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No hacía falta ser un oráculo para prever que, al menor intento de perforar el muro proteccionista que nos blinda del mundo, surgiría la resistencia de siempre. En las próximas líneas listo algunas de las estrategias que empieza a desplegar el statu quo aislacionista para seguir imponiéndose.
“Miralo a Trump”
“Aprendan de Trump” es la frase de moda tras las elecciones en Estados Unidos. Desde el empresario y dirigente textil Tomás Karagozian hasta la propia Cristina Kirchner, no faltan quienes sugieren que Milei debería copiar el nacionalismo y el impulso industrializador de su flamante aliado internacional.
Pero la realidad es otra: Estados Unidos puede darse estos lujos, entre otras cosas, porque parte de un nivel de integración económica que nosotros ni soñamos. Argentina es una de las economías más cerradas del mundo. Somos parte del Mercosur, un club exclusivo con aranceles altísimos y acuerdos comerciales que apenas alcanzan al 10% del PBI global. Mientras tanto, Chile y Perú tienen acceso preferencial a mercados que suman casi el 90% del PBI global. Por si fuera poco, Argentina le añadió su impronta al paredón del Mercosur: regulaciones técnicas, controles y un abuso de medidas anti-dumping, de las que somos uno de los mayores usuarios del mundo, según la OMC. Hasta hace poco, las Licencias No Automáticas y las SIRA completaban nuestro kit de proteccionismo extremo. Cerrarnos aún más sería, casi literalmente, imposible.
Aunque Estados Unidos pueda implementar políticas proteccionistas, tampoco les resultará gratis a los consumidores norteamericanos. Por poner un ejemplo, algunos economistas calculan que de aplicarse aranceles generales a productos chinos, el próximo iPhone podría costar 300 dólares más. Un verdadero rayo peronizador, versión norteamericana.
“Vamos a contramano del mundo”
En una línea más sofisticada, ahora se intenta imponer que la política industrial “ha vuelto”, que el mundo la abraza y que solo los “terraplanistas” se oponen. Como muestra, el mes pasado Dani Rodrik visitó Argentina, invitado por el MAD, el think tank de Horacio Rodríguez Larreta, y dejó titulares como: “Por qué el Estado tiene que impulsar ‘política industrial’ para sostener el crecimiento”.
Rodrik, experto en desarrollo económico y comercio internacional, efectivamente cree en un rol estatal, pero no en el que acá se promociona. Haciendo doble click sobre sus ideas, se ve que su enfoque se basa en resolver obstáculos estructurales, como la falta de capacitación, infraestructura o regulación adecuada. Y, atención, advierte contra el peligro de convertir aranceles y subsidios en meras rentas para sectores privilegiados.
La política industrial que Rodrik defiende tiene poco que ver con la que algunos reclaman en Argentina, donde los subsidios y las barreras proteccionistas suelen disfrazarse de “desarrollo” mientras perpetúan la ineficiencia, empobrecen a los consumidores y financian vidas de lujo para unos pocos.
Think tanks ‘apartidarios’ en acción
“Desde CABA arman ‘genialidades’ de apertura comercial para importar y no tienen una idea de cómo orientar al país para que exporte más,” ironizó en X Tomás Bril, director del área de Políticas Productivas de Fundar, un think tank progresista financiado por el empresario Sebastián Ceria. Fue una declaración mesurada, al menos comparada con los videos difundidos por Fundar días antes del ballotage, el año pasado, donde sugerían que una victoria de Milei pondría en peligro la democracia. Aquellas piezas incluían desde mensajes solemnes, como el protagonizado por el escritor y editor Hernán Casciari, hasta advertencias dramáticas como la del famoso politólogo estadounidense Steven Levitsky, quien aseguraba que, aunque los problemas económicos eran graves, Argentina había logrado preservar su democracia… hasta ahora. “Nunca más”, alertaba Levitsky en español.
El tuit de Bril cerraba con un sarcasmo (“Apurados para importar, aletargados para exportar”) que captó la atención del discreto secretario de Comercio de la Nación, Pablo Lavigne, quien le respondió destacando cambios recientes para facilitar exportaciones de servicios basados en el conocimiento, carnes y metalmecánica. Este intercambio en redes llegó luego al programa de radio de María O’Donnell, donde Daniel Schteingart, panelista y director de Planificación Productiva de Fundar, concluyó en la misma línea: el Gobierno solo se preocupa por abrir importaciones, decía, y carece de una estrategia integral para promover las exportaciones.
Curioso que Schteingart no mencionara que una de las grandes medidas del actual secretario de Comercio fue eliminar las Licencias No Automáticas y las SIRA, el paco del proteccionismo. Estas regulaciones no sólo erosionaban la competitividad de nuestras exportaciones, sino que también sirvieron como un caldo de cultivo perfecto para la corrupción. En Seúl militamos desde hace años, casi en soledad, por su eliminación. Mientras tanto, los que hoy exigen planes integrales no hablaban de estas barreras ni desde sus fundaciones ni desde sus despachos. Porque mientras muchas pymes se quedaban sin insumos para producir y dependían de que un funcionario les aprobara los permisos de importación, Schteingart era funcionario del gobierno de Alberto Fernández y dirigía el plan Argentina Productiva 2030, que proponía duplicar las exportaciones (¡qué fácil es proponer!) sin mencionar, insólitamente, las restricciones a las importaciones, los aranceles excesivos o la falta de acuerdos comerciales.
Mientras tanto, los que hoy exigen planes integrales no hablaban de estas barreras ni desde sus fundaciones ni desde sus despachos.
