LEO ACHILLI
Domingo

Fútbol para todas

Aunque parecía impensable hace un par de décadas, el fútbol femenino ya es un práctica socialmente arraigada y se va convirtiendo en un espectáculo deportivo de primer nivel.

No podemos hablar de escritoras —igual que no podemos hablar de mujeres en ningún ámbito distinguido del reconocimiento humano— sin aludir a lo invisible.
Tillie Olsen, Silencios

Desde luego, por más que cambiemos de medio, de género de vida, nuestra memoria, al retener el hilo de nuestra personalidad idéntica, une a ella, en las épocas sucesivas, el recuerdo de las sociedades en que hemos vivido, aunque sea cuarenta años atrás.
Marcel Proust, El tiempo recobrado

 

En 1966, Inglaterra le ganó a Alemania la final del mundial de fútbol en Wembley. Yo tenía entonces 15 años y ya padecía de una manía que me acompaña: la de ver fútbol, analizarlo y juzgarlo como si fuera una obra de arte, atribuyéndole méritos y deméritos a los partidos, a los equipos y a los jugadores. Creo que fue por culpa de la peluquería de la esquina, donde hacia fines de los ’50 compraban El Gráfico, dirigido entonces por Dante Panzeri. Sus artículos fueron el primer ejemplo que conocí de crítica como género literario. Panzeri renunció en 1962, pero yo seguí fiel a la revista y, en 1966, cuando seguí apasionadamente el mundial por radio en directo y por televisión en diferido, compraba El Gráfico y discutía mentalmente con sus periodistas la calificación que les ponían a los jugadores.

De ese mundial que ganaron los ingleses se recuerda la expulsión de Rattín, el gol que convalidó el juez de línea soviético y los goles de Eusebio, Bobby Charlton y Artime. Pero yo recuerdo, además, que El Gráfico le puso un 10 a Ermindo Onega en el debut de Argentina contra España y que coincidí ampliamente con esa calificación (que tal vez haya sido la mejor de un argentino en mundiales hasta Maradona en 1986). De los redactores de esa camada, mi favorito era Julio César Pasquato (a) Juvenal, hincha de River como yo, aunque no se notaba en sus comentarios. Años más tarde, descubrí que había una revista francesa llamada Cahiers du cinéma, que para la época en la que yo oficiaba de periodista deportivo imaginario también calificaba las películas. Creo que cuando, 25 más tarde, se me ocurrió que hiciéramos lo mismo en El Amante, tenía en la cabeza los Cahiers de los años ’50, pero también El Gráfico de los ’60. Y, ahora que lo pienso, la idea de usar un seudónimo como crítico de cine, bien puede haber sido un homenaje a Juvenal.

En cualquier caso, desde esos años en los que mi juicio estético se educó con El Gráfico, no puedo ver fútbol si no es en esos términos. Por eso cada vez me interesaron menos la camisetas y detesto a los que relatan o comentan partidos a partir de pasiones nacionalistas o de los resultados: es como juzgar las películas por el origen o por las recaudaciones. Así como en el cine uno trata de discriminar directores o actores, en el fútbol la gracia es entender quiénes juegan mejor, saber identificar a los jugadores que demuestran más talento, destreza y visión.

Así como en el cine uno trata de discriminar directores o actores, en el fútbol la gracia es entender quiénes juegan mejor, saber identificar a los jugadores que demuestran más talento, destreza y visión.

Si pienso cómo era la sociedad durante los años de mi iniciación futbolera se me ocurren algunas diferencias con la actual. Ahora las peluquerías masculinas se llaman barberías aunque nadie se afeita en ellas y la gente se viste distinto. Entonces no había teléfonos celulares, lámparas LED ni computadoras personales. Y tampoco había fútbol femenino. Pero mientras que los avances tecnológicos parecían posibles, el fútbol jugado por mujeres le resultaba a la mayoría (al menos a la mayoría de los hombres) un absurdo o una extravagancia. Me incluyo: no creo haber oído hablar de fútbol femenino hasta muchos años más tarde y no consigo ubicar en la memoria una sola imagen de una mujer pateando una pelota. Supongo que si me preguntaban mi opinión, hubiera contestado que las mujeres no eran capaces de jugar por una cuestión anatómica (?), pero que tampoco les interesaba.

En 1976, se estrenó una película con Lee Marvin y Kay Lenz llamada The Great Scout & Cathouse Thursday, que en la Argentina se llamó Los aventureros del oeste. Allí figura el chiste más misógino que yo haya escuchado. El film es una especie de western grotesco, muy chancho, que transcurre en 1918. Un personaje comenta que uno de los candidatos a presidente propone darle el voto a las mujeres y el otro le contesta: “No veo para qué, sería lo mismo que darles el derecho de mear paradas”. Creo que en 1966 yo no estaba lejos de pensar algo parecido sobre el derecho de las mujeres a jugar al fútbol. Ahora, cuando camino por la playa en el verano y veo a una mujer que le pega bien a la pelota, que la puede bajar, que cabecea o la toca con precisión, todavía me sorprendo y me quedo mirando como si fuera un fenómeno de circo. La infancia no me preparó para esa experiencia.

