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Domingo

El poder de los cuentos

El mensaje central de 'Los simuladores', de cuyo estreno se cumplen mañana 20 años, es que las historias nos pueden cambiar la vida y que nos tenemos que hacer cargo de nuestro destino.

Mañana se cumplen 20 años del estreno de Los simuladores, la serie creada por Damián Szifrón que se transformó en un clásico y que gracias a Netflix sigue vigente y fanatizando a nuevas generaciones. Y el viernes Paramount+ Latinoamérica confirmó que se viene la película para 2024: por supuesto escrita y dirigida por Szifrón, que en estas dos décadas se convirtió en uno de los directores argentinos más importantes, con nominación al Oscar incluida, y protagonizada por Federico D’Elía, Diego Peretti, Martín Seefeld y Alejandro Fiore.

Hasta esta semana, nunca había visto Los simuladores. Claro que a una serie tan emblemática es como si uno la hubiera visto aun sin haberla visto, como pasa con Los Simpsons o con Friends (otras dos que no vi, y lo siento como un agujero en mi cultura mayor que el de no haber terminado la facultad). Es como si la hubiera visto a través de los memes; el de Alejandro Awada riéndose detrás del humo de cigarrillo, mi favorito.

No la había visto todavía, pero sabía que en algún momento la iba a ver. Me daba muchísima curiosidad, sobre todo por una cosa que dijo Szifrón cuando ganó el Martín Fierro de Oro en junio de 2003 y que me quedó grabada: “El programa es anarquista de derecha”. No hay que descartar los efectos del alcohol en esa respuesta, entrevistado seguramente en medio de la euforia del triunfo, al final de una larga noche de vino y champán. Agregó:

Quiero un mundo en el que no haya tanta presión por ser exitoso, donde cada uno pueda hacer con libertad aquello para lo que está. Un mundo con más justicia, donde todos reciban las mismas oportunidades. No el comunismo, donde todos están obligados a morir de la misma manera. Pero sí estoy de acuerdo con un mundo donde estén todos obligados a nacer de la misma manera. El enemigo mayor de los simuladores es Menem, el capitalismo salvaje, que propone un sistema que deja afuera a mucha gente y que capta lo peor de las personas que están adentro del sistema: la frivolidad. Pero los simuladores tampoco quieren a Stalin.

Esto en aquel momento me llamó la atención. La demonización de Menem y “el neoliberalismo” era normal (el ex-presidente se había bajado del balotaje 20 días antes), pero la crítica al comunismo o la posibilidad de que la “derecha” no fuera mala palabra, no tanto.

¿Cuál es la ideología de Los simuladores? Vi la serie con esta pregunta presente, atento a que es una obra anterior al kirchnerismo, pero con mi cabeza inevitablemente en 2022. Saqué algunas conclusiones sobre eso, pero la primera es que es una serie demasiado extraordinaria como para subordinarla a una lectura puramente ideológica.

Nazis y vampiros

Creo, ante todo, que Los simuladores propone la idea, como Las mil y una noches, de que los cuentos, las narraciones, pueden cambiar el mundo y nos pueden cambiar la vida. Ante cada caso, Mario Santos, Emilio Ravenna, Gabriel Medina, Pablo Lamponne y sus colaboradores representan una obra. La mayoría de las veces, esa obra tiene raíces míticas, y ahí es donde Szifrón juega con sus influencias cinematográficas pero también literarias: Casablanca, El padrino, Rambo, Volver al futuro, Drácula, Carrie, Sherlock Holmes son sólo algunas; y los géneros y subgéneros: el western, el whodunit, la ciencia ficción, las películas de juicios, el slasher, el terror gótico.

Los espectadores los vemos representar estas obras en una suerte de ficción dentro de la ficción. Se construye el verosímil ante nuestros ojos (como dice siempre Ravenna, encargado de caracterización: “si está bien hecho, es verosímil”) y los efectos de esta ficción siempre llevan a la “víctima” a modificar algún aspecto de su conducta de acuerdo a los deseos del “cliente”.

Esta estructura se repite prácticamente idéntica en los 24 episodios de las dos temporadas y en esa repetición está su encanto, porque Los simuladores también se alimenta de las viejas series tipo Misión Imposible. Una repetición con pequeñas alteraciones, en donde el humor juega un papel fundamental, porque Los simuladores es finalmente una comedia.

