ZIPERARTE
Domingo

La penitencia de Louis CK

En 'Sorry', su segundo especial después de los años de ostracismo, el comediante neoyorquino la sigue pasando mal para que nosotros la pasemos bien.

Una confesión: antes de publicarse, este texto va a ir y venir entre dos o tres amigos que quieren, igual que yo, que mi expresión crezca pero no implosione. Con más o menos bola, van a leerme sentados o de reojo, en paralelo a una reunión por Meet o en la sala de espera del dentista y van a seguir con lo suyo, mientras yo pretendo que el mundo frene para concentrarse en mis 15.000 caracteres. Alguno va a decir que el segundo párrafo es mejor para abrir que el primero y otro va a decir que no está de acuerdo, que se pierde el chiste, y entonces yo voy a preguntarme para qué carajo les pregunto y si no era mejor avanzar solo, con mi seguridad y con mi inseguridad a la rastra, encontrando el punto justo en que el texto se parezca a mí pero tampoco la pavada, o asuma un riesgo pero no sangre.

Todo eso para decir: en nosotros, los que sostenemos el delirio de grandeza de que nuestra tribuna es el universo pero vivimos midiendo las cosas, con la fantasía mezquina de que podemos quedar bien a la vez con Maxi López y con Mauro Icardi, el valor de ver a un tipo como Louis CK pensando arriba de un escenario, con 2.000 personas enfrente, es incalculable. Contra la sensibilidad y la culpa –por no decir el cálculo, por no decir el cagazo–, Louis CK es un recordatorio de que el mundo puede ser nuestro.

Para qué voy a ser honesto en la oficina, pensamos a veces. Para qué voy a decir la verdad, mi verdad, en el chat de papis o en la mesa de Navidad o en Twitter: nos contenemos, y así es cómo el mundo se nos va achicando, hasta que nuestro último resquicio de libertad es un living de cinco por tres donde le gritamos a un panelista de la tele o circula nuestra pareja, y cada tanto esos dos o tres amigos que quieren lo mejor para nosotros y que vienen a comer los martes. El living tiene buena ventilación, si tenemos suerte, vista amplia hacia la calle, pero el ruido de los colectivos en la avenida a veces impide la conversación, y qué es la libertad sino la posibilidad de pensar en voz alta. Cómo se mide si no en la cantidad de lugares en los que somos capaces de pensar en voz alta.

El show que trae ahora se llama Sorry y fue grabado en uno de los teatros laterales del Madison Square Garden, en Nueva York, donde empezó en agosto su última gira, que rebotó por Estados Unidos hasta diciembre y que la semana que viene empieza su etapa por Israel, Ucrania y otros nueve países de Europa. Antes de eso, en 2020 había publicado Sincerely, que le plagió el título al libro de Cristina y que fue su primer especial en el mercado web después de los dos años de ostracismo a los que se sometió sin querer queriendo.

En 2017, apenas después de cumplir 50 años, CK aceptó que eran ciertas las historias de cinco mujeres que lo acusaban de haberse masturbado frente a ellas sin su consentimiento. Los testimonios fueron reunidos por el diario The New York Times, que etiquetó el caso como de “sexual misconduct”, un término que no tiene traducción habitual al castellano y que la prensa norteamericana usa de forma vaga o eufemística para abarcar el espectro más amplio de la tipología, antes de entrar en la especificidad del abuse, el harassment, por acoso, o el assault, que implica coerción física.

El concepto tiene su correlato en la ley pero distintas interpretaciones y desgloses en cada estado. En el caso del comediante, las implicadas eran colegas del mundo del stand-up o compañeras de trabajos en cine y las escenas habían ocurrido entre 10 y 20 años antes en habitaciones de hotel, en sets de filmación o al teléfono. Algunas alegaban que Louie les había preguntado si querían verlo masturbarse y que ya estaba desnudo antes de que le respondieran, y otras, que habían accedido pero después se habían sentido mal.

