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Domingo

Nadie compra libros

¿Y si la era Gutenberg no fue más que un paréntesis?

El título, provocador, nada tiene que ver con la Feria del Libro. Ni con el Gran Pueblo Argentino (¡salud!). Tampoco con “nosotros”: es sabido que los lectores de newsletters y los oyentes de podcasts tenemos gran familiaridad, como consumidores, con los compradores de libros. La frase corresponde a un diagnóstico a gran escala, provocador y con vocación de attention-bait: la disparó el lunes, en su newsletter, la escritora Elle Griffin. Como ella misma aclara, su tarea, ardua, fue leer, resumir y sacar conclusiones sobre The Trial, un libro de más de mil páginas (vale el dato) que transcribe todas las declaraciones en el juicio donde el Departamento de Justicia de Estados Unidos impidió en 2022 la venta de la editorial Simon & Schuster (11% del mercado editorial de ese país) a Penguin Random House (37%). Una operación comercial de 2.200 millones de dólares. Las apreciaciones finales de la autora, en las que se cruzan el modelo de negocios de las editoriales y el impacto de la disrupción digital en las últimas tres décadas, exceden al libro y alumbran la coyuntura de toda la industria cultural.

Y, claro, merecen ser destacadas a nivel local, en esta verdadera “semana del libro”. Primero, se vio en la multitudinaria marcha por el presupuesto universitario: parte de la convocatoria llamaba a portar un libro, convertido en el fetiche de conocimientos adquiridos en las casas de altos estudios. La propuesta fue resistida y hasta ridiculizada vía streaming y redes sociales por las diatribas del histriónico Tomás Rebord, pero sobre todo fue desbordada in situ por un dispositivo más vigente y eficiente: los carteles manuscritos convertidos en meme, actual fetiche de ingenio espontáneo, se robaron el protagonismo. También resalta por las paradojas políticas que rodean a la edición 48 de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, entre el explícito discurso de Alejandro Vaccaro, un promocionado “debate de fin de feria” y, desde luego, por las tensiones alrededor de la próxima presencia del Presidente Milei en la pista central de la Rural. Presentará su libro Capitalismo, socialismo y la trampa noeliberal (Planeta) fuera del recinto formal del evento del que el Estado nacional retiró aporte y participación oficial. Lo hará en una performance diseñada para su protagonismo.

La discusión alrededor del “objeto libro”, también a nivel global, se da un contexto relevante en la industria cultural. En la música, días atrás, el lanzamiento de un disco (¿álbum, long-play, colección de canciones?) de la mayor estrella musical del momento, Taylor Swift, se convirtió en evento por la decisión de la artista de permitir que sus temas sean utilizados y viralizados en TikTok, la red social de capitales chinos que Joe Biden intimó a ser vendida bajo pena de prohibición. El uso de una red social que nació basada en la música y se popularizó por las coreografías reactivó la discusión sobre qué significa y cómo se consume la música hoy.

El comediante se despachó con contundencia: “Las películas ya no ocupan el lugar cumbre en la jerarquía social y cultural que tuvieron en nuestras vidas”.

Hizo ecos en las colinas de Hollywood, también esta semana, por otra frase con diagnóstico terminal que Jerry Seinfeld usó en la promoción de una película producida por él mismo: “El negocio del cine está terminado”. Fin. Fue en una entrevista con la revista GQ, y el comediante se despachó con contundencia: “Las películas ya no ocupan el lugar cumbre en la jerarquía social y cultural que tuvieron en nuestras vidas”. Y siguió: “En cada conversación cotidiana en la industria hoy reina la desorientación: qué está pasando, cómo sigue esto”. El fantasma del streaming amenaza o cuestiona un circuito de producción pero sobre todo un modelo cultural de creación de estrellas y presupuestos millonarios. En definitiva, la cuestión sobre la sustentabilidad, rentabilidad e impacto afecta a la industria cultural en todas sus formas.

Desde una temporalidad más larga, el tema se vuelve más profundo. La invención de la imprenta de tipos móviles en Europa, a fines del siglo XV, a manos de Gutenberg, fue sin dudas el inicio de muchas cosas. Su creación de todos modos fue de élite: eran pocos títulos para muy pocos y privilegiados lectores que sabían leer. La casta. Pero su impacto y su perdurabilidad, cinco siglos después, son prueba de su éxito: como no había lectores, hubo que inventarlos. Vamos de nuevo: el libro antecede a los lectores y tuvo la potencia creativa de ser un artefacto que inició la revolución de la palabra impresa y luego de la lecto-escritura gratuita y obligatoria. Su contundencia y eficacia en la transmisión de conocimientos hacen que el libro siga siendo un artefacto con aspectos irremplazables. Es cierto que el libro-soporte es hoy un universo que combina materiales didácticos escolares, literatura, ensayos fotográficos, no-ficción, divulgación sobre temáticas de lo más variadas y muchos géneros más, pero también que aun en tiempos de desproporcionada producción de información, textos e imágenes digitales, se sostiene como producto emblemático. Mucho más que su contenido, su tecnología se impuso hasta el siglo XXI: tras la pandemia, y con pico en 2021, se vendieron más libros que nunca en la historia de la humanidad, aunque estos dos últimos años está en baja.

