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Hasta hace unos años, que el Sumo Pontífice de la Iglesia fuera un argentino pasaba por debajo del radar de la política nacional. Demasiado universalista y clerical para el paladar negro del cristinismo tardío; demasiado vinculada con la izquierda local para el macrismo; y demasiado conservadora para los albores del albertismo derrocador del patriarcado, la figura de Francisco nunca llegó a identificar a ninguna fuerza política mayoritaria. Las fotos de dirigentes con el Papa parecían más un trofeo de colección para el jet set político local, ansioso de sumar puntos con la demografía creyente, que una sincera muestra de acercamiento a lo divino.
Ahora bien, tras la derrota de Sergio Massa frente a Javier Milei en 2023 –el hecho imposible en el país del proteccionismo y los derechos humanos–, una creciente fracción de las peronistjugend comenzaron, por izquierda y por derecha, a levantar la figura de Francisco como solución a la crisis de fe suscitada por este anti-milagro electoral. Mientras que la joven izquierda peronista acude únicamente a la figura de Francisco, como símbolo de que el futuro será feminista y progresista, la joven derecha peronista pretende rescatar además a la Iglesia como expresión global del peronismo. Ambas corrientes ya se están disputando el legado del Papa argentino, con la esperanza de que los ayude a triunfar también en la disputa por la conducción del moribundo movimiento político más grande de Occidente.
Papistas por izquierda
Las elecciones de 2019 marcaron un punto de inflexión en la agenda social del país. La centroderecha, en su versión edulcorada y Yale-compliant, había sido eyectada del poder por una coalición de aparente centroizquierda liderada por Alberto Fernández, otrora crítico de CFK devenido en su mejor amigo. Uno de los actores principales de la nueva venganza peronista fue el movimiento feminista, que había alcanzado los picos de su relevancia política con las marchas de Ni Una Menos y la fallida votación de la ley de ILE, en 2018. To the victor, the spoils. Se distribuyeron sinecuras a las principales actrices del movimiento: el Ministerio de las Mujeres e infinidad de secretarías y subsecretarías en buena parte del organigramas públicos nacionales, provinciales y municipales dedicadas a la problemática del machismo y otros males sociales de magnitud similar.
La estatización del movimiento feminista lo transformó en líder relativo dentro de la precaria tropa del peronismo de izquierda. Con La Cámpora reducida a un movimiento burocrático, sin mensaje alguno más que la fetichización de calcomanías gigantes de Cristina y Néstor, y el albertismo languideciendo por la ausencia de agallas para enfrentar a su propia vicepresidente, el principal discurso que ordenaba las promesas de futuro del Frente de Todos era el que traían las feministas. La liberación nacional tenía como condición urgente y necesaria la liberación de la mujer.
Por lo tanto, el pasaje de las dirigentes feministas del sectarismo al centro del poder estatal implicó pasar a una visión más pragmática, menos trotskista. En este camino, el Papa era para ellas el aliado global más importante. Si bien Bergoglio sostenía la inmoralidad del aborto, tendió puentes hacia las comunidades LGTB e insinuó que los no confesados (¡y no bautizados!) pueden encontrarse con Dios en el cielo. Para una institución tan conservadora como la Iglesia, estos movimientos fueron radicales.
Aunque no era todo lo que querían, las feministas reconocían que el Papa se estaba moviendo en la dirección correcta: la suya.
Acercarse al magisterio de Francisco aparecía, por lo tanto, como una necesidad, en tanto alineaba al movimiento feminista con el estado de la discusión global. De la mano de jóvenes dirigentes feministas-clericales como Ofelia Fernández, cara visible de un Grabois deteriorado, la Iglesia de Francisco —nunca la local: vetusta, antiabortista, cómplice de la dictadura— se erigió como faro de legitimidad moral del experimento social que las chicas estaban llevando adelante. Aunque no era todo lo que querían, reconocían que el Papa se estaba moviendo en la dirección correcta: la suya. El futuro sería inevitablemente femenino y (quizás en menor medida) cristiano.
La Iglesia Católica aparecía, de este modo, como una institución pasible de ser adaptada a los valores del nuevo milenio. Ese gran pilar de la civilización occidental sería conquistado para cimentar para siempre la victoria progresista en los campos de marte de la ideología. El lamento por la muerte de Francisco, de parte de gente para la que Dios es un cuento para tontos o un simple consuelo de sufrientes desesperados, se explica porque es una gran derrota política. El espacio que se les había abierto para infiltrar la Iglesia, para bien o para mal, puede que ahora se cierre y que los vientos del imparable progreso moral choquen con una nueva pared de doctrina. Queda por verse si, teniendo la Santa Sede una cabeza distinta, quienes se rasgan hoy las vestiduras seguirán respetándola, aunque sea un poco. En definitiva, la incógnita que se abre sobre la izquierda es si el amor que Francisco generó sobre su persona se transferirá a la institución a la que dedicó toda su vida: si su apertura doctrinaria y los fuertes gestos hacia las almas progresistas las acercará a la Iglesia o si solo sirvió para acerar la Iglesia a ellas.
