ELÍAS WENGIEL
Domingo

Todo marcha acorde
a Santiago Caputo

'El monje', de Manu Jove y Maia Jastreblansky, es una biografía eficaz del mitificado asesor presidencial y un buen retrato del mileísmo como fenómeno político.

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El monje
Maia Jastreblansky y Manuel Jove
Planeta, 2025
336 páginas, $23.900

 

Vayamos sin vueltas a lo principal, que para perdernos en lo accesorio siempre hay tiempo: El monje, la biografía de Santiago Caputo escrita por los periodistas Manu Jove y Maia Jastreblansky, es un producto de un nivel superior al promedio de la categoría de libros periodísticos de actualidad con ambición de punta de góndola y ventas altas, en la cual el primer objetivo es llegar al mercado antes que los demás. Como cuenta la propia Jastreblansky en una interesante entrevista con Rosendo Grobo, se trató desde el comienzo de un proyecto tan urgente y con tantas ventajas comparativas para su segmento que se impuso antes como un encargo de la editorial que como una idea de los autores: alguien tenía que hacer la biografía de quien es considerado hoy la persona más poderosa del país, y más aún cuando esa persona reúne particularidades infrecuentes para su posición: joven, desconocido para las multitudes y, por sobre todas las cosas, alguien que ni siquiera quienes lo conocían lo vieron venir.

No sólo eso: puede que Santiago Caputo no sea la primera persona joven y excéntrica en acumular una cuota importante de poder en la Argentina (la política grande no es, después de todo, un trabajo donde la gente “normal” se siente cómoda), pero sí seguramente es el primero que, como el proyecto político que ayudó a construir y en buena medida conduce, se construyó no exactamente en la periferia del sistema, pero sí en sus márgenes borrosos y opacos.

Más allá de las formas y la intensidad de este circo freak abierto 24×7 que fue siempre el mileísmo —con y sin poder—, el monje que retrata este libro es una suerte de oveja negra de las familias influyentes y la patria consultora, un eterno adolescente problemático con un gusto juguetón por las farsas y las provocaciones, un vivillo que reparte caramelos de madera de fascismo y misterio (consumidos con una avidez rayana en lo histérico) mientras avanza como un pulpo sobre el organigrama del Ejecutivo. ¿Se acuerdan de aquellas presentaciones televisivas de CQC en los ’90, cuando Pergolini y sus muchachos jugaban a ser perseguidos por autos negros que se suponían peligrosos sin que se supiera muy bien por qué o para qué? Bueno, Santi parece hacer lo mismo, sólo que con los autos negros de verdad, con chapa oficial que puede ser tanto de la subsecretaría de Asuntos Intrascendentes como de la SIDE posta. Aunque tampoco, como en CQC, se entienda del todo por qué y para qué.

Santi parece hacer lo mismo, sólo que con los autos negros de verdad, con chapa oficial que puede ser tanto de la subsecretaría de Asuntos Intrascendentes como de la SIDE posta.

Para ensayar entonces una primera respuesta a estos enigmas, para repasar estos acontecimientos que nos caminaron por encima y con la esperanza, siempre vana, de que no nos vuelva a pasar algo semejante, entendemos que necesitamos llenar los casilleros en blanco en nuestros esquemas mentales: ahí es donde aparecen los libros periodísticos con la promesa de hacer su gracia, y puede decirse entonces que El monje cumple en buena medida con lo que promete.

Sobrepasados por la carga laboral diaria de su oficio, los autores entendieron que era mejor trabajar a cuatro manos para cumplir con las estándares mínimos de calidad: había que hablar con gente, con mucha gente que quizás no tuviese ganas de hablar sobre temas comprometedores, hasta llegar por supuesto al protagonista principal. Y había que hacerlo rápido y con eficiencia para transformar todo eso en un texto de una cierta longitud. Nada que reprochar por ese lado: El monje está correctamente escrito, no tiene ningún tipo de pretensión estilística y su lectura se beneficia por una sencillez que evita la mayoría de los latiguillos y lugares comunes del periodismo.

