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Hace casi dos décadas, tras volver al país después de mucho tiempo, tuve que decidir qué medios, columnistas o periodistas consumir para estar actualizado y formarme un juicio crítico. Esto sucedía, naturalmente, antes del surgimiento de las redes sociales. Después de un tiempo, sólo dos columnistas seguían resultándome interesantes: Jorge Asís y Carlos Pagni.
He sido un atento lector de Asís, al menos desde hace una década y media. Esto me ha permitido apreciar sus aciertos y sus errores. También su declinación a lo largo de los últimos años. Puedo afirmar, sin exageración, que ha entrado en su fase final.
Una de las últimas columnas publicadas en su portal, titulada provocativamente «El insumo barato de la esperanza», es una especie de sesión de terapia a cielo abierto. Refleja un estado anímico, una condición intelectual y también la liquidación de un estilo.
Dije alguna vez que el valor de las columnas de Asís no era propiamente periodístico (aunque lo tenía) ni informativo (aunque supo tenerlo, mientras dispuso de informantes en los círculos del poder: los llamados “garganta profunda”), sino esencialmente literario.
Asís escribía un folletín político, daba estructura narrativa a una actualidad caótica y desconcertante, fiel a una lógica política descarnada y zumbona. Realpolitik, cinismo y sarcasmo. Sin concesiones —al menos explícitas— a tiernas vibraciones patrióticas ni al periodismo ciudadano.
Para eso necesitaba una serie de caracteres bien definidos y con recorrido dramático: personajes interesantes disputando el poder. Asumía —con acierto— que ese vital insumo se encontraba principalmente en el campo identitario que conocemos como peronismo.
Asís escribía un folletín político, daba estructura narrativa a una actualidad caótica y desconcertante, fiel a una lógica política descarnada y zumbona.
El pináculo de ese dramatis personae fue el binomio CFK-Macri, La Doctora y El Ángel Exterminador. Dos príncipes antagónicos del Quattrocento, de perfiles maquiavelianos, salidos de las entrañas del menemismo. El par perfecto de contrarios complementarios.
Pues bien: aparentemente, velis nolis, Macri va haciendo mutis por el foro. Se le escapa de entre las manos. Se queda sin contendiente.
En lo que sin embargo le va mejor a Milei es en la licuación efectista del poder de Mauricio, El Ángel Exterminador.
Decidió exterminar a Mauricio a través de la crueldad del elogio. Una hazaña.
Cada vez que rescata alguna actitud noblemente republicana le sopla algún dirigente.
Experto artesano de la frialdad. Mientras lo celebra, Milei lo depila sin piedad.
Desvanece la influencia de Mauricio con calificativos honorables, mientras capta funcionarios.
Su ofuscación es tal que apenas se le cae una palabra de admiración hacia el Dragón que está terminando con la devastadora e implacable carrera del Ángel. La apelación agónica a un posible protagonismo renovado de La Doctora —burocrático, casi de inventario— demuestra que el guiñol de Asís se está quedando sin muñecos para animarlo.
Si Mauricio y Milei prefieren evitar entenderse, La Doctora puede ser nuevamente beneficiaria.
La Doctora también se apaga. Deja de constituir el antagonista principal, tal como explica en otra columna reciente. También deja sucesores sin vis dramatica suficiente.
En el juego cínico de las categorías, El Panelista prefiere polarizar con La Doctora. Pero el sustancial contradictor territorial es Axel Kicillof, El Gótico. El académico decente que administra la desmesurada Provincia del Pecado. Axel es el fruto de la creación perversa de La Doctora. Lo sorpresivo del Fenómeno Milei es que inesperadamente provoca el distanciamiento inconcebible entre La Doctora y El Gótico.
La terra incognita
Pero lo peor de todo es que ese attrezzo preferido con que decoraba su teatrillo parece roto, ajado, ya sin gracia: es el peronismo. Sin el peronismo —ese protagonista escénico imprescindible, como los pasajes naturales en los westerns— las narraciones de Asís pierden el atractivo. Se vuelven colecciones de anécdotas, chismes, observaciones desarticuladas. Ocurrencias maliciosas.
El peronismo era para Asís ese territorio familiar y conocido pero siempre fascinante de explorar. Un venero de historias fecundo, lleno de pasiones fuertes y rivalidades. Caldera del diablo. Valle de pasiones. Parece agotado. Poblado por personajes menores, ínfimos, despreciables.
Fuera del peronismo, Asís se encuentra en terra incognita. Todo le parece horrible y maligno, una amenaza al mundo en el que era feliz y se sentía cómodo.
