ESQUETA
Domingo

La batalla cultural (IV):
mil flores

El "relato" es un animal mítico de la experiencia no kirchnerista. Se lo supone potente e irresistible. ¿Es así?

Diego Guelar | Ex embajador | @diegoguelar

Argentina fue un país de clase media. Teníamos, además, el orgullo de serlo. Lo portábamos prepotentemente, convencidos de que éramos “diferentes” a nuestros vecinos sudamericanos.

Más allá de los conflictos que vivimos entre los ’50 y los ’70 del siglo XX (peronismo-antiperonismo, educación laica-libre, azules-colorados, desarrollismo-proteccionismo, izquierda-derecha), éramos una sociedad con menos de 5% de pobres y/o desocupados, con una infraestructura de salud y educación públicas que alimentaba la igualdad de oportunidades, y una usina de creación científica y cultural que participaba de las corrientes de avanzada en eso que llamamos “occidente”. Pero también estaba latente ese mensaje de Discépolo en su Cambalache de 1934: “…ignorante, sabio o chorro/ generoso o estafador/ todo es igual/ nada es mejor/ lo mismo un burro que un gran profesor/ no hay aplazados ni escalafón/ los inmorales nos han igualado…”.

La grieta siempre presente, desde unitarios y federales, pero con un instinto de progreso (la Generación del ‘37 y la del ‘80, radicalismo, peronismo y desarrollismo) que se imponía más allá de los intentos inmovilistas y retrógrados.

El cambio que falta es el acuerdo, la capacidad de una fracción gobernante de convocar a la unidad nacional sin mezquindades ni oportunismos.

En los últimos 50 años caímos en una pendiente. Genocidio, guerra de Malvinas, hiperinflación, defaults, con picos esperanzadores, la vuelta de la democracia con Alfonsín, la apertura al mundo con Menem, la salida de la crisis con Néstor, la aparición modernizadora de Macri y la expectativa de un gobierno de unidad nacional al comienzo de Alberto. Pero esos espejismos eran seguidos de caídas más profundas que las anteriores.

Hoy tenemos dos elementos que alimentan la esperanza hacia el futuro:

1. No existe la violencia política, pese a la muy fuerte violencia social producto del 50% de pobres.
2. El panorama político está ordenado en un frente de Gobierno y otro de oposición.

Estos dos elementos deben ser cultivados y conservados, pese a los que estimulan y promueven la violencia y la división.

El cambio que falta es el acuerdo, la capacidad de una fracción gobernante de convocar a la unidad nacional sin mezquindades ni oportunismos. Esta unidad no es posible con los dirigentes que entienden la grieta como su negocio personal o sectorial. Tampoco con los disfrazados de “moderados” para trabajar, en forma rentada, al servicio de la fracción gobernante, o los “talibanes” que operan para dividir a quienes tratan de construir una opción razonable y viable.

Tenemos que salir de las trampas patria o antipatria y República o delito sin caer en la ingenuidad o el cinismo. No es fácil. No hay un mapa de ruta que nos señale qué hacer. Seguramente, ante la crispación actual de los ánimos, el desafío es ganar la elección de octubre de 2021. No hay otro camino en los próximos meses. La pregunta es ¿ganar para profundizar la grieta o para trabajar por la unidad nacional? Y, ¿con quiénes?

El desafío es ganar la elección de octubre de 2021. No hay otro camino en los próximos meses.

Tenemos que entender que hay una “lista corta” de fanáticos, pero un amplio espectro de voluntarios para participar de un esfuerzo conjunto que ayude a sanar las heridas de la grieta. Para eso, necesitamos un mejor Estado Nacional, fuertes Estados Provinciales, un pujante sector privado, sindicatos movilizados detrás de la consigna de la creación de empleo, rica creación científica y cultural, y una integración regional que exprese el regionalismo abierto que inspiró la creación de Mercosur.

Podemos acordar en estos principios fundamentales o seguir proponiendo la aniquilación del otro, al que consideramos un enemigo irreductible. El péndulo puede repetirse y, seguramente, fracasará como en el pasado. De eso sabemos mucho.

 

 

Sabrina Ajmechet | Doctora en Historia | @ajmechet

 

 

 

Federico Pinedo | Ex Senador | @PinedoFederico 

La cultura es cambio, porque proviene de la interacción entre las personas y el medio ambiente, que es infinita. Todo se adapta a todo lo demás, sin cesar. Pero a veces hay que impulsar cambios en determinado sentido. Las personas nos movemos por incentivos, premios y castigos que nos impulsan o nos frenan. El placer es importante, como lo es la ausencia de dolor, diría Epicuro, pero en una escala más alta también está la virtud, acotaría Cicerón. Con esos ingredientes hay que hacer la masa.

Los cambios culturales vienen de arriba hacia abajo. El ejemplo y el liderazgo los orientan. Si vemos que el jefe dice una cosa pero hace otra, no tendemos a hacer lo que dice. Si en cambio entendemos hacia dónde vamos colectivamente y creemos que el lugar o el objetivo están en línea con nuestros valores, entonces sí nos esforzamos nosotros mismos y empujamos a los demás hacia ese lado.

Frente a la angustia se planta la esperanza, que se encarna en el liderazgo. El líder muestra el rumbo y el objetivo, evalúa las dificultades, busca las soluciones y convence a quienes lo siguen de ir por él. El líder genera cambio cultural y mueve la situación de un lugar negativo a otro positivo, entusiasmando. El líder necesita que lo entiendan y para ello debe tener una narrativa de dónde viene y hacia dónde va.

La tarea de los titanes es de fuerza y repetición. La de los dioses, de inspiración, riesgo, visión y creatividad.

Pero además de unir fuerzas detrás del objetivo, con premios y castigos, el líder necesita fomentar la interacción. Si no cree en la libertad de las personas, no logrará creatividad. La tarea de los titanes es de fuerza y repetición. La de los dioses, de inspiración, riesgo, visión y creatividad. Sin libertad no hay creatividad, cambio, adaptación.

