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Domingo

Nadie salva solo

La investigación por coimas en la agencia de discapacidad encuentra el gobierno en su momento de mayor soledad política. Por decisión propia.

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Dos veces el año pasado y una vez en febrero, después del estallido del Caso Libra, analistas y dirigentes entonaron las estrofas del clásico “la peor semana del Gobierno”, pero el Gobierno logró recuperarse, gracias al crecimiento de la economía, la popularidad del presidente Milei y el changüí implícito que reciben todos los gobierno nuevos. Los que lo están diciendo desde el viernes, sin embargo, quizás tengan algo más de razón. La economía da señales de estancamiento, el Congreso lleva un mes en rebeldía abierta y la denuncia de corrupción en la ANDIS, la agencia de discapacidad, parece más bicha y difícil de sacudir.

De todas maneras, lo que más ha cambiado desde hace un año es la erosión que genera en cualquier gobierno el paso del tiempo, que descubre velos y hace visible lo antes invisible. No sé cuánto aprendí en mis cuatro años en Casa Rosada, pero hay una experiencia que es difícil de transmitir: cómo fluye la respiración de un mandato presidencial. Lo que al principio funciona deja de funcionar, los que se callaban empiezan a hablar, las gambetas ya no engañan. No es un proceso lineal ni inevitable y quizás no tenga costo electoral en octubre, pero el Gobierno debe prepararse para que el año que viene, si le va bien en las elecciones y se convierte en el centro del poder, con más tiempo recorrido, más desangelamiento y nuevas demandas de construcción (no ya solo de destrucción), haya cada vez más semanas como esta que pasó.

Un problema añadido es la decisión del Gobierno de enfrentar todos estos desafíos en la más absoluta soledad. Más allá de las alianzas en algunas provincias con el PRO y en otras con el radicalismo, el Gobierno se percibe a sí mismo como el único actor legítimo del proceso de cambio que quiere impulsar, empujado apenas por la popularidad social y una sensación (“las fuerzas del cielo”) de inevitabilidad histórica. Ni en el Congreso ni la política ni los sindicatos ni entre los empresarios ha aprobado socios valiosos para la supuesta revolución en marcha. Algunos lo acompañan porque quieren (o, según la mirada libertaria, porque no les queda otra) y otros se callan la boca porque no tienen legitimidad para protestar. Las derrotas recientes en el Congreso expresan este patrón: en lugar de persuadir, negociar o reclutar, La Libertad Avanza desafió a los gritos a los bloques intermedios, que hacen un año lo acompañaron y ahora dudan o se rebelan. En el alboroto reciente por la volatilidad de la tasa de interés, que mete ruido en el proceso de estabilización macroeconómica, pasó algo parecido: los funcionarios insisten en que fueron mal entendidos por los bancos, que todo pronto se va a acomodar. El Gobierno, que hace un año era una topadora de medidas y batallas, parece ahora frenado, en tiempo muerto, como a la espera de que el triunfo electoral le dé el nuevo impulso que merece y necesita.

Juntos o separados

En noviembre del año pasado escribí acá que el PRO y La La Libertad Avanza debían ir separados en las elecciones de medio término. Mi argumento era que esa era la mejor manera de hacer crecer la coalición del balotaje de 2023 y fortalecer el apoyo social y parlamentario al rumbo económico, porque les daría a votantes tradicionales del PRO y a otros de Juntos por el Cambio una manera de apoyar lo que les gustaba sin comprometerse con lo que no les gustaba. Dado que ningún gobierno desde el regreso de la democracia, aun los que tenían resultados para mostrar (Alfonsín en 1985, Menem en 1993, Macri en 2017), superó el 43% de los votos en las elecciones legislativas, a LLA le convendría, decía yo, tener una variante de acompañantes autorizados que le permitieran llegar al 50% deseado, si no a ellos, al menos sí a quienes comparten con ellos los trazos centrales de sus ideas y detestan a los mismos rivales. La Libertad Avanza, en cambio, eligió otro camino: en lugar de complementarse con los ex dirigentes de JxC, está intentando reemplazarlos, a pesar de que este camino no necesariamente va a ampliar la cantidad de legisladores que necesita para, por ejemplo, bloquear vetos presidenciales.

Este talante queda explícito en el slogan “kirchnerismo o libertad”, que el oficialismo ya usó en las elecciones porteñas de mayo y está sacando a la cancha para las bonaerenses de dentro de dos semanas y las nacionales de octubre. Es lógico que el Gobierno quiera plebiscitarse y diluir el peso electoral de las opciones intermedias, y es probable que lo haga con éxito dentro de dos meses. Pero en el plano político, que también importa, la tendencia del oficialismo a aislarse y el mero paso del tiempo han llevado a un número de aliados potenciales a, ante la duda y la opción binaria, votar con el kirchnerismo. Sus militantes podrán insultarlos todo lo que quieran, pero si posibles compañeros de viaje, que combatieron al kirchnerismo durante décadas (desde mucho antes que Milei, de hecho), eligen votar con el peronismo quizás sea porque, al menos en parte, fracasó la estrategia centrífuga que sólo permite la sumisión o el enfrentamiento. Insisto que este año quizás no sea demasiado grave en términos electorales, pero el Gobierno necesita recuperar velocidad reformista el año que viene (el desafío fiscal será aún más duro) y no lo va a lograr percutiendo como ahora contra la roca del nosotros o ellos.

