BERNARDO ERLICH
Domingo

Un Israel para los putos

Los judíos y los gays enfrentan un prejuicio en común: habiendo sido perseguidos en todas las naciones, cuando se defienden se sugiere que están atentando contra toda la sociedad.

En Buenos Aires hay una marca de ropa que se llama Bolivia. Como en este asunto decir “Buenos Aires” casi siempre implica decir “la Argentina”, se podría suponer que la marca tiene tiendas a lo largo de todo el país. No sé nada de moda, ignoro por lo tanto el impacto que el diseño de sus prendas tiene en otras marcas, en el estilo y en el mercado. Pero por lo que se puede inferir de sus vidrieras, sus productos están destinados a personas de buenos ingresos que se visten según lo indican las temporadas y para quienes el nombre de la marca suena a reapropiación pintoresca y exótica. En Jujuy o en Salta jamás una marca que pretenda impactar en las clases medias o altas o que aparente cierto refinamiento podría llamarse Bolivia. No es sólo una cuestión de xenofobia, que por la proximidad es mayor que en los centros urbanos más alejados de la influencia que las fronteras ejercen en la cultura. En las ciudades bolivianas lindantes a la Argentina se venden imitaciones de marcas conocidas o marcas que ni siquiera tienen pretensión de exclusividad, por lo que asociar una marca de ropa con el país al que se llama “hermano” con esa complacencia autorreferencial que sólo se usa con Bolivia sería un error de marketing. El temor a reconocer que nos parecemos (no hay pueblos fronterizos que no se parezcan), el pavor a que los porteños nos confundan y el hecho de que los mismos norteños usen en lo cotidiano al gentilicio como un insulto aleja del estatus a cualquier atisbo de bolivianidad.

¿Cómo es la relación de los poetas con las palabras? No voy a responder esa pregunta en un sentido amplio ni satisfactorio. Llevaría más caracteres de lo que los lectores de una revista política están dispuestos a leer y mucho más conocimiento del que yo soy capaz de fingir. Por lo pronto uno supondría que la relación de un poeta con las palabras no es lineal, no es restrictiva, no es elemental, es al menos retórica. Que hay un vínculo repleto de connotaciones y de matices y que muchas veces es complejo, engorroso y obsesivo.

Una vez me sumé a una conversación sobre el gordo Bergara Leumann. El que comenzó la charla, un poeta, se preguntaba por qué ya nadie lo recuerda, por qué los putos lo olvidamos si fue, tal vez, el primer homosexual con programa propio en la televisión argentina. Se cuestionó que quizás Bergara Leumann haya caído en el olvido ingrato de los putos precisamente por ser gordo y pertinazmente por ser homosexual. Las respuestas lastimosas son siempre próximas a las preguntas de un poeta. Lo cierto es que ya casi nadie recuerda a los conductores televisivos de la época de Leumann, no es algo que el gordo desde la tumba deba tomárselo personal. Al cabo de diez o veinte años de muertas, a la inmensa mayoría de las personas solo las recuerdan los parientes cercanos y sabemos bien que los productos televisivos nacen, más que cualquier otro producto cultural, para ser olvido.

Entusiasmado por su apoyo, dije que cuando los putos tengamos nuestro Israel el día del cumpleaños del gordo Bergara Leumann tendría que ser feriado nacional.

Pero aquellas preguntas tomaron en la voz del poeta forma de cuestionamiento (lo olvidamos por gordo y maricón) y también forma de homenaje, porque un homenaje es, antes de ser cualquier otra cosa, un alegato autorreferencial, una reivindicación del hablante, una forma elocuente y mediada por el decoro para hablar de uno mismo. A veces hay una distancia discreta entre el homenajeador, el relato y el homenajeado. Se comienza con fórmulas establecidas como “cuando yo lo conocí a fulano tan sólo era un aprendiz de lo que hoy es”, en una clara intención de interferir en la biografía del agasajado. En este caso la semejanza era más burda: el poeta era también gordo y maricón y quería vengar en el olvido a Bergara Leumann cuestiones personales. Me pareció fantástico, porque siempre estoy a favor de llevar harina para el propio costal.

Coincidí con él cuando advertí la motivación no tan escondida de su homenaje y agregué que también lo olvidaron porque era devoto de divas pasadas, como Olga Zubarry y Libertad Lamarque, o lo que es lo mismo, lo olvidaron por viejo, razón elemental por la que se olvidan todas las cosas. El poeta no pudo más que coincidir conmigo porque claro está que además de gordo y maricón era también viejo; como se sabe, los centennials ignoran magistralmente a Bergara Leumann. Entusiasmado por su apoyo, proseguí con mis ideas y dije que cuando los putos tengamos nuestro Israel el día del cumpleaños del gordo Bergara Leumann tendría que ser feriado nacional. ¡Para qué!

Los putos y los judíos

Me dijo que aunque la idea le gustaba, Israel no le parecía un buen ejemplo. Que no era ejemplo de nada. No tiene sentido detallar el resto de su arenga en contra del Estado de Israel. Comprendí que mi amigo hizo una objeción lineal entre el nombre Israel, el concepto Israel y el Estado Israel. Yo también. Pero como mi amigo es poeta por un momento pensé que su relación con las palabras no se limitaba a las resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Noté que su incapacidad metafórica motivada por la tremenda estrechez de la realidad política, que uno supone más distante del poeta y más cercana a un actuario o a un funcionario de aduanas, no le permitía en una charla de putos sobre un puto muerto la menor digresión de sus prejuicios. Pensé que podía dar a Israel el concepto primero, el metafísico, el poético, el de la Jerusalén de Blake, el de Israel como una tierra prometida para un pueblo que vive disperso y mezclado entre las naciones, el de israel como un destino pero también como rumbo, como promesa de un futuro nostálgico, como profecía cumplida de un mito originario, como vergel en un desierto de inclemencias. Pero hay poetas que son lineales y próximos tanto para hacer homenajes como para hablar de Israel.

