BERNARDO ERLICH
Domingo

El imperio de Roma contraataca

León XIV, que será coronado hoy, puede ser un antes y un después espiritual para un Occidente cansado y aburrido de sí mismo.

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Ya con el primer cuarto de siglo del tercer milenio cristiano adentro y tras el reciente sale Francisco-entra León XIV acaecido en Roma, hasta el periodismo parece empezar a darse por enterado de hasta qué punto el catolicismo es algo que viene de antes y va bastante más allá de la franciscomanía desatada alrededor de las últimas semanas y suspiros de nuestro ilustre compatriota jesuita y de los primeros pasos de su agustino sucesor.

El catolicismo en cuanto moda es un proceso que viene ocurriendo no tanto “gracias a” sino en muchos casos “a pesar de” los obispos, cardenales y hasta sumos pontífices de la Iglesia Católica y que va más allá de la decadente institución que nos rodea o atraviesa, cuyos tiempos lentos y parsimoniosos modos suelen causar repeluz tanto a propios como ajenos, aunque también ocasionalmente nos interpela y hasta de vez en cuando nos la manda a guardar.

Mi punto y coma en todo este asunto e hipótesis a desarrollar en los párrafos siguientes es que toda esta movida de “el catolicismo contraataca” tiene que ver tanto con sus valores intrínsecos en cuanto síntesis religiosa y metafísica de corte superior y traditional lifestyle como con el agotamiento y la progresiva desintegración de un ciclo histórico, histérico y psicótico al cual igual le quedan décadas y hasta siglos de agonía, pero sin mayores atractivos que algún nuevo electrodoméstico o un tratamiento carísimo para vivir hasta los 120 años.

El humanismo nació católico y en sociedades eclesiásticamente saturadas, entre sedas y salones. La Iglesia es su cuna e infancia, y el dato de que luego los grandes campeones, las luces anticlericales, fueron todos a colegios de curas es algo que nadie puede discutir. Luego pasaron cosas, siglos, descubrimientos, revoluciones, evoluciones e involuciones varias: hoy el tema es que, emancipado hace rato de la Santa Madre que lo parió y mientras chapotea en esta sopa de letras recalentada en la que escribimos y nos leemos, el Occidente ilustrado se sabe aburrido, cansado y saturado de sí mismo, al punto que ya apenas se reproduce y si lo hace deja que sus niños manden en casa.

Es en este marco y dinámica que la espectacular vuelta de tuerca vaticana 2025 que acabamos de presenciar cataliza y sintetiza un cambio de fase y conciencia histórica.

Para peor, en cuanto colectivo y actor, le toca compartir escenario, perspectivas y ecosistemas con dos sujetos históricos del calibre del Islam (que no puede evitar expandirse geográfica y demográficamente con la violencia activa y pasiva que lo caracteriza) y el Partido Comunista Chino, que con toda la paciencia del mundo nos invade y contagia a su manera, consumista al alcance de la mano y esclavista de facto.

Es en este marco y dinámica que la espectacular vuelta de tuerca vaticana 2025 que acabamos de presenciar cataliza y sintetiza un cambio de fase y conciencia histórica a otro nivel escenográfico, argumental e intercultural. O sea, podemos seguir distrayéndonos con nuestras micro-batallas culturales favoritas, pero allá afuera y en nuestros sistemas nerviosos hay una guerra religiosa incandescente y hasta una Pax Romana Americana latente.

Brevísimo repaso intercontinental

En su versión adaptada a la Argentina Eternauta y en ámbitos alfabetizados con mini-biblioteca o estudios universitarios, el catolicismo en cuanto moda cultural se encuentra todavía demasiado contaminado por cuestiones tan anecdóticas como, por un lado, la crisis de identidad peronista y la imprescindible resistencia doctrinal a la sobreactuación libertario-maníaca que nos motoserrucha, y, por otro, al genio, figura y particular carisma de nuestro Francisco, que tras una docena de años pontificando en clave esperpéntico-ecoapocalíptica con altas dosis de periferia, aperturas amagando hacia la banda izquierda y mucho jueguito para la tribuna, acaba de despedirse a todo trapo.

