LEO ACHILLI
Domingo

La noche del domingo,
la mañana del lunes

Cerrar la grieta es el mejor camino para ganar las elecciones pero también (sobre todo) para gobernar bien a partir del día siguiente.

El 23 de febrero pasado, Horacio Rodríguez Larreta presentó su candidatura a presidente y propuso a los argentinos una visión política sobre cómo enfrentar la agenda de reformas (“el cambio”) que la Argentina necesita para volver a crecer y progresar. Uno de los elementos principales del enfoque político que enunció Rodríguez Larreta es terminar con la grieta para desbloquear la democracia argentina.

La semana pasada, el distinguido Gustavo Noriega publicó una nota aquí en Seúl que nos invita a reflexionar de forma muy sustantiva sobre la parálisis del desarrollo argentino y el grado de responsabilidad que la polarización extrema tiene en esa condición. Creo que este debate es esencial para las posibilidades de éxito de un próximo gobierno de JxC. Por eso, en el resto de este espacio me propongo argumentar que la visión que propone Rodríguez Larreta es la mejor estrategia para ganarle al kirchnerismo de forma contundente el domingo a la noche (léase: tantos domingos como sea necesario) y, especialmente, para hacer un buen gobierno desde el lunes a la mañana.

Si no gobernamos bien, el cambio no va a perdurar. Y si el cambio no perdura, el kirchnerismo encuentra terreno fértil para el populismo. En contraposición, si logramos un cambio que se consolide, que incluya a sectores que desconfíen o con prevenciones iniciales, y si podemos incluso mostrar los primeros signos de un rumbo de desarrollo, pondremos a la Argentina en un nuevo equilibrio de expectativas sobre la producción política de las fuerzas que buscan el poder. Un equilibrio en el cual una mayoría de la sociedad y del propio sistema político se propongan competir y alternar entre opciones modernas y a favor de un rumbo sostenido de desarrollo para el país. Así lo hicieron otros países de nuestra región y hay varios ejemplos de otras latitudes que en un momento histórico logran un punto de inflexión.

En JxC avanza el consenso sobre el qué hacer, pero permanece el debate sobre cómo hacerlo.

En JxC avanza el consenso sobre el qué hacer, pero permanece el debate sobre cómo hacerlo, especialmente cuando se introduce la aspiración de lograr un cambio duradero. El presidente Macri ha tenido un rol protagónico en empujar el debate genuino del “para qué” aspira JxC a volver al gobierno. La reflexión sobre su propio gobierno, su visión global sobre las oportunidades y condicionantes que enfrenta la Argentina y el propio rol de liderazgo y ascendencia dentro de la coalición impactan positivamente sobre la disposición de los liderazgos principales de JxC de acordar un programa de reformas. En eso trabajan las fundaciones partidarias y semana a semana crece la conciencia colectiva acerca de la necesidad de llegar al gobierno con un programa acordado.

En el campo del cómo hacerlo, eso que los politólogos llamamos “el proceso político de las reformas”, existen diferencias en cuyo centro se sitúa la concepción política sobre la grieta que divide a los argentinos y su funcionalidad al proceso político del programa de reformas y el éxito del próximo gobierno.

Unos plantean que la grieta es sociológica y no un invento de los políticos, es decir, que tiene raíces profundas en las personas más allá de la intencionalidad o la acción proactiva de la política para promoverla o cerrarla. La grieta también tendría un determinante moral, porque quienes están “del otro lado” subvierten con sus acciones valores de integridad, libertad y defensa de la vida. Por último, según este planteo, la grieta es constitutiva del proyecto político de JxC, ya que somos la expresión más nítida y legítima de un lado de esa fractura central: el antikirchnerismo.

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Toda esta cosmovisión de la grieta en la Argentina lleva a sus creyentes a postular que, a partir de la legitimidad que brindan los triunfos electorales (supongamos 50+1), sumado al mandato social intangible (la gente “ahora sí está preparada” para reformas duras en pos de un futuro mejor) y una firme voluntad del liderazgo político de avanzar contra viento y marea, cueste lo que cueste y sin negociar nada con los que están del otro lado de la grieta, la Argentina “esta vez sí” podría avanzar con las reformas y sostenerlas en el tiempo. Por todo esto, de acuerdo a esta visión, sería un gran error para JxC decir que hay que terminar con la grieta. Si lo hiciera, iría en contra de la sociología de JxC, despreciaría valores morales, licuaría la identidad de nuestra coalición y perdería el combustible esencial para ganar la batalla de las reformas contra los otros que se oponen a ella.

No coincido con esta visión, ni en su faceta analítica ni como programa práctico para ganar el domingo de forma conducente a poder gobernar bien el lunes. En primer lugar, la grieta es una creación política del kirchnerismo que gran parte de la política aprovechó como atajo de identidad. Mientras el kirchnerismo introducía la grieta en la Argentina (gestada desde 2003 y amanecida en 2008), en todo el mundo avanzaba una lógica de manada y tribalismo a partir del protagonismo de las redes (Facebook primero y Twitter después) en los intercambios políticos.

