Después de ver Jujuy desoído. Las víctimas de Milagro Sala, me quedó la sensación de que la Tupac Amaru fue una especie de Colonia Dignidad de la izquierda. Es decir, una secta que se manejaba con leyes propias, adonde no ingresaba el Estado, amiga del Gobierno (en este caso de izquierda), que con la excusa de la ayuda social cometía todo tipo de delitos aberrantes, entre los que se incluyen abusos, humillaciones, tratos crueles, inhumanos y degradantes. Y cuya líder, al igual que Paul Schäfer, el prófugo alemán que dirigió la Colonia Dignidad en los bosques chilenos, no puede ser comprendida en su totalidad si no se la analiza desde lo psiquiátrico.
En el documental, Sara Gutiérrez, una integrante de la cooperativa “Manos a la obra” que respondía a la Tupac Amaru, cuenta, por ejemplo, que una vez, adelante de ella, Milagro Sala le preguntó a su marido, Raúl Noro: “¿Vos me querés a mí?”. “Sí, mamita, yo te quiero a vos, si vos sos mi amor”, contestó él. “Bueno, desnudate”, le ordenó ella. Y Noro se sacó la ropa, enfrente de Gutiérrez y de otros tupaqueros que andaban por ahí. Este es el tenor de muchas de las denuncias.
Una madrugada de verano de 2015, Soledad Mendoza escuchó gritos, vidrios rotos, piedrazos y algún tiro en el patio de su casa del barrio Belgrano, en San Salvador de Jujuy. Una patota de la Tupac Amaru estaba intentando usurpar su propiedad. Soledad y su madre intentaron defenderse: las golpearon a las dos, degollaron a sus dos perros dogos y los colgaron de un árbol del patio, que más tarde talaron. Entonces apareció Milagro Sala a los gritos: “Yo doy la orden para que hagan una Copa de Leche acá. La que les paga soy yo. Y ustedes van a hacer lo que yo les digo”. Mendoza y su madre no pudieron defender su propiedad. “Se agarraron mi casa como si fuera un terreno baldío”, dice.
Soledad y su madre intentaron defenderse: las golpearon a las dos, degollaron a sus dos perros dogos y los colgaron de un árbol del patio
El 5 de septiembre de 2012, un colectivo con gente de la organización Tití Guerra, que integraba la Tupac Amaru, llegó a Humahuaca para usurpar el terreno que hacía muchos años pertenecía a Lidia Urbina y su familia. Los vecinos de Humahuaca intentaron defender la propiedad de la histórica humahuaqueña y se armó una pelea entre 50 personas con palos y piedras. Eran las tres de la tarde. El intendente Roberto Lamas tenía apagado el teléfono. El fiscal y el gobernador tampoco aparecieron. La Policía, según todos los testigos, defendía a los usurpadores. Uno de los vecinos, Pato Condorí, de 29 años, fue alcanzado por un disparo proveniente de algún miembro de la Tití Guerra. Murió poco después.
Durante dos años, Milagro Sala convivió con un grupo de chicos en su casa del Dique La Ciénaga. Octavio Bazán era uno de ellos. Tenía 10 años. Se fue a vivir con ella con la promesa de que lo llevaría de viaje. Apenas entró, le dijeron: “Vos contestá todo que sí, porque sino la Milagro te lleva a la terraza y te pega con cuatro más”. La violencia no quedó en amenazas: Claudia Chorolque Sala, la hija de Milagro, le apagó cigarrillos en la oreja; lo golpearon entre seis mientras Milagro Sala se reía; y en El Cantri, el barrio de la Tupac en donde ella era ama y señora y adonde no entraba la autoridad, lo violaron. Octavio cree que Milagro Sala lo entregó.
En noviembre de 2009, una patota de la Tupac sacó de su casa a Micaela Condorí, su pareja, su bebé y su madre, Carmen Rosa Fernández. Los llevaron a la fuerza a El Museo, un galpón en El Cantri que se usaba para ese tipo de cosas. Ahí, mientras un hombre sostenía a Condorí sentada con los brazos detrás de la silla, Milagro Sala la insultaba y le pegaba trompadas en la cara y rodillazos en las costillas. Un grupo de hombres también le pegó a la pareja. Carmen Rosa Fernández fue testigo, pero no pudo hacer nada. A duras penas pudo rescatar al bebé. Hoy dice que su hija es “una muerta en vida”. Todavía no sabe por qué le pegaron.
Mientras un hombre sostenía a Condorí sentada con los brazos detrás de la silla, Milagro Sala la insultaba y le pegaba trompadas en la cara y rodillazos en las costillas.