Fuera del peronismo, Asís se encuentra en terra incognita. Todo le parece horrible y maligno, una amenaza al mundo en el que era feliz y se sentía cómodo. Así presenta la asunción de Trump en su segundo periodo:
Mañana cambia para peor el mundo. Corresponde a un ciclo insensible de la inhumanidad. Para espanto del impotente portador de pensamiento crítico. Se imponen ideologías dignas de ser resistidas por razones estéticas y morales.
Es muy natural y muy humano que aquello que no se entiende genere indignación. Asís vuelve a la tradición moralista en la que se formó: el humanismo hipócrita del Partido Comunista. Como los intelectuales frentepopulistas de los años ’30. La diferencia es que ya no hay proletariado revolucionario: ha sido reemplazado por la gente sensible, como los heroicos muchachos de Flores que nos revelara Dolina. Fuimos felices y no lo sabíamos.
Esta es la evidencia más palmaria de la declinación. Pierde el tono juguetón y cínico y se pone sentencioso, solemne. Es un viejito gruñón y malhumorado, tan huérfano de espíritu recreativo que ni siquiera le halla potencial dramático a los desbordantes histriones del escenario político contemporáneo: Trump y Milei.
Hay un asunto que hace a su situación particularmente dolorosa, desgarradora: el hecho de que el propio Milei y sus seguidores se parangonen con el objeto político insuperable de su amor y su admiración, aquel que fuera el centro gravitacional absoluto de sus años dorados: Menem. Un atrevimiento grosero, de indignos.
Después de reclamar con insistencia un gobierno que se inspirara en su paradigma vital —que “sentara las bases vulgares del capitalismo tolerable”, según sus propias palabras— Asís entona la canción del despecho: “No habrá ninguna igual, no habrá ninguna,/ ninguna con tu piel ni con tu voz”.
Finalmente, sería interesante saber cómo impacta en el ánimo de una personalidad destacada el hecho de que publiquen una biografía en el otoño de su vida, de la que Eugenio Palopoli escribiera una reseña personalísima y brillante en estas mismas páginas. Puede operar como un obituario adelantado, ¿no?
Asís no es el único
El caso de Asís, con su vida novelesca, su personalidad magnética, su prosa florida y bizarra es particularmente interesante. Pero su caso no es el único, ni mucho menos. Explica Martín Polakiewicz (nom de guerre: @aceleranding) que la decadencia se extiende al columnismo político en general, al menos en sus plumas más reconocidas. A Pagni también.
La carencia de interés del análisis político tradicional hoy en día se debe a que se rehúsan a velar un mundo y una conciencia que quedaron sepultadas definitivamente en 2023. Cuando acontece lo imposible en una obra, como ocurrió en Argentina, cae el telón y comienza una nueva función. Personas como Asís ven a los nuevos actores como animados espectralmente por los viejos, como si detrás de las razones públicas mileístas hubiera razones macristas, kirchneristas o peronistas. La vejez para quien no sabe transitarla (tristemente común en el mundo hispano) produce este fenómeno de saberse muerto por aceptar lo nuevo y, por tanto, negarse a entender su lógica. Lo que queda es así la pantomima de la propia función crítica, graciosa al principio, luego patética.
Marcos de pensamiento inadecuados u obsoletos, miedo a lo desconocido, sequía de inside information, lealtades personales, edad, círculos de discusión que sólo sirven para consolidar el sesgo de confirmación, obsesiones, audiencias en caída, contextos empresariales en crisis, síndrome de abstinencia de financiamiento informal oficialista. Todo suma, todo converge.
Los columnistas políticos parecen no poder escapar al itinerario declinante de las empresas y el oficio al que pertenecen.
El viejo columnismo político, solemnemente institucionalista, fervientemente democrático-liberal, que fuera formador de opinión durante cuatro décadas, muestra su verdadera faz corporativista. Su problema, en definitiva, no son las instituciones republicanas, sino su posición en el esquema de poder y los beneficios asociados, que repentinamente parecen amenazados. Los columnistas políticos parecen no poder escapar al itinerario declinante de las empresas y el oficio al que pertenecen: los medios antes hegemónicos y el periodismo tradicional. Los lectores se van, las audiencias se disuelven. Si deja de existir el cuarto poder, ¿cómo seguirán funcionando los otros tres?
Addenda: calificar como “insumo barato” a la esperanza, despreciándola por ser una creencia universal, constitutiva de la voluntad de vivir, parece cosa de alguien que ya no la tiene.
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