Por ahora no vamos a detenernos en estos fascinantes enredos, sino insistir una y otra vez en sumergirnos en el mar de fondo en el que nos toca flotar o hundirnos. El quid de la cuestión del catolicismo en cuanto moda es que, justamente, no se trata de una moda sino de otra cosa: de una suerte de tendencia totalizante y hasta antitotalitaria que sucede en todos los continentes, por diversidad de motivos pero al final confluyentes y hasta apabullantes para un laicismo militante con problemas de próstata.

Hace décadas que, a pesar de sus escándalos, miserias, reblandecimientos poco edificantes y abandono en cuestiones estéticas, la Iglesia Católica no sólo agoniza en Occidente sin nunca terminar de morirse sino que, perseguida, vapuleada y hasta martirizada, crece en cantidad de fieles y vocaciones religiosas en dos continentes, Asia y África, donde la ya mencionada dupla de China y el Islam compite entre sí sin mayores miramientos, consideraciones ni advertencias sobre amar al prójimo como a uno mismo, ni hablar de poner la otra mejilla o respetar derechos humanos de infieles, traidores y enemigos.

La Iglesia Católica no sólo agoniza en Occidente sin nunca terminar de morirse, sino que crece en cantidad de fieles y vocaciones religiosas en Asia y África.

Es en este terreno de frontera donde el catolicismo florece, in situ entre escombros y calles de tierra y hasta en Roma, en donde su peso relativo y ascendencia espiritual es cada vez más determinante. Por ejemplo, por limitarnos a la composición del Colegio Cardenalicio, durante los años de Francisco el porcentaje de cardenales de Asia, África, Medio Oriente y el Pacífico pasó del 20% al 33%, a cuenta de Europa, que bajó del 51% al 40%, lo cual viendo cómo está el patio todavía es bastante.

América es otra historieta

Por su parte, Estados Unidos, nación elegida, medio continente e imperio, es cada vez más católica en cuanto primera minoría influyente, apalancada y apalancante, y esto ya desde antes de la elección de Robert Prevost como Sumo Pontífice, acontecimiento que obviamente implica un antes y un después en la historia del catolicismo a la norteamericana. Por una parte, durante décadas históricamente asociado al Partido Demócrata, tanto el “voto católico” en general como el “voto latino” en particular se han constituido como uno de los valedores del movimiento MAGA y acaso el grupo demográfico que terminó por inclinar la balanza del lado republicano.

Escalando a la punta de la pirámide y acotándonos al perímetro de esa exageradísima masonada arquitectónica conocida como Washington D. C., en la actualidad cinco de los nueve jueces de la Suprema Corte son católicos, lo mismo que su espectacular primera dama, su secretario de Estado y el vicepresidente (este último converso desde el pentecostalismo y casado con hijos con una hinduista).

Párrafo aparte se merece el tradicionalismo en cuanto tribu y contracultura: nacidos a principios de los ’70 y abroquelados alrededor de la misa en latín, es un movimiento de base impulsado por laicos que tienen hijos de a ocho y quieren sacerdotes que recen sus misas ad orientem usando misales preconciliares. Todavía minoritarios, los vientos soplan a su favor, tanto por sus altas tasas de natalidad como por el atractivo y la belleza de la liturgia tradicional. Incluso, pandemia y pontificado de Francisco mediante, el mainstream católico ya dejó de verlos como bichos raros para contemplarlos con cariño y hasta cierta admiración en cuanto veteranos de una cruzada y resistencia justa y necesaria.

Todavía minoritarios, los vientos soplan a su favor, tanto por sus altas tasas de natalidad como por el atractivo y la belleza de la liturgia tradicional.

En cuanto a América Latina, a Dios gracias tenemos a la Virgen de Luján en Argentina y a la de Guadalupe en México entre otras advocaciones marianas por cuya intermediación los avances de otras confesiones cristianas (heréticas se les decía antes del Concilio Vaticano II) nunca terminaron de barrer con un catolicismo que trasciende al desprestigio e ineficiencia características de la institución y sus alrededores, con heroicas excepciones.