En 2006, el dirigente social Luca Arias –yerno del Perro Santillán y rival de Milagro Sala– fue al despacho del ministro de Infraestructura de Jujuy, Luis Cosentini, para hacerle un pedido. Se cree que Cosentini respondía más a Sala que al gobernador Fellner y lo entregó. Llamó a Sala y, convenientemente, se fue del despacho, dejando solo a Arias. Fue una cama. A los pocos minutos, entró Milagro Sala con un grupo de “soldados”. Le dieron una paliza tal que la pared blanca del ministerio quedó toda manchada de sangre. Arias murió pocos meses después de la paliza, víctima de leucemia. Su familia cree que nunca se pudo recuperar de los golpes.
Estos son sólo unos pocos ejemplos de todos los testimonios que hay en el documental, que a la vez son un pequeño porcentaje de los que existen, porque la gran mayoría se negó a hablar o a poner la cara. El miedo no se circunscribe a Jujuy: ninguno de los técnicos que participaron de la película quiso que su nombre apareciera en los créditos, por temor a no conseguir nunca más trabajo en la muy subsidiada y kirchnerista industria audiovisual.
El miedo no se circunscribe a Jujuy: ninguno de los técnicos que participaron de la película quiso que su nombre apareciera en los créditos.
Sólo aparecen Pablo Racioppi como director y Gabriel Levinas como productor (y nuestro Leo Achilli en los dibujos). Hubo una productora –curiosamente acá me vendría bien usar el lenguaje inclusivo para no revelar que es mujer, pero no creo que su identidad corra peligro con ese dato solo– que prefirió el anonimato para no perjudicar a sus socios, con quienes tiene que presentar proyectos en el INCAA. Hubo un camarógrafo y un sonidista jujeños, que tienen una pequeña productora allá, que tampoco quisieron figurar. Lo mismo con el equipo de postproducción en Buenos Aires: montajista, músico, etc. Los que pusieron la plata tampoco quieren figurar, pero es gente de Jujuy. Hubo hasta dos contadores que se negaron a certificar el presupuesto, trámite necesario para pasar por SADAIC. Y al resto de los sindicatos les presentaron la película con un nombre de fantasía. Hay que tener en cuenta que SATSAID, el sindicato de la TV, tiene una foto de Milagro Sala en su hall de entrada.
En realidad, pienso ahora, hay una diferencia fundamental con el caso de la Colonia Dignidad: a nuestra Paul Shäfer del altiplano la recibe el Papa, la defiende la hoy ministra de la Mujer, Elizabeth Gómez Alcorta, y un documental denunciando sus crímenes no te lleva a la fama de Netflix sino al repudio y al ostracismo.
La historia
Milagro Sala creció en el barrio Azopardo, una zona bastante marginal de San Salvador de Jujuy. Ahí se relacionó con la barra brava de Gimnasia y Esgrima, donde pronto tuvo su propia agrupación: La Banda de la Flaca. Su fortaleza para mandar y movilizar entró en el radar del sindicalismo. Así fue como Fernando Acosta y Víctor de Gennaro la sumaron a ATE. Eran épocas en las que el Perro Santillán lideraba las protestas del pueblo jujeño que se cargaron a dos gobernadores.
Néstor Kirchner encontró la manera de solucionar el “problema” de Jujuy y del Perro Santillán. Ungió a Milagro Sala como la líder social de la provincia y le otorgó millones de pesos con la excusa de la construcción de casas. Así, Sala llegó a tener más poder que el propio gobernador Fellner. La Justicia y la policía respondían a ella. Milagro era la ley y era el Estado. Retiraba el dinero que recibía en bolsos y no tenía que rendir cuentas a nadie. El Perro Santillán desapareció de escena y Jujuy dejó de ser un dolor de cabeza para el Gobierno nacional. “La lucha de los ’90 vino de muy abajo. Esto vino de muy arriba”, dice Santillán en el documental.
Sala llegó a tener más poder que el propio gobernador Fellner. La Justicia y la policía respondían a ella. Ella era la ley y era el Estado.
Si bien saltan a la vista la violencia y la psicopatía de Sala, y seguramente ese sea el motivo por el cual tanta gente de la propia Tupac ya no la defiende, no hay que perder de vista el negocio del kirchnerismo. Le dieron millones de pesos para construir casas y ella los retiraba del banco en bolsos y no rendía cuentas a nadie. Así construyó un verdadero ejército, no sólo de guardaespaldas y “soldados”, también de personas comunes que eran obligadas a marchar o acampar cuando ella quería hacer una demostración de fuerza. Y, por supuesto, construyó apenas algunas casas, muchas de ellas sin siquiera baño o sin columnas. Según la Justicia, Milagro Sala le debe al pueblo jujeño 1.836 casas, además de 524 que quedaron inconclusas. El fraude a la administración pública fue de 175 millones de dólares.
