuál es la posibilidad para el Estado Nacional de tener algún tipo de impacto en Santa Rosa del Valle de Calamuchita, en Córdoba? Y vos ponete en la cabeza del ciudadano de Santa Rosa del Valle de Calamuchita: ¿le va a demandar al intendente o le va a demandar al Estado Nacional? Entonces, la crisis institucional de diseño tributario y diseño institucional en la Argentina, creo yo, está en que alguien tiene la plata pero otro tiene la responsabilidad. ¿Quién tiene las obligaciones? En la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, la seguridad, la educación, la salud, las obras hidráulicas, obras de infraestructura, son obligaciones de la provincia. Pero, ¿qué pasa en la práctica? ¿A quién llamás si se gotea el techo de una escuela? ¿Al intendente o al gobernador? Si no están pintadas las aulas, ¿al intendente o al gobernador?

Entonces tenés la siguiente crisis: hay uno que tiene la plata, hay otro que tiene las obligaciones y hay otro que se ocupa. Ahora, ¿cuál es el siguiente nivel de problema? Que como entre la presión tributaria y el gasto público no hay una ecualización, y no hay una ecualización con las responsabilidades reales de actuar, todo termina en una crisis, que a su vez deriva hacia una crisis de representación por arriba, lo que es un problema para los políticos. Mientras por otro lado tenés un país que no funciona. Ese es el tema de fondo: un país que no funciona. Entonces si vos me decís “achiquemos el Estado”, yo te respondo: “Antes arreglemos los niveles del tamaño del Estado”.

¿Cómo llevaste este año con el tema de halcones y palomas dentro de JxC? ¿Te viste obligado a ubicarte? ¿Fue un problema para tu posicionamiento?

No. Creo que por virtud y defecto de haberme adelantado una generación a los tiempos normales de la política y haber asumido la intendencia con 29 años, nadie me percibe como una amenaza. Tampoco me invitan a su fiestita. ¿Cómo me llevo con halcones y palomas? Hoy hay un espacio político en la Argentina que es Juntos por el Cambio, que es una alternativa al peronismo, que no solamente genera un contralor y un equilibrio de poderes en el Congreso de la Nación, sino que por primera vez desde 1983 ofrece un equilibrio territorial. Esto es inédito en la política argentina. Entonces tanto los halcones como las palomas son necesarios para un espacio de coalición moderna que busca gobernar la Argentina y transformarla. Tiene sus discusiones como las necesita cualquier espacio vital democrático. Lo disfruto.

¿Cómo afectó esto tu convivencia con un gobernador de otro partido, sobre todo en un contexto inédito como la pandemia? Seguramente fue un desafío también ecualizar esa relación con Kicillof.

Yo llegue a intendente de Pinamar sin hacer una sola crítica sobre nadie, sencillamente me dediqué a lo que quería hacer. Le conté a la ciudadanía quiénes iban a ser parte de mi equipo, de qué manera queríamos trabajar, fuimos a buscarlos persona por persona, casa por casa. Y cuando los pinamarenses nos votaron, sencillamente hicimos eso. Y al día de hoy, como intendente de Pinamar no le falté el respeto nunca a nadie. Eso no me impide tener una posición. Una vez un moderado de nuestro espacio, o autoproclamado moderado, me dijo: “Yo soy moderado, creo que no se puede estar en contra de todo”. A eso le digo: “Pará, si te van a tirar la reforma de la Justicia sin ningún tipo de debate, si te van a tirar la estatización de una empresa familiar que tiene decenas de años, si te van a tirar por la cabeza la suspensión del proceso electoral sin ningún tipo de consenso, disculpame pero creo que sí podes estar en contra o mínimamente no estar de acuerdo”. Ser moderado se parece a veces al capítulo de Los Simpson en el que hacen una parodia de los juicios salomónicos y se están disputando a Bart; uno quiere a Bart por un motivo, otro lo quiere por otro y al final dicen: “Bueno, córtenlo al medio”. Eso no es ser moderado. Los Simpson muestran claramente un defecto en la búsqueda salomónica de la virtud. Como tampoco es cierto que todo lo que hace el otro necesariamente es malo. Hay posicionamientos donde creo que se pierde la perspectiva de la gran imagen, cuando podríamos estar dedicando la misma energía a construir nuestra propia alternativa. Y hay un punto donde creo que tanto en halcones como en palomas hay una posición que es muy de política para los políticos. El desafío principal de todo espacio político siempre tiene que ser tener en el centro al ciudadano y a la ciudadanía. Por inocente que parezca, tratar de trabajar permanentemente para que nosotros nos convirtamos en la mejor opción de gobierno y de poder, y eso lleva mucho trabajo.

¿Este es tu último mandato como intendente?

En la próxima elección no me voy a presentar; quizás sí en algún otro momento. Pero para eso lo primero y principal es que la ciudadanía tenga algún nivel de buen recuerdo de lo que uno hizo. Igual lo primero que hay que señalar es el delirio de que en la Argentina haya elecciones cada 18 meses. Soy crítico de que los gobiernos duren cuatro años.

¿Qué proponés? ¿Que duren más?

Creo que debería ser un solo gobierno de seis años con elecciones cada tres años. Pero más allá de eso, las reelecciones indefinidas le hacen mal a la persona que lidera y le hacen mal al lugar, por la inercia del sistema cerrado. Los equipos tienden a encerrarse y a aceptar pequeñas mediocridades, se bajan los estándares. Es muy difícil y requiere muchísima tenacidad combatir eso. Lo segundo es que las reelecciones indefinidas le hacen muy mal al sistema político democrático, porque no generan alternancia, no generan el compromiso de renovar cuadros políticos. Entonces, es mi último turno.