También es cierto que el retrato del personaje le impone ciertas condiciones al libro, que resulta mucho más interesante en esos dos primeros tercios que narran la típica historia de origen y ascenso de un personaje poderoso y que en este caso se desenvuelve a toda velocidad en unos pocos años. Un relato que hasta nos da sensación de culpa, porque es como una carta robada de Poe, pero peor: estuvo siempre ahí, delante de nuestros ojos, la vimos y ni sospechamos que podía llegar a ser esto en lo que se transformó.

Sottogoverno

El tercio restante, en cambio, se vuelve más fatigoso, y no porque resulte el de la caída del protagonista (que desde luego aún no sucedió, pero que Caputo —conocedor de la mecánica de la política y de los arcos narrativos— parece tener prevista: “No hay forma de que lo mío termine bien”, les dice a los autores en el epílogo, reforzando su aura de bufón trágico), sino porque es el de la consolidación. Una constante de la política argentina —o al menos de su narración y análisis periodístico— indica que consolidación equivale a acumulación y ejercicio del poder. Es entonces cuando el libro deja de ser una historia interesante para convertirse en un largo remedo de esas columnas laberínticas de Carlos Pagni, repletas de nombres, cargos, relaciones e influencias.

Jastreblansky, redactora de La Nación, y Jove, anfibio entre el campeón TN y el retador Blender, tratan de ponerle una cuota de humor y condimento a este tramo de recorrido forzoso, terminan algunos párrafos con oraciones de una única palabra a la manera del commendatore (“rumores”, “habladurías”), pero las páginas empiezan a pesar, se traban entre Arribas y Majdalanis de ocasión, que hoy pueden llamarse Neiffert o Scaturicce y mañana quién sabe. Los sótanos del sistema, en suma, siempre bajo la larga sombra del Coti, de Stiuso y de Pocino, ya tan consolidados y añosos como nuestra democracia. Pero también el mapa intrincado de relaciones políticas y económicas, el libro azul y el círculo rojo de todos los que hacen negocios con todos en blanco, en gris y en negro. Se supone que esto es mucho muy importante, pero por alguna razón nos lo olvidamos una y otra vez. Será porque tan importante no es, después de todo, o porque es muy aburrido. Chi lo sa. 

Decíamos entonces que El monje no esconde su origen y sus marcas de producto de exploitation: es un libro periodístico que no pretende ser más que eso, un compilado largo de la primera versión de la Historia. En aquella entrevista que mencionábamos al principio, Jastreblansky se explaya acerca del trabajo periodístico, de su experiencia en La Nación y de cómo funciona el ecosistema. Hay en su descripción un reconocimiento tácito del estado de situación: los medios no cuentan con recursos suficientes para grandes producciones o para sostener el trabajo a mediano plazo de investigaciones más elaboradas. Ni que hablar para crónicas con mucha primera persona. Hay que hacer entonces de tripas corazón y aceptar que cubrir Casa Rosada no es un retroceso, al contrario. Las esperas en los pasillos pueden ser largas y tediosas, se puede pasar alternativamente frío, calor, hambre y sed (por eso todo catering es bienvenido), pero el periodismo es ante todo contar lo que pasa; y lo que pasa, pasa por ahí.

Flood the zone a la manera trumpista, un método que el mileísmo aprendió en sus orígenes y hoy ejecuta incluso más ordenada y eficientemente que la desbordada casa matriz.

Se trata de ponerle el pecho a la diaria, ver pasar a los funcionarios por “la explanada” o interceptarlos en el hall de algún ministerio, estar al tanto de los chismes, las peleas y las internas. Estar a la pesca de lo que se dice en cada lado, lo que se declara oficialmente y lo que cada parte quiere que se sepa, se lea o se interprete. Es un sistema de bajo costo que se retroalimenta y funciona razonablemente bien por su propia inercia. Nada muy distinto de lo que pasa con el fútbol, con horas de transmisiones diarias en vivo desde las puertas de Bover y sus posteriores comentarios, análisis y debates. En cualquier caso, para estos menesteres se supone que es importante el manejo de la agenda, es decir, la instalación de los temas en el debate público en medios y redes sociales, y justamente esta es una de las tareas en las que Santiago Caputo es un experto: flood the zone a la manera trumpista, un método que el mileísmo aprendió en sus orígenes y hoy ejecuta incluso más ordenada y eficientemente que la desbordada casa matriz en Washington.