Dicho esto, en la Argentina necesitamos el cambio del respeto y la responsabilidad. Respeto por la mirada del otro. Responsabilidad por los propios actos. El de la valoración del mérito, del esfuerzo y la superación personal. El de la generación de confianza para poder impulsar la cooperación (sólo se coopera con aquel en quien se confía). Asunto en el que tienen un rol central las instituciones. Las instituciones son acuerdos sobre la manera en que ciertas cosas deben suceder. Saber que van a suceder de esa forma genera confianza e impulsa la interacción y la cooperación. Los jueces de la ley y no del poder son instituciones. Los pesos y medidas, y una moneda que mantenga estable su valor, en el que se miden los valores de las demás cosas, son instituciones. La educación que fomente la búsqueda de la verdad y el interés por lo diverso, es una institución que debe derrotar al disvalor del adoctrinamiento y del uso de la mentira como arma de combate o relacionamiento. La vinculación con el resto de los pueblos para derrotar al aislamiento mediocre, quedantista y empobrecedor. Volver a cumplir los compromisos y no liberar a los deudores o atacar a los acreedores en cualquier relación. No usar a las personas como instrumentos, y no gastar más de lo que tenemos, pasándole la cuenta a nuestros hijos, son cambios culturales a lograr.

 

 

Alejandro Rozitchner | Filósofo | @AlejRozitchner

¡Cómo le gusta al reprochador del gobierno de Juntos por el Cambio decir que “debió haberse dado la batalla cultural”! Veo ese reclamo como una forma más de la imperante mezquindad respecto de un equipo que logró mucho. No es cierto que no se haya dicho lo necesario o que el gobierno no haya expresado su visión. ¿Había oídos dispuestos a escuchar? ¿O será que las argumentaciones tienen menos peso que el que solemos darle?

Tal vez la idea de batalla cultural tenga mucho de ideal y exprese sobre todo un sueño racionalista. Ojalá existiera semejante acción conceptual decisiva o al menos determinante, la posibilidad de modificar mediante ideas clave la visión del mundo de… ¿de quiénes? ¿De los que piensan de otra forma? Los debates se dan entre personas dotadas de identificaciones fuertes, visiones trabajadas a partir de posiciones existenciales no demasiado plásticas ni cambiantes.

No es cierto que no se haya dicho lo necesario o que el gobierno no haya expresado su visión. ¿Había oídos dispuestos a escuchar?

¿Qué sería una batalla cultural? ¿Una discusión sobre rumbos, valores, un trabajo de desenmarañar sentidos y exponerlos a la luz diurna de la razón? ¿Desentrañar las trampas del populismo para dejarlo sin efecto? ¿Es que alguien cree sinceramente que las posiciones están determinadas por ideas, que podríamos lograr una derrota dialéctica significativa del bando de los patoteros y retrógrados? Es muy propio del intelectual darse ese rol relevante, pero nunca son las ideas las que van a la vanguardia, siempre las realidades se anticipan y las ideas tardan en reflejarlas.

En todo caso, el valor del debate no resulta claro. No somos espíritus pensantes, somos cuerpos con determinaciones difícilmente modificables, y el cambio –de llegar a suceder– viene por el lado de las realidades vividas y no por las representaciones argumentales que podamos hacernos, por más refinamiento de palabra y conciencia del que seamos capaces. O podríamos pensarlo así: el debate no es de ideas, el debate sucede permanentemente en la realidad misma y sus tensiones de poder, encarnado en hechos. La batalla cultural sería entonces el camino de una visión transformadora que se abre paso difícilmente y vive retrocesos descorazonadores.

El debate no es de ideas, el debate sucede permanentemente en la realidad misma y sus tensiones de poder, encarnado en hechos.

El protagonista principal en nuestra visión democrática es el votante, individuos que ponen boletas en las urnas y le dicen al país para qué lado quieren que vaya. ¿Afecta a esa realidad relevante la posible batalla cultural? Al parecer el votante no atiende razones, o las atiende apenas, vive en un mundo de realidades llenas de pendientes y tiene extraños modos de fe para relacionarse con sus figuras de referencia. ¿Entonces no hay que hablar, no tiene sentido pensar? Claro que sí, pero sin la ilusión de que existe la posibilidad de establecer mediante argumentos una modificación consistente de las visiones del mundo en juego.

Las identificaciones son profundas y nadie cambia de ideas. Lo que sí sucede, o puede suceder, es que las ideas se desarrollen y que en tal camino aparezca un valor orientativo. Pero entonces tiene más sentido hablar para los propios o los posibles propios, hablar para inventar algo, para refinar el plan y dotarlo de efectividad, que hablar en un escenario de confrontación. Tal vez no necesitamos “batalla cultural” y el trabajo por hacer sea fortalecer y dotar de alcance nuestro pensamiento, para que crezca y pueda aportar al nuevo gobierno por venir. Seúl es un valioso aporte en este camino. En el rumbo de la batalla las ideas adquieren forma de choque, pero en el camino de la invención compartida las ideas contienen más poder y relevancia. 

 

 

Mónica Marquina | CONICET Fundación Alem | @Momarquina

En cada momento histórico existen marcos de referencia que constituyen paraguas sobre una realidad compartida, dentro del cual se dan las discusiones y diferencias. Ese paraguas, sostenido en los valores democráticos, republicanos, de libertad y cierta igualdad, está en baja en el mundo y se ponen en discusión sobre sus reales posibilidades en América Latina. 

Si hoy la conversación social se hace cada vez más difícil es porque se ha roto ese marco de referencia. La discusión sobre la educación en la pandemia es un claro ejemplo de esa ruptura. Así, la vida democrática se convierte en un terreno de guerra a partir de la palabra, por medio de la cual se convence o se cancela al opuesto mostrándolo descolocado. Las reglas de la discusión democrática que estaban asociadas a la racionalidad y la ciencia hoy se usan de modo conveniente o se ponen en cuestión a través de la política. 