Creo que, ante todo, ‘Los simuladores’ propone la idea de que los cuentos, las narraciones, pueden cambiar el mundo y nos pueden cambiar la vida.

En “El pacto Copérnico”, el cliente es el Dr. José Zarazola (Boy Olmi), un abogado que quiere separarse de su mujer, Laura (Claribel Medina), pero no se anima porque ella lo ama demasiado y cree que, si la deja, le arruinaría la vida. Los Simuladores investigan a la mujer y descubren que da cursos de literatura rusa en idioma original, que va todas las semanas a ver cine clásico a una sala de la calle Corrientes, que le gusta en especial Casablanca, que su abuelo fue asesinado por los nazis en Leningrado, y que el boletero del cine al que va, Jorge (Gabriel Goity), está secretamente enamorado de ella.

Con esos datos traman un plan para que Laura se enamore de Jorge, se vaya con él y deje a Zarazola. Los espectadores sabemos cómo va a terminar el capítulo: Laura se irá con Jorge, porque Los Simuladores nunca fallan. Lo que no sabemos es cómo, cuál será la obra a representar, cómo construirán el verosímil y de qué manera esa obra modificará a sus protagonistas.

En este caso, inventan una compleja trama de espionaje en la que Jorge debe ayudarlos a intervenir en un intercambio de maletines entre nazis y soviéticos, dado el asombroso parecido con un espía ruso arrepentido que murió antes de poder llevar a cabo la misión. Para ayudarlo a interpretar su papel, contratarán a Laura para que le enseñe algo de ruso. Así Laura y Jorge se van a ver inmersos en una especie de policial negro con nazis y terminarán yéndose en una avioneta como Ingrid Bergman y Paul Henreid en Casablanca.

En “El clan Motul” los clientes son un grupo de residentes de un geriátrico que está a punto de ser vendido por su dueño, Luis Torrejón (Mario Alarcón). Los Simuladores lo investigan: a los 15 años fue monaguillo y pertenece al Opus Dei, pero baja de Internet material erótico de lesbianas.

Laura, Jorge y Torrejón tienen un punto débil y Los Simuladores lo aprovechan: la creencia en algún tipo de ficción (las películas, la religión) que los hace propensos a aceptar las historias que ellos les van a contar.

La obra que van a representar Los Simuladores es Drácula, aprovechando sus connotaciones eróticas y religiosas. Ravenna interpreta a un rumano miembro del Clan Motul, pariente del Clan Dracul, que le ofrece comprar la propiedad. Lo invita a su casa como a Jonathan Harker y celebran el acuerdo. Después Santos y Medina interpretan a dos curas enviados del Vaticano que le dicen que el geriátrico está construido sobre un cementerio de vampiros y que si Motul compra el terreno, los va a resucitar. Con su ayuda y la del Profesor Van Holzt (José Feller, habitual colaborador del grupo, interpretado por Jorge D’Elía), van a exterminar a Motul y Torrejón no venderá el terreno, satisfecho porque creerá no sólo que evitó la resurrección de fuerzas demoníacas sino también que ahora el geriátrico es territorio del Vaticano.

Tanto Laura y Jorge, de “El pacto Copérnico”, como Torrejón, de “El clan Motul”, tienen un punto débil y Los Simuladores lo aprovechan: la creencia en algún tipo de ficción (las películas, la religión) que los hace propensos a aceptar las historias que ellos les van a contar. Lo mismo ocurre con Franco Milazzo (César Vianco) en “El último héroe”, fanático de las películas de acción de los ’80 y del mundo de la TV, o con el comisario Diego Crucitti en “El colaborador foráneo”, interesado en los ovnis, o con Pablo Herdel (Luciano Acosta) en “El vengador infantil”, fanático de los superhéroes.

La credulidad de las “víctimas” (y va entre comillas porque a veces esas víctimas son los beneficiados de los operativos) puede ser su salvación o su perdición, pero siempre les cambiará la vida. En el universo de Los simuladores, las historias (películas, series, literatura) nos pueden cambiar la vida. Esa es también otra ficción.