Escribió: “Aprendí tarde en la vida, demasiado tarde, que cuando tenés poder sobre otra persona, pedirle que te mire la pija no es un pedido”.

En la declaración que publicó en su página web, Louis CK dijo entender que el matiz del problema no estaba en la discusión sobre el consenso sino en el abuso de poder: “Aprendí tarde en la vida, demasiado tarde, que cuando tenés poder sobre otra persona, pedirle que te mire la pija no es un pedido”. 

Mientras tanto, su película I love you, Daddy, en aquel momento a punto de estrenarse, fue cancelada por la distribuidora. FX, Netflix y HBO rompieron sus acuerdos con él y dieron de baja todos sus contenidos de las plataformas, lo que Louie parecía aceptar en el último párrafo de sus disculpas: “Me pasé toda la carrera hablando y diciendo todo lo que quería. Ahora voy a dar un paso atrás y tomarme un tiempo largo para escuchar”. 

Una oportunidad para recalcular

La cultura de la cancelación, que tuvo su epicentro en Hollywood y sucursales en todo el mundo, tiene en este caso una oportunidad clara de mirarse al espejo para recalcular. Si se pregunta por qué existe, para qué, quizás el acto de deshacerse de alguien tenga que entenderse como el reflejo de venganza que tenemos todos, en mayor o menor medida, cuando somos testigos de un comportamiento inhumano. Si nos enteramos de un robo, de un asesinato o de un hecho de violencia sexual, todos tenemos un impulso interno por sacarnos de encima lo que nos da asco y los que nos da miedo, encarnado en la persona que lo cometió. Si se pregunta si sirve de algo, lo más probable es que no pueda medirse. Y si se pregunta, por último, qué se pierde en el camino, ahí la cosa se pone espesa y la respuesta necesita más horas de brainstorming.

La trampa más grande del párrafo anterior es la idea de que un abuso sexual es un comportamiento inhumano, ya desde la obviedad de que sólo puede ser cometido por un ser humano. Es más cómodo pensar que el abusador viene de Marte, y es incomodísimo pensar que lo que lo mueve es la misma pulsión que tenemos todos por ser aceptados primero, admirados después, y queridos al final. 

En última instancia, eso que rechazo podría ser yo, como entiende Michael Scott, el jefe de The Office, acaso uno de los mejores personajes de comedia de la historia porque dice verdades con la misma impunidad con que dice barbaridades, sin mala intención y sin darse cuenta. En uno de los mejores capítulos de la serie, está buscando al culpable de causar el estrés que le provocó un infarto a uno de sus empleados y de repente entiende: “Así que no fue Dwight después de todo. Parece que el asesino soy yo. Uno nunca espera que uno mismo sea el asesino. Es un gran giro. Gran giro”.

El riesgo más grande de silenciar una voz es que esa voz podría ser la de cualquiera.

Claro que eso no significa que fuimos todos, y claro que la ley está para trazar esa diferencia, pero el riesgo más grande de silenciar una voz es que esa voz podría ser la de cualquiera y, más aún, que esa voz, pasada por esa experiencia, puede alumbrar algo en la experiencia humana de los demás.

Aun para esas cinco mujeres, es posible que la reconstrucción del futuro y el cuidado de sus heridas sea más sano con el victimario en escena que sin él, siempre y cuando esté arrepentido y tenga todos los patitos en fila, porque correr a la parte central de cualquier conflicto corre el riesgo de, a su vez, negarlo.

Esto es doblemente nítido si el caso implica a un tipo que siempre puso al frente su condición humana, su fragilidad y la forma en que la afectividad se roza siempre con el sexo en un sentido amplio, mucho más allá del sexo propiamente dicho. El universo de Louis CK, sus historias y sus textos, ya estaba cooptado por los impulsos físicos, por las cosas que le despiertan admiración y por las cosas que le dan rechazo, por la belleza y el caos, por la capacidad humana de reprimir la función principal del sexo, que es la reproducción, para enfocarlo en otras dimensiones, por la individualidad y el egoísmo y la misantropía, por lo angustiante que es que el otro no sea igual que uno y, a la vez, lo insoportable y cansador que es no poder despegarse de uno mismo: de las obsesiones y los modos y la neurosis en que uno puede girar en falso durante toda la vida.