Esto es posible desde un gobierno con recursos y medios de difusión. Sin dudas es muy difícil dar la batalla simbólica sin estar en el poder. Pero también es difícil darla estando en el gobierno sin cambiar condiciones estructurales. Cierto bienestar de la economía es necesario para plasmar sobre esa base nuevas cosmovisiones que recuperen los marcos de referencia democráticos. Y aún con mejoras estructurales, podría fracasar el intento si no existe una intención explícita de lograr ese cambio en un programa de gobierno acordado y con decisión de poner en práctica, que atraviese áreas y temas. Allí imagino un programa para la educación que debería ocupar un lugar prioritario en agenda y en recursos. Con trabajos estables de los adultos, condiciones aceptables de vivienda de las familias y buenas escuelas para los chicos, es posible reconstruir la nueva cultura. 

Es muy difícil dar la batalla simbólica sin estar en el poder. Pero también es difícil darla estando en el gobierno sin cambiar condiciones estructurales.

Una cultura que, por ejemplo, conciba a un director de escuela con la relevancia de un juez. Un plan de educación contracultural prevé jerarquizar a los docentes posibilitándoles horas de clase y horas de trabajo en su única institución, para planificar, investigar los problemas que enfrenta, en el marco de nuevas reglas de juego de la profesión que habrá que consensuar con recursos y propuestas. El programa educativo contracultural tiene en un lugar prioritario a la formación docente que hoy transcurre en la crisis de los marcos de referencia. El currículum también tiene un espacio privilegiado, pensado en una concepción de la educación como reproducción social crítica y conservadora, en donde no todo es fundacional en base a una nueva verdad, ni se reproduce el pasado como verdad indiscutible. A la vez que concibe y recupera interpretaciones del pasado, la educación tiene el potencial de transformar el presente, en base al marco de referencia común. 

Hasta que eso suceda, y para que ello suceda, hay que dar la batalla discursiva desde una resistencia activa. Develando el relato sesgado, denunciando la deshonestidad en el discurso, incidiendo en el debate público, también desde nuevos espacios y actores sociales. Hay un desgaste que requiere relevos, pero hay que sostenerlo desde ese nuevo armado social.  De lo contrario, seremos los protagonistas del cuento del pozo de la locura. Sin darnos cuenta, una mayoría de cuerdos que bebieron del pozo nos señalarán como los locos y terminaremos bebiendo de esa agua o muriendo de sed.

 

 

Emilio Cornaglia | Ex presidente FUA | @buhocornaglia

 

 

 

Gonzalo Garcés | Escritor | @GonzaloGarces5

Creo que el movimiento ciudadano que creció a la par que Juntos por el Cambio ya ganó algunas batallas culturales importantes: la más reciente, la importancia de las clases presenciales y el conocimiento generalizado de que las escuelas no son lugares de contagio, algo que la mayoría ignoraba hace un año y que ahora reconoce hasta el mismo presidente que manda cerrarlas.

Parte de la “batalla cultural” es eso: poner en circulación conocimientos, frases o conceptos que prenden espontáneamente en la opinión pública, ya sea porque ponen en palabras necesidades o sentimientos que ya existían, porque los esclarecen o simplemente porque suenan bien. Típicamente, esta circulación va de abajo hacia arriba, son frases que escribe cualquiera en una red social y que terminan usando académicos, periodistas y políticos, aunque también vimos el movimiento inverso, cuando Donald Trump apostaba a repetir obsesivamente unas pocas consignas simples hasta que sus seguidores las adoptaban como sentido común.

Pero creo que la batalla cultural no se gana sólo con estas ideas parciales, por importantes que sean, sino con la integración de muchas ideas en una narrativa coherente. En literatura diríamos que hay cosas que se pueden expresar en un cuento y otras que necesitan una novela. A muchos en Juntos por el Cambio esto les produce rechazo porque consideran que “el relato” es una característica del populismo. Voy a argumentar por qué creo que se equivocan.

Las narrativas no son un mecanismo populista, sólo las narrativas populistas lo son.

Las narrativas no son un mecanismo populista, sólo las narrativas populistas lo son. El Facundo es una manera de contar el país y La Razón de mi vida también, pero uno propone como protagonistas a individuos libres y el otro a soldados en un país-cuartel. Por otro lado, una narrativa nacional no prende si no explica de manera convincente “qué pasó”, si no sirve para dar sentido a hechos que nos afectan, algo que parecería obvio si no fuera porque hubo gobernantes que creyeron poder formatear la imaginación colectiva como si fuera una hoja en blanco: así, la última dictadura creyó que bastaba con pagar spots televisivos que mostraban, entre otras cosas, a una vaca que ordeñaban hasta consumirla unos muñequitos que representaban a la subversión y a un hombre contento de poder elegir entre sillas nacionales e importadas. 

El fracaso cultural de la dictadura fue estrepitoso: ni una sola de sus ideas caló en la sociedad. En contraste, el éxito del alfonsinismo para instaurar el consenso democrático de 1983 tuvo que ver con muchos factores, pero uno crucial fue sin duda su capacidad para integrar los traumas de la historia reciente, la Triple A, Montoneros, la represión militar, la guerra de Malvinas, en una narrativa clásica de caída y redención: el país había pactado repetidas veces con el demonio de la violencia política y había pagado el precio, pero esta vez, la más cruenta de todas, iba a ser la última. Por eso los títulos que definen al alfonsinismo son La república perdida y Nunca más. Que el consenso democrático haya sobrevivido al fracaso económico de Alfonsín habla de la fuerza de esa narrativa.

El gobierno actual no es la dictadura del ‘76, pero no es imposible que estos años de pandemia, colapso económico, catástrofe educativa, “infectadura” y desmanejos demenciales dejen un trauma colectivo comparable. Si el próximo gobierno es republicano, ¿podrá permitirse prescindir, como lo hizo el de Macri entre 2015 y 2019, de una narrativa que dé sentido a lo que pasó? Creo que no y que tendrá sus propios episodios ejemplares del pasado, sus caídas y expiaciones, sus batallas y sus próceres, o al menos espero que sea así. Porque preguntar qué pasó, buscar una lógica en la sucesión de hechos que llevan hasta el presente, no es algo optativo sino una necesidad psicológica elemental; si los republicanos dejan vacío ese lugar, podemos estar seguros de que lo llenará el populismo. Así es como los descendientes políticos de quienes impulsaron la CONADEP y los juicios a las Juntas terminan cediendo al peronismo (que no hizo otra cosa que violarlos) la causa de los Derechos Humanos y, como liberales que cuentan en su genealogía ideológica a Sarmiento, permiten que el mismo peronismo, increíblemente, se embandere con la educación.

