VICTORIA MORETE
Entrevistas

Jorge Ossona

El historiador y profesor universitario analiza cómo la crisis económica y el avance del narco reconfiguran el conurbano bonaerense. El riesgo de la bronca desbordante y la falta de representación política.

Jorge Ossona (Buenos Aires, 1958) es historiador, profesor titular de Historia Económica y Social Argentina de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y miembro de la Academia Argentina de la Historia. Su libro más conocido es Punteros, malandras y porongas (2014), una obra que lo convirtió en referente del estudio de la vida, las condiciones y los fenómenos sociales de los barrios populares en la Argentina, con especial atención en el conurbano bonaerense.

Dialogamos entonces acerca de la actualidad social en nuestro país mientras las elecciones presidenciales se acercan, el Gobierno sólo aspira a evitar un estallido de las variables económicas y la oposición busca resolver su interna y sus nuevos liderazgos. Una situación ideal, afirma Ossona, como para ser aprovechada por un outsider como Javier Milei, de quien de todos modos es difícil calcular su verdadero potencial como fenómeno político. A continuación, una síntesis de la charla.

La situación actual del país es muy delicada, con una crisis que ya muestra cada vez más síntomas de problemas sociales agudos y la amenaza de una aceleración violenta de los problemas económicos. ¿Qué posibilidades ve de una crisis social mayor o de algún tipo de evento disruptivo?

Las probabilidades no son fáciles de precisar, pero al mismo tiempo las cosas no pasan porque sí, esas probabilidades no son casuales, no son fortuitas. Al pensar esta crisis es ineludible tomar dos precedentes históricos: los de 1989 y 2001. Me permito reformular la pregunta: ¿estaríamos asistiendo a las vísperas de un proceso de ruptura, de disrupción social como aquellos? No lo sé exactamente, pero lo que sí es cierto es que la situación se está complicando a medida que se agotan las reservas del Banco Central y se dificulta reciclar esta masa de Leliq, pagar lo mínimo de la deuda externa (que de hecho no la estamos pagando, porque se paga con giros que nos hace el FMI). La opción de última instancia sería desde luego una devaluación. Y en este contexto, una devaluación masiva, al estilo de lo que pasó también en 1975, podría generar una situación de conflicto social muy grande.

De todos modos, la gran diferencia respecto a aquellas dos grandes crisis es la red de contención social que ha construido el kirchnerismo y que, por lo menos, permite mantener bajo control la alimentación. Es decir, les establece un piso a las necesidades básicas alimentarias. Un piso resbaladizo, un piso que es muy poco sólido, pero piso al fin. De hecho, si uno se pone a analizar cómo se alimenta la gente que podríamos denominar pobre a lo largo de un mes, vemos que los primeros 15 días la gente come razonablemente bien y en la segunda quincena la inflación ya se devoró los subsidios, se devora los sueldos y obliga al recurso del comedor. Pero no sólamente como merendero de los chicos sino como fuente de alimentación, como fuente de viandas para toda la familia y con la eventual participación de mujeres.

El día que uno vea a hombres comiendo masivamente en los comedores, sería el indicio de que estamos en vísperas de problemas muy serios.

Hay un dato que es significativo: por ahora, hasta donde yo sé, no hay hombres que asistan a los comedores, ni a buscar comida ni a comer. Salvo situaciones de excepción, pueden ser abuelos. Ahora, el día que uno vea a hombres comiendo masivamente en los comedores, sería el indicio de que estamos en vísperas de problemas muy serios.  No se trata de valores patriarcales tradicionales, que hoy ya prácticamente no existen, pero sí son ciertos valores que tienen que ver con la respetabilidad del individuo dentro de familias con una morfología muy compleja, y si el hombre tiene que renunciar a su soberanía alimentaria para ir al comedor, eso sería el síntoma de que podríamos estar en presencia de una situación donde no hay nada que perder y donde se pueden llegar a producir situaciones complicadas. Eso está pasando ya desde hace mucho tiempo en términos alimenticios. Está atajado, por así decir, por la red de comedores comunitarios, algunos pertenecientes a las organizaciones sociales, otros a los municipios, otros a distintos cultos. Es un poco lo que permite capear el temporal, aunque de todos modos a costa de que en la segunda quincena hay muchas familias que no cenan, cenan los chicos, pero que toman el famoso mate cocido con galletas para engañar el estómago, como suele decirse. Esa es una situación muy grave.