En aquel debate ni siquiera me interesó poner en consideración que los putos de todo Medio Oriente sólo pueden en Israel vivir con las dignidades reconocidas en los países en que la homosexualidad no es una ignomnia puesta a consideración del clamor de las masas. Mucho menos la caprichosa discusión sobre pinkwashing, que de ser cierta los países vecinos podrían fácilmente desmontar sacando de sus códigos penales a la homosexualidad.

[ Si te gusta lo que hacemos y querés ser parte del cambio intelectual y político de la Argentina, hacete socio de Seúl. ]

Los putos y los judíos enfrentan, al menos, un prejuicio en común. Habiendo sido perseguidos y negados en todas las naciones; cada vez que se reafirma su cultura, o se toman medidas para proteger su integridad, o se persigue a los que atentan contra ella, o se reafirman sus derechos, o se celebra su vida, un grupo enorme de personas sugiere que en realidad se está tratando de cambiar la sociedad en su favor y en contra de los intereses de la patria. Se dice que controlan los medios, que financian campañas políticas, que extorsionan a la sociedad. Los judíos religiosos no son proselitistas, menos los culturales (la religión judía es anterior al concepto de salvación y en su teología importa la correción de la persona, no su salvación en los parámetros de un dogma). Si la orientación sexual fuera inducida y por tanto objeto de proselitismo, no habría homosexuales, porque todos los gays hemos crecido en un mundo lleno de incentivos y de castigos para no ser putos, y sin embargo lo somos.

Pero a pesar de esa coincidencia entre judíos y putos hay una diferencia relevante: los putos no necesitamos de un Estado. Mi comentario sobre un Israel para los gays era sólo un artificio para la conversación. Y la razón por la que no lo necesitamos es la misma que muchas veces nos destina a la soledad: nacemos de heterosexuales. Los judíos nacen de judíos y desde el deicidio hasta la inestabilidad política del Medio Oriente tras la caída de los imperios que lo gobernaron durante siglos, pasando por las pestes, las hambrunas, las sequías y las inundaciones, la recesión y la hiperinflación, la guerra y la desunión, siempre han sido los judíos los acusados de ser la causa de la discordia. La protección última de los putos es la transversalidad de nuestro origen: nacemos en cualquier familia. Todos los apellidos tienen un gay en su genealogía. Los hay en familias de Irán y de Tegucigalpa, tanto en casas de profesionales como de obreros y de sindicalistas como de reyes. Y seguiremos naciendo así si la prohibición de la sharia se extendiera al mundo entero.

Es evidente que los judíos arrastran una tradición de injusticias que hoy se materializa en la palabra Israel.

Con los judíos el encono es muchas veces insalvable y a pesar de que, como señala Borges, hay dos naciones esenciales para la cultura occidental, Grecia e Israel, y por lo tanto todos los occidentales son un poco griegos y un poco judíos, hoy hay menos de 14 millones de judíos en el mundo. Es evidente que los judíos arrastran una tradición de injusticias que hoy se materializa en la palabra Israel al punto tal que ese pavor que sienten los más inseguros e ignorantes de mis coterráneos de ser confundidos con un boliviano se replica en un puto porteño y poeta que no puede ser asociado a Israel ni cuando charla sobre Bergara Leumann. ¿Para eso estudiaron tanto?

Hay además otro asunto: los argentinos por lo general ignoran la fecha del atentado a la AMIA. No hay siquiera una fórmula del tipo 18-J para aferrarlo en la memoria. Pienso que es porque los argentinos tienden a creer que no fue un atentado hacia los argentinos y con víctimas argentinas, sino hacia los judíos, que por un misterio sobre el origen de lo nacional, que sería más fuerte incluso que las disposiciones del registro civil, no son argentinos.

Todo parece indicar que de los argentinos secuestrados en Gaza se piensa lo mismo. No puede haber un temblor en el más recóndito lugar del planeta sin que los infinitos noticieros del país vayan a buscar al argentino más cercano al hecho. Todavía hay doce compatriotas secuestrados por Hamás y el lugar marginal que ocupan en los medios y en las conciencias es atroz. No conocemos el nombre de ninguno. Imaginen cualquier otra situación en la que doce argentinos fueran secuestrados por un grupo terrorista. Los argentinos secuestrados por Hamás sólo le importan a Israel, ni siquiera le importan a la Argentina ni a su gobierno. No hacen falta más argumentos que este último para justificar la existencia y rogar por la larga vida del Estado de Israel.

 

Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.

 

Compartir:
Luis Figueroa

Licenciado en Relaciones Internacionales. Salteño, vive en Buenos Aires porque es la mejor ciudad del país para ser gay. Tuitea mucho en @Cosmeluichito.

Seguir leyendo

Ver todas →︎

Diez razones por las que
este gobierno me hace feliz

Van por el rumbo correcto, no ceden, no sienten culpa, son honestos y me encantan sus formas.

Por

El mito de la polarización

Ni Milei polariza con Cristina ni Macri polarizó con Cristina ni nunca nadie polarizó con nadie. Es una hipótesis elegante, pero poco probada en la realidad.

Por

El fin del fin de la Historia

Tras la caída de Al-Assad y el descalabro de Rusia e Irán, Occidente tiene una oportunidad para reconfigurar el orden mundial similar a la que se abrió con la caída del Muro de Berlín.

Por