 

 

Luis Tonelli | Analista político | @LuisTonelli

Frente a la tan mentada “batalla cultural” o “batalla de las ideas”, voy a ser totalmente anti-climático: no encuentro los textos de referencia de esa querelle, no encuentro a los intelectuales que lideren esa batalla y, por último, no sé de qué ideas se está hablando.

Pero no se puede negar que en la Argentina hoy hay una batalla. Una batalla que, afortunadamente, no llega (hasta ahora y en general) a la violencia física, pero que es una confrontación intensa y, por momentos, insoportable.

Sin embargo, no pareciera ser una confrontación que vaya más allá del típico choque argentino entre esas dos forma mentis que todavía organizan el espacio político en nuestro país y que son el peronismo y el no peronismo. Hoy, esa confrontación se engalana o se enmascara con el par supuestamente contradictorio entre populismo/república, si uno se enrola en el bando del no peronismo o neo-liberalismo/patria, si uno se identifica con el bando peronista.

Un dato no menor a tener en cuenta es que estos bandos han sobrevivido tantos años, pese a sus derrotas y fracasos, básicamente porque el electorado con su voto sigue manteniendo la brecha entre ambos campos. Brecha que también es socioeconómica, ya que cualquier análisis que cruce voto con nivel de ingreso va a dar que, en general, los sectores de más bajos ingresos votan peronismo y los que tienen un mejor ingreso votan no peronismo.

Ese electorado no hace demasiado distingo entre izquierdas, derechas y otras divisiones un poco más sofisticadas que realizan los comentaristas.

Y lo que resulta evidente aquí es que ese electorado no hace demasiado distingo entre izquierdas, derechas y otras divisiones un poco más sofisticadas que realizan los comentaristas de la realidad que ellos mismos se inventan. El peronismo ha votado a Menem y a CFK. El “no peronismo” a Alfonsín y a Macri.

La división se constituye siguiendo las necesidades funcionales del sistema político, donde la competencia por ganar las elecciones siempre engendra las tensiones entre gobierno y oposición. Se nota cuando La Cámpora sale a defender a ese Mao Jesuítico que es Gildo Insfrán. O los alfonsinistas bancarse el “saludo uno” gendarmeril a Pato Bullrich.

Distinción que es también una “entre el país que tenemos” y el país “que querríamos ser”, o entre “decisión e instituciones”, y que hunde sus raíces en la tradición argentina cifrada en la dupla “hecho y derecho”, que blanqueara Bartolome Mitre en su enfrentamiento con Urquiza. O sea, una distinción casi pre-ideológica en la que cada bando trata de acuñar mensajes para sus respectivos electorados.

Claro que esa brecha puede ser procesada hacia el centro, como cuando Alfonsín “eligió” a Antonio Cafiero como opositor y no a Herminio Iglesias, o bien hacia los extremos, como lo ha hecho el kirchnerismo a partir de su irrupción en el espacio político argentino. 

 

 

Jimena de la Torre | Bases Republicanas | @JimenadelaTorr6

 

 

 

Sebastián Welisiejko | Economista | @welisiejko

En primer lugar, quisiera cuestionar la noción de “batalla” por las ideas, proponiendo en cambio pensar en términos de construcción de “consensos”. Lo hago 1) consciente de que esto sea probablemente más factible (aunque no menos complejo) en el campo de la política social y el desarrollo, mi área de especialización y trabajo, y 2) sin pretender caer en posturas naif o políticamente utópicas, sino anclado en el más crudo pragmatismo.

Si bien ha existido un dominio histórico de las ideas (y prácticas) de partidos y movimientos de extracción popular en el campo del desarrollo social (más recientemente representado por el kirchnerismo, pero de tradición más larga en el justicialismo y en otros), cualquier proyecto político que pretenda disputar (y ejercer) el poder debe construir una visión consistente respecto de los caminos para la transformación social, no necesariamente “en guerra” con el pensamiento precedente sino proponiendo cambios fundamentales que habiliten soluciones a problemas estructurales que evidentemente no hemos sabido/podido abordar a lo largo de nuestra historia.

Los altos y crecientes niveles de desigualdad y pobreza son un factor que pone tope a nuestro potencial de desarrollo colectivo.

En mi opinión, dichos cambios deben cimentarse sobre la construcción de nuevos tipos de liderazgos, incluyendo, pero no limitándose a los partidos políticos, y sobre una narrativa más clara respecto de lo que está en juego para el futuro del país: los altos y crecientes niveles de desigualdad y pobreza son un factor que pone tope a nuestro potencial de desarrollo colectivo. La des-igualdad y la des-integración social afectan de manera directa y dramática a los excluidos, pero tienen a su vez un altísimo costo para el conjunto de la sociedad; afectando, en el extremo, la propia cohesión del tejido social y la sostenibilidad de los procesos político-democráticos.

La prosperidad es colectiva o no es.

En 2015-2019, a pesar de la situación económica y la polarización creciente en el sistema político, se lograron consensos emergentes en torno a ciertas temáticas centrales para el desarrollo y la transformación social, entendidas como políticas de Estado. Incluyo aquí al desarrollo de la primera infancia, la prevención del embarazo no intencional en la adolescencia y la integración socio-urbana de barrios populares (todas entre las pocas políticas no interrumpidas por la administración actual).

Sobre esta base se debe avanzar, proponiendo una agenda que incluya, convoque y entusiasme a toda la sociedad. Sin caer en la falacia del enfrentamiento de clases ni abonando la mirada miope de que estamos únicamente frente a un problema distributivo.

