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Domingo

Juguemos a ser pobres

'La 1-5/18', la nueva serie de Pol-ka, recibió el escarnio de las redes sociales por su intento ridículo de costumbrismo villero. ¿Es tan mala como parece? Sí, pero su ligereza apolítica es simpática.

Desde que empezó a promocionarse la nueva serie de Pol-ka ambientada en una villa, La 1-5/18, las burlas retumbaron en las redes. Lo poco que se podía ver era suficiente como para imaginar un intento frustradísimo de costumbrismo villero interpretado por estrellas televisivas jugando a ser pobres. Luego de su estreno, el lunes pasado, los clips que empezaron a difundirse confirmaron ese prejuicio.

Cuando decidimos publicar algo sobre la cuestión y yo me ofrecí a escribirlo, me arrepentí casi al instante. Hace tiempo abandoné el carácter de crítico cínico que se regodea en revolear adjetivos sarcásticos y burlones para describir obras evidentemente malas. No tiene mucho sentido, y menos ahora que las redes lo hacen por uno. ¿Qué se puede decir ante esta escena? No merece más que un tuit y luego el olvido piadoso.

Pero como ya me había comprometido, como ya habíamos encargado la ilustración y todo, me puse el overol y le di play al primer capítulo para ver de qué se trataba esto, hasta qué punto era todo tan malo, qué historia contaba o intentaba contar y qué cosas se podían decir al respecto, si es que se podía decir algo.

De los casi 50 actores que participan del programa no todos son tan horribles como imaginábamos.

Lo primero que salta a la vista es el trabajo de los actores, quizás porque es lo que uno está buscando influido por la conversación de las redes, pero también porque en una tira diaria no hay mucho más para mirar: los diálogos, la historia, los actores y el ambiente. Debo decir, entonces, y para pasar a otros temas más interesantes lo más pronto posible, que de los casi 50 actores que participan del programa no todos son tan horribles como imaginábamos.

Hay un grupo de jóvenes, cuyas caras todavía no son demasiado conocidas, que aportan verosimilitud a una jerga villera que en su boca no parece forzada. Principalmente Lucas D’Amario y Paul Cruzatt, el “pibe chorro” y el líder de la banda de peruanos, respectivamente. Después hay otro grupo de actores con el oficio y la experiencia suficientes como para que les tiren un adoquín y devuelvan diálogos naturales: Patricio Contreras, Roly Serrano, Leonor Manso, Arturo Bonín, Nora Cárpena y un sorprendente Yayo Guridi. El problema son los demás.

En el tono de las actuaciones se puede ver muy claramente cómo La 1-5/18 es un culebrón como cualquier otro insertado a lo bestia en una serie pobrista al estilo de El marginal. El culebrón cuenta una historia de amor prohibida entre un cura y una viuda, un triángulo amoroso, un hijo dado en adopción y criado por una familia rica, romances entre distintas clases sociales y todo lo que quieren las guachas, interpretado por caras famosas que dicen los diálogos imposibles como pueden. Seguramente haya mejores exponentes del género, pero convengamos en que no es un ámbito en el que vayamos a encontrar a una Bette Davis haciendo de Margo Channing.

Resumiendo: al menos en su ejecución, La 1-5/18 es mala pero no tan mala como creíamos a priori si la vemos como lo que es, una telenovela diaria. Pero vamos un poco más allá.

Un fuck you bizarro

La historia comienza cuando a esta villa ficticia –que en algunas tomas aéreas reconocemos como la 31– le ponen el nombre de Rosario Vera Peñaloza. En el acto están todos los vecinos y la que da el discurso es Lola (Agustina Cherri), quien maneja el comedor comunitario y es una de las líderes del barrio. Dice: “Por fin vamos a dejar de ser un número”. No hay políticos en el acto. El nombre elegido es neutral: una educadora argentina alejada de las figuras polémicas de los Sacerdotes del Tercer Mundo como Carlos Mugica o Rodolfo Ricciardelli, los nombres con los que fueron bautizadas en la realidad las villas 31 y 1-11-14, respectivamente.

Pero sí hay un cura villero, el Padre Lorenzo (Esteban Lamothe), que llega convocado por el Padre Antonio (Juan Vitali) para que lo reemplace en el puesto ante las amenazas de muerte que recibe de parte de unas mafias que dominan el barrio. Lorenzo es el Carlos Mugica escamoteado del nombre del barrio, pero también es cuidadosamente neutral: choca con sus superiores porque está en contra de la burocracia eclesiástica y dice en un momento que a la gente de la villa “le cuesta tres veces más que en la Justicia le crean”, pero en esas vaguedades termina cualquier amenaza de referencia política.

