LEO ACHILLI
Domingo

Israel y la deuda interna

Es probable que esta semana se logre una tregua con Hamás, pero la chispa avivó el fuego de otro conflicto, que llegó para quedarse: el que hay entre habitantes árabes y judíos dentro del país.

David Kerpel es un experimentado guía de turismo en Jerusalén de origen colombiano. El 1ro de enero de 2019 se sentó meticulosamente, calendario en mano, a planificar el trabajo de 2020 y 2021. Esa tarea es más compleja de lo que suena. No es sólo revisar el calendario gregoriano (solar), sino también solaparlo con el lunisolar calendario hebreo, y el musulmán, lunar. El año del calendario islámico consiste en 354 o 355 días. Cada festividad importante, cada fecha, en verdad, se mueve anualmente diez u once días respecto del calendario gregoriano.

Aquel enero, hace dos años y medio, David escribió sobre el 10 de mayo de 2021 en su agenda: “No trabajar este día”. Por supuesto, no pudo prever la pandemia que cambiaría drásticamente su rubro, pero sí logró identificar a la distancia la chispa final que encendió el fuego que en estos días azota Israel. Ese 10 de mayo de 2021 –el lunes pasado–, coincidieron la Noche del Destino, uno de los puntos cúlmines de Ramadán, y el Día de Jerusalén, en el que se conmemora la reunificación de la ciudad tras la Guerra de los Seis Días de 1967. La agitación de los días previos en la capital llegó a su punto más alto esa mañana, cuando las fuerzas de la Policía de Israel ingresaron al Monte del Templo y llegaron hasta las puertas de la mezquita de al-Aqsa, la más grande de Jerusalén, donde los fieles pasaron la noche, amotinados y abastecidos de piedras. A las 6 en punto de la tarde sonaron las alarmas en el corazón espiritual del mundo, algo menos que frecuente, y cayeron siete cohetes alrededor de la ciudad, a los que, hasta el momento de escribir estas líneas, siguieron otros 2.300 en el resto del país, principalmente en las ciudades de Ascalón, Sederot, Asdod y los poblados alrededor de la Franja de Gaza.

En general, la convivencia en Jerusalén es, si no pacífica, silenciosa. Pero no es un secreto que la tensión en el aire se corta con cuchara.

En general, la convivencia en Jerusalén es, si no pacífica, silenciosa. Pero no es un secreto que la tensión en el aire se corta con cuchara. Hace pocas semanas, un desafío viral instaba a los jóvenes musulmanes de Jerusalén Este a filmarse pegándoles a judíos ultraortodoxos y subirlo a TikTok. Por lo tanto, a los incidentes casi habituales entre policía y fieles musulmanes congregados durante las noches de Ramadán en la Puerta de Damasco, se sumaron protestas igual de agitadas por parte de judíos nacionalistas de ultraderecha. Un inminente desalojo en el barrio de Sheij Jarrah, que ha desafiado las leyes del derecho civil internacional por décadas, elevó más la tensión entre los residentes de Jerusalén Este, quienes a su vez fueron la excusa que encontró el presidente Mahmud Abás para suspender las elecciones de la Autoridad Palestina previstas para fines de este mes. Desde hace semanas, Abás amenazaba con esta suspensión si no se les permitía a los residentes de Jerusalén Este votar en estas elecciones, a pesar de no terminar de reconocerlos como ciudadanos palestinos plenos, y de tampoco gozar de los derechos que el resto de los árabes de Israel tienen.

El verdadero temor de Abás era una derrota electoral de su partido Fatah, que gobierna la Margen Occidental, ante Hamás, a cargo de Gaza desde 2006. Encerrados en el enclave costero, producto del bloqueo que sufren tanto por parte de Israel como de Egipto, el grupo terrorista hizo lo único que pudo hacer para llamar la atención en un momento de confusión electoral tanto en Israel como en la Autoridad Palestina. El problema de Israel es el exceso de elecciones –va camino a las quintas en dos años y medio– y el palestino, la falta de ellas. Los comicios recientemente cancelados iban a ser los primeros en quince años.

El problema de Israel es el exceso de elecciones –va camino a las quintas en dos años y medio– y el palestino, la falta de ellas.