 

 

Luis Diego Fernández | Filósofo | @Doctorluisdiego

Suele dividirse el pensamiento argentino en dos polos: la tradición nacional-popular y la liberal-republicana. El primero defendería una visión proteccionista mientras que el segundo abrazaría una vocación cosmopolita. Demasiado simple esta forma de pensar, no puedo más que sospechar. Sin embargo, es evidente que desde la génesis del país hay una guerra literal o interpretativa presente en luchas cuerpo a cuerpo o simbólicas (académicas, literarias). No hay novedad alguna en la expresión que circula hace un tiempo de “batalla cultural” o del significante “grieta” (que repudio y no uso). ¿Hay una Argentina o dos? A no dudar, el sentido común local es estatista por razones históricas, esto no fue así en Estados Unidos que se constituyó al revés que nosotros, a partir del individuo. El peronismo fue el eslabón más grande de esta cadena pero no el único y el kirchnerismo fue hábil para insertarse en esta dinámica binaria y radicalizarla, antes de un modo ideológico, hoy, más bien táctico.

En Radiografía de la pampa (1933) Ezequiel Martínez Estrada afirmaba: “Lo que Sarmiento no vio es que civilización y barbarie eran una misma cosa, como fuerzas centrífugas y centrípetas de un sistema en equilibrio”. Comparto la mirada del ensayista que apuntaba a la ruptura del par dicotómico. La pregunta que subyace es: ¿cómo vivir juntos? Creo que esto no se puede lograr pretendiendo exterminar al bando opuesto, buscando “crear comunidad” a punta de pistola ni tampoco a partir de la candidez del “consenso”. ¿Qué sería emprender este tipo de batalla? ¿Una cruzada civilizatoria? ¿Un lavado de cerebros? ¿Cómo se hace para que el otro pondere valores disímiles? Soy escéptico y tengo hastío de esta cantinela; como Martínez Estada, pienso que la Argentina nació de la psicología del gaucho, del hijo humillado, del resentimiento, de la arbitrariedad y la violencia. Es nuestro destino.

La Argentina nació de la psicología del gaucho, del hijo humillado, del resentimiento, de la arbitrariedad y la violencia. Es nuestro destino.

El antropólogo y poeta Néstor Perlongher, militante del Frente de Liberación Homosexual (fundado por Sebreli, Puig y otros), decía que la Argentina es un paraíso policial en el cual la única sexualidad posible es triste o impostada, cuando no sórdida. Considero que tiene razón. Si hay una “batalla cultural” que vería con simpatía y tal vez participaría de ella sería aquella que tuviese al deseo y los placeres como su objetivo. Una que combata la victimología y la infame “cultura de la cancelación”, que atraviese partidos políticos (sean progresistas o conservadores) pero que no se reduzca a ellos, que no emprenda la revolución del meme ni bata cacerolas como un perro de Pavlov y que asedie al tribalismo identitario (de izquierda y derecha). Solo un sueño.

 

Eugenio Palopoli | Periodista y escritor | @arteysport

La batalla cultural es como la Matrix: está en todos lados, la vemos cuando miramos por la ventana, cuando prendemos la tele, cuando vamos al trabajo o pagamos los impuestos. Pero es también aquello a lo que sólo los iniciados, los intensos conectados 24/7 a Twitter parecemos darle la importancia que se merece. Una que, para empezar, debería exceder al proyecto de acceso personal a un organigrama público o al tópico ideal para arañar minutos en los medios preocupados por “la grieta”.

Hay batalla cultural porque hay un consenso que creemos que duró demasiado, que nos tiene hartos porque ya se volvió una suerte de sentido común pegajoso, asfixiante. Un zapato que nos tortura a cada paso, un bug que resetea el juego y lo lleva todo el tiempo al nivel uno, un virus que borra cualquier discurso que no encaje con los supuestos que se han vuelto dogmas. Agotador.

La batalla cultural es un imperativo pero también un tormento, porque es insultantemente pueril.

Sentimos que la batalla cultural es un imperativo pero también un tormento, porque es insultantemente pueril. Mientras la blockchain promete poner al mundo que conocemos patas para arriba en menos de una década y cualquier terrícola con un smartphone puede acceder a sonidos e imágenes de Marte en HD, nosotros tenemos que empezar cada discusión recordando que el déficit se financia con deuda o con inflación, que un remito no es una factura y que facturación no es ganancia. Que hay una realidad objetiva más allá de los discursos y que estos no pueden seguir ignorando cualquier tipo de constatación elemental con ella. Que ser de izquierda no presupone ninguna superioridad moral ni intelectual y que efectivamente transformaron todas las causas nobles en un curro. Por asombroso que parezca, incluso en el chat de l@s mapadrxs que queremos las escuelas abiertas nos llaman al orden si acaso sugerimos que lo que tenemos enfrente no es una opción democrática sino un proyecto de totalitarismo narco, estrambótico, tan a la bartola como cobarde.

Pero hay otra razón aún más acuciante para dar esta batalla, y ésta es que en Argentina los grandes consensos sólo se derrumbaron tras crisis furibundas que nos provocaron traumas colectivos. Nuestra democracia es hija de la derrota en Malvinas, nuestra modernización económica se impuso tras dos hiperinflaciones y el actual consenso kirchnerista sólo pudo instalarse después de la crisis de la convertibilidad devenida en golpe político y catástrofe de 2002. Necesitamos entonces dar la batalla cultural para que el consenso que surja de la inevitable hecatombe de la epidemia kirchnerista no resulte aún más dañino que éste.

 

 

María Isabel Morgner | @morgana_77

Es muy de progre hablar de apropiación cultural ante cualquier fenómeno que se plantea. Sin embargo, cuando los progres se meten en espacios, hacen que se mimetizan con el ambiente y adoptan toda una discursiva que no les es propia, ya que suelen ser niños sobre-escolarizados jugando a ser pobres. Hacen una especie de observación participante en el campo hasta que se convierten en Gulliver en el país de los enanos: por hache o por be, llegan a la cumbre a donde comienzan a cafishear todo. La cultura del pobrismo no subsistiría si no hubiera alguien que la alimentara, y no es la pobreza o la gente que vive en ella, sino toda una estructura montada para producir, cual fábrica, más pobres.