Ahora bien, así como este sistema se las arregla para llenar horas de sitios de noticias, canales de cable, juntadas de streamings y peleas en redes sociales, en las páginas de un libro se vuelve repetitivo, más aún si los autores son lo suficientemente astutos como para no arriesgar una interpretación general del personaje y del fenómeno político que describen (por más que ciertas interpretaciones parciales puedan sugerirse por aquí y por allá). Tampoco hay una bajada de línea explícita ni mucho menos una toma de partido: es una actitud saludable en épocas en las que una opinión editorial no se le niega ni al que informa el estado del tránsito. Pero también es prudente si se tiene en cuenta el carácter maximalista del mileísmo y los antecedentes que muestran los resultados de un sistema político fragmentado: es imposible encontrar casos de éxito entre los partidos que gobernaron la Argentina en lo que va del siglo, hoy reducidos a federaciones bastante inestables de franquicias regionales muy aisladas unas de otras.

Es cierto que en El monje se comenta lateralmente el proyecto mileísta de construcción de un partido nacional desde el propio Estado —ya sea en su variante caputista-fuerzadelcielista o karinista-neomenemista— y que ambas variantes tienen el perfume inconfundible del peronismo. Pero sucede que esa oposición clásica entre peronismo y antiperonismo se superpone con otra más reciente y que la gestión de LLA no puede ignorar sin tirar por la borda lo conseguido hasta hoy, y es la puja entre la coalición del superávit fiscal y la del déficit. Como cada una de estas coaliciones tiene una pata peronista y otra republicana, hasta que los resultados de las elecciones legislativas en lo inmediato y los de la gestión económica un poco más a mediano plazo no acomoden un poco los melones, cualquier interpretación de la actualidad política corre serios riesgos de quedar obsoleta en mucho menos tiempo de lo deseado.

Niño terrible

Es también esta atmósfera de incertidumbre con la que se cierra el libro lo que hace tanto más atractivos a sus tercios iniciales, que tienen el carácter excitante del descubrimiento, de la aventura y del ascenso veloz. También, como dijimos más arriba, el del retrato de un personaje y un movimiento político hechos el uno para el otro, que en nuestros esquemas mentales de normalidad no podían pasar jamás de lo pintoresco, pero que en este loco mundo pos-pandémico y de la rebelión del público de Martin Gurri son la nueva normalidad triunfante. El monje nos cuenta que había ya un mileísmo activo desde antes de las cuarentenas sin Santiago Caputo, pero que hubo otro a partir de su llegada como consultor y otro más después de las elecciones de 2021, cuando se conformó el “triángulo de hierro” vigente hasta hoy. ¿Podrían los Milei haber llegado tan lejos sin él? En lo que respecta a la percepción de estos dos hermanos tan –ejem– especiales, todo indica que no.

Pues bien, si Santiago Caputo resultó tan decisivo para que LLA llegara al poder y es tan imprescindible para gestionarlo, la pregunta cae por su propio peso: ¿quién es Santiago Caputo? Este es el cuento más atractivo que El monje tiene para ofrecer. El de un integrante de una familia de clase media alta, de una de sus ramas si se quiere menos prestigiosas, pero así y todo con recursos y conexiones disponibles como para que un tipo con el talento y las ambiciones suficientes pudiera aprovechar. El de un adolescente quilombero y un joven inteligente pero disperso, pragmático pero hiperquinético. El que pidió una recomendación para entrar al negocio de la consultoría política y desde ahí supo avanzar en el escalafón, pagando primero los derechos de piso que hicieran falta hasta llegar a una posición en la que pudiera elegir sus proyectos. Y que, llegado el caso, cuando ya era un mando medio y cobraba sus buenos mangos al servicio de la casta, eligió trabajar con el economista que gritaba y bailaba en la tele, también él empleado de las corporaciones parasitarias y llamado a ascender de modo fulminante con el discurso que demoniza a la casta y a las corporaciones parasitarias. Casta y corpos que ahora se han unificado bajo el nombre de “partido del Estado”, un rebranding maligno a cargo del oficialismo en pleno proceso de construcción de un partido desde el Estado.