No es el prototipo de “se hacía el bueno y de repente es malo”, sino una flecha que rompe esa lógica moralizante.

Louis CK sabía que la vida es compleja y ya hablaba de todo eso. No es el prototipo de “se hacía el bueno y de repente es malo”, sino una flecha que rompe esa lógica moralizante. No estaba entre nosotros para apuntar lo que corresponde y lo que no corresponde, sino para tener sus creencias y no regirse por ninguna, como dice en unos de sus shows. Para pensar y sufrir, que es el favor más grande que nos puede hacer un comediante: pasarla mal para que nosotros la pasemos bien.

El valor de mantener vivo al culpable es triplemente nítido si el tipo es un genio, lo que no queda demostrado en ésta, su última función, pero sí en el acumulado de sus especiales anteriores y, sobre todo, en Louie, las cinco temporadas en que ficcionalizó su vida, una serie que no se parece a nada fuera de ella y que ni siquiera se parece a sí misma, porque cada temporada tiene un tono distinto y cada episodio pasa por más de un género. El capítulo con Sarah Baker, por poner un ejemplo, debiera sumarse a los contenidos de Educación Sexual Integral en las escuelas secundarias. La chica lo invita a salir y sabe que Louie se niega porque ella es gorda. La situación se tensa hasta que ella misma le hace un tajo: “¿Alguna vez caminaste por la calle, a la luz del día, con una chica gorda como yo? ¿Qué creés que va a pasar? ¿Creés que se te va a caer la pija si le das la mano a una chica gorda?”.

Hasta I love you, Daddy, la película que le tiraron al tacho, tiene ese tufo de honestidad que sólo tienen las obras de los artistas que se exponen a sí mismos sin cálculo: poniendo sobre la mesa hasta lo que no saben, hasta lo que les genera dudas y los puede dejar mal parados. Es una historia en blanco y negro en la que su hija adolescente empieza a salir con un cineasta de 60 años, interpretado por John Malkovich, y la incomodidad y la impotencia de Louie como padre son los temas de la trama. No llegó al cine ni a los servicios de streaming, pero en su momento podía conseguirse en los suburbios de la web y hoy, junto con su serie y sus shows de stand-up anteriores, quedó archivada en los discos externos de los que en su momento guardamos todo por inercia, como si hubiéramos sabido que años más tarde íbamos a tener oro en gigabytes, tanto por lo inconseguible de los archivos como por el efecto que tiene reproducirlos y pensar, como ya se piensa tanto, que hoy no podría escribirse ni publicarse una cosa así.

No se va a acabar

En Sorry, que todavía puede comprarse por diez dólares en su web, el hombre que viene del silencio arranca hablando de la pedofilia. Que nos da miedo porque está ahí, dice, y no se va a ningún lado. Que nos perdemos la verdad de las cosas por no enfrentarlas en serio. Que cualquier solución real tiene que empezar por la realidad básica de que siempre va a haber pedófilos. Propone, entonces, señales de vialidad para que quede claro que no se puede abusar de menores, o muñecos sexuales de niños realistas para que se saque las ganas el que necesite. Antes había plantado una inquietud que va a flotar toda la noche y que es una estaca para la narrativa de los movimientos progresistas del mundo entero, que pretenden que el mal, sea el que sea, “se va a acabar”. No se va a acabar, dice Louie: ni el machismo ni la pobreza ni la contaminación. Lo que nos queda, si nos miramos en serio, es ver cómo hacemos para lidiar con eso. Con la basura que se genera en cualquier comunidad humana.