El aparato discursivo del kirchnerismo opera en diferentes dimensiones y una muy fuerte es en la percepción y la construcción de la idea de pobreza no como algo noble sino como contraposición a la riqueza. No les interesa que creamos que los pobres son buenos, sino que el foco está puesto en que la riqueza es mala. La riqueza del ciudadano de a pie, claro. El problema es que ya ni siquiera existen esos ricos de paja que se crearon –y algunos ricos si no son ellos, son sus amigos o socios– entre otras cosas, porque la vara descendió de tal forma que poseer cualquier bien, tangible o intangible, te convierte en privilegiado.

Y ahí hay otra deformación: hasta comer pan con mermelada de pote de plástico se volvió un privilegio, porque es tal la depreciación del nivel socioeconómico, que de la única forma que pueden sostener el deterioro al que nos van llevando es creando nuevos significantes sobre términos de uso corriente. Convertir hechos cotidianos y regulares en algo de cheto es la pauperización de las aspiraciones. Todo su modelo basado en la falsa premisa de la redistribución y el ascenso social se cae al analizar estas estructuras perversas creadas para perpetuar la miseria, no ya en términos materiales, sino también en lo inmaterial.

Desde luego, este proceso atravesó generaciones y ya hay quienes nacieron viendo en seres como Grabois una posibilidad de algo sin ver que, en realidad, son una suerte de clones como los de Star Wars, creados para sostener un imperio despiadado que poco se interesa por ellos, sino que se vale de sus esfuerzos para seguir en pie. ¿Cuál es nuestra tarea? No caer en su juego discursivo y trabajar hasta que el pobrismo no exista. Que la fuerza nos acompañe.

 

 

Enrique P. Quintana | Abogado | @QuikFCO

Juntos por el Cambio, como movimiento político amplio, está integrado por fuerzas políticas unidas por ideas que comprenden, entre otras, el respeto irrestricto por las libertades individuales y por las instituciones, la transparencia, la honestidad, el mérito como criterio ordenador de la sociedad, los premios y castigos como elementos esenciales de justicia retributiva para quien se esfuerza y para quien incumple las normas, el rol subsidiario pero necesario del Estado en la actividad económica, con políticas redistributivas que generen más oportunidades para quienes menos tienen, el desarrollo de infraestructura y nuevas tecnologías y la apertura inteligente al comercio mundial. Estos principios se oponen a la electoralmente atractiva cultura de la ventajita, el corto plazo, la búsqueda de atajos, alquimias o soluciones mágicas.

Si queremos que nuestros valores predominen en Argentina, no sólo necesitamos personas que los compartan en silencio o con el ejemplo, sino que sean activas. Pensar, expresarse y confrontarlos con otros es sólo el punto de partida. Ineludible es romper el silencio y hacer que otros lo rompan, discutir, dar datos, opinar, desmontar relatos y operaciones, contradecir, exhibir convencimiento en el discurso propio, ser sólido, enfático y mejorar todo el tiempo las capacidades de persuasión. Ser educado y ubicado, saber cuándo, dónde y cómo. Ser serio, firme, eficaz, tener empatía, no dejarse correr nunca en ningún lado. No tener miedo a ofender si implica decir la verdad. Pedir perdón antes que pedir permiso.

Esto no involucra sólo a adherentes sino especialmente a dirigentes. No necesitamos ni su silencio ni que nos cuenten lo que se hizo mal, sino que defiendan públicamente, con orgullo y detalle, todo lo que se hizo bien. Que transmitan entusiasmo para disputar con argumentos el sentido común de la sociedad.

El evidente fracaso de las anacrónicas y erradas ideas que sustentan el cuarto gobierno kirchnerista genera todos los días oportunidades para que los argentinos valoren las nuestras. Que éstas predominen requiere abandonar el silencio, actuar y organizarse.

Soy optimista porque esta actitud es la que ha puesto límite a las decisiones más arbitrarias de la actual gestión e incluso de gobiernos provinciales. Siento que nuestra “línea de eucaliptus” está firme y la estamos haciendo respetar. Pero es necesario reforzarla si queremos que los argentinos decidan que este suplicio termine en 959 días. 

 

 

Ezequiel Baum | Economista

¿Por qué es tan importante dar ciertas batallas? ¿Qué hay en juego en cada discusión interminable en Twitter, en cada chicaneada en grupos de Whatsapp? ¿Es solamente una guerra de egos o hay una serie de sentidos comunes que se disputan frente al resto que nos lee atentos sin participar? Creo que hay mucho de eso, y es lo que a unos cuantos nos hace sentir que es de vida o muerte dejar como un idiota al que piensa distinto, en vez de respetarlo cuando dice algo absurdo o directamente peligroso para la vida en comunidad, al margen de sus intenciones.

De todos esos sentidos comunes en falsa tensión, como si hubiera verdades equivalentes donde algún coreano del centro pudiera acomodarse para sentirse moralmente superior, los que forman parte del submundo financiero son quizás los más fáciles de desactivar. Para cualquier profesional de ciencias económicas, las finanzas populistas son un caso consensuado de divorcio con la realidad. Es el equivalente a pretender desafiar las reglas de la física.

Las finanzas populistas son un caso consensuado de divorcio con la realidad. Es el equivalente a pretender desafiar las reglas de la física.

Quizás para “lagente” no es tan intuitiva la relación entre gastar más de lo que ganás, imprimir dinero y generar inflación. Básicamente, porque “lagente” lo que hace cuando gasta más de lo que gana es endeudarse a tasas carísimas que retroalimentan el problema hasta el punto de quiebre y pedirle después al Estado que “haga algo” cuando la situación es insostenible. Como “lagente” claramente no puede imprimir billetes para postergar sus problemas, si el Estado logra resolverlos, ya sea los propios o los de los vecinos menos afortunados por culpa de “elcapitalismo”, no le preocupa mucho cómo. Que se maten vientres para que baje el precio de la carne o que le pongan plata en el bolsillo a “lagente”, pero que “lospolíticos” hagan “algo”. Si en un año directamente no hay carne o tenemos 3 veces más dinero que el que necesita la economía para funcionar y una inflación imparable que solamente se ve en 10 países en todo el planeta, ya veremos a quién culpar.

