VICTORIA MORETE
Domingo

Demócratas de fiesta

La convención de esta semana le dio impulso a Kamala Harris y obliga a Trump a mejorar. En cualquier caso parece que EEUU irá hacia más déficit y proteccionismo: malo para el país (el nuestro).

La convención que terminó el jueves en Chicago fue un éxito rotundo para el Partido Demócrata. Con Kamala Harris liderando la fórmula presidencial, los demócratas lograron mostrarse unidos, en el centro del espectro ideológico, enfrentando los desafíos con optimismo y “enganchados” con el futuro, como diría Alejandro Rozitchner. El partido es, como a menudo se señala, una “gran carpa” que cobija segmentos con creencias muy diversas que abarcan una parte significativa del espectro ideológico. Por eso era importante evitar temas conflictivos e incluso los oradores del ala progresista, como Alexandria Ocasio-Cortez, se cuidaron de no presentar propuestas demasiado radicales.

Tal vez ningún tema sea más conflictivo en estos meses, y con más potencial de crear fracturas internas, que la guerra de Gaza entre Hamás e Israel. Hasta último momento, existieron temores de que la convención se convirtiera en un circo, con actos de violencia afuera, dominados por militantes pro-palestinos. Estos temores se vieron reforzados por el hecho de que Harris descartó como compañero de fórmula a Josh Shapiro, el popular gobernador de Pennsylvania, judío y sionista. En su lugar, escogió a Tim Walz, un “tapado”. El gobernador de Minnesota es un hombre campechano pero carismático, con sentido del humor y una historia seductora: veterano del ejército, profesor de escuela secundaria, entrenador de fútbol americano y con credenciales progresistas bien definidas.

Al elegir a Walz, la fórmula demócrata también se inclinó hacia la izquierda. En una nota que publiqué hace unas semanas, predije que una fórmula de este tipo despertaría poco entusiasmo, que dificultaría atraer a votantes de centro y, aún menos, a los republicanos desencantados con Trump y la ideología MAGA. Supuse que esa falta de entusiasmo se vería reflejada en las encuestas y que sería difícil para los demócratas ganar la presidencia.

Debo, por lo tanto, aplicarme a mí mismo la frase atribuida a Keynes: “Cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión, ¿qué hace usted, señor?”. Las encuestas han dado un giro inesperado en favor de Kamala, algo que casi nadie anticipó (y ciertamente tampoco yo). Las simulaciones electorales la posicionan en estos días con una ligera ventaja para las elecciones de noviembre. El experto Nate Silver, que le asignaba a Biden un 27% de probabilidad de ganar las elecciones, hoy calcula un 53% de probabilidad a una victoria de Harris. Larry Sabato, otro experto pronosticador, pronostica que Kamala obtendrá 281 electores. Los mercados de apuestas muestran una competencia muy pareja.

El entusiasmo por Kamala y su candidatura va más allá de las encuestas: se observa también en los fondos recaudados para la campaña (708 millones de dólares en el últimos mes), que exceden por mucho los recaudados por Donald Trump. Ante esta nueva realidad, surgen al menos tres interrogantes:

1. ¿Cómo se explica el entusiasmo impensado que ha despertado la candidatura de Kamala? Hay quienes dicen, sobre todo desde la derecha, que el entusiasmo es fabricado, que la prensa pro-demócrata (CNN, MSNBC, el New York Times, el Washington Post) ha creado una burbuja que se desinflará, como se desinflan todas. Si bien puede que haya algo de eso, es más probable que haya un entusiasmo real que podríamos denominar el “voto alivio”, sobre todo entre los independientes y los jóvenes, aliviados de no tener que elegir entre Biden y Trump, ambos impopulares y considerados, por motivos diversos, ineptos para liderar.