Esto se da además con la novedad de los trabajadores registrados y totalmente en blanco que, sin embargo, quedan por debajo de la línea de pobreza por la caída de los salarios. Y actores sociales nuevos, como los cuentapropistas que trabajan con alguna app.

Sí, son otras muestras de la complejidad del panorama y de cómo ciertas matrices de comprensión van quedando obsoletas. Hasta hace unos años se planteaba que una de las formas explicativas de la nueva pobreza estructural era la informalidad económica. El peronismo representó en su etapa fundacional de los años ’40 y ’50 una práctica de universalización de la formalidad social, pero lo que viene ocurriendo desde hace 50 años es una progresiva desagregación social. Ahora se da una dualidad de que, por ejemplo, en 2015 el trabajador formal en blanco no quiere pagar el impuesto a las ganancias y vota en contra del peronismo, mientras que el informal, que no tiene ningún tipo de cobertura y que depende del plan, vota por convicción o no por el peronismo. Bueno, esa matriz de comprensión está obsoleta porque vos tenés una enorme heterogeneidad de situaciones.

En la situación actual conviven el conflicto clásico entre aquel que es formal y está peor que el informal, pero a su vez tenés una amplia gama de situaciones en las que hay formales que están mejor o peor que los informales y hay informales que están muchísimo mejor, entre otras cosas, porque están vinculados con medidas de distintos puentes viciosos, con estructuras ya no solo de la economía informal sino de la economía delictiva. Lo que sí es cierto es que la pobreza los abarca a todos. Hay, de todos modos, una divisoria de aguas entre los pobres estructurales, entre la persona que está desafiliada o forma parte de agregados totalmente desencontrados y en suspensión, y los que todavía preservan una cierta autoridad familiar, una cierta integración, muchas veces a cargo de una mujer, la mayor parte de las veces porque la figura patriarcal o el modelo patriarcal familiar está en descomposición.

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Lo que suele observarse es que cuando hay una familia más o menos extensa (no en el sentido de las viejas familias extensas, de todos juntos bajo el mismo techo, sino una red familiar en la cual cada integrante hace su aporte a la bolsa de ingresos comunes) eso más o menos permite sobrellevar la situación. Pero la gente que queda afuera de esa red por conflictos, por enfrentamientos de bandas, por abandonos, por situaciones de ese tipo, ahí está la base de lo que uno podría denominar la pobreza extrema. En esos casos la gente ya deja de mandar los chicos a la escuela, se producen las situaciones de calle, los chicos de las plazas, el narcomenudeo, la delincuencia. Incluso, formas de ingreso al margen de la ley donde una de las fuentes posibles de subsistencia es salir de caño de noche o vender droga en la esquina. Esa difuminación entre la legalidad y la ilegalidad es otro de los fenómenos llamativos desarrollados durante los últimos años, desde luego, en un contexto muy complejo: tenés gente con trabajo, gente que trabaja en el Estado (policías, enfermeros), gente que trabaja en el sector privado, como cocineros, pero que resulta que perciben menos ingresos que una persona que obtiene un subsidio, un Salario Social Complementario —el mal llamado plan— y que tiene otras changas o se las ingenió para desarrollar otras changas y que resulta que, entre la ayuda del plan, la Tarjeta Alimentar, la Tarjeta Progresar saca más plata que un trabajador formal. Eso convierte al mundo de la pobreza en un conjunto muy heterogéneo y muy difícil de entender de acuerdo a los criterios tradicionales.

Uno tiende a suponer que el oficialismo, el peronismo, por una cuestión histórica, estaría más acostumbrado a entender esta realidad social, gestionarla o aprovecharse de ella. Ahora bien, ¿está hoy el peronismo en control de la situación como solía estarlo o ya empieza a haber fenómenos que no puede manejar?

