LEO ACHILLI
6 Meses Milei

Las catacumbas del iluminismo oscuro

Quizás la sociedad necesitaba un líder fuerte para ordenar la macro. Pero así como hay temas que resuelve el mercado, otros precisan de cultura democrática. Ahí Milei no llega.

Es irrelevante quién está detrás de esta cuenta.
Lo único que importa es «La causa».
Dar vuelta 100 años de tragedias
y volver a poner al país en la senda del progreso.
No hay personas, partidos, intereses, negocios
o pruritos más importantes que eso.

Mi nombre es Robert Paulson.
–@SnakeDocLives, la cuenta de X de anónima atribuida a Santiago Caputo

 

El seudónimo de Robert Paulson refiere a El club de la pelea, una famosa novela de los ’90, luego más famosa película, que relataba la historia de una sociedad secreta en la que los hombres escapaban de la monotonía y la vida estandarizada para redescubrir su masculinidad y, así, recuperar su individualidad. Este tipo de referencias obvias a obras que esbozaron una crítica a los valores y las formas culturales del capitalismo tardío y la hipermodernidad fue algo típico de la cultura cyberpunk inglesa de la década del ’90. De todo ese universo, quien tuvo más difusión fue K-Punk, alter ego bloguero de Mark Fisher, un crítico implacable que veía en el capitalismo un dispositivo cultural insoportable. Mientras más sólida fuera la crítica, más insoportable le resultó el dispositivo. Fisher, finalmente, se suicidó.

Esa era la vanguardia de la izquierda cultural inglesa de principios de siglo: filósofos y programadores con seudónimos y problemas de salud mental escribiendo en blogs sobre cultura cibernética, zombies y el fin de todo lo conocido, mientras escuchaban y bailaban hard tech. Ahí se estaba cocinando algo, puntualmente, desde el mítico Cybernetic Culture Research Unit (CCRU) de la Universidad de Warwick. En esa vida, Nick Land, profesor de Fisher y director del CCRU, fue un filósofo académico creador del aceleracionismo (acelerar hasta chocar de frente, quizá así cambie el mundo). Bajo la dirección de Land, y a fuerza de excesos, todo en el CCRU se volvió una locura. Warwick cerró la unidad y Land dejó su puesto en la universidad para recluirse en Shanghai.

Land reapareció unos años más tarde, en 2011, a través de un nuevo blog, The Dark Enlightenment, pero ya no era el mismo. Ahí fue soltando textos que denunciaban a la Ilustración, el igualitarismo y el progreso como procesos corrosivos de la modernidad. Los voceros de la realpolitik dirán que esto no tiene importancia, que sólo se trata de meros divagues teóricos escritos en un foro para marginales y neurodivergentes. Y sí, ese era el público. Pero también es cierto que la ilustración oscura es un movimiento neoreaccionario (NRx) que está en la base de la alt-right que conocemos. Land reapareció en la blogósfera para intervenir en los primeros debates del libertarianismo del siglo XXI. Así, ayudó a erigir a los popes del movimiento: Mencius Moldbug (seudónimo de Curtis Yarvin) –”¿Podés imaginar una sociedad post-democrática del siglo XXI?”– o Peter Thiel: “Ya no creo que la libertad y la democracia sean compatibles”. De esa forma, Land contribuyó a delinear los contornos de la filosofía política en el universo libertario.

Ya voy al punto.

Para los NRx, la democracia no es un sistema, sino un vector con una dirección inequívoca: la expansión del Estado. La burocracia y la democracia van de la mano. Por eso, una referencia recurrente de Land y Yarvin, el “modelo de país”, es Singapur: libertad económica y crecimiento, Estado pequeño pero eficiente, autoritarismo unipartidista y conservadurismo social. Casualmente, es el mismo país que Javier Milei declaró como horizonte en la portada de su último libro.

Aquel universo de blogueros es importante para entender las bases políticas y sociales del pensamiento libertario contemporáneo y su rápida difusión hacia la Argentina.

Aquel universo de blogueros es importante para entender las bases políticas y sociales del pensamiento libertario contemporáneo y su rápida difusión hacia la Argentina. A su vez, Milei es importante para el universo libertario anglosajón porque, hasta hace una década, sólo estaba compuesto por dos o tres marginales divididos en cuatro corrientes: trotskismo invertido.

En otro plano, la experiencia de La Libertad Avanza representa la prueba de algo que postuló Land sobre cultura política e Internet: cancelar discursos que se consideran erróneos es contraproducente, porque esa gente rechazada busca su espacio en la red y se organiza. El problema está en que esa reacción a la cultura de la cancelación, autoproclamada liberal en la Argentina, no parece construir una identidad política que prescinda de las prácticas cancelatorias o destaque el pluralismo como valor. Es cierto que no hay ninguna novedad en esto, como señaló Leandro Losada en su último libro, Liberalismo y democracia en la Argentina (UNSAM EDITA, 2024): en la historia argentina los puentes entre democracia, liberalismo y pluralismo no son para nada usuales, más bien lo contrario. De hecho, en el siglo XX, lo habitual ha sido definirse liberal sin reconocer en el pluralismo un valor de esa misma tradición política.

No queda claro cuál pueda ser el resultado de una sociedad donde la economía y el temperamento exacerbado se comen toda la discusión.

Quizá la Argentina necesitaba una personalidad exacerbada que tome decisiones fuertes y apuntadas a ordenar las grandes variables económicas (bajar las tasas y la velocidad de la emisión, incrementar las reservas, cortar con el déficit fiscal y atacar la inflación), o sea, digamos, usar las herramientas del liberalismo ortodoxo para ordenar el caos macroeconómico. Sin embargo, no queda claro cuál pueda ser el resultado de una sociedad done la economía y el temperamento exacerbado se comen toda la discusión.

Seguir la pista de las referencias culturales de LLA para intentar dar con la concepción política de una experiencia que se asume liberal y terminar arrastrándome por las catacumbas del iluminismo oscuro, lo reconozco, es un poco extraño. Para quienes venimos del liberalismo político, la cuestión es mucho más simple: hay problemas que, efectivamente, los puede resolver el mercado, así como hay otros que los resuelven la cultura democrática y el pluralismo. Sin embargo, algo en la política global y local, por derecha e izquierda, se está poniendo raro y, a seis meses del comienzo de la experiencia local, más que un balance, quizá sea necesario plantear algunos interrogantes y detenerse a repetir lo obvio.

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Fernando Danza

Un poco politólogo, un poco historiador y, otro poco, profesor de sociología. Pasa sus días tomando café en el barrio de Colegiales.

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