En 1919, pese a todo, se sancionó el voto femenino en Estados Unidos. En 1921, el fútbol femenino se prohibió en Inglaterra aduciendo razones higiénicas y morales (eso dice la Wikipedia, pero las desconozco). No es que una ley lo establecía, sino que The Football Association (la AFA inglesa) dispuso que no se disputaran partidos de mujeres en las canchas de los equipos afiliados. Eso hizo que, hasta mucho más tarde, fuera imposible organizar una liga de fútbol femenino (ni hablar de una liga profesional) aunque las mujeres ya jugaban desde el siglo XIX y lo habían hecho asiduamente durante la Primera Guerra, aunque yo no me había enterado. Si bien la prohibición fue un duro golpe, las mujeres siguieron jugando en los márgenes aunque no tuvieran canchas decentes en las que jugar ni atención de la prensa. La prohibición inglesa seguía vigente en 1966, cuando se jugó el Mundial y recién se levantaría en 1971. Tiendo a creer que en la Argentina, donde no estaba prohibido pero nadie hablaba de él, el fútbol femenino era al menos tan difícil como en Inglaterra.

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En 2022, Inglaterra le ganó a Alemania la final del campeonato europeo femenino en Wembley. Desde aquella copa de 1966, la selección inglesa no había ganado nada, ni en hombres ni en mujeres. Las mujeres lo hicieron después de que los hombres perdieran la final contra Italia un año antes. Más de 11 millones de espectadores vieron el partido y podría decirse que fue el gran salto hacia adelante, el reconocimiento definitivo del fútbol femenino en Inglaterra. Simultáneamente, la Argentina salía tercera en el torneo sudamericano de mujeres jugado en Colombia y se clasificaba para el mundial a celebrarse el año que viene en Australia y Nueva Zelanda. Pero la ficción se había adelantado.

En 2002 se estrenó Bend it like Beckham, una comedia inglesa escrita y dirigida por Gurinder Chadha, una mujer de origen indio (más precisamente sikh) nacida en Kenia, que cuenta la historia de Jess Bhamra, una chica india que quiere jugar al fútbol en los suburbios de Londres y tropieza con la oposición familiar mientras se disputa con su amiga blanca al entrenador del equipo del que ambas están enamoradas. No la vi en su momento, porque aún no me había interesado en el fútbol femenino ni en el cine inglés. Lo primero ocurriría recién unos quince años más tarde, pero me temo que lo otro es definitivo. Bend it like Beckham tiene ingenio y buen humor. Es un crowd-pleaser en el que la chica realiza su vocación, triunfa el amor y las dos amigas se van a jugar becadas a Estados Unidos, donde el fútbol femenino está mucho más desarrollado y hasta tienen posibilidades de jugar profesionalmente. Bend it like Beckham es tan tolerante que no sólo deja bien parado al personaje gay sino a las madres prejuiciosas que aceptan el lesbianismo siempre que no sean sus hijas las que lo practican. Entre tanta melaza, hay una escena que me gusta mucho y es la primera. Allí se ve un partido del Manchester United en el que David Beckham tira uno de sus centros combados y en el segundo palo llega a cabecear al gol una debutante llamada Jess Bhamra, a la que Gary Lineker y John Barnes califican desde los estudios como una gran promesa del fútbol inglés. Desde luego, se trata de un sueño de Jess, pero está muy bien trucado y sugiere que el fútbol es uno solo, más allá de razas y géneros.

Fútbol para todas

¿Pero es el fútbol uno solo? Una nota de Jen Offord publicada en The Guardian sugiere que el de los hombres y el de las mujeres pueden ser dos deportes distintos. Como seguidor de la Premier League, suelo leer las páginas deportivas de The Guardian, un diario británico progresista hasta la caricatura. Aunque la sección de deportes tiene el sesgo ideológico del resto, hay mucho material interesante. The Guardian fue parte de la construcción de una épica en torno al fútbol femenino. Desde hace un tiempo, le viene dedicando casi tantas notas como al masculino y el torneo europeo fue la ocasión perfecta para que esa épica tomara vuelo. La nota de Offord, una de las tantas que el diario publicó con un contenido casi idéntico, es ambigua. Por un lado, sugiere que con un tiempo suficiente, las mujeres van a desarrollar sus destrezas como para que los partidos sean tan ricos como los de los varones. Pero, por el otro, sospecha que lo mejor que le podría pasar al fútbol femenino sería permanecer aparte para favorecer su desarrollo, en lugar de sufrir una eterna comparación en la que las mujeres están en desventaja porque tienen menos fuerza y menos velocidad para correr, saltar, chocar y pegarle a la pelota.