¿Quién lee?

El profesor Jeff Jarvis, académico y uno de los primeros analistas del paradigma digital, publicó el año pasado El paréntesis Gutenberg. Su tesis sostiene que la era impresa fue (dicho por él, así, en pasado) una gran excepción en el curso de la historia: en su libro, ejem, busca profundizar en qué podemos aprender de esa etapa mientras nos adentramos en una era de redes, datos y máquinas inteligentes. En su recorrido, retrocede a aquellos días: nos demoramos 50 años desde la imprenta hasta encontrar la forma que hoy conocemos como libro (título, páginas numeradas) y otros cien hasta darle forma a las novelas (Cervantes) o las obras de teatro (Shakespeare) y, muy poco después, los diarios. Luego, el propio Jarvis admitió su error parcial: en plena efervescencia digital había protefizado que en una era de hipervínculos, conversacional, transaccional, transmedia, debíamos superar al libro. Hoy prefiere concederle la razón a Umberto Eco: “El libro es como la cuchara, las tijeras, el martillo, la rueda. Una vez inventado, no se puede mejorar”.

Hoy prefiere concederle la razón a Umberto Eco: ‘El libro es como la cuchara, las tijeras, el martillo, la rueda. Una vez inventado, no se puede mejorar’.

Entonces, ¿ya nadie lee libros? O, ¿por qué leemos tantos libros? Volvamos a The Trial, el libro sobre la venta de Simon & Schuster. El título remite deliberadamente al centenario texto de Franz Kafka, considerado una oda anti-rutina y anti-burocratización del individuo moderno. Y está repleto de testimonios judiciales de las principales autoridades, y ejecutivos de las editoriales más importantes. Y de estadísticas. Basada en ellas, la autora intenta sacar algunas conclusiones grandilocuentes: los best-sellers son una verdadera rareza, un puñado de no más de 50 autores concentra los adelantos de regalías millonarios, el 90% de los libros vende menos de 2.000 copias, los libros de celebridades-influencers les sirven a las editoriales porque se ahorran gastos de marketing y promoción, no todos los libros de celebridades-influencers son exitosos, cada vez se venden más libros de catálogo (ediciones de años anteriores, clásicos). En definitiva, su diagnóstico parece resumirse en que el comportamiento de la industria se explica por un sinfín de libros editados a pérdida que no capturan el mínimo de compradores y que son subsidiados por un reducido grupo de títulos hiteros y sus autores millonarios. Las discusiones de hoy mismo, también en los pasillos de la Rural y en otras ferias del mundo, giran alrededor del precio del papel, la concentración de las casas editoriales, el rol de las redes sociales, el auge de los audiolibros, el impacto de la inteligencia artificial en la producción de textos. En una conversación periférica a la Feria, un importante editor de habla hispana agrega en estricto off the record: “Los libros también siguen vigentes porque ocupan un lugar que antes tenían los medios masivos, los diarios, las revistas… Para entender la actualidad, o para seguir temas específicos, siempre hay un libro”.

Vayamos más atrás aún. “Más que cualquier invención, la escritura ha transformado la conciencia humana”, dice Walter Ong, en su obra seminal Oralidad y escritura, La tecnologización de la palabra.  La historia de la escritura es, en efecto, un elemento tan poderoso que la propia Historia, como relato y disciplina narrativa sobre el pasado, existe desde la escritura. Aquellos glifos de fecha y significado imprecisos para nosotros, primero utilitarios, permitieron abandonar la oralidad, pero hasta que no adquirieron escala industrial y alcance masivo, la revolución no estuvo terminada.

Cuenta la leyenda, y confirma Wikipedia, que el alemán Johannes Gutenberg aprendió los rudimentos de su gran invención europea, la imprenta de tipos móviles de metal, tomando elementos y técnicas de China, populares desde el siglo VIII, que los europeos venían tratando de adaptar y perfeccionar. El dato del invento chino industrializado en Europa es rescatado en estos días por otro obsesivo estudioso de los libros y la industria cultural. El español Jorge Carrión, autor de la ficción “Membrana”, que presentó en la Feria de Buenos Aires en 2022, pero también de “Librerías” y “Contra Amazon”, director de la maestría de Escritura Creativa en Barcelona, y estudioso de las letras y su consumo, publicó días atrás Gemelos Digitales: es una dedicada obra de ciencia ficción que evoca a Gutenberg y cita oportunamente a Jorge Luis Borges, una pieza en la que se cruzan la tecnología y el amor, pero pensada para audio y lanzada en formato podcast.

 

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Ernesto Martelli

Abogado. Ex Director de Innovación en La Nación. Analista cultural e investigador especializado en comunicación digital. #MediaArchitect

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