Papistas por derecha
Para entender el acercamiento joven por derecha hacia Francisco y la Iglesia es necesario algo más de contexto. En estos últimos años se evidenció en todo el mundo una profundización de la brecha ideológica entre hombres y mujeres. Mientras los hombres vienen oscilando hacia la derecha, las mujeres oscilan hacia la izquierda, divergiendo fuertemente en sus creencias centrales, sus valores, sus expectativas con la vida y con sus parejas.
Esta diferencia mete mucha fricción en el mercado sexual: el temor a salir con alguien con valores distintos, la sospecha femenina de violencia y el miedo masculino a la denuncia infundada, junto con la permanente redefinición del contrato genérico volvieron difícil y menos frecuente el encuentro sexual. Cada cita representa para sus participantes un riesgo, un evento en el que no solo se ponen en juego sus cualidades recíprocas de atractivo sexual sino también la lealtad a los intereses políticos del propio género. Mientras tanto, las aplicaciones de citas, principales medios de acceso al mercado hoy en día manejan algoritmos parasitarios que optimizan la insatisfacción de sus usuarios para que no abandonen el ecosistema virtual. Las neurosis y frustraciones sexuales no paran de crecer y explican en buena medida, más allá de las cuestiones económicas, la insatisfacción con el presente social.
Nota aparte: creo que esta frustración recíproca influyó en los resultados de las elecciones de 2023, en tanto la represión sexual moviliza a los hombres mientras desmoviliza a las mujeres. Los pibes no cogen y lo votan a Milei, quien les dijo que es culpa del Estado explotador. Las pibas no cogen y se deprimen.
El rol del movimiento feminista como legitimador moral de las locuras económicas peronistas le daba un enorme poder interno dentro de la coalición.
La respuesta a este fenómeno es también global. La nueva derecha online, en sus orígenes algo más aferrada a cierto nietzscheanismo pagano, viró hacia una reivindicación de los valores tradicionales y, con ellos, de la Iglesia Católica. Su diagnóstico es que el progresismo rompió los antiguos patrones de relaciones sexo-genéricas: el matrimonio como institución ordenadora de las relaciones entre hombres y mujeres y la procreación como su fin último, sin proponer una alternativa adecuada. El pico de esta ruptura, que comenzó en el siglo pasado, fue en Estados Unidos el #Metoo y en Argentina el #NiUnaMenos. La solución conservadora a estos problemas es la restitución de las antiguas instituciones que guiaron por miles de años el universo sexual y, con ellas, su origen divino: la Iglesia.
En el peronismo, hasta la derrota de Massa, las voces afines a esta agenda conservadora estaban en una desventaja absoluta respecto a las voces progresistas. El rol del movimiento feminista como legitimador moral de las locuras económicas peronistas le daba un enorme poder interno dentro de la coalición, dejando a los conservadores muy marginados y en constante peligro de excomunión. La brutal derrota de 2023, que rompió los cimientos mismos del ideario kirchnerista, reconfiguró también las fuerzas hacia dentro del partido. Empezó a ganar terreno el discurso retrógrado y machista del caricaturesco Guillermo Moreno, que se volvió una presencia frecuente en canales peronistas como Blender, Gelatina y C5N y cuyas ideas comenzaron a ser replicadas con timidez y cuidado por la pequeña galaxia de “jóvenes” streamers que lo miran encandilados. Podemos tomar como ejemplos a Tomás Rebord, principal referente de este universo de nuevos comunicadores, que pelea la interna ideológica dentro de Blender contra Galia Moldavsky y Juanita Groisman, clásicas jewish princesses progresistas; o a Tomás Trape y Mauricio Vera del programa rosarino Cabaret Voltaire, entre otros.
La denuncia central que los muchachos peronistas les hacen a las pibas consiste en que ellas abandonaron los principios inmortales del verdadero peronismo. Es decir: dejaron de lado el rol que cumplen para la doctrina peronista la tradición, la religión y la familia, para reemplazarlos por el método y el canon político del progresismo. Ellas, dicen ellos, pusieron en el centro de la discusión pública el derecho al aborto o los derechos de minorías sexuales y con ello desdibujaron el histórico reclamo peronista en torno a los ingresos de los trabajadores. El peronismo habría perdido, de esta manera, su mensaje hacia las mayorías y se habría convertido en un partido con un mensaje limitado, destinado a la derrota electoral contra Milei y las que vengan.
La denuncia central que los muchachos peronistas les hacen a las pibas consiste en que ellas abandonaron los principios inmortales del verdadero peronismo.
