LEO ACHILLI
Domingo

¡Calma!

El PRO está apuntalando a un gobierno débil en su objetivo casi imposible de ordenar la economía, la gran deuda de la política argentina. Pero tiene que ponerse ya a pensar en el futuro.

En momentos en que se está debatiendo qué es PRO, su identidad y su futuro, me puse a recordar cómo llegué yo al partido. Gmail me facilitó las cosas:

Tengo una entrevista el martes que viene en la Fundación Pensar. Mi pregunta es la siguiente, me asusta un poco que la fundación esté tan ligada al macrismo, ¿vos creés que puede ser una experiencia interesante, creés que puede aportarme algo? Por lo que vi en la página parece que hacen cosas copadas, pero tengo miedo de que esté muy politizado y que poco y nada tenga que ver con economía. Si podés decime qué te parece.

Este párrafo es de un mail que le envié a un profesor que había tenido en la facultad y que conocía a economistas de Pensar. Eran fines de 2010 y mis prejuicios de colegio progre estaban intactos. Al mes y algo la conversación siguió así: 

¡Sí! Empecé en la Fundación. Estoy re contenta. Me encanta, es justo lo que quería. Tenías razón, hay gente muy interesante. Lo único que todavía me cuesta declarar, entre familia y amigos, es dónde trabajo específicamente. A los menos preguntones les digo simplemente “una fundación de políticas públicas”. Igual le estoy tomando cierta simpatía a Macri, me parece rescatable que el tipo tenga un grupo de gente, como M., para que lo asesore. En fin, estoy realmente entusiasmada.

¿Cómo llegué al PRO? Ahí está mi respuesta. Quería ir a hacer un master en políticas públicas afuera, surgió esta posibilidad, consulté con colegas que respeto, me dijeron avanti y una década después estaba en Plaza de Mayo con la remera de “El Gato la da vuelta”. Entré a pesar del PRO y terminé con la camiseta literalmente puesta. Por eso para mí el PRO es, antes que nada, un conjunto de gente con ganas de profesionalizar la función pública y no dejar a la política en manos de los sospechosos de siempre. Personas con ganas de transformar, de hacer y con vocación de poder. Ese último rasgo me parece clave. Nunca quisimos ser un partido declamativo o la oposición permanente que vive de levantar el dedito: queremos hacernos cargo. 

Bueno, dirán algunos: ahora están complicados. Porque son y no son. Por un lado, están los ex funcionarios de Macri arreglando la macro, pero también está Scioli sosteniendo un Previaje indefinidamente. Está Sturzenegger, garantía de tongo-free, pero también hay otros cuidando kioscos. Está Patricia en Seguridad, pero también están, según datos del Jefe de Gabinete, casi 1.900 funcionarios de la gestión anterior en cargos de alta dirección. Están, entonces, en un no lugar. Salgan a diferenciarse, urgen algunos, a marcarles la cancha. 

Nadie te para en la calle a pedirte que el PRO se vaya a hacer un retiro espiritual para redefinir su identidad y filosofar sobre el futuro.

¡Calma! Estamos haciendo lo que hay que hacer. Apuntalar a un gobierno que asumió en debilidad absoluta y evitó una hiperinflación es un deber. Incluso, diría, un mandato de nuestros votantes. A los dirigentes del PRO, la gente por la calle les dice “métanse para ayudar al presidente, que está solo, no tiene equipo”. La gente demanda cambio y que mejore su vida. Nadie te para en la calle a pedirte que el PRO se vaya a hacer un retiro espiritual para redefinir su identidad y filosofar sobre el futuro. 

Por eso digo esto: la fragilidad económica y política de la Argentina actual demanda un PRO más responsable, equilibrado y profesional que nunca. Que no se deje llevar por pasiones ni aspiraciones personales, que recupere el método y que vuelva a ser un lugar convocante para dirigentes con vocación de transformar y de profesionalizar la gestión pública. 