¿Es tu último turno por decisión personal, aunque cambien la ley?

Por decisión absolutamente personal y porque creo que mi último hecho de gestión para la ciudad va a ser dejar un equipo de gente formada y con valores para continuar un proyecto con su propia impronta pero de cambio para Pinamar. Dejar un equipo es algo que está subestimado en política, pero poder armarlo, sostenerlo y que quede funcionando en un nivel gubernamental permanente, a mí me parece extraordinario. Y además podemos lograr una memoria institucional en Pinamar, en la provincia de Buenos Aires, en la República Argentina, en la que cada turno de gobierno nos haga avanzar un escalón en cada uno de los temas, en veinte años sos otro país. Así de simple.

Ojalá puedas subir diez escalones, pero soy hincha de Estudiantes de La Plata y bilardista. A mí si subiste un escalón en cada uno de los temas y el siguiente viene y sube un escalón en cada uno de los temas, me parece un montón. El problema es que estamos esperando todo el día el gol de Maradona a los ingleses, estamos esperando a ver si Messi nos saca campeones del mundo. Y tenemos la misma relación con la política. Entonces, como estamos esperando todo el día eso, nos cagan. La cosa no funciona, el sistema no funciona.

¿Es un problema central de la Argentina? ¿Por qué estamos estancados desde hace 40 años?

Hay un problema de diseño institucional, y el diseño institucional genera como consecuencia personas que creen que están por encima de las reglas, que creen que están por encima del sistema y, como una parte de los liderazgos tiene asuntos de narcisismo por resolver, se dan cuenta mucho después de que el problema no eran tanto ellos sino que había fallas serias en el sistema. No en vano los dos grandes nombres que tiene hoy la política Argentina, que son Cristina Fernández y Mauricio Macri, son dos personas con liderazgos de transformación desde lugares distintos de la sociedad, con valores distintos, con improntas distintas, pero que buscan transformar la Argentina. Cada uno con su norte, pero ninguno de los dos dice “vamos a administrar así a la Argentina, que así está bien”.

¿Por qué crees que Mauricio no pudo reelegir?

Primero porque creo que teníamos un presidente que impulsó una agenda de transformación nacional, de transformaciones provinciales, de economías que se habían dinamizado, y que legítimamente tenía el derecho, incluso aceptando la hipótesis de perder, de dejar un legado y de dejar una discusión. Es contrafáctico pero, ¿qué tal si hubiera ganado? ¿Tendríamos el mismo nivel de conciencia sobre las discusiones y las tensiones de la Argentina hoy? Entonces yo guardo para mí una hipótesis amable para la democracia en general: las cosas por algo ocurren y creo que hoy estamos teniendo un aprendizaje como sociedad. El primero y principal: una gran parte de los argentinos sabemos que cuando te dicen “gratis” podés desconfiar, que cuando te dicen que le van a aumentar los impuestos a un sector sabés que en algo te va a perjudicar, que si te dicen que la energía va a estar mas barata pero de repente empezaste a tener cortes de vuelta, sabés que es un problema.

Entonces, hay victorias, como la que llevó al Frente de Todos al Gobierno Nacional, pero también hay un proceso en el que se desnuda una pérdida de transformación. Toda la potencia que supo tener el Frente para la Victoria en, digamos, 2009-2011 (sobre la que en un sentido he estado en contra), hoy está limitada a conservar el poder. Y Mauricio con una derrota permite que surjan nuevos liderazgos. Una cosa súper interesante del liderazgo de Mauricio es que se supo rodear de liderazgos que eran distintos o complementarios al suyo. Liderazgos más de gestión, como el de Horacio, un liderazgo carismático como el de María Eugenia, personalidades sobresalientes como Marcos Peña, y después un montón de intendentes, un montón de diputados, de gobernadores. La verdad que en ese sentido Mauricio tuvo un liderazgo súper interesante. Entonces, guardo para mí esta hipótesis casi literaria: ¿y si fue una derrota que nos volvió más fuertes? ¿La victoria nos tendría hoy así de fuertes? Por supuesto que me agarra el doctor Bilardo y me dice: “Dale, Martin: es mejor ganar”. Bueno, doctor, pero nos tocó perder, así que déjeme ser bueno y tratemos de ver el lado positivo de haber perdido.

¿En qué sos optimista y en que sos pesimista?

Soy pesimista en que hay un montón de argentinos que hoy se están queriendo ir de la Argentina. La diferencia entre la crisis de 2001 y la de ahora es que una parte de la política aprendió que la eclosión posterior a la crisis del 2001 hay que tratar de evitarla. El problema es que vamos lentamente hacia ese mismo proceso de degradación y uno de los primeros síntomas de ese proceso es que la gente talentosa y preparada, los que pueden, se van.

Y soy optimista por Juntos por el Cambio, porque es un espacio democrático que sabe y entiende que es fundamental hacer equipo con la ciudadanía. En un momento muy difícil de 2020, me di cuenta que éramos un montón de gente haciendo autocrítica pero la estábamos haciendo juntos. Y el paso siguiente es un montón de personas trabajando para ser mejores. Eso es una garantía de futuro. Hace que valga la pena levantarse todos los días para laburar.

 

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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