Esos curas voluntariosos son los únicos capaces de conseguir materiales y donaciones para mejorar el barrio. Los políticos, representados por el puntero Rogelio (Yayo Guridi), están ausentes o demoran su ayuda atrapados en laberintos burocráticos. La serie ni siquiera se rinde al lugar común del político corrupto o el puntero que intercambia favores, al menos en estos primeros cinco capítulos. De hecho, la subtrama de Rogelio es cómica-romántica: dejó embarazada a su amante y tiene que ocultárselo a su mujer (Leticia Brédice).

La rivalidad entre “chetos” y “villeros” está cantada y le sienta bien al melodrama que siempre se nutrió de las clases sociales como fuente de conflicto.

La rivalidad entre “chetos” y “villeros” está cantada y le sienta bien al melodrama que siempre se nutrió de las clases sociales como fuente de conflicto, pero eso también está atenuado para esquivar deliberadamente cualquier identificación posible a uno u otro lado del espectro político-social. No hay que confundir esto con una siempre bienvenida ambigüedad, sino sencillamente con la indefinición de quien cree que es de mala educación hablar de política en la mesa.

Tengo que decir igual que hay algo simpático en esta despolitización de la villa, porque el resultado es un bizarro fuck you a esa idea tan agotadoramente kirchnerista de que todo es política. En La 1-5/18 ni la política es política. Entonces lo que amaga ser un tour de Instagram por la marginalidad, es sólo un paseíto por un barrio que podría ser Devoto si no fuera por la falta de revoque y la cantidad de cevicherías. Así, si en un capítulo el barrio pierde todas las donaciones por un sabotaje, al capítulo siguiente las recupera sin mayor problema. El cambio de nombre es sólo “para dejar de ser un número”, no implica algo más profundo, como sucede en la realidad que se dejaron de llamar “villas” en el marco de la urbanización. Meterse en esos temas, aunque sean intrínsecos a la problemática villera, sería meterse en camisa de once varas.

Blanco demasiado ideal

El 28 de junio, Lamothe tuiteó una foto vacunándose con el puño cerrado, aclarando “sin banderas ni gestos partidarios”. Fue un cambio notorio, poco más de un año después de haber tuiteado “Gracias por cuidarnos así, @alferdez” (el tuit fue borrado). Muchos kirchneristas tomaron este cambio como una traición, cosa que puede verse en las respuestas. No podemos saber si este cambio obedece a un cálculo por la nueva tira que se avecinaba o si genuinamente sintió que ya no podía bancar a un Gobierno que sólo resultaba defendible para los patológicamente fanáticos. Pero el espíritu de ese segundo tuit es el que recorre La 1-5/18. Quizás se trate de un cambio de época.

La grieta impide politizar una historia sin alienar a una parte importante de los espectadores. Y si bien la ligereza apolítica me resulta bienvenida, también es cierto que se da la cabeza contra una temática en la que es a todas luces inadecuada. Por eso el resultado es un cambalache, blanco demasiado ideal para la burla en las redes sociales.

La grieta impide politizar una historia sin alienar a una parte importante de los espectadores.

Como toda telenovela, La 1-5/18 tiene buenos y malos bien definidos. Hay ricos buenos, ricos malos, pobres buenos y pobres malos. Uno de los ricos malos, el más malo de todos, que es jefe de los pobres malos, es el dueño de un laboratorio que hace negocios no del todo transparentes. En esta búsqueda constante de paralelismos con la realidad, que venían siendo infructuosos, la palabra “laboratorio” me encendió la alerta. Pensé, inevitablemente, en Hugo Sigman, también dueño de un laboratorio cuestionado, por decirlo suavemente.

Sigman, además, es productor de cine y televisión. Su serie más reciente es El reino (Netflix), que en muchos aspectos es opuesta a La 1-5/18: mucho más prolija y profesional (con la salvedad de que es una miniserie y no una tira diaria), con autores y directores prestigiosos, explícitamente política y bajalínea, repleta de personajes que son espejo de personajes reales, instrumento de sus creadores para “denunciar” a la supuesta “extrema derecha” y, por supuesto, nadie se burla de ella en las redes sociales.

Es evidente que lo del villano de La 1-5/18 no es una referencia intencional a Sigman, pero su aparición me hizo pensar en algo que sobrevuela esta nota y que llegó el momento de decir claramente: criticar las obras evidentemente malas no tiene ningún valor, hay que ocuparse de las que parecen buenas. Eso es lo imprescindible.

 

 

 

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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