VICTORIA MORETE
Domingo

Pekerwoman

Algunas activistas feministas quieren instalar que son perseguidas en la Argentina. No es cierto. La única verdad es que su agenda ya no representa a casi nadie.

Esta semana, desde su exilio, Luciana Peker publicó en el diario británico The Guardian un artículo de opinión para decir que en Argentina peligran los derechos de las mujeres y contar que por culpa del triunfo de Javier Milei se vio forzada a irse del país. Para los lectores que probablemente no la conozcan, Peker es una periodista y activista feminista, que se declara anticapitalista y antiliberal, y ha escrito libros como Putita Golosa, por un feminismo del goce, La revolución de las hijas y Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes. Según contó en otra nota de Infobae, desde hace más de dos años recibe amenazas de muerte y hostigamiento que constan en una denuncia judicial.

Nuestra solidaridad con ella: ningún periodista debe ser agredido, acosado o intimidado por hacer su trabajo. Ahora, Luciana plantea en sus columnas y entrevistas ante un público internacional que en la Argentina hay un plan sistemático dedicado a atacar periodistas feministas. Y eso es desinformar. Creo que en este punto es importante separar la paja del trigo. Una cosa es el ciberdelito y otra, la fauna iracunda de las redes sociales. Cualquier persona con un perfil medianamente alto ha vivido las externalidades negativas del tren del hate, sin importar si es funcionario público o si tiene un emprendimiento de repostería. Podemos analizarlo sociológicamente hasta el cansancio, pero todos sabemos que son las reglas del juego dopaminérgico de las plataformas digitales. Como dicen las puertas del infierno de Dante: abandone toda esperanza antes de entrar.

Pero no hay una quema de brujas en nuestro país. No hay ataques orquestados desde el gobierno contra las feministas y por el momento ni siquiera hay un retroceso de derechos para las mujeres: el gobierno presentó un DNU y una ley ómnibus con cientos de reformas y derogaciones, ninguna toca el derecho al aborto ni amenaza los avances en materia de género.

Los no-problemas

Yo creo que acá se entrecruza otra molestia, que es la absoluta intolerancia a la crítica. El feminismo procuró envolverse en un caparazón de autovalidación y autocomplacencia sin mirar lo que pasaba alrededor. Una vez consolidada la hegemonía, sus exponentes se dedicaron a cuidar su kiosco sin leer el nuevo contexto. Ahora, habiendo perdido buena parte de su legitimidad y capacidad de representación, prefieren sostener teorías conspirativas antes que hacer un mea culpa.

Durante la era albertista celebraron, genuflexas, el regreso del Estado presente y se dedicaron a dar acalorados debates sobre problemas que no existen, como el machismo en la lengua castellana, la invisibilización de los cuerpos disidentes, el tabú del poliamor, el ghosting de los varones, la negación de la masturbación en la vejez y el cavado completo en el porno. Cancelaron al Dibu Martínez y trataron de volver inclusivas las canciones de las barras de fútbol, reemplazándolas por hakas ridículos contra el patriarcado. Su agenda de gestión tampoco estaba más conectada con la realidad: en el Ministerio de la Mujer se servían brunchs con sobreprecios mientras afuera se caldeaba cada vez más el sentimiento anti-política. Se olvidaron de los principales problemas de las mujeres argentinas: la inseguridad que predispone femicidios y violencia, y la crisis económica que las desprotege cada vez más. Por el contrario, abrazaron el minimalismo punitivo de Zaffaroni que le daba impunidad a los criminales de género y dieron batalla contra el capitalismo y la creación de riqueza. 

Algunas hasta llegaron a militar el fugaz proyecto vicepresidencial de Manzur, el que forzaba cesáreas sobre nenas violadas.

Además, blanden siempre una doble vara. Con Alberto-corbata-verde-abortera-amo-mil abandonaron la práctica de contabilizar mujeres en reuniones de gabinete, su pasatiempo favorito durante la gestión de Macri. Ahora ninguna celebra la cantidad de mujeres funcionarias en el gobierno de Milei, ¿no es que era de vital importancia? Algunas hasta llegaron a militar el fugaz proyecto vicepresidencial de Manzur, el que forzaba cesáreas sobre nenas violadas, y a callarse frente al feminicidio de Cecilia Strzykowsky, que salpicaba a Capitanich. Difícil poder sentirnos representadas por ellas.

Este fenómeno del feminismo venido a menos no es solo local, en el mapa internacional también dejan que desear, ya que rechazan más la democracia liberal que los califatos islámicos. Alzaron la bandera palestina en el marco de la masacre terrorista de Hamas –que exhibió cuerpos de mujeres judías como trofeos de guerra– y proclamaron que la instauración del régimen talibán en Afganistán, con su ley misógina, es un asunto más complejo.

Indignación a la carta

Estos malabarismos, que parecen simple oportunismo político, tienen un trasfondo filosófico macabro. Detrás subyace un profundo resentimiento reaccionario contra la civilización occidental y las ideas de la ilustración y del humanismo clásico, por lo tanto, de las propias raíces del feminismo egalitario.

Es universal: el feminismo ya no defiende la causa de las mujeres. Porque se tiñó de ideas antioccidentales y antisistema. Ya no les interesa la igualdad formal, sino llevar a cabo la resistencia ante Occidente, que entienden como un perpetrador de opresiones de clase, raza y género. Todo esto, fogoneado por el relativismo cultural, la idea de que no hay valores humanos universales y que los juicios morales deben estar sujetos a los códigos culturales locales. En esa lógica, cualquier acto de sexismo que esté dado en el marco de la resistencia de los oprimidos frente a la hegemonía global, está justificado.

En esa lógica, cualquier acto de sexismo que esté dado en el marco de la resistencia de los oprimidos frente a la hegemonía global, está justificado.

A este cóctel se añade el interseccionalismo, la corriente importada de los campus estadounidenses que plantea que todas las interacciones sociales deben leerse a través de una tabla periódica de opresiones. Cuando es en nombre del respeto a una cultura, tradición o particularismo, o cuando es de hombre negro a mujer blanca, la culpa del femicidio y la violación sí era mía, de dónde estaba y cómo vestía.

No hay persecución a las feministas en Argentina. Tampoco quedan feministas, ni acá ni en el mundo. No hay, y sería necesario, un movimiento feminista que crea en la universalidad de las libertades y los derechos humanos -y entienda que cuando se trata de defenderlos no pesan las particularidades culturales ni los posicionamientos ideológicos-. De hecho, (y muy a mi pesar) los Trump, los Bolsonaro y los Milei están más cerca de defender esta universalidad que las Luciana Peker del mundo. 

A menos que haya emigrado a una teocracia islámica, más pronto que tarde Peker va a descubrir que allí su lucha tampoco representa a casi nadie. 

 

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Luz Agüero

Editora en Seúl. Licenciada en Comunicación Social y Periodista (CUP). Cordobesa. Trabajó en la comunicación del Club Atlético Belgrano y hoy es consultora independiente.

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