Anarquista de derecha

Sigo pensando en la definición de Szifrón. En la superficie, el programa es bastante progre: los villanos suelen ser los policías o políticos corruptos, los empresarios mezquinos, los bancos. “En el mundo neoliberal, mentir no es pecado”, dice Emilio Ravenna en el último capítulo. Aunque Ravenna dice eso representando un personaje de ejecutivo ambicioso, para que su víctima (Gerardo Chendo) deje su trabajo y vuelva a su pueblo con su familia. Pasa lo mismo con su monólogo sobre el consumismo y la tiranía de la belleza en “El debilitador social”. ¿Es lo que piensa él? ¿Es lo que piensa la serie? ¿O es sólo un papel que está representando?

Creo que más allá de esta cáscara progre, en Los simuladores rige la idea de que cada individuo es responsable de su destino, que la paja de culpar a la sociedad por nuestros problemas sólo sirve para perpetuarlos y que la mejor manera de cambiar las cosas es con incentivos.

Entendí esto luego de ver “La gargantilla de las cuatro estaciones”. El cliente es Alejandro Barack (Federico Olivera), un joven ingeniero que está por irse a vivir con su novia Corina (Eleonora Wexler), a quien ama, pero igual sufre porque no puede dejar de calentarse con todas las mujeres que se le cruzan. No le quiere meter los cuernos a su novia, pero sabe que la tentación es demasiado grande y algún día cederá a ella. Por supuesto que “la sociedad” es en parte responsable (sus amigos machistas lo incitan), pero la solución no estará ni en cambiar la sociedad, ni cambiar a sus amigos, ni siquiera en cambiar él. El ingeniero Barack no se “deconstruye”. Al final sigue siendo la misma persona, sólo que se va a vivir a un pueblo con menor oferta de mujeres y además Los Simuladores logran transformar a Corina en alguien más deseable y menos asegurada ante sus ojos.

Creo que más allá de esta cáscara progre, en Los simuladores rige la idea de que la paja de culpar a la sociedad por nuestros problemas sólo sirve para perpetuarlos.

Esto se cumple casi siempre: en “El matrimonio mixto”, un antisemita (Raúl Rizzo) deja de serlo porque le hacen creer que existe un decimosegundo mandamiento que dice “No discriminarás”; en “Los cuatro notables”, el dueño de una prepaga (Norberto Díaz) acepta cubrir un tratamiento con la promesa de recibir el Nobel y porque termina siendo un buen negocio; en “El anillo de Salomón” un fan psicótico (Carlos Santamaría) reemplaza su obsesión por un director de orquesta (Villanueva Cosse) con la obsesión por el canto de las ballenas.

Incluso en el episodio más bajalínea, “El debilitador social”, si bien el director de la agencia de modelos Manuel Garriga (Jean-Pierre Noher) termina deconstruido, la destinataria de la simulación (Marcela Kloosterboer) reconoce que sufre trastornos alimenticios (ese era el objetivo del operativo), pero aclara que “Garriga no tiene la culpa”. Al final, es absuelto del crimen “contra la humanidad”, pero culpable del crimen individual.

Además, aunque por momentos lo parezcan, Los Simuladores no son como Robin Hood. Cobran (y muy bien) por su trabajo. “Nosotros no somos el Ejército de Salvación”, dice Santos. Y si bien rechazan trabajos con los que no están moralmente de acuerdo, en general no juzgan a sus clientes: si una mujer quiere deshacerse de unos indigentes que duermen en la puerta de su casa o si a una chica le dan vergüenza sus padres porque son grasas y pobres. “Uno nunca es culpable de lo que siente”, dice Santos. En esta época de juicios morales constantes, es una afirmación temeraria.

Creo que esta ambigüedad de reconocer los problemas sociales pero encontrarles la solución individual puede ser una clave para entender el universo moral de la serie. Es una ambigüedad que debe estar en la cabeza de Szifrón, que ama la cultura americana y se nutre de ella para concebir su obra pero tiene esa cosa romántica argentina. Lamponne es veterano de Malvinas. Santos usa escarapela y habla de Argentina como de una “gran nación”. Pero el policía corrupto de Lorenzo Quinteros se transforma en ejemplar cuando cree estar trabajando para la NASA y pone la bandera de Estados Unidos en su escritorio.

Esta nota estaba casi toda escrita cuando se anunció, el viernes, que en 2024 llega la película de Los simuladores. La calidad casi la doy por descontada, pero será interesante ver si conserva esta ética individual o si sucumbe a la tentación de lo colectivo.

 

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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