Lo que cuenta este libro sobre Santiago Caputo quizás lo sabían ya los más intensos de Twitter, pero acá está todo bien compilado y sistematizado.

El resto de lo que cuenta este libro sobre Caputo quizás lo sabían ya los más intensos de Twitter, pero acá está todo bien compilado y sistematizado, tratando de separar la realidad del –módico– mito. Su aversión a las formas marcospeñistas, su gusto por The West Wing y series similares, los juegos de guerra y de espías, los fierros de verdad. La amistad con Dan y los otros gordos, su talento para entender lo que la sociedad estaba reclamando, que vendría a ser algo opuesto a lo que el kirchnerismo se obstinaba en ofrecer, pero también refractario al espíritu y a las formas cambiemitas.

En Margin Call, la segunda película más amada por la comunidad mervalera después de The Big Short, Jeremy Irons interpreta a un banquero que dice que gana cientos de millones anuales no por inteligente ni por saber mucho de economía, sino por “saber cuál es la música que suena” en el mercado. A su manera, quizás la habilidad de Caputo fue también ésa, la de haber entendido que esta sociedad ya no quería escuchar ni a Los Redondos ni a Tan Biónica, sino a… bueno, a eso que se escucha ahora.

Hubo más, porque Milei llegó al poder con una ayudita de sus no-amigos del PRO y hasta se llevó un equipo y un plan económico todo listo para usar. Pero también hubo decisiones importantes que tomar y que comunicar. Hay algo de certeza y algo de presunción en el aporte concreto de Santiago Caputo a sus decisiones, pero los resultados están a la vista. Si Cambiemos salió a la cancha en 2016 con gradualismo fiscal, baja de retenciones, compensación a los jubilados y obra pública financiada con deuda tomada en los mercados sólo para llegar a 2019 con ajuste y programas de emergencia con el FMI, el mileísmo hizo lo opuesto: más cepo y retenciones, licuación de jubilaciones, superávit fiscal violento y por encima de lo que pedía el Fondo.

Cuando se dice que ‘la vieron’ no fue por la dolarización ni por los 30.000 palos que el Javo decía tener el celular (al final fueron 12.000, je).

Cuando se dice que “la vieron” no fue por la dolarización ni por los 30.000 palos que el Javo decía tener en el celular (al final fueron 12.000, je), sino porque, en un país al que ya caracterizamos como muy difícil, al final resultó que nuestros viejitos siempre tendrán algún familiar al cual recurrir (o no, mala suerte, pero más inmoral es que el 60% de los niños sean pobres), que nadie mira el puente, el viaducto o la obra hidráulica sino el contenedor desbordado de basura (y que si los propios votantes a los que se quiere seducir resulta que hace años que sólo se quejan y postean fotos de mugre, entonces más de la mitad del trabajo ya está hecho, lo único que hay que hacer es amplificar las quejas y la mugre), que los muertos en las rutas no restan votos y que si se inunda una ciudad se lo arregla con solidaridad, sábados de la bondad. ¿Los gringos y los chacareros, siempre tan ofendidos ellos? Que vengan a hablar cuando puedan poner al menos al intendente del pueblo. Todo lo demás son divertimentos, espuma, los tuits de @MileiEmperador y las performances de Dan y su banda.

Así llegamos a donde estamos hoy. El monje cuenta los hechos; las interpretaciones y los pronósticos corren a cargo del lector. El final es abierto, y si en la Argentina todo siempre fue complejo e imprevisible, el resto del mundo hoy no ofrece ninguna de las certezas que parecían hasta hace poco grabadas en piedra.  Santiago dice que el proyecto mileísta puede terminar bien, pero que él no. ¿Exceso de Red Bull y Marlboro? ¿Demasiado poder y negocios inmanejables? ¿Algún otro moco como el de $LIBRA, la única vez que perdieron el control de la situación y obligó a un vértice del triángulo a tirarse encima de la granada para preservar a los otros dos? Seguiremos atentamente los acontecimientos.

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Eugenio Palopoli

Editor de Seúl. Autor de Los hombres que hicieron la historia de las marcas deportivas (Blatt & Ríos, 2014) y Camisetas legendarias del fútbol argentino (Grijalbo, 2019).

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