La macro es sagrada

Deseo profundamente que este gobierno logre ordenar la economía. Blanqueo dos sesgos que tengo: soy economista y pasé por la Secretaría de Comercio y por el Ministerio de Hacienda durante la presidencia de Macri. Vi cómo limaban nuestra gestión a diario. Desde las operaciones orquestadas hasta los economistas comentaristas. No puedo no empatizar con el actual secretario de Hacienda cuando viene a exponer al Congreso, donde muchos legisladores viven en un mundo de fantasía, con poco o ningún apego por la restricción presupuestaria.

También compadezco a colegas que están hoy en el Ministerio de Economía, con algunos de ellos nos tocó estar en la trinchera en otros tiempos. Los conozco, sé del esfuerzo que están haciendo. Sé lo difícil que tuvo que haber sido para el secretario de Comercio quitar el primer día todas las licencias no automáticas, algo que venimos militando apasionadamente desde acá. ¡Cómo no voy a querer que les vaya bien! Además, bajar la inflación atacando el problema central, el desequilibrio fiscal, era nuestra propuesta. Bancar es ser consecuentes con lo que pensamos y lo que prometimos en la campaña. Después surgen matices en cómo hacerlo, claro. Pero creo que no es momento de marcarlos públicamente.

Por último, están los que desean que les vaya bien, pero sus egos o su incontinencia verbal les impiden hacer un poco de silencio.

Porque el ordenamiento de las cuentas públicas todavía enfrenta varias amenazas. Por un lado, el potencial hastío de la gente: la tolerancia a medidas antipáticas se va a acabar. Después están los que quieren que este gobierno fracase y trabajan para que eso ocurra. Son tan obvios que por ahora generan el efecto contrario: cuando la gente los escucha, la popularidad de Milei crece. La tercera amenaza son los que en privado desean que el Gobierno fracase, pero en público se jactan de darle las herramientas (cero leyes hasta ahora) mientras señalan todas las diferencias y aprovechan la fragilidad parlamentaria para empujar proyectos con costos fiscales que obstaculicen la estabilización y limen la popularidad del Gobierno obligándolo a vetar cosas. Estos son los más peligrosos. Por último, están los que desean que les vaya bien, pero sus egos o su incontinencia verbal les impiden hacer un poco de silencio. Es decir, los que quieren figurar y atajarse por si sale mal y decir: yo avisé y no me hicieron caso. 

Tenemos que estar atentos para no contribuir a esas últimas dos amenazas. Que el ansia por diferenciarnos no nos haga pisar el palito y terminemos, sin querer, siendo una piedra en el camino del ordenamiento macroeconómico, deuda histórica y estructural de la política argentina del último siglo.

¿Qué somos?

Esta idea de que tenemos que salir a diferenciarnos me molesta bastante. ¿Desde cuándo nos tenemos que definir a partir de otros? Hagamos lo que creamos que tenemos que hacer. Nos definimos a partir de lo que hicimos y de lo que hacemos. Ya fuimos gobierno. No hace falta, por ejemplo, salir a decir que nosotros no haríamos tal o cual cosa en política exterior.

Básicamente, hicimos una política exterior profesional y sin improvisaciones. Lo mismo en todas las áreas: infraestructura, turismo, educación. En todo buscamos una gestión profesional, intentando sumar a los mejores. ¡Ah, pero perdieron! Sí, sí, soy la primera en decir que sin macro no hay micro y que tener ideas claras y defenderlas es fundamental. Pero la macro es compleja y si tenés vocación de poder en una democracia tenés que ceder y a veces gobernar con coaliciones que tienen matices. Matices que, de hecho, este Gobierno entiende. El consejo económico del presidente tiene cuatro empresarios, de los cuales uno es de los mayores exponentes del proteccionismo en Argentina. Pero para generar cambio genuino, además de las ideas y la batalla cultural, hace falta la gestión. Si no, corrés el riesgo de anunciar con bombos y platillos el cierre de Télam y el Inadi y, por incapacidad, no poder ejecutarlo. O peor, la falta de equipos profesionales te puede llevar a nombrar en organismos clave, como la AFIP y la Aduana, a funcionarios que acaban de ser desplazados de sus cargos por sospechas de corrupción. 