Aunque cómplice y socio fundacional de los más diversos experimentos justiciero sociales o neofeudales fallidos a diestra y siniestra, hasta sus enemigos consideran al catolicismo cultural como parte de nuestra idiosincrasia y buenismo solidario latinoamericano todos tomados de las manos. Por más proliferación indigenista, pachamamera, budismo de jardín e interiores y cosas peores comiéndole el terreno a la hora de las velas, las plegarias y los altares caseros, nuestro catolicismo es como la Misa Criolla, se funde con nuestra geografía, es parte del paisaje y siempre lo será, y olvidate ahora con un Papa peruano adoptivo.

En Europa el panorama es más bien desolador y la apostasía está en el aire, con la conferencia episcopal alemana técnicamente en cisma, iglesias francesas prendiéndose fuego “accidentalmente” cada dos por tres y una renovada compulsión española por sacar esas cruces de ahí. Con sus tasas de natalidad enrojecidas, la moral pública y privada por el piso, el antisemitismo en auge y el Islam adentro y cada vez más virulento, Europa se encuentra poseída por una suerte de hedonismo rampante como válvula de escape dominante.

Fracasada entonces la Europa comunitaria económica a nivel mística burocrática deficitaria (militarmente rezagada, energéticamente dependiente y demográficamente desbordada), quedan las naciones históricas y sus pueblos, cuyas raíces son cristianas y católicas, con sus peregrinaciones, reliquias de santos y santas, sus catedrales, esculturas, vitrales y obras maestras de la pintura religiosa como atracción turística permanente.

Europa se encuentra poseída por una suerte de hedonismo rampante, con tasas de natalidad enrojecidas, la moral pública por el piso y el islam cada vez más virulento.

Bien mirada en el mapa, Europa no deja de ser el extremo occidental de Eurasia. Espiritualmente hablando está medio muerta, y aunque decadente y olvidada, su Iglesia Católica sigue ahí, para absolverla si se arrepiente y hasta darle la extremaunción si no queda otra. Al ciudadano europeo cada vez le queda menos cuerda y tiene menos margen de maniobra para evitar redescubrir algo que ya sabe aunque finja demencia y se ponga hasta arriba con lo que venga: literal además de metafóricamente, todos sus caminos conducen hacia Roma, su kilómetro cero, fuente espiritual y glándula pineal.

En el vaticano

Así anda girando nuestro viejo y querido globo terráqueo dando vueltas sobre su eje y alrededor del sol a la espera de algún meteorito que lo sacuda un poco, cuando de repente, tras décadas de aggiornamiento, bandera blanca, pedidos de disculpas y complejos de inferioridad con respecto a la modernidad, la Iglesia Católica acaba de entronizar al decimocuarto León de su historia.

Algo de razón tienen quienes esperaban con ansias un Francisco II y aún hoy se repiten frente al espejo que nuestro compatriota cambió la historia del papado para siempre. La conexión entre León XIV y Francisco no sólo es directa sino evidente. Fue Francisco, que ya lo conocía de Argentina, quien lo hizo obispo y lo mandó de vuelta al Perú, para luego traerlo a Roma y encumbrarlo como Prefecto del Dicasterio de los Obispos primero y cardenal poco después. Fue además un Colegio Cardenalicio en el que el 80% de sus miembros electores fueron seleccionados durante los 12 años de un pontificado argentino-hasta-la-muerte el que lo encumbró. Si Prevost estaba ahí fue porque Bergoglio casi que lo señaló mientras miraba para otro lado. En esta línea de continuidad podemos apuntar a que durante sus primeros pasos León XIV ha mostrado su clara predilección por los mocasines negros en vez de esos rojos divinos que usaba Benedicto XVI (lo que no deja ser una lástima) y probablemente hasta acá lleguen las similitudes entre el pontificado que acaba de terminar y este que recién arranca.