Hay cuestionamientos muy fuertes. Es cuestión, por ejemplo, de entrar a cualquier grupo de WhatsApp barrial para darse cuenta cuáles son las reacciones frente a episodios como las inundaciones de hace unos días. Tenés gente que justifica todo, gente que no le importa nada, gente que tiene una actitud fatalista y otra gente que protesta, y que protesta muy enfáticamente. Y que, incluso, se autocritica y critica al resto por votar siempre a los mismos que los conducen a esta situación. Ahora, lo que se nota es que en muchos tipos que van a la escuela, que están escolarizados, es que muestran una reacción en contra de lo que uno podría denominar un relato o una suerte de adoctrinamiento. Aquel viejo relato del ascenso social para muchos hoy ya es ridículo, no existe o es incluso a la inversa, por eso noto una rebelión con un talante tan radical como el talante anterior respecto de todos aquellos a los que se les atribuía la pobreza: la oligarquía, los grandes grupos económicos concentrados, los medios. Ahí, justamente, ha habido un cambio de significante y ya no es tanto la oligarquía o el poder económico, sino la casta, y es ahí donde pesca Milei.

Es un segmento que uno lo ve muy fuerte en los jóvenes, sobre todo porque tienen esa virtud de la simplificación: el bien y el mal, los que están de un lado y los que están del otro. Y de un lado estamos nosotros, que trabajamos, que padecemos y del otro lado está la casta y están estos tipos que viven acá, y los agentes de la casta, los emisarios bajo la forma de los que están a cargo de un comedor comunitario, que no dan el alimento que corresponde, los tipos no se hacen cargo de las situaciones, eventualmente van al barrio con camionetas 4×4. Todo eso te genera una actitud de rebelión, pero no capitalizable por la oposición más o menos convencional, entre otras cosas porque hay una suerte de desprecio por las viejas formas de hacer política, de caminar los territorios. Yo he sido militante político durante muchos años y había otra forma de hacer política que no era sólo aparecer en los barrios en las vísperas de las elecciones, sino caminar los territorios y estar en contacto permanente con la gente. Eso que hacían los viejos intendentes del Gran Buenos Aires hoy ya no se da. En todo caso, lo que ves es el fenómeno del operador de base, que es un tipo que es punto de un determinado concejal o de un intendente, pero que generalmente vive en un mundo totalmente distinto del barrial y que ni lo pisa ni lo conoce, que viven en barrios cerrados o en Puerto Madero. Bueno, ahí está la casta.

Según lo que usted detecta entonces, parecería que a Juntos por el Cambio le sigue costando entrar en esos sectores. Actualmente gobierna los municipios de Lanús y en 3 de Febrero, entre 2015 y 2019 manejó otros partidos. Así y todo, ¿falta todavía un aprendizaje o una lectura más apropiada de la situación y de los pasos a seguir?

Sí lo hay en lugares donde se tiene el control del territorio. Es el caso de Lanús. La tarea que hace Diego Kravetz ahí es impresionante. La gente lo conoce y lo reconoce. Ahí tenés un caso. Ahora, después lo que yo veo es esta cosa endogámica, donde se miran el ombligo entre sí y no ven lo que pasa alrededor. Y entonces se pone en crisis la idea de representación porque es justamente la oposición que tendría que estar representando todas estas quejas sociales y para eso tiene que hacer presencia, tiene que estar en el territorio, tiene que hablar con la gente, tiene que bancarse las pedradas, los tomatazos, los insultos, porque hay que aguantársela. Acá está el valor del aguante, que es indispensable para transitar esos mundos. Y tenés que bancártela una, dos, tres, cuatro veces. Cuando finalmente demostrás que estás dispuesto psicológicamente a bancártela, la gente te empieza a respetar. Y ahí empieza a establecerse el diálogo con la gente. Ahí se empieza a producir la representación. Ahora, si vos vas y tiran tres tiros al aire, te tiran un cascote y vos rápidamente rajás o mostrás una actitud física de retracción, la gente te pierde el respeto: sos un careta más como los que gobiernan y, por lo tanto, te desvalorizan.

Si te tiran un cascote y vos rápidamente rajás o mostrás una actitud física de retracción, la gente te pierde el respeto.

Ahí está una de las explicaciones de por qué el éxito marketinero de la idea de casta, que teóricamente es una aberración porque castas hay en la India. En todo caso, acá hay una corporación política, que no es una casta precisamente. Ahora, lo cierto es que como significante tiene una potencia que es muy propia del careta que arruga, que cuando se tiene que meter en un territorio frente al primer conflicto se va, cuando hay otro que se mete adentro que está… por ejemplo, es el caso de Kravetz: en los procedimientos policiales, él está ahí, se lo ve, la gente habla con él. Y le hacen reclamos, y él responde. Otro tanto con Diego Valenzuela.