2. ¿Están sesgadas las encuestas? Existe un argumento con cierta validez que sostiene que, cuanto mayor es el entusiasmo de un votante, más probable es que responda a una encuesta. Dado que los votantes de Kamala han experimentado un impulso de “alivio”, es posible que las encuestas que reflejan su creciente apoyo en casi todos los segmentos de votantes no sean completamente representativas. Con el tiempo, ese aumento inicial podría desvanecerse.

3. ¿Si el entusiasmo es real, podrá sobrevivir a la exposición mediática? Hay quienes dicen que una vez que se quiebre el caparazón que la protege (no ha dado aún ninguna entrevista ni conferencia de prensa), el público descubrirá a la Kamala verdadera y se desilusionará. Esto supone que Kamala comenzará a exponerse más, como Trump. Pero, ¿por qué cambiaría su estrategia si manejar la campaña a través de redes ha sido beneficioso? Además, hasta el momento, su exposición a grandes grupos, como por ejemplo durante los actos masivos, le ha funcionado bien. ¿Por qué cambiar lo que funciona? También supone que una política que ha ganado varias elecciones no logrará atraer a los votantes, lo cual refleja el sesgo de quienes nunca la apoyarían.

La aritmética electoral

El sistema de elecciones en Estados Unidos es indirecto y se basa en el colegio electoral, que asigna a cada estado un número de delegados (aproximadamente) proporcional a su población. Todos los estados salvo dos (Maine y Nebraska) asignan la totalidad de sus delegados al candidato que obtiene la pluralidad de votos en ese estado. Según la historia electoral y las encuestas, los estados se clasifican en tres grupos: red states (predominantemente republicanos), blue states (demócratas) y swing states (cambiantes de una elección a otra).

Para ganar, es necesario acumular 270 electores (de un total de 538) y ninguno de los dos partidos podrá hacerlo sin triunfar en varios de los swing states, que en 2024 se cree serán los siguientes: Pennsylvania (16 electores), Michigan (16), Wisconsin (10), North Carolina (16), Georgia (16), Arizona (11) y Nevada (6). En base a proyecciones razonables (realizadas por CNN), Harris cuenta con 225 electores de blue states (o lean blue, que tienden a demócratas); Trump con 219 de red states (o lean red). Harris podría ganar si se agura la llamada “pared azul” (Pennsylvania, Wisconsin y Michigan) y el distrito de Omaha en Nebraska. Trump, por su parte, necesitaría mantener todos los estados que ganó en 2020 y recuperar Georgia y Pennsylvania, que perdió en 2020.

Apoyándome en las encuestas y el probable impulso de Harris tras la convención demócrata, me atrevería a predecir, con bajo nivel de convicción, una victoria ajustada para Harris en noviembre, similar a los triunfos de Trump en 2016 y Biden en 2020. Es posible que la noche del 5 de noviembre no se conozca al ganador de la presidencia, especialmente si Kamala lidera, y que las cadenas de noticias tarden varios días en declarar al vencedor, como sucedió en 2020. Existen tres factores que podrían cambiar la dinámica electoral antes de noviembre:

1. Una mayor disciplina y mejor ejecución en la campaña republicana, y la evolución hacia un discurso más inclusivo y atractivo por parte de Trump para los votantes moderados, las mujeres, los jóvenes y las minorías.

2. Un desempeño impecable de Trump o desastroso de Kamala en el debate programado para el 10 de septiembre, y los subsiguientes si los hubiera (que no han sido acordados aún). Esto no es de nula probabilidad (no es fácil debatir con Trump), pero la experiencia judicial de Kamala lo torna improbable.

3. Un evento imprevisto que afecte negativamente al gobierno, relacionado con la economía, los mercados o la geopolítica. Tampoco se pueden descartar sorpresas judiciales que involucren a Trump, Biden o su hijo.