El kirchnerismo creó la grieta con el “vamos por todo”, “el amor vence al odio” y muchas otras aseveraciones y acciones que enfrentaron a unos argentinos con otros. La última creación de este género se propone enfrentar a quienes viven, trabajan o estudian en la ciudad de Buenos Aires con el resto del país. Tanto Alberto Fernández como Cristina Fernández de Kirchner machacan con la idea de la “ciudad opulenta, privilegiada y extractiva” contra las “provincias indefensas” de la Argentina. Además de insultar la inteligencia e identidad de muchos argentinos, Alberto y Cristina ahora buscan traer al universo de la grieta una nueva dimensión: argentinos de la ciudad vs. argentinos del resto del país.

La gran mayoría del liderazgo de JxC desenmascara la trampa del kirchnerismo que apela a la grieta para penalizar a un distrito opositor.

La gran mayoría del liderazgo de JxC desenmascara la trampa del kirchnerismo, que apela a la grieta para penalizar a un distrito opositor. Del mismo modo, en JxC podemos trabajar para que muchos argentinos vayan abandonando el reflejo aprendido de pensar que una preferencia política circunstancial, el lugar donde uno vive o la música que uno escucha hacen a la condición integral de una persona, al punto de que las familias se peleen, los amigos se dejen de hablar o sea imposible construir un acuerdo marco y duradero sobre el rumbo de desarrollo del país.

La enorme mayoría de los argentinos, incluso muchos que a priori se enrolan a un lado u otro de la grieta, coinciden en una constatación evidente: a la Argentina no le fue bien con la grieta. Más pobreza, menos educación, casi nulo crecimiento y una percepción internacional de país bloqueado que le impide a la Argentina capitalizar oportunidades globales. La propuesta de Horacio Rodríguez Larreta es disruptiva para la política as usual, pero casi de sentido común para quienes ven el progresivo deterioro del país. ¿Por qué vamos a insistir en ese camino si sabemos que no funciona? Mauricio Macri interpretó correctamente este desafío cuando en 2015 estableció como una de las aspiraciones para su gobierno “unir a los argentinos”. Objetivos similares se propusieron Alfonsín luego de su triunfo en 1983 y Menem en su primer mandato.

La grieta no es moral

El planteo moral de la grieta lleva consigo el riesgo de dividir la sociedad de tal manera que sea difícil mantener una noción de destino compartido entre quienes piensan distinto. En Cómo mueren las democracias, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt señalan la amenaza que estas fracturas promovidas pueden significar para la propia democracia. Por supuesto que en el kirchnerismo hay episodios y personas asociadas que demandan una condena ética y el accionar de la Justicia. Pero esto no puede implicar transferir la condena que estos hechos suponen al conjunto del cuerpo ciudadano que adscribe a tal o cual grupo político. Esteban Bullrich brindó la explicación más cabal: “La grieta no es moral, la encargada de dividir entre decentes y corruptos es la Justicia, que debe ser implacable con quienes violan la ley”.

Desde una perspectiva política, dividir a la sociedad entre “morales” e “inmorales” según a quiénes votan excluye automáticamente de nuestro espacio a millones de personas que votaron a Cambiemos en 2015 y luego votaron al Frente de Todos en 2019. Son dos millones de votos si se compara la segunda vuelta electoral de 2015 con la elección general de 2019. Ésas son personas con las que todos en nuestro espacio político deberíamos querer conversar para convencerlos de que la Argentina tiene en JxC la mejor oportunidad de salir adelante. El surgimiento de Milei interpela a buena parte de esos votantes que la grieta ha despreciado a uno y otro lado.

El surgimiento de Milei interpela a buena parte de esos votantes que la grieta ha despreciado a uno y otro lado.

No hay dudas de que la grieta trazó una división en la sociedad. Pero no surcó una zanja que nos divide en mitades iguales. Hay mucha más gente —seguramente mucho menos ruidosa— que está dispuesta a considerar un proyecto no kirchnerista que no descalifique o agreda a quien piense diferente y que coincide con nosotros en que el rumbo actual de la Argentina no es el correcto.

Muchos argentinos que hoy no forman parte de JxC comparten nuestra preocupación por la seguridad y el avance del narcotráfico, la necesidad de convertir planes en trabajo, de reformar la educación, y de eliminar las trabas que ahogan nuestros motores de crecimiento y asfixian a quienes dan trabajo. Invitarlos a que sean parte del cambio es necesario para ampliar las posibilidades que tiene JxC de ganar la elección.

Por último, quienes tienen como único recurso político la moral card, deberían saber que gobernar bien supone administrar todo el tiempo dilemas distributivos y morales. Las personas que los argentinos eligen para ser sus representantes están obligadas a dialogar y encontrar acuerdos porque la democracia así lo pensó. No importa si les gusta o no. El Congreso es el ámbito donde más claramente lo vemos. Pero para quienes creen que la “grieta es moral”, dialogar o buscar acuerdos en pos del bien común es sinónimo de traición, cuando en realidad es el camino que impone la democracia. En JxC sabemos que cada vez que se amplió, nuestro espacio sumó dirigentes con quienes dialogamos y construimos incluso pensando diferente. Las valiosas incorporaciones de Miguel Ángel Pichetto en 2019 o de Ricardo López Murphy en 2021 sirven como ejemplo.