Ahí tenés: esos partidos opositores, tradicionalmente peronistas, porque estamos hablando de los distritos históricos de Quindimil y de Hugo Curto, nada más ni nada menos que el heredero de Lorenzo Miguel, que gobernó como 20 años. Quindimil, un hombre que venía del conservadurismo de Barceló. Y fijate vos como estos tipos, Valenzuela, un profesor de Historia que trabajaba en un programa de televisión, o Kravetz, un dirigente peronista de tercera línea, bueno, aprendieron a hacer política territorial. Ése es otro tema: hay gente que cree que eso no debería existir porque, en realidad, si hay que hacer política del Primer Mundo hay que empezar a hacerla ahora. Es un error tremendo y que explica el porqué de la remontada de Macri después de la derrota en las PASO al punto de recomponer ocho o nueve puntos en la primera vuelta y colocarse en un 41% frente al actual gobierno, a un peronismo que subió un punto. ¿Por qué? Porque se percataron de que éste es un país en el que, para bien o para mal, este tipo de política es necesaria, la gente la requiere: el contacto, la mirada con el dirigente.

Usted decía que ese sentimiento de bronca y de enojo contra la casta es real y que Javier Milei lo está capitalizando. Ahora bien, la presencia y el alto perfil de Milei son mayormente mediáticos y con un fuerte activismo en las redes sociales. Ese sentimiento de bronca, ¿se puede convertir automáticamente en votos o Milei también podría sufrir esa falta de territorialidad o de presencia?

Lo que yo estoy notando es que hay una extensión del voto mileísta en los jóvenes. Y, justamente, es un voto antiestructura. La habilidad de Milei es hacerse un lugar allí donde la territorialidad, donde los fierros están en crisis, donde el sistema se siente estresado. Evidentemente, ahí penetra. Bueno, ¿hasta dónde llega Milei? Generalmente, los outsiders son dirigentes que surgen a pocos meses de las elecciones, por eso puede suceder que una candidatura instalada desde hace tanto tiempo como la suya, con pertenencia a la misma casta por su condición de diputado, le genere un desgaste. Milei es, en definitiva, una expresión de nuestras miserias, también las de una oposición que no ha sabido dar una respuesta como la que supo dar en 2019. Es como si se hubieran ido a dormir tranquilos después de la remontada, es como si uno se hubiese ido a dormir tranquilo de que había una oposición de que había sorteado el desafío de preservarse unida y de descontar diez puntos a la paliza de las PASO como para ser una oposición sólida, unida frente a un gobierno que todo hacía pensar que podría llegar a ser caótico. Bueno, fue mucho peor que caótico por obvias razones. Y, sin embargo, la oposición está tan desordenada como el gobierno. Entonces Milei no es otra cosa que el emergente de la protesta en contra de ambas formaciones que no saben cómo representar lo que está pasando abajo. Y lo que pasa abajo es un país que hace diez años que está detenido. ¡Diez años estancado, parado en el mismo lugar! Un país que no crece está destinado a la profundización de la miseria.

Comparto que el internismo de Juntos por el Cambio lo coloca frente a la opinión pública en una posición desventajosa comparado con lo que sucedió en 2019, aunque también es cierto que tuvo una performance bastante razonable en las elecciones en 2021 con problemas similares. Es probable que los reacomodamientos en la coalición y los cambios de liderazgos tras el anuncio del ex presidente Macri sean inevitables y necesarios. ¿No cree posible que JxC se estabilice y defina su identidad a tiempo para estas elecciones?

Ojalá que sí. Ésta es la gran pregunta: de qué se trata. Si son los movimientos naturales de un conjunto de gente que es muy probable que recupere el poder este año o si, en realidad, se trata de una incompatibilidad congénita entre posturas y que se expresa a través de actitudes que son increíbles. Yo he estado observando, por ejemplo, en los últimos días, reacciones, actitudes en contra de los miembros de la propia coalición, de oponentes de la propia coalición, que se parecen más a acusaciones contra el kirchnerismo de parte de antikirchneristas. No sólo comentarios y discusiones en las redes sociales, sino, por ejemplo, un dirigente que dice “Acá no matamos pibes como mataron al chico de Barracas”. Es algo muy fuerte, demasiado, algo que puede provocar una fisura muy grande, estás acusando a tu oponente interno de una cosa aberrante. Dicho sea de paso, además es falso.