Los problemas de Argentina Productiva 2030 comenzaban ya con su diagnóstico. Según los autores, los obstáculos para el crecimiento, el empleo y la reducción de la pobreza se debían únicamente a “crisis recurrentes por falta de dólares y a una matriz productiva poco desarrollada”. Ignoraban factores clave como la inflación de tres dígitos, el déficit fiscal crónico y la presión impositiva. Por eso, en lugar de abordar estos problemas estructurales, proponían parches que profundizaban el proteccionismo, escudándose en la supuesta falta inevitable de divisas. No sorprende que incluyeran recomendaciones como convertir en política de Estado el programa de fomento al turismo PreViaje o impulsar un “programa de desarrollo de proveedores 4.0” enfocado en sustituir importaciones para mejorar la adopción tecnológica de las empresas industriales. Traducido: fabricar localmente maquinaria e instrumentos digitales clave para la competitividad porque “no hay dólares”, sin siquiera un análisis de costo-beneficio.
Por eso resulta chocante que ahora vengan con el dedo levantado a exigir planes integrales y política industrial desde una supuesta imparcialidad. Hablan de capacidades estatales y nos invitan a imaginar discípulos de Dani Rodrik liderando agencias de exportación, pero es difícil tomarlos en serio cuando, al mismo tiempo que escribían estos informes y a dos despachos de distancia, Matías Tombolini gestionaba el comercio exterior y dejaba como legado un piso histórico de empresas exportadoras. También es una lástima que el informe de política comercial de Fundar llegue recién ahora; si lo hubieran publicado en 2022, tal vez nos habríamos ahorrado el flagelo de las SIRA. Es bueno saber que ahora están “alerta”.
Para abrir nunca es el momento
“No tengo problema en competir, pero veamos la secuencia” es un clásico del discurso proteccionista: no se puede abrir, reclama, sin antes bajar todos los impuestos, tener una reforma laboral y que las rutas estén perfectamente pavimentadas. Mientras tanto, dame algún subsidio para que mejore mi productividad y me prepare para competir. En otras palabras: no abramos nunca. Lo que se va a tratar instalar ahora es que el Gobierno hace apertura indiscriminada mientras no baja impuestos.
Paradójicamente, cada vez que funcionarios cercanos a la industria están en posiciones de poder se olvidan de la competitividad sistémica que tanto reclaman y, en cambio, aumentan la protección. En diciembre del 2019, recién asumido, Alberto Fernandez suspendió el pacto fiscal con las provincias, que establecía una progresiva baja de impuestos, y en enero de 2020 el nuevo secretario de Industria, que venía de ser el director de Pro-Tejer, el principal lobby textil, ya había repuesto las Licencias no Automáticas a los amigos. Ni dos meses tardaron.
Por eso la apertura debe hacerse en simultáneo. Hasta ahora, el Gobierno logró estabilizar la macroeconomía, bajar la inflación (el peor de los impuestos), reducir costos burocráticos y mejorar el acceso al crédito, factores que ayudan a aliviar el costo argentino. Al mismo tiempo, viene haciendo acupuntura arancelaria en productos específicos, como bicicletas y neumáticos, dentro de los límites del Mercosur y facilitando el comercio mediante la simplificación de trámites y requisitos. También permitió pequeñas compras internacionales para que los consumidores accedan a ropa, tecnología y electrodomésticos a precios más cercanos a los del resto del mundo. Esto no es una apertura indiscriminada de importaciones (algo imposible dentro del esquema del Mercosur), sino apenas primeros pasos hacia una normalización del comercio exterior.
Esto no es una apertura indiscriminada de importaciones (algo imposible dentro del esquema del Mercosur), sino apenas primeros pasos.
En la medida en que se ponga sobre la mesa una reforma tributaria y se quite el cepo se podrá ir profundizando este camino a la integración. Argentina asume ahora la presidencia del Mercosur y será una excelente oportunidad para poner en agenda la reforma del Arancel Externo Común. Además de ser altos en promedio, los aranceles del Mercosur son particularmente altos para insumos y bienes intermedios, algo que resta competitividad a nuestras exportaciones y desalienta los procesos productivos locales. Otro gran tema es avanzar en firmar más acuerdos comerciales en conjunto o reformar las reglas del Mercosur para poder negociar en forma independiente. Pero la clave es no detenernos.
Argumentos finales
Una pregunta recurrente de estos meses es cómo el Gobierno logró un ajuste brutal de las cuentas públicas sin perder el apoyo popular. La respuesta tiene raíces en la pandemia, que expuso como nunca los privilegios de la casta. Mientras el Estado decía “te cuidamos” y nos encerraba, ellos se reunían, se vacunaban primero y vivían bajo reglas distintas. La indignación quedó servida. Milei supo canalizar esa bronca y simplificar conceptos económicos que antes parecían imposibles de explicar sin rodeos: hay inflación, decía, porque el Estado gasta de más para financiar los privilegios de la casta. Para cubrirlo nos llenan de impuestos y, cuando eso no alcanza, imprimen dinero. Más billetes, menos valor, más inflación. ¿La solución? Cortar los privilegios de raíz. Eso es lo que asegura estar haciendo y, a juzgar por los primeros resultados, parece dar frutos: la inflación está en baja. Buenos, malos, un problema, una solución y un resultado. La gente apoya.
Con la apertura comercial sospecho que será más difícil. Evidentemente hay una casta privilegiada que se beneficia de la protección mientras los consumidores pagamos más caro para que ellos estén cómodos. Pero también hay emprendedores y Pymes crearon nuevos negocios aprovechando las reglas que imperaban, reglas disparatadas pero de las que no son responsables. No son lo mismo los dos grupos. El desafío será cuidarlos, sin retroceder en el proceso de normalización económica que tanto necesitamos.
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