La máxima escalada de cohetes desde que Hamás controla Gaza derivó hasta ahora en más de una decena de israelíes muertos, y más de un centenar en la Franja tras los más de 500 ataques a objetivos estratégicos por parte de las Fuerzas de Defensa de Israel. El ejército asegura que la mayoría de esas bajas son de terroristas y comandantes de Hamás y la Jihad Islámica, y que algunos son incluso víctimas de los más de 400 cohetes errantes que no lograron salir del enclave, pero el Ministerio de Salud de Gaza no da precisiones sobre sus fallecidos, a excepción del dato de que docenas son niños. Ambas agrupaciones terroristas reconocieron 20 bajas en sus filas, aunque Israel asegura que son muchas más.

Por si todo esto fuera poco, en las últimas horas tres cohetes arrojados por palestinos desde el Líbano sobrevolaron el norte de Israel y aterrizaron en el Mediterráneo. Otros tres fueron arrojados desde Siria. Decenas de personas trataron de atravesar la frontera desde Líbano en Metula y miles de jordanos quisieron cruzar el Puente Allenby con el fin de “redimir al-Aqsa”. Enfrentamientos entre palestinos y el ejército de Israel en la Margen Occidental este viernes dejaron ocho muertos. Al menos cuatro intentos de apuñalamiento y embestidas con autos a soldados apostados en puntos de control fueron evitados. Y así las cosas, nada de todo lo mencionado hasta ahora es lo que genera mayor incomodidad, angustia y consternación en Israel.

El fuego interno

Poco después de los cohetes iniciales a Jerusalén, comenzó el bombardeo al sur del país, cuya máxima pausa desde entonces fue de tres horas en la madrugada del viernes. En medio de las alarmas, los noticieros debieron hacerse eco de incidentes mucho menos habituales. Una manifestación de ciudadanos árabes-israelíes, en la ciudad de Lod, derivó en la quema de una casa de estudios religiosos judía y en enfrentamientos entre ambos bandos. Rápidamente esto escaló a todas las denominadas “ciudades mixtas”, donde israelíes de ambos credos solían convivir, hasta hoy, pacíficamente. Un teatro símbolo de la coexistencia en Acre, cinco sinagogas en Lod y una heladería de propietarios árabes en Bat Yam fueron algunos de los más representativos de los cientos de objetivos del fuego y la furia. Algunos intentos de linchamiento, evitados por ciudadanos de ambos lados a los que les quedó algo de cordura, perdurarán en la memoria colectiva israelí por mucho tiempo.

Un cese al fuego con Hamás podría darse en cualquier momento, pero la violencia en las calles llegó para quedarse.

El liderazgo de seguridad lo tiene claro. Un cese al fuego con Hamás podría darse en cualquier momento e incluso perdurar por meses, pero la violencia en las calles llegó para quedarse.

El alcalde de Lod, Yair Revivo, comparó la situación con la Noche de los Cristales Rotos, mientras rogaba por ayuda del gobierno nacional. La Gendarmería fue movilizada hacia el lugar, se declararon el estado de emergencia, el toque de queda nocturno y la prohibición de ingreso a la ciudad a no residentes desde las 5 de la tarde.

A finales del año pasado, Lod fue el escenario de incidentes mortales entre clanes familiares árabes, con ajustes de cuentas y represalias que escalaron hasta persecuciones cinematográficas por las autopistas. El flagelo de la violencia interna en la sociedad árabe-israelí se cobró cien vidas en 2020. Es tema de debate en todo el país desde hace tiempo y es el motivo principal por el cual esta parte de la población castiga con apatía electoral a sus representantes políticos.

El cálculo electoral

Jaqueado por la matemática, que no le permite formar un gobierno estable desde hace tres años, el primer ministro Benjamín Netanyahu diagramó hace tiempo un plan gradual para incluir a partidos árabes en su coalición, o al menos recibir el “apoyo externo” o abstención a la hora de alzar las manos en el parlamento. El día de las elecciones de 2015, Netanyahu había llamado a sus partidarios a votar porque “los árabes están acudiendo en masa a las urnas”. En las elecciones de 2020, los cuatro partidos árabes-israelíes se unieron y la Lista Conjunta fue premiada con 15 de las 120 bancas de la Knéset. Luego de conseguir tamaña herramienta, la falta de mejoras en el día a día en el 20 % árabe de la población israelí se tradujo en un aparente voto –o no voto– castigo.