Durante la hora que dura su monólogo, Louis deambula por todos los temas que puede, desde los boys scouts hasta los avisos de Youtube, pasando por la imposibilidad de reproducirse de los gays y el alivio de que todos vamos a morir, y en el camino les presta su voz a un oficinista, a una tortuga suicida, a Jeff Bezos, a otra mujer gorda, a un elefante moribundo, a una niñera jamaiquina, a un puertorriqueño con cáncer de garganta, a una banana mal pelada, a un judío eligiendo frutillas, a un viejo que no sabe escanear el código QR, a su propia madre. 

Acaso lo más difícil de encajar en su agenda sea el tramo de cinco minutos en que se las agarra con Matt Damon.

De ese abanico de caricaturas y asuntos pendientes, acaso lo más difícil de encajar en su agenda sea el tramo de cinco minutos en que se las agarra con Matt Damon y En busca del destino, la película que escribió y protagonizó cuando tenía 26 años, hace ya 25.

El empecinamiento es más extraño si se sabe que Matt Damon fue de las pocas estrellas de Hollywood que alzó una voz compasiva por Louis CK en 2017, aclarando que ni se conocían: “Hay una diferencia entre dar una cachetada en el culo y violar o abusar de un niño”, dijo el actor en una entrevista. “Los dos comportamientos necesitan ser confrontados y erradicados, pero no se pueden mezclar”. Por primera vez en su vida, Matt Damon se encontró con que la opinión pública, ese ente indeterminado, tenía para decirle de todo menos lindo, y habrá sabido acomodarse a los golpes, incluso los habrá olvidado, hasta estos días, en que vino a encontrarse con que Louis CK también se tomó un rato para putearlo.

Por qué, se preguntará. Primero, porque hay un movimiento que Louis CK hace siempre: se saca de encima lo fácil. Lo dice en una conversación con su colega Jerry Seinfeld, en que le cuenta que cuando siente que tiene escrito el mejor chiste de cierre lo pone al principio del texto para joderse a sí mismo, y lo dice en una entrevista con David Steinberg en que cuenta su forma de encarar la fama y los aplausos: “Cuando entrás al escenario y todos te ovacionan, hay que convocar lo feo porque ahí es donde la cosa se cocina. Si podés decir algo que les caiga mal, ahí empieza el trabajo”. Ese es el truco de su escritura, que se apoya lo menos posible en la autocompasión y en la condescendencia. 

Y segundo, Louis CK sube a Matt Damon al ring para convertirlo en su contrafigura. Lo que protesta de su primera película es que el propio Damon, que es guionista y protagonista, queda siempre bien parado en la historia. Como si le dijera a él, pero sobre todo a quienes quieran escucharlo, que para mantenerse intactos y carilindos vayan a hacer otra cosa, pero no arte.

La duda que impregna su show nuevo es si su texto ya es demasiado reaccionario, si no está perdiendo libertad en venganza de los que se vengaron de él para decir acá estoy, miren cómo digo pija cuatrocientas veces. Él mismo es, también, víctima de su propio poder, y las situaciones en las que estuvo no son otra cosa que fragmentos de su vida que no supo manejar. Pero está ahí parado, otra vez, para la tarea más difícil que tiene un ser humano, que es mirar el propio cuerpo y detectar las propias emociones y hacer algo con todo eso.

A nosotros, que lo miramos de lejos pero nos sentimos cerca en alguna de sus muecas, como si se saliera del escenario y de sus chistes para hacernos cómplices de sus verdades más verdaderas, el tiempo de su exilio nos hizo consumir otras cosas y ahora recordamos, sin motivo, un mail en que Guillermo Vilas animaba a un tenista más joven a confiar en su drive: “Los riesgos se toman cuando no queda otra. Si los tomás así, los riesgos se incorporan a tu juego. Lo que ayer era un riesgo, hoy es un tiro que manejás con aplomo”.

Y cómo se hace para que el mundo sea nuestro, es lo que falta saber. Tomar la palabra, para empezar. Patear la puerta, bajar el volumen de la música y mirar a los que se banquen la mirada para encontrar el hueco en que se callan todos, que ahora hablo yo.

 

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José Santamarina

Periodista, escritor y profesor. Autor de Hasta que no haya nada (2022). En Twitter es @santamarinajose.

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