Cuando te va bien, nadie necesita amigos. Pero en todo mandato presidencial llega un momento en el que los necesitás.

Cuando te va bien, nadie necesita amigos. Pero en todo mandato presidencial llega un momento en el que los necesitás. Y el maltrato o la burla constantes a políticos, periodistas e incluso votantes corridos apenas un milímetro del evangelio oficial hará difícil la colaboración espontánea (o barata, en términos parlamentarios). Por ejemplo, ahora, cuando una investigación por corrupción que podría llegar al corazón del esquema presidencial amenaza con desestabilizar el proceso electoral. El caso es especialmente endemoniado por dos razones: una es la existencia de los audios, que le da una apariencia de verdadero aun si Diego Spagnuolo, el funcionario allanado, hubiera estado ese día (hace un año) fanfarroneando o diciendo pavadas quién sabe con qué estrategia. La otra es que los audios involucran a Karina Milei, primera dama, jefa espiritual del presidente y estratega política principal de LLA, lo que hace más difícil la solución a mano de los gobiernos de culpar a una manzana podrida y defenestrar al infractor.

Aunque todos los casos de corrupción pasan de moda y con el tiempo pierden fuerza, el de la ANDIS tiene las manchas y los pelos de un potro mañero. En parte porque se monta sobre rumores susurrados pero persistentes sobre el rol de Lule Menem en el gobierno, en parte porque fue justamente la estrategia electoral “vamos por todo” de Menem y Karina la que dejó heridos en todo el país y todos los partidos políticos. No es fácil frenar estos casos cuando incluso los periodistas amigos están indignados y buscando sacrificios: si uno entrega un peón para que no le coman el alfil, quizás sólo logre que le coman el alfil y le jaqueen la dama. Si, en cambio, uno se resiste a reconocer nada y sigue levantando el dedito contra el afano kirchnerista con la esperanza de que pase el chaparrón, puede tener un éxito táctico pero al costo, quizás, de un mayor desencantamiento en los votantes blandos.

Otro flanco débil del caso para el gobierno es que alimenta la desconfianza con la que muchos ex votantes de JxC, todos votantes de Milei en el balotaje, venían mirando la “peronización” de la estrategia electoral de LLA, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, dirigida por Lule Menem y Sebastián Pareja y con reclutas distritales de bochinchero pasado kirchnerista. Cuando cerraron las listas, la línea que se bajó ante las protestas, incluso internas, fue “estas son las listas de Milei, al que no le guste se puede ir”. A los chicos de la mística revolucionaria les pedían que abrazaran la realpolitik del barro bonaerense: bienvenidos a la política. A los Mabeles y Raúles de los banderazos de 2020, en cambio, no les decían nada, porque no tenían nada para decirles.

Dos almas en pugna

Lo curioso es que el desdén del oficialismo por cualquier no alineado ha venido por dos vías opuestas. De un lado, la estrategia del rodillo de Karina y Lule: nosotros no tenemos amigos ni socios, acá imponemos nuestras condiciones o no hay acuerdo. Por el otro, la rama ideologizada del movimiento libertario, que viene considerando tibios y fracasados a los del PRO, comunistas a radicales y lilitos, mandriles a los economistas, impresentables o delincuentes a todos los demás. Por cinismo pragmático o por convicción idealista, ambas patas del oficialismo, hoy aparentemente enfrentadas (eso dicen los diarios), contribuyeron a aislar al Gobierno de sus posibles compañeros de ruta en la durísima e imposible tarea de enderezar la economía y dejar atrás al kirchnerismo. Quisieron hacerlo solos. Y peleados entre ellos.

En el camino no les preocupó quedarse sin amigos ni buena voluntad, confiados en que la popularidad de Milei y la rueda de la historia serían nafta suficiente. Al gobierno de Cambiemos le costó dos años entender que los problemas de la Argentina eran más profundos que el kirchnerismo. Cuando dice “kirchnerismo o libertad”, un slogan que sintetiza sus deseos de aislamiento, el oficialismo parece estar cometiendo el mismo error. La tarea por delante, incluso tomada dentro de los términos que usa el Gobierno, es mucho más difícil y llevará más tiempo. Adaptando un poquito la frase de El eterneuta, podríamos decirles: nadie salva solo.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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