LEO ACHILLI
6 Meses Milei

La revolución de Pulgarcito

Detrás de los discursos y las chácharas, si nos callamos, se puede escuchar un ruido de fondo, un murmullo permanente: es la voz de todos.

Recibo la invitación para participar del especial de Seúl por los seis meses de gobierno de Milei y mi respuesta instintiva es decir que no. Que no tengo nada para decir. En la tele están jugando la final de la Champions y escucho el sonido de fondo mientras leo De la estupidez a la locura, una recopilación de artículos escritos por Umberto Eco entre 2000 y 2015. Habla del desacople entre los modos de pensar la realidad y lo que efectivamente sucede: “Comprometidos con la política del día a día, no vimos venir lo contemporáneo”. Aunque sigo con la sensación de no tener nada para decir, la frase me hace dudar. Ahí hay algo para pensar. Y justo entonces aparece la publicidad de YPF en la que distintas personas, frente a una decisión que deberían tomar, se preguntan: “¿Qué haría Messi?”

“Yo escribiría”, me contestó Messi inclinando la cabeza.

“Comprometidos con la política del día a día, no vimos venir lo contemporáneo”. La frase no es de Eco sino del francés Michel Serres. Serres era filósofo, uno raro, porque su formación era científica. Creció en el río, vendió sardinas, arregló barcos. Palear toneladas de arena a la madrugada le ayudaba a fijar las ideas, decía; eran ideas tomadas de los libros de la biblioteca comunal en Agen. Aunque le gustaba la literatura se graduó en matemáticas, incursionó en la física, la química, las humanidades, estudió con Althusser: “Un enfermo mental que defendía la biología soviética”. Se podría decir que era un intelectual, pero en la Francia de la Guerra Fría había poco lugar para las disidencias, eran todos comunistas. El marxismo y el psicoanálisis eran los lentes con los que se miraba el mundo.

Hasta su muerte, en 2019, Serres insistió: es imposible hacer filosofía sin tener en cuenta a la ciencia: “¿Qué puede decir un filósofo sobre el mundo si no conoce nada de la química, productora de la mayoría de los objetos que tocamos, ni de la biología y sus remedios, que hicieron progresar la esperanza de vida cincuenta años en un siglo, ni de las nuevas tecnologías, que transformaron completamente el espacio y el tiempo?”

Me acordé de un amigo que dejó la facultad en 1990; estudiaba Ciencia Política, veía el país y el mundo alrededor mientras las aulas y las asambleas hablaban de otra cosa.

La humanidad cambió y la seguimos pensando con categorías viejas. Me acordé de un amigo que dejó la facultad en 1990; estudiaba Ciencia Política, veía el país y el mundo alrededor, lo experimentaba día a día mientras las aulas, los pasillos y las asambleas hablaban de otra cosa, como no dándose por enterados. Y todo sigue igual, lo que, más de 30 años después, significa peor. ¿Será que no la ven?

Frente al noúmeno

Como pasó hace miles de años con la invención de la escritura y hace cientos con la imprenta, Serres dice que estamos frente a un cambio radical –revolucionario– del mundo y las personas: el modo de ser, actuar, pensar, conocer, trabajar, aprender, relacionarnos. En 2012 escribió Pulgarcita, un libro donde retrata a los jóvenes crecidos en la sociedad global. Los que tienen el mundo al alcance de la mano o, mejor, de sus pulgares. Frente a millones de viejos cascarrabias lamentándose de la desconexión, del individualismo y la dispersión, de la falta de compromiso y la flexibilización, del desmoronamiento de las instituciones, apareció un viejo no cascarrabias diciendo lo obvio: el mundo cambió.

Claro que no estaba hablando ni de Argentina ni del llamado “fenómeno Milei”. (Extraña caracterización, por cierto: ya habrá tiempo para averiguar si es porque se trata de algo inevitable como un tsunami o cualquier otro fenómeno meteorológico o si se está usando como adjetivo sustantivado por fenomenal o si viene a señalar características monstruosas como un fenómeno de circo o, por qué no, cierto orden de lo inexplicable como tienen los fenómenos paranormales. También puede ser que periodistas, politólogos y analistas se hayan puesto kantianos. Frente al noúmeno, que necesita lógica para su comprensión, está el fenómeno: evidente, palmario, ostensible.) Hay algo de lo que dice Serres sobre la incapacidad para comprender cómo cambió el mundo y la especie humana en los últimos años a lo que habría que prestarle atención si no queremos que el día a día político nos oculte la contemporaneidad.

Detrás de los discursos y las chácharas, si nos callamos, se puede escuchar un ruido de fondo, un murmullo permanente que es la suma de una voz más otra voz más otra más. Los alumnos que no dejan de hablar cuando el profesor da la clase, los profesores mientras habla la directora, los vecinos cuando habla el intendente, los usuarios en las redes cuando sentencian los periodistas. Serres no ve nada negativo en ese caos que murmura: “Por primera vez en la historia se puede oír la voz de todos”.

Son las “conversaciones pulgarcitas”, el tumulto del mundo.

La escuela ya no es la misma, dice, o no debería serlo porque el saber se tramita de otro modo y se han agotado las viejas pedagogías sin encontrar una nueva todavía. Algo similar ocurre en el ámbito político. Son necesarias nuevas formas para la democracia y algunas se están gestando, quizás sin programa ni claridad, pero, si prestamos atención, podremos escucharlas, como un murmullo detrás de las viejas instituciones políticas, creadas en un mundo que ya no existe.

Son necesarias nuevas formas para la democracia y algunas se están gestando, quizás sin programa ni claridad, pero, si prestamos atención, podremos escucharlas.

“Concentrada en los medios, la oferta política muere. Aunque no sepa ni pueda todavía expresarse, la demanda política, enorme, se levanta y presiona. La voz anotaba su voto con una boleta escrita, estrecha y recortada, local y secreta; con su capa ruidosa, hoy ocupa la totalidad del espacio. La voz vota de manera permanente”.

Lo que se ha invertido, para Serres, es la presunción de incompetencia. Las viejas instituciones –grandes máquinas públicas o privadas, burocracia, medios, publicidad, partidos políticos, universidades, administraciones– hablan y actúan como si se estuvieran dirigiendo “a presuntos imbéciles”. Entonces devinieron abstracciones y quedaron ahí montadas, “ocupando todo el decorado y el telón de lo que todavía llamamos nuestra sociedad, sin tomarse siquiera el trabajo de renovar el espectáculo”. Esas grandes instituciones se parecen a las estrellas cuya luz seguimos recibiendo pero que murieron hace mucho tiempo.

Ya avisé al principio, no tengo nada para decir sobre la actualidad política argentina ni balance para hacer ni opinión sobre el Gobierno nacional. Y aun así acepté la invitación, más que nada como una excusa para recomendar Pulgarcita, un libro corto y al alcance del pulgar que puede ayudarnos a pensar más allá de la coyuntura y del eterno provincianismo con el que insistimos en mirarnos.

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Andrea Calamari

Doctora en Comunicación Social. Docente investigadora en la Universidad Nacional de Rosario. Escribe en La Agenda, JotDown, Mercurio y Altaïr Magazine.

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