Por supuesto que es incómodo plantear el problema en estos términos. Porque requiere hablar de ajuste, de endeudamiento y gradualismo, de confianza, de una oposición que cuando no gobierna no deja gobernar, del talibán del shock que no explica cómo contenés todo en simultáneo hasta que lográs una macroeconomía ordenada. En fin, requiere madurar y tener discusiones adultas que recién cuando haya un sentido común consensuado nos permitiría empezar a ver en qué anda el mundo para ver si podemos subirnos a la historia de nuevo.

En 2026, Elon Musk calcula que la humanidad va a enviar la primera misión tripulada a Marte. Con suerte, para ese entonces los argentinos habremos logrado ponernos de acuerdo en que Ingresos y Gastos no puede dar sistemáticamente negativo. No es poco.

 

 

Diego Muniz Barreto | Ing. Agrónomo | @coco_barreto

Ni halcones ni palomas: loros. Hay una trampa en esto de dividirnos en halcones y palomas. La trampa justamente está en dividirnos. Tendremos que repetir como loros el inventario recibido, basta de tratarnos como niños a los que hay que disfrazarles la realidad. El balance, por duro que sea, deberá ser preciso y fundamentado. En la credibilidad de los auditores, que deberán ser externos, está el valor de la auditoría.

También habrá que repetir como loros lo que se vaya haciendo, cada acción, cada obra. La comunicación debe ser fluida y constante. Sólo saber los resultados dará sentido al esfuerzo y lo hará tolerable.

Los loros tienen gran capacidad craneal. Eso los convierte en las aves más inteligentes del planeta. Son muy sociables, andan siempre en bandadas y se mantienen juntos durante toda su vida. Y son muy longevos. Una paloma vive 6 años, el halcón 10, y algunas especies de loros alcanzan los 100 años. Esto será largo. Por lo tanto, deberemos ser inteligentes, sociables y longevos.

Algún día podremos mirar a nuestro alrededor sin sentir vergüenza y seremos parte de una sociedad más justa. Algún día iremos juntos a Ezeiza a recibir a los que vienen y no a despedir a los que se van. Y sólo entonces deberemos comenzar a pensar en los detalles. Estuvimos cerca. Con un poquito de cintura política para generar alianzas y algo más de precio de soja, nos alcanzaba. estuvimos más cerca de lo que imaginamos.

Estuvimos cerca. Con un poquito de cintura política para generar alianzas y algo más de precio de soja nos alcanzaba.

Lo realizado fue muchísimo. No es mi objetivo detallar los logros aquí, pero cada día que pasa me imagino que muchos se estarán percatando de ellos. Quizás la impaciencia de imaginar que se pueden hacer en 4 años transformaciones que llevan muchos más, nos hizo innecesariamente dejar votos en el camino. Error de cálculo, faltó calle para darnos cuenta de que había muchos pasándola mal. Sólo eso explica haber perdido contra el tren fantasma. Cuando la heladera está vacía nada más importa y no darse cuenta de eso habla de una dirigencia aislada de la realidad. Y la realidad, en definitiva, es la que gana las elecciones.

Los que nos acusan de gradualistas nunca han gerenciado ni siquiera una fotocopiadora de un centro de estudiantes. La foto de la plaza del Congreso de diciembre del 2017 debería hacerlos reflexionar. La realidad es que no es difícil saber qué hacer. Lo difícil es hacerlo sin mayorías en el Congreso, sin sindicatos y con corporaciones acostumbradas a un sistema que hay que modificar de raíz.

Necesitamos estar todos Juntos para el Cambio, y entender que deberán pasar no menos de tres mandatos antes de convertirnos en sommeliers de detalles.

Necesitamos estar todos Juntos para el Cambio, y entender que deberán pasar no menos de tres mandatos antes de convertirnos en sommeliers de detalles. Lo que hoy se juega es algo superior: ¿seremos una democracia moderna y participativa integrada al mundo moderno o seremos una confederación de corporaciones alimentándose del cadáver de lo que pudimos haber sido?

Hace falta una alianza grande. Para eso, es importante la generosidad de resignar protagonismo personal, pensar generosamente en el largo plazo, trabajar sabiendo que serán otros los que disfruten el resultado de nuestro esfuerzo. Un arco amplio con aquellos que coincidamos en la modernidad como objetivo, en integrarnos al mundo civilizado con democracias plenas e igualitarias.

 

 

Monserrat Marin | Fotógrafa | @monsemarinph

Como persona joven, bonaerense y dedicada a las artes visuales, muchas veces me pregunté si expresar ideas distintas en un entorno donde reina el fascismo disfrazado de progresismo valdría la pena. Y la respuesta siempre fue la misma: para que algún día algo cambie es necesario hacer pequeñas cosas desde lugares pequeños. Los discursos fáciles de comprar por una sociedad sometida y vulnerable fueron instrumentos vitales del populismo durante décadas. La mera idea de proponer una forma distinta de hacer las cosas parecía inimaginable. Y en ese escenario en el que nadie proponía nada distinto emergió un partido nuevo con un hombre como Mauricio Macri, que con hechos concretos a las nuevas generaciones nos devolvió la posibilidad de imaginar una mejora en nuestra calidad de vida, y por primera vez no dar por sentado que no había posibilidad de progreso o crecimiento personal y social.

Siempre que alguien proponga algo distinto, al igual que en el arte, existe una especie de resistencia, de temor por salir de la comodidad y afrontar los desafíos nuevos, de negar que existe en la modernidad la posibilidad de algo mejor. Es más fácil y menos incómodo estar en una casa rota, cuyas grietas ya conocemos de memoria, que reconocer que hay que remodelarla y dormir una semana en el piso mientras la casa está en obra. La sola existencia de un partido nuevo, como el PRO, y una coalición de gobierno, es el inicio elemental de una batalla extensa y dura que Argentina necesita dar, y que desde mi punto de vista logró afianzar durante su período. En esa misma dirección, considero elemental el liderazgo político y las decisiones que pueden llevar no sólo a generar cambios concretos sino a motivar a las personas y en muchos casos, destejer las tramas contradictorias y absurdas que el populismo se ocupó de tejer, y que mucha gente no puede ver por sí sola.