La “race card”
Todo ocurrió a la luz del día, todos sabían todo. Pero Milagro Sala tenía a su favor no sólo todo el aparato de propaganda kirchnerista, sino también la coraza de ser “mujer, negra y coya”. Hay un momento revelador en el documental: la visita de Milagro Sala a la Biblioteca Nacional para charlar con los intelectuales de Carta Abierta, en 2009. Ahí se la ve contando cómo creó 50 cooperativas en pocos días y cómo hizo el primer retiro de dinero: “Me acuerdo cuando baja el primer desembolso de plata, que era cerca de 3 millones. Y lo ponemos en la mesa. Y todos mirábamos así. Se nos iban los ojos de ver tanta plata”. Los intelectuales –se la ve a Mary Sánchez a su lado– ríen y aplauden. Se percibe que para ellos es pintoresca, aunque esté confesando un delito. Hay racismo en la historia de Milagro Sala, claro, pero se parece más al racismo que logró la absolución de O.J. Simpson mediante la race card.
Esas cooperativas que Milagro Sala reconoció haber sacado de la galera ante la algarabía de los intelectuales del régimen fueron la columna vertebral de la Tupac Amaru. Cada cooperativista retiraba sus 50.000 pesos y, bajo la vigilancia de los soldados, los entregaba a Milagro. Cuando se juntaba una buena cantidad de efectivo, los llevaba en bolsos a El Cantri. A partir de ahí: todo en negro. Hay quienes dicen que algunos bolsos volvían para El Principito, como le decía Milagro a Máximo Kirchner.
Sala iba a comprar los “disfraces” a Villazón, en Bolivia. Para que fuera más pintoresco. Para conquistar al kirchnerismo de Palermo.
Y el tema de la race card es fundamental. Otro momento revelador es la entrevista a Raúl Jorge Méndez, miembro de la Comunidad Maimaraes: “Ustedes nos ven a nosotros, cómo estamos vestidos, con la ropa de todos los días, igual que ustedes. Usamos zapatillas. Pero ella cuando va a verlo al Papa sale toda disfrazada, y para nosotros no es un disfraz. Es una vestimenta originaria, que usamos en ceremonias o casos excepcionales”. De hecho, Sala iba a comprar los “disfraces” a Villazón, en Bolivia. Para que fuera más pintoresco. Para conquistar al kirchnerismo de Palermo. Sin dudas funcionó.
Dar testimonio
Jujuy desoído es el primer documental o libro que denuncia los crímenes de Milagro Sala. Hasta ahora, sólo había cosas a favor. En particular, el documental de Cynthia García, que sí pasó por el INCAA (incluso puede verse en cine.ar) y cuyos técnicos no tuvieron vergüenza –hasta quizás habrán sentido orgullo– de figurar en los créditos. Pero el listado de entrevistados es elocuente, sobre todo en contraposición a los entrevistados de Jujuy desoído: Milagro Sala, Horacio Verbitsky, Raúl Zaffaroni, Elizabeth Gómez Alcorta, Fernando Acosta y casi ningún jujeño. En Jujuy desoído hablan 34 personas: 31 de ellas jujeñas.
No es casualidad. Los realizadores cuentan que allá en Jujuy desde los taxistas hasta los policías, pasando por cualquier comerciante o incluso miembros de comunidades originarias sienten alivio porque Milagro Sala esté presa y temor de que alguna vez pueda salir. Hay infinidad de anécdotas que no pudieron incluir (y yo no puedo contar) porque no han sido judicializadas. No es casual que Gerardo Morales haya ganado las elecciones en 2015 y haya reelegido en 2019, incluso cuando Juntos por el Cambio fue derrotado en casi todo el resto del país. El primer gobernador no peronista desde 1946. El partido de Milagro Sala obtuvo 29.000 votos.
Pero Milagro Sala sigue siendo un símbolo para la clase media porteña, blanca y progresista. Un símbolo que parece que empieza a ser un poco incómodo, eso sí.
Pero Milagro Sala sigue siendo un símbolo para la clase media porteña, blanca y progresista. Un símbolo que parece que empieza a ser un poco incómodo, eso sí. Las marchas de apoyo fueron escuetas. Algunas agrupaciones ultrakirchneristas siguen pidiendo por su libertad, pero como al pasar. El Cohete a la Luna publicó una nota contra el documental que no fue reproducida por ningún kirchnerista importante. Corea del Centro está callada, quizás porque Milagro Sala sea un límite estéticamente difícil de franquear para ellos. Pero se dan cuenta de que ya no la pueden defender.
Al comienzo del primer capítulo de la serie hay una frase de Rodolfo Walsh, en un claro guiño irónico: “Sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”. La clave de Jujuy desoído está ahí: no sólo los hechos son terribles, peor es lo que la comunidad académica, intelectual y periodística hizo y está haciendo con ellos. Por suerte algunos dejan testimonio.
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