Gobernar desde la grieta no es buen negocio

Alberto Fernández gobernó para la grieta y así está llegando al final uno de los peores gobiernos de la historia democrática reciente. Apostando a la grieta, además, Alberto Fernández destruyó el legado del gobierno de Mauricio Macri. La política exterior es uno de los capítulos donde más claramente lo vemos. Entre 2015 y 2019, Macri lideró una política exterior exitosa, que mantuvo buenas relaciones bilaterales con los principales socios estratégicos del país, defendió los derechos humanos en la región y tuvo entre sus hitos la organización de la Cumbre del G20 en 2018, la firma del Acuerdo Unión Europea-Mercosur y el avance del proceso de acceso a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

El gobierno de Alberto Fernández no solamente significó una vuelta a la política exterior ideológica de Cristina Fernández de Kichner, sino que estuvo llena de incoherencias, inconsistencias y manejos erráticos. Sobran los ejemplos: la demora y la falta de contundencia con la que el gobierno nacional condenó a la guerra en Ucrania luego de haberle dicho a Putin que la Argentina debía ser “la puerta de entrada” de Rusia en América Latina; la defensa de los intereses de Cuba, Nicaragua y Venezuela en la Cumbre de las Américas y la CELAC, los años perdidos en la relación con Brasil por cuestiones ideológicas, o la falta de interés en el acceso a la OCDE y el acuerdo UE-Mercosur.

El último episodio de mala praxis del kirchnerismo en política exterior lo vivimos la última semana en relación con la cuestión Malvinas. El Gobierno anunció el final del mal llamado “acuerdo Foradori Duncan”, un comunicado de 2016 formulado entre los funcionarios de ambos países para comenzar a dialogar sobre temas no excluyentes del reclamo indeclinable de la Argentina sobre las Islas Malvinas. Entre esos temas estaban, por ejemplo, el trabajo para la identificación de los cuerpos de quienes cayeron en combate. En la búsqueda de Alberto Fernández de traer a la grieta argentina la cuestión Malvinas, la Argentina retrocede en su capacidad de ampliación de agenda con el Reino Unido a temas que puedan enmarcar la discusión central sobre nuestra soberanía en las islas.

Las marchas y contramarchas que impone la grieta no nos dejan siempre en el mismo lugar: nos hacen retroceder. El fin de la política de conectividad aerocomercial o el cierre caprichoso del aeropuerto de El Palomar, entre otros miles de ejemplos, muestran cómo la grieta afecta directamente a los argentinos y los priva de muchísimos avances con los que habíamos mejorado su calidad de vida.

Cerrar la grieta aumenta las posibilidades de Juntos por el Cambio para ganar la elección y hacer un buen gobierno.

Cerrar la grieta aumenta las posibilidades de Juntos por el Cambio para ganar la elección y hacer un buen gobierno. Es inverosímil pensar en generar las transformaciones que la Argentina requiere de manera urgente, y que sean sostenibles en el tiempo, apostando únicamente a los propios y sin dialogar con “el otro”. ¿Alguien puede creer en construir un sistema regulatorio del trabajo, pensado para el desarrollo, sin que intervengan en esa mesa empresarios y trabajadores a través de sus representantes? ¿Es creíble pensar que podemos reconstruir el asfixiante e incomprensible sistema tributario argentino sin el apoyo de los 24 gobernadores y sin sumar a esa construcción a los intendentes que sean electos este año, sin importar su color político?

El gobierno nacional es, por definición constitucional, la cabeza administrativa de un país federal, y el federalismo imperativamente requiere de la retroalimentación entre gobierno nacional y gobiernos subnacionales —provincias y municipios— para establecer políticas públicas que no naufraguen, ni queden en el plano de las buenas intenciones.

El camino que propone Horacio Rodríguez Larreta plantea ponernos de acuerdo en una serie de reformas estructurales que necesitamos para volver a crecer. Para sostenerlas en el tiempo, necesitamos una mayoría más amplia que la necesaria para ganar una elección. En su primer mensaje como candidato, Rodríguez Larreta fue tajante: “Quiero ser un buen presidente”. La medida de éxito de esa afirmación trasciende a un gobierno: es la capacidad de generar cambios que se sostengan en el tiempo. Para ello, necesitamos que la Argentina logre al menos tres buenos gobiernos seguidos, procesando la alternancia.

Cerrar la grieta para lograr estas transformaciones supone un camino mucho más difícil que los que hemos transitado hasta acá sin éxito. Sabemos que la sociedad está cansada de hacer esfuerzos que no se transforman en progreso y más cansada aún de las peleas entre políticos. Cerrar la grieta es, también, el esfuerzo que debemos hacer los dirigentes políticos para estar a la altura del esfuerzo que desde hace años vienen haciendo los argentinos.

 

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Fernando Straface

Secretario general y de Relaciones Internacionales del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

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