Mansour Abás, el líder de la Lista Árabe Unida (Ra’am), el elemento más islamista de la política local, rompió con sus socios, dio un volantazo y mantuvo conversaciones permanentes con Netanyahu, abriéndose a todas las posibilidades. Pero esto le generó un efecto de frazada corta al premier; si contaba con el apoyo árabe, perdía al del Sionismo Religioso, colectora de extrema derecha que él mismo alimentó para captar el voto de residentes de asentamientos. Así se le fue todo el mes pasado, y tuvo que devolverle el mandato de formar gobierno al presidente Reuven Rivlin tras no llegar al número mágico de bancas. La tarea la tiene ahora Yair Lapid, un experiodista y liberal de la angosta avenida del medio, que ofreció al influyente pero no tan votado Naftali Bennett una rotación para que este último comience el gobierno. Bennett, cuyo origen político fue bajo el ala de Netanyahu, dio por terminados los intentos de un “gobierno del cambio” el jueves, citando la agitación de los últimos días. El problema, de vuelta, no son los miles de cohetes desde Gaza, sino las piedras y molotovs en Lod, Acre, Jaffa y Ramla.

El problema no son los miles de cohetes desde Gaza, sino las piedras y molotovs en Lod, Acre, Jaffa y Ramla.

Netanyahu destrabó dos tabúes de la política israelí en la última campaña. El de los partidos árabes, hoy la llave para que se forme cualquier gobierno, y el de la derecha extremista. El mismo Primer Ministro trabajó para la inclusión en la lista de Sionismo Religioso de Itamar Ben-Gvir, el más que controvertido líder del partido Poder Judío, abiertamente discípulos del rabino Meir Kahane, proscripto de la Knéset en los ’80 por sus posturas racistas. Otro discípulo de Kahane, Baruch Goldstein, cometió en 1994 el peor ataque terrorista por parte de un ciudadano israelí, cuando ingresó armado a la Cueva de los Patriarcas, en Hebrón, y mató a 29 palestinos. Se ha reportado que hasta hace un tiempo Ben-Gvir tenía colgado un cuadro de Goldstein en el living de su casa.

“El responsable de esta intifada es Itamar Ben-Gvir –le dijo el comisionado de Policía, Kobi Shabtai, al primer ministro Netanyahu, en un reporte de seguridad–. Cada vez que conseguimos poner una situación bajo control, aparece a avivar las llamas”. El fin de semana anterior a los incidentes de al-Aqsa, Ben-Gvir anunció que instalaría su oficina parlamentaria en Sheij Jarrah. Después de una larga noche de negociaciones e incidentes, accedió, de mala gana, a retirar lo que en rigor fue una mesa en la calle, bajo un toldo, y un banner con su nombre.

La nueva normalidad

Los ataques estratégicos del ejército israelí sobre Gaza parecen estar dando sus frutos. Fueron gravemente comprometidas la infraestructura subterránea, las fábricas de misiles, los comandos de inteligencia y hasta las residencias de los líderes terroristas. Referentes políticos de Hamás ya hablan abiertamente de la búsqueda de un cese al fuego, buscado desde el inicio de la escalada a través de los mediadores egipcios. La cúpula de Defensa israelí estuvo de acuerdo en no aceptarlo de inmediato, con el fin de que la próxima escalada no sea cercana. Israel sabe además que mientras logre evitar la invasión por tierra, tendrá el apoyo total de Occidente y el silencio reconfortante de los nuevos aliados en la región. De tener que poner las “botas en el suelo”, el panorama puede ser distinto. El jueves por la noche, un episodio de “error de traducción” por parte del ejército en la comunicación sobre el apoyo de la infantería desde afuera de la franja confundió a Gaza tanto como probó las aguas diplomáticas.

Es probable que el cese al fuego llegue esta semana y los residentes del sur de Israel vuelvan a dormir, aún con un ojo abierto, pero fuera de los refugios. Lo que se dice la vieja normalidad, la misma a la que estaban habituados antes del inicio de la pandemia. La nueva normalidad no implica restricciones sanitarias, dejadas atrás tras la campaña de vacunación más exitosa del mundo, sino un conflicto étnico entre vecinos del mismo barrio, hasta ayer ejemplo de convivencia y coexistencia. Un conflicto inesperado, evitable e innecesario, nacido en parte por la incapacidad de ponerse en el lugar del otro para resolver los problemas comunes, y en parte por el cálculo político, que abrió puertas y cruzó barreras que hasta hace no mucho tiempo el consenso veía inflexibles.

 

 

 

 

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Diego Mintz

Periodista y analista de inteligencia viviendo en Israel. Trabajó para KAN, la radio nacional de Israel, Radio Nacional Argentina y La 1110.

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