Cuidado con los modos, porque si los modos suponen tal nivel de radicalidad, estás colocando a la coalición al borde de la ruptura.

Cuando estás en una coalición, tenés que saber que es muy necesario y muy saludable que vos compitas con el otro, pero que tenés que respetar límites. Si trasgredís esos límites, te colocás al borde de la ruptura. Y la gente eso lo ve. Y la pregunta es: muy bien, cuando esta gente llegue al gobierno, ¿qué van a hacer? Creo que el gobierno de Alberto Fernández ha sido lo suficientemente elocuente al mostrar los riesgos que supone una coalición ideológicamente inconsistente. Después, ¿cuál es la razón de la inconsistencia? ¿Se debe a una diferencia ideológica o porque hay una puja salvaje alrededor de la distribución de privilegios? De los privilegios propios de una corporación política donde todo se negocia y donde hay un tráfico entre cargos. Está bien, eso forma parte de la política. Ahora, cuidado con los modos, porque si los modos suponen tal nivel de radicalidad, estás colocando a la coalición al borde de la ruptura. Y a su vez, eso le genera una muy mala impresión a tu elector. Entonces, la gente no entiende nada. ¿Cómo no se va a producir una crisis de representación y no va a haber mucha gente que diga “ninguno de los dos”? O que directamente  no vote, eso se va a ver, va a haber un alto índice de ausentismo, más pronunciado que en 2021 que ya fue muy alto.

Hay entonces una bronca real y palpable que no se limita al microclima intenso de Twitter. Ese mundo digital tampoco se puede escindir por completo del físico, casi todas las personas participamos en ambas esferas.

Todo el mundo tiene acceso a las redes sociales. Esa es una de las características, todo el mundo está al menos en algún grupo de WhatsApp. Yo, por ejemplo, no tengo Twitter, no sé muy bien de qué se trata, pero estoy en varios grupos de WhatsApp vecinales y de los barrios pobres, entonces vos ahí más o menos ves los comentarios de la gente, y ves que hay como referentes digitales, gente muy activa en las redes. Ahí es donde se ve que Milei tiene una presencia muy fuerte: en las redes sociales, sobre todo porque las redes sociales están manejadas perfectamente por jóvenes y el manejo es inversamente proporcional a la edad: a mayor juventud, mejor manejo de esos recursos.

Ahora bien, el término “territorio”, ¿qué quiere decir exactamente? Es un término que surge de la ruptura social que se produjo en Argentina hace 50 años cuando de la formalidad y de la representación que te confería el sindicato se pasa a una representación que te ofrece el barrio, porque es en el barrio en donde hay agentes que tienen vínculos con el poder político y que logran cosas para que la gente sobreviva. Entonces, de ahí se habla de territorialidad. Es el que controla un barrio, un referente que no es necesariamente un puntero en su versión clásica, sino que puede ser un pastor pentecostal o un cura villero o puede ser hasta un delincuente, un tipo que es pirata del asfalto. Todo cuenta para que, evidentemente, opere una redistribución que haga posible la supervivencia. De ahí la necesidad de la territorialidad y de ahí el reconocimiento por parte de la política de la importancia de la territorialidad.

No se trata tanto entonces de que el Estado se haya retirado o haya abandonado esos lugares, sino que la pobreza forzó esos cambios desde el interior mismo de los barrios.

Así es. Cuando yo me movilizaba en mi adolescencia e iba a los barrios no había noción de territorio. Por los barrios se pasaba. Ahora, en un territorio, en un barrio, vos entrás o salís porque hay gente que tiene el dominio del territorio, muchas veces fundado en la fuerza. De ahí esta idea de territorio y de conocer quiénes son los que mandan, de quién es el que mejor representa un barrio en donde hay un 30 o 40% de gente que depende de la ayuda oficial. Si hay un intermediario entre esa ayuda oficial —que casi siempre viene de municipios—, la gente constituye referencias. Ahí tenés referentes sociales, que pueden ser los hermanos o el padre de una familia, o una determinada congregación o una determinada banda o un club social o un centro de jubilados. Hay muchas formas. Lo cierto es que la territorialidad marca una gran novedad en Argentina, que es la pobreza. No es que antes no hubiera pobres, pero no había pobreza estructural. Uno veía en los barrios sociedades de fomento o centros barriales donde la gente se juntaba para resolver problemas como el alumbrado. O las cooperadoras escolares, las cooperadoras de bomberos, policiales, etc. Y donde había una horizontalidad procedente de que todo el mundo tenía trabajo, todo el mundo tenía un trabajo formal o tenía un comercio y nadie padecía necesidades. Y donde había una necesidad, la gente se organizaba para resolverla rápidamente.