Esta interna algo farsesca sirve como contexto del acercamiento por derecha a la figura Francisco. Si las izquierdistas lo querían porque veían en él a un aliado, los neoperonistas tradicionales lo querían porque era un argentino representando sus valores y su doctrina en la Santa Sede. El Papa peronizaba al mundo desde el trono de San Pedro, confirmando que el verdadero heredero espiritual del cristianismo es la doctrina justicialista. Esta valorización, entonces, depende mucho menos de la figura material de Francisco que la de sus compañeros de izquierda. Busca abarcar, de forma algo perversa, al conjunto de la Iglesia, la cual se vuelve un conducto para la realización universal del pensamiento de Perón. El hecho de que Francisco fuera el Papa y que haya sido peronista confirma, en su visión, el valor teórico absoluto de la doctrina. La Iglesia peronizada viene a salvar al movimiento del universalismo liberal que lo condujo a sus últimas y reiteradas derrotas, a reconectarlo con un sentir popular del cual dejó en enorme medida de ser parte y, cuestión no menor, a permitirle poner en su lugar a las mujeres díscolas que ganaron la conducción sin estar preparadas para ello.
La convergencia entre la doctrina peronista y la eclesiástica implica aceptar posicionamientos conservadores, dejados de lado en estos largos años de excitación progresista. La restitución de las estructuras tradicionales en torno a la pareja, la procreación y el matrimonio son la solución a la anomia causada, según la derecha, por el feminismo. Así como Perón habría reconciliado a los trabajadores con el capital, la Iglesia de Francisco venía no sólo a hacer lo mismo sino también a reconciliar a los sexos en disputa. El grado de retroceso que esta reconciliación implica, pues supone una victoria del interés del hombre, es algo que no suele enunciarse de forma muy abierta, desde ya. En este sentido, la relación del ala derecha de la juventud peronista con la Iglesia no cesa con el fallecimiento de Francisco, en la medida en que la institución ya tiene metida en su historia la doctrina justicialista y por tanto existe para servir a los mismos fines.
La lucha
El legado de Francisco se encuentra ahora frente a estos dos polos apropiadores: la izquierda peronista-progresista buscará erigirlo como el Papa que reconoció la verdad histórica del feminismo, aliado de las causas nobles de las élites urbanas y los movimientos sociales; la derecha lo tomará como el epítome de la doctrina justicialista en su llamado a la conciliación nacional con tintes conservadores. La disputa que se abre es exegética y solo ha comenzado. Se puede ver una pequeña apertura de esta nueva función en las agresiones que sufrió Victoria Villarruel a la salida de una misa en homenaje al Papa. Mientras que adentro saludó a miembros de la oposición más recatados como Santoro, afuera la vicepresidente se encontró con una turba enardecida que consideraba su mera presencia como un insulto a la memoria de Francisco, una memoria que, entienden, les pertenece a ellos y no a la derecha.
En términos políticos, esta batalla interpretativa marca el campo de batalla dentro dl peronismo aún más profundamente que la interna bonaerense. La fuerte animadversión que suscita el movimiento conservador entre personajes como La Inca (Natalí Incaminato, principal referente virtual del kirchnerismo), la gente de Futuröck y La Cámpora se debe a que perciben el complejo desafío que representan estas nuevas figuras. Ven en Rebord y los pibes morenistas, por ejemplo, la punta de lanza de un movimiento que dejó de aceptar pasivamente la constante castración cristinista.
Los progresistas aún creen que Dios piensa como ellos y que su victoria es inevitable, que su Fe devorará a la Institución.
Se puede especular, sin prueba alguna, que Francisco entendía la presencia de estas diferencias irreconciliables al interior del peronismo e intentaba acercar las partes a la mesa y llamarlas al diálogo a través de la atracción que ejercía sobre ambas. La divinidad no es otra cosa que la reunión en un único concepto de lo discordante, la idea de un absoluto capaz de integrar en sí todas las contradicciones del mundo sin por ello entrar en contradicción consigo mismo. El peronismo, a lo largo de su historia, tuvo como elemento unificador un avatar específico que le permitía integrar su discordante multiplicidad. Perón, Menem, Néstor, Cristina, Francisco: la cadena parece haberse cortado. La conductora no es respetada por nadie y el movimiento se quedó sin Dios. Los conservadores buscan recrearlo y ganarse con ello el amor del pueblo, pero cargan con el peso de haberlo traicionado una y otra vez para justificar a corruptos y ladrones. Los progresistas aún creen que Dios piensa como ellos y que su victoria es inevitable, que su Fe devorará a la Institución. Quizás el legado del Papa argentino sirva como elemento aglutinador para esta tradición política agotada por su propia incapacidad de comprender el presente. Al menos parte de la juventud cree esto, quién sabe con cuánta honestidad. Por lo pronto todo indica que se encaminan hacia la larga noche lejos del poder a la que el 2001 condenó al radicalismo, y de la cual hasta hoy no despierta.
Como nota final personal: celebro que haya, al menos en apariencia, un retorno a la religión. Sin fe en lo divino una nación se marchita, mientras afloran como hiedras las supersticiones más ridículas y nocivas. Quizás esta conexión de Argentina con la historia universal de la Iglesia, independiente de partidos políticos, sea lo más importante del legado de Francisco, sea uno católico o no. En última instancia, el sentido profundo de su figura resta en saber que este suelo, tan pródigo en irracionalidades, fue capaz de engendrar un Papa, un emisario de lo absoluto.
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