Un cuarto factor, de menor relevancia, es la decisión tomada el viernes por Robert Kennedy Jr., el candidato independiente con posiciones políticas excéntricas, de retirar su candidatura y apoyar a Donald Trump. El impacto de este movimiento no es del todo claro, y hay tres razones principales para ello. Primero, su base de votantes es pequeña y varía significativamente de un estado a otro. Segundo, según las encuestas, parece que Kennedy restaba más votantes a Trump, pero la cantidad parece ser marginal, y no está claro si sus seguidores respaldarán su decisión. Por último, apoyar a Trump podría resultar contraproducente, ya que reforzaría la caracterización de los demócratas de sus oponentes como “raros” (weird), un calificativo que Walz ha usado con éxito durante la campaña.

¿Y nosotros?

El resultado electoral en Estados Unidos tendrá tres consecuencias fundamentales para las políticas norteamericanas e, indirectamente, para la Argentina. Primero, la política fiscal tenderá a ser más expansiva en cualquier caso, sobre todo bajo gobiernos “unificados” (si la presidencia y el Congreso quedasen bajo el control del mismo partido). Si los demócratas controlan ambas cámaras del Congreso, podrían impulsar un aumento del gasto, extensiones parciales de los recortes de impuestos de 2017 (que expiran el año que viene) y aumentos de impuestos, particularmente a las empresas y las grandes fortunas. Se calcula que estas medidas podrían incrementar el déficit fiscal en aproximadamente 1,3 billones de dólares en diez años. Si los republicanos ganaran, se estima que sus políticas podrían resultar en un deterioro fiscal aún mayor, con un déficit adicional proyectado entre 1,7 billones y 3,4 billones de dólares, dependiendo de si también controlan el Congreso.

Segundo, la política comercial será más proteccionista si gana Trump, quien dice que impondrá un arancel externo del 10% a todas las importaciones, y de 60% a las provenientes de China. Aunque en menor medida, los demócratas también adoptarán un enfoque proteccionista, especialmente a través de subsidios para la repatriación de cadenas productivas e insumos estratégicos. Tercero, la política monetaria responderá a las condiciones macroeconómicas y, a igualdad de condiciones, será más restrictiva cuanto más expansiva sea la política fiscal. Si ganan los republicanos, es probable que veamos tasas de interés más altas, un dólar más fuerte y precios de materias primas más bajos, lo cual sería desfavorable para nosotros.

Si ganan los republicanos, es probable que veamos tasas de interés más altas, un dólar más fuerte y precios de materias primas más bajos, lo cual sería desfavorable para nosotros.

Hay además tres riesgos que podrían resultar de los escenarios electorales alternativos. Primero, en términos regulatorios, se espera que los demócratas sean más agresivos que los republicanos, lo que podría afectar negativamente el crecimiento económico y la confianza de los inversores, deprimiendo el valor de los activos financieros. Segundo, existe una mayor probabilidad de un ataque a la independencia de la Reserva Federal (que probablemente resulte infructuosa) bajo una administración republicana que bajo una demócrata, lo cual, junto con mayores necesidades de financiamiento, podría impactar negativamente en el mercado de bonos estadounidense, afectando otros mercados de renta fija. Tercero, existen riesgos geopolíticos significativos en el corto y mediano plazo: es probable que una administración republicana sea más agresiva hacia Irán, aumentando riesgos en Medio Oriente en el corto plazo, y menos hacia Rusia, aumentándolos en Europa en el mediano plazo.

Independientemente de quién gane en Estados Unidos, Argentina debe continuar con las reformas emprendidas por el gobierno de Milei: eliminar el déficit fiscal, erradicar el financiamiento monetario del gasto público y promover una agenda agresiva de reformas que impulsen la inversión, el crecimiento económico, la creación de empleo de calidad y una mayor productividad. Además, es menester una apertura sostenida de nuestra economía, y una integración profunda a los principales mercados globales, exportando e importando más. El mundo se ha convertido en un territorio abandonado y olvidado por la Argentina, y tenemos mucho por ganar volviendo a él.

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Alberto Ades

Es doctor en Economía y abogado. Realiza investigación en mercados financieros y vive en Estados Unidos desde 1989.

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