Bueno, hoy por hoy hay otro fenómeno, que es aquel que controla un territorio, que controla una de estas asociaciones es una especie de caudillo. Y es un caudillo que tiene que tener capacidad para disciplinar un territorio donde reina la anomia, donde las normas son normas fácticas que no necesariamente se ajustan a la ley. Y ese caudillo tiene que tener poder, tiene que tener fuerza, tiene que tener poder de fuego como para garantizar la disciplina interna, disciplina indispensable, a su vez, para obtener en mejores condiciones recursos por parte de las autoridades. Lo que uno ve durante los últimos diez años es que ha habido una enorme dispersión de los poderes territoriales. El antiguo poder de los caudillos hoy se comparte con organizaciones sociales y hasta con los dealers, lo que determina que los territorios se han subdividido en pequeños territorios. Ahora, en todos los casos, la idea de territorio es evocativa de una situación de necesidad extrema resuelta por el Estado a través de intermediarios que tienen que ser capaces de garantizar la disciplina en un determinado espacio, por eso se habla de política territorial y por eso es necesario que un político tenga contacto con ellos, conozca estos códigos que no son precisamente los códigos de la ley para poder responder a lo que la gente pide y ejercer la representación. Muchas veces es una demanda contra una banda de un barrio vecino, o de gente dentro del barrio que delinque y que requiere de mayor presencia policial, o la denuncia de la connivencia entre la Policía y un determinado grupo de vecinos o de jóvenes para practicar la violencia nocturna, robar. Estas cosas las tiene que saber el poder político y, para saberlas, tiene que estar dentro del territorio, es decir, dentro del barrio.

La cuestión del narcotráfico ya ha sido mencionada a lo largo de la charla y desde luego que no es un fenómeno nuevo en la Argentina. Sí llama mucho la atención el nivel de violencia que se ha alcanzado, por ejemplo, en Rosario. ¿Este fenómeno es algo que podría llegar a pasar o que ya esté pasando en el conurbano bonaerense? ¿O hay alguna particularidad del Gran Buenos Aires o incluso de la propia Ciudad que hace que el narco se manifieste de otro modo?

Ya pasa. Ya pasa incluso en mayor medida que en Rosario. Y sí, el conurbano bonaerense tiene una serie de características muy especiales. Existen todavía diarios locales, pero la mayor parte de esos diarios han sido cooptados por las maquinarias políticas municipales. Sucede entonces algo muy simple: nadie informa lo que pasa. Y lo que se sabe, se sabe por “radiopasillo”. A diferencia de Rosario, donde justamente la pobreza está dentro de la ciudad, acá lo que vos ves es que la pobreza está diseminada en los distintos anillos que componen el conurbano, pero no existen fuentes capaces de aglutinar información y de exponer en los medios lo que pasa. En el Gran Buenos Aires muere mucha más gente que en Rosario y los conflictos son brutales. Es cuestión de visitar cualquier cementerio público para percatarse del problema. La mayor parte, el 50 o el 60% de la gente que hoy está sepultada en un cementerio público es gente pobre que no llegó a los 30 años y que muere como consecuencia de esta situación de violencia social que se vive. Lo que pasa es que no se ve porque no hay un órgano provincial, un órgano periodístico provincial —tipo La Voz del Interior en Córdoba o Los Andes en Mendoza— capaz de reflejar todas estas situaciones.

El 50 o el 60% de la gente que hoy está sepultada en un cementerio público es gente pobre que no llegó a los 30 años.