Mientras que Jorge Mario Bergoglio apostó por ser el primer Francisco, postulando un estilo más despojado y fraternal en sentido amplio, al elegir llamarse León XIV, Prevost no sólo actualiza a León XIII y pone en el tapete a la Rerum Novarum (la encíclica fundacional de la doctrina social de la Iglesia, de 1891) sino que también nos trae a colación los 12 anteriores Leones, comenzando por San León Magno, genial aristócrata romano que gobernó la Iglesia entre 441 y 460 mientras Atila el Huno hacía de las suyas.

A diferencia de Francisco, un pragmático al que le parecía mejor ir a los bifes del amor al prójimo, el actual Papa es un enamorado de la bimilenaria tradición de la Iglesia.

Ya en su presentación en sociedad, saliendo al balcón tras recibir el respaldo de las diversas facciones del colegio cardenalicio, no sólo recuperó la muceta y la estola (vestimentas en desuso durante la austeridad francisquista), sino que lució una cruz pectoral que contenía reliquias de San Agustín y de su madre Santa Mónica, y desde su elección cada vez que le dejan medio metro te bendice en latín.

A diferencia de Francisco, un pragmático miembro de una orden fundada en el siglo XVI (ayer nomás) al que le parecía mejor ir los bifes del amor al prójimo en un estilo más Pepe Mujica que quinto arcano del Tarot, el actual Papa es un enamorado de la bimilenaria tradición de la Iglesia romana. La espiritualidad de su familia religiosa, de la cual fue Prior General antes de que Francisco lo hiciera obispo, está centrada en la de un introspectivo genio literario nacido en África mientras el Imperio Romano crujía por todas partes, siglos antes del cisma con la ortodoxia oriental y más de un milenio antes de que Martín Lutero (también agustino), Juan Calvino, Enrique VIII y compañía cortaran lazos con Roma.

Historias de fe

Para aquellos que nieguen la existencia de una dimensión espiritual en nuestro plano psicofísico (todavía quedan algunos), todo esto serán simplemente palabras mágicas, fetichismo y superstición, pero la historia, lo mismo que los grandes equipos de fútbol, la suelen protagonizar hombres de fe que llegado el caso mueven montañas o cosas por el estilo.

Desde un punto de vista geopolítico en plan Patria Grande, así como Francisco debutó auspiciando un mejor entendimiento entre la administración Obama y el régimen castrista y al final nunca aterrizó en la-Pampa-tiene-el-ombú, no creo que León XIV tarde mucho en visitar Perú y mover la estantería andina y sudamericana como en su día Juan Pablo II hizo lo suyo con el bloque soviético. Cruzando los dedos y tal como se está reconfigurando el mapa, no sería de extrañar que durante el presente pontificado tanto Cuba como Venezuela normalicen su vida política e institucional, con la Iglesia en la mesa de negociaciones, entre bambalinas tan dialogantes, fraternales, sinodales, inclusivas y cuidadosas del medio ambiente como las que más, pero tampoco la pavada.

Incluso podría ocurrir (y aquí entramos en el terreno del elijo creer) que tal vez los monstruitos y pokemones electos aduladores de Donald en nuestras republiquetas bananeras contemplen moderar sus bestialidades a la hora del Estado de derecho y los derechos humanos básicos, vía cierta tutela eclesial lo más ecuménica posible, aunque más no sea para quedar bien con Marco Rubio, quien querrá quedar bien con su Papa compatriota. Igual creo que estoy pidiendo demasiado.

Todo está por verse y tal vez mis parrafadas sean un delirio, una ilusión óptica o un derrame cerebral. Por lo pronto, hoy León XIV descenderá hasta la tumba del apóstol Pedro y posteriormente en la Plaza a la vista de todos le impondrán el Palio (de lana blanca de cordero) y el Anillo del Pescador. Luego, su primer viaje oficial pasado mañana a Turquía, en ocasión de los 1700 años del Concilio de Nicea, y el miércoles Dios dirá.

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Esteban Rial

Periodista. Cantautor alternativo autoflotante (ex Perdedores Pop, actual La Ley de Alquileres). Escribió para Página/30, Radar, La Agenda y Rolling Stone, entre otras publicaciones. En Twitter es @rialesteban.

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