Considero que no hay batalla cultural posible si hay miedo, sometimiento, posturas extremadamente políticamente correctas o disuasión de la realidad. Las batallas se deben dar con total seguridad de todo lo que uno defiende y metiéndose en los terrenos y las banderas que el populismo históricamente se quiso adueñar (llámese arte, ambiente, derechos humanos, movimientos igualitarios, trabajo, calle). Somos muchos los jóvenes y no tan jóvenes dispuestos a dar esta batalla y todas las batallas que haya que dar.

 

 

Juan Etchegaray | Economista y creativo publicitario | @juanetch

En 2017 Macri presentó los resultados de las pruebas Aprender, en los que quedaba claro lo ineficiente que es el kirchnerismo para mejorar la calidad educativa. Sin embargo, usó la frase “caer en la educación pública”, y efervescentemente salió la militancia más fanática a llenar Internet contando lo orgullosos que estaban de “haber caído” en las escuelas estatales. Nosotros tuvimos que agachar la cabeza y dejarles que hagan ese circo de superioridad moral, donde sólo ellos levantan las banderas más importantes: la de la educación, la de los DDHH, la de protección de los humildes, la de los trabajadores, la del feminismo y muchas más. Esto dificulta notablemente el diálogo, porque están totalmente convencidos de que todo se trata de una lucha de poder en la que ellos son el único grupo de argentinos que defiende a los más vulnerables: ¿Cómo el Gordo Mortero no va a agredir policías si cree estar haciéndolo para defender a nuestros abuelos?

Ellos pudieron instalar su relato cuando las redes sociales no eran tan influyentes, por eso hoy les cuesta cada vez más tirar alguna frase tribunera sin que alguien los contradiga con datos o les marque la hipocresía, después de todo lo que escupieron para arriba en los años que combatieron a la dictadura macrista. Ya no asustan esos enemigos imaginarios que inventan para culparlos de sus errores de gestión. La clase media está perdiendo calidad de vida a diario y sólo quieren soluciones a los mismos problemas que tenemos hace 20 años.

Ya no asustan esos enemigos imaginarios que inventan para culparlos de sus errores de gestión.

Esta semana nos psicopatearon con que ‘’estábamos del lado de la muerte’’ por querer que los chicos vayan a la escuela, pero muchos nos plantamos para romperles las cañas de las banderas de la educación que tanto dicen defender. Y creo que ésa es la clave para mejorar el debate de ideas políticas en nuestro país: desgastar ideológicamente al kirchnerismo rompiéndoles todas las cañas de las banderas que orgullosamente creen levantar. Quizás nuestra insistencia les quite esas armas que utilizan para construir poder cooptando adolescentes revolucionarios en las unidades básicas. Fijate que cuando les decís que se robaron las vacunas, ahora son ellos quienes agachan la cabeza. 

El trencito de la alegría que trajo Macri para unir a los argentinos no era para este país. Acá tenemos que trabajar con firmeza para ganar la batalla cultural y soltar todos los estigmas ideológicos que no nos permiten avanzar como nación y que separan innecesariamente a familias y amigos por el simple hecho de creer estar del “lado correcto’’.

Eliseo Brener | Analista de sistemas | @RoyalScon

Cuando era adolescente, escuchaba a un hombre grande amigo de mi viejo hablar de sus amantes: “Yo me engancho una mina y me pide que la lleve a bailar. Voy, le sigo el paso y hago boludeces en la pista, total después nos vamos de ahí y vamos a coger”. Toda la imaginería kirchnerista histórica de Tecnópolis, la ley de medios, el reflote de marcas como Aurora, Yelmo, Siam, Caras y Caretas, la nostalgia romántica de la lucha armada, la conversión retrospectiva de la dictadura en cívico-militar, los juegos de escupir fotos de Magnetto, Mirtha, Lanata y Herrera de Noble, los apócopes de dos sílabas como infla, corpo y opo, la escarapela kirchnerista de sol anaranjado,  las personas que se identificaban públicamente como pertenecientes “al campo nacional y popular”, los festejos del bicentenario con la 9 de Julio cubierta de estructuras gigantes de cartón pintado, Paka Paka y Zamba, me hace acordar un poco a eso: una serie de rituales forzados que no puedo creer que le gusten a nadie y que disimulan la verdadera discusión cultural: qué es lo que se acepta como sentido común.

Y el sentido común que viene ganando acá dice entre otras cosas que Argentina es el mejor país, que el problema del kirchnerismo es la corrupción, que ser pobre es bueno (y por lo tanto ser rico es malo), que un pobre sin trabajo no tiene más remedio que delinquir, que para que un pobre tenga algo hay que dárselo y que para darles a unos hay que quitarles a otros. Que todo es política y los políticos son todos lo mismo, que hay un imperialismo económico que se quiere quedar con nuestra riqueza y un colonialismo cultural que quiere destruir nuestra cultura. Que el rock nacional es bueno porque es nacional. Que el fútbol nos representa a todos. Que lo popular nos representa a todos. Que si el arte es comprometido, es mejor. Que hay que consumir productos que no son buenos porque le dan trabajo a gente de nuestro país. Que lo viejo era siempre mejor y cuando viene algo nuevo es solamente por intereses oscuros. Que pretender ganar guita es ruin y las finanzas son el demonio. Que las Malvinas son argentinas. Y en general, que la decadencia argentina de un siglo es conspiración de un mundo que no soporta que seamos tan grosos.

La mayoría de la gente que niega ser kirchnerista da por sentadas todas o casi todas estas premisas e incluso mucha gente que se opone al kirchnerismo las acepta sin más. Y muchas veces se proponen extorsivamente como parte de un consenso nacional y se terminan aceptando.

 

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