Estas situaciones transcurren en una invisibilidad que es bien diferente a la de Rosario, pero que puede ser mucho peor que la de Rosario. Lo que no sabemos es hasta qué punto esto está metido en el tejido social de una manera irreversible. El negocio de la droga está también respaldado fundamentalmente por las policías, que no es una, porque no hay una sola Policía Bonaerense, hay muchas superpuestas, yuxtapuestas, y por el poder político. Por ejemplo, en el caso de Chakie Chan, este narco que ya se hizo famoso en La Matanza, opera ahí porque es precisamente el poder político de La Matanza el que le da recursos. Entonces, la gran pregunta: ¿hasta qué punto el Estado tiene la pelota? Es decir, el Estado maneja la pelota, condiciona al narcotráfico, le pone límites. Pareciera que en la provincia de Buenos Aires esa situación tan anómica que se ve en Rosario, en donde la policía está totalmente subordinada al narco, todavía no se da. Pero no lo sabemos con exactitud, porque al no haber órganos de difusión que permitan un análisis un poco más pormenorizado de la situación, uno no sabe hasta qué punto el narco es el propio policía.

Lo que sí se sabe es que hay kioscos que trabajan para la Policía porque ése es el otro negocio. Entran cuatro camionetas con pasta pase de algún lugar cualquiera, digamos, del partido de San Martín. Descubren una. Eso genera, por supuesto, una gran resonancia: se descubrió en un operativo que tal banda transportaba tantos kilos de cocaína, tanto de marihuana, armas. Lo que no dicen es que ése es el precio, ése es el peaje que se pagó para que pasaran otras cuatro camionetas. Incluso quizás haya otra camioneta, o entraron seis camionetas, una es la que dio lugar al operativo, otra que no se ve y esa camioneta la comercializa directamente la Policía. O no sólamente la Policía, sino quienes están por encima, es decir, el Poder Judicial (a través de fiscales, hay casos bastante elocuentes al respecto de bandas mixtas entre policías y funcionarios judiciales) y el poder político, porque los territorios los maneja el poder político, porque forma parte de todo esto que venimos hablando. Es decir, los poderes territoriales son poderes que el Estado municipal conoce y sabe quién es quién, porque son los que finalmente juntan votos y son a quienes hay que ir a pedirles el voto. Si uno ve una situación donde el vecino no está protegido es porque, evidentemente, hay un compromiso tal del intendente o de la Policía o del poder político con el narco que no se sabe si el que sigue mandando es el intendente o, en realidad, el intendente se ha convertido en una suerte de emisario del propio narco.

¿Cuál debería ser entonces la propuesta opositora de JxC ante esta situación tan peligrosa?

Una buena política opositora tiene que saber esto, tiene que estar al tanto para poder dar respuestas rápidas. Y en ese sentido, yo creo que, por ejemplo, la gobernación de María Eugenia Vidal fue muy buena, fue una gobernación escasamente valorada, pero en la que se hizo muchísimo. El Ministerio de Seguridad hizo muchos operativos y se controló mucho el narcomenudeo. Ahí entrás en otra cuestión: si hay que apuntar a las grandes bandas o al narcomenudeo. La respuesta clara es: a los dos. A las grandes bandas porque, finalmente, hay un estado de cosas, una ley que se hizo en el año 2005 donde prácticamente se le confiere a las provincias y a los municipios el control del narcotráfico, que determina que se pueda controlar solamente al narcomenudeo y que, mientras tanto, las grandes bandas circulan por el país sin que Gendarmería o Prefectura puedan hacer algo, sin que nadie les pida explicaciones. Ahora, el narcomenudeo no se puede descuidar porque es lo que te garantiza la seguridad en un territorio. La seguridad de la gente decente que trabaja en un territorio y que tiene miedo que le maten a los hijos, que los asalten o que se los chupen y los metan en el narco.

Y creo que durante la gestión de María Eugenia, así como durante la gestión de la ministra Bullrich, se hicieron muchas cosas que este gobierno abandonó completamente. De ahí la necesidad de recomponer una situación que le confiera al vecino una mínima seguridad, que hoy no existe. Hoy muchos barrios son tierra de nadie.

 

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Eugenio Palopoli

Editor de Seúl. Autor de Los hombres que hicieron la historia de las marcas deportivas (Blatt & Ríos, 2014) y Camisetas legendarias del fútbol argentino (Grijalbo, 2019).

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