Porque en gran medida no nos toca hacer, nos toca el parlamento. Donde la gente ‘parla’, no ejecuta.

Por eso vuelvo a lo que me convocó al PRO: su gente. Creo que nuestro rasgo más distintivo es que somos un lugar que atrae a personas que, además de creer en las instituciones y la transparencia, creen en la transformación, en hacer las cosas de manera profesional y en equipo. Nos mueve hacer y mirar para adelante.

Si somos los del hacer y la transformación, es natural que estemos atravesando un momento incómodo. Porque en gran medida no nos toca hacer, nos toca el parlamento. Donde la gente parla, no ejecuta. Por eso no deberíamos esperar a que el PRO despliegue su identidad en el Congreso. Hacerlo puede ser peligroso, porque ante todo, somos responsables. Vuelvo al principio: un aspecto esencial para que Argentina salga adelante es ordenar la economía. Con aciertos y diferencias, este gobierno está tratando de hacerlo y nosotros, genuinamente, queremos que lo consiga.

Eso nos obliga a ser juiciosos en el despliegue parlamentario, porque el PRO tiene menos de 40 diputados. Para mostrar nuestra identidad, ¿deberíamos pedir sesiones especiales para tratar proyectos que nos identifiquen con nuestro electorado? Poder se puede, pero es peligroso. El radicalismo mostró esta semana que aliándose con el kirchnerismo puede lograr un titular en los diarios que los identificaba con la lucha por la educación. ¿A qué costo? Lo veremos próximamente. Levantar banderas llevando proyectos a un recinto fragmentado o proponer sobre tablas es una irresponsabilidad. Nunca se sabe en qué termina. En el Congreso debe primar la responsabilidad: ver el bosque, no el árbol.

La energía del PRO, por lo tanto, debería estar puesta en construir para el futuro.

La energía del PRO, por lo tanto, debería estar puesta en construir para el futuro. Si el Gobierno logra bajar la inflación y ordenar las cuentas públicas, recién estaríamos resolviendo algo de la agenda del siglo XX. Apenas algo de normalidad. Pero estamos en el siglo XXI, donde los desafíos son otros y gigantes: la agenda digital, el futuro del empleo, las nuevas tecnologías. Temas de una complejidad enorme que van a requerir de muchos profesionales para definir las políticas públicas necesarias. Ahí tenemos que trabajar: en apuntalar la gestión de los intendentes y gobernadores del PRO, para que sean ejemplares, y en encontrar y formar a futuros intendentes para que ganen elecciones. Preparar futuros cuadros en general, que puedan transformar el país desde la gestión.

Me deprimiría, en cambio, si empezamos a hacer esas tertulias de gente con mano en la pera para elucubrar qué somos, qué fuimos, qué debemos ser. La meta no es ser un partido centenario, ni que décadas más adelante nietos y bisnietos puedan afiliarse al PRO y cantar los mismos himnos fundacionales que sus abuelos. La pregunta siempre fue una: ¿para qué? Para qué queremos ser. Para qué tiene que existir el PRO. El PRO nunca fue un fin en sí mismo, siempre fue un medio para transformar la Argentina en el país en el que queremos que nuestros hijos puedan y elijan vivir. El para qué está clarísimo y el rol del partido también. Con método, con profesionalismo, con responsabilidad y sin mezquindades, tenemos que ser el lugar que convoque a quienes creen en la restricción presupuestaria, pero también en el cambio climático, la Justicia independiente, las instituciones, el cambio tecnológico, la integración al mundo, la libertad en todos los órdenes de la vida. Tenemos que aprovechar esta ventana de oportunidad de cambio que se vuelve a abrir para nuestro país.

Perdimos mucho tiempo. Ahora a laburar.

 

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Daiana Molero

Economista. MC/MPA Mason Fellow en Harvard Kennedy School. Pre-candidata a diputada nacional (CABA). Ex subsecretaria de Programación Microeconómica.

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