A modo de compromiso entre las dos ideas, Offord y otros comentaristas de The Guardian afirmaron a diario durante la Euro que las mujeres tenían un par de cosas que enseñarles a los hombres en la materia: por lo pronto, eran más leales para jugar, pegaban menos patadas y apenas protestaban o simulaban como hacen constantemente los hombres. Y también sostiene Offord que a un deporte menos violento corresponden espectadores más civilizados. Con tribunas pobladas por hombres y mujeres en igual número, hubo en las canchas (con entradas más baratas) más familias, menos peleas y menos gente alcoholizada, mientras que bajó notablemente la edad promedio de la concurrencia en relación al fútbol masculino. Aunque hoy lleve mucha menos gente en los partidos de liga, el fútbol femenino puede ser un deporte para todos, tanto participantes como espectadores. Pero lo cierto es que la era de la invisibilidad había terminado.

La épica creada en Inglaterra alrededor de la Euro logró reunir el nacionalismo con el progresismo.

La épica creada en Inglaterra alrededor de la Euro logró reunir el nacionalismo con el progresismo. Todas las victorias deportivas tienen su épica particular. En la victoria de 1966, Inglaterra le volvía a ganar una guerra a Alemania, pero esta vez gracias al deporte de la case trabajadora. En la de 2022, al inevitable patriotismo y al concomitante feminismo, se agregaron otros factores. Uno fue que las chicas inglesas, dirigidas técnicamente por una mujer (solo seis equipos estaban entrenados por mujeres, pero dos de ellos llegaron a la final), habían logrado lo que se les había negado a los varones. La euforia progresista ocultó en parte que las seleccionadas inglesas eran casi todas blancas (tampoco se dijo demasiado sobre la prohibición que subsiste en muchos países musulmanes), pero se afirmó en la diversidad sexual. A diferencia del fútbol masculino, donde la homosexualidad sigue siendo un tabú, y aunque no se explicitó durante las transmisiones, al menos siete jugadoras de la selección inglesa proclamaron oficialmente ser lesbianas, incluyendo a Beth Mead, la goleadora del torneo, elegida además como la mejor jugadora. El fútbol femenino sirve en teoría a la causa del empoderamiento, una palabra de izquierda si las hay, aunque lo que el fútbol femenino tiene para ofrecer como fenómeno social es algo mucho más interesante: además de una conquista de derechos, hace que el mundo sea más amplio para las mujeres, pero también para los hombres que nacimos en una cultura más intolerante. El fin de la invisibilidad tiene un efecto mucho más simple que su versión ideologizada: de aquí en adelante, y como ya viene sucediendo, a muchas más mujeres se les va a ocurrir que el fútbol puede formar parte de sus vidas.

En 2017 se estrenó en el Bafici una gran película, Hoy partido a las tres, de la directora correntina Clarisa Navas. El escenario no es el de un club con todas las comodidades como el de Bend it like Beckham, sino una cancha precaria y embarrada en la que se disputa un torneo organizado por el político local que aporta las camisetas. Aquí no hay padres, no hay riqueza (ni siquiera el confort de clase media de la familia Bahmra), la tensión y las peleas son permanentes, el lesbianismo de las jugadoras es la regla mucho más que una excepción a lo sumo tolerada. Maca, la protagonista, es la mejor jugadora de un equipo que termina definiendo la final por penales y a ella le toca errarlo. También erraba un penal decisivo Jess Bahmra, pero desde luego se sobreponía a la circunstancia. Aquí la tristeza final de Maca es terrible como suele ser la derrota en el deporte, donde esos momentos no se olvidan. Los partidos están bien filmados, con planos largos, y no hay que ocultar que la protagonista, como ocurría en Beckham, no tiene idea de lo que era la pelota. Hoy partido a las tres es una película sobre un mundo vital, apasionado y secreto pero es, ante todo, una película de fútbol. Tal vez la prueba que yo necesitaba de que el fútbol es también para las mujeres, no sólo porque pueden adquirir habilidad y potencia sino porque son capaces de entender y querer el juego de un modo profundo, como es el caso de Navas.

Paladar negro

A nivel personal me faltaba, sin embargo, una última prueba. Como dije más arriba, no puedo entender el fútbol sino como crítico. Y un problema del fútbol femenino es que está blindado contra la crítica como están blindadas las películas nacionales que se presentan en un festival internacional. Quienes comentaron para América Latina los partidos de la Euro, se dedicaron a desparramar elogios y silenciar reparos. El colmo fue la transmisión de la final, cuya relatora era una mexicana que nunca había visto un partido, que era incapaz de entender lo que era una falta y hasta se equivocaba cuando señalaba el número de las jugadoras. Su función consistía en decir cada dos frases que todo era maravilloso, como si estuviera vendiendo un cosmético. Este tipo de condescendencia no es lo que va a acercar el fútbol femenino a los que conocen el masculino. Más bien contribuye a etiquetarlo como una cosa para chicas y alojarlo en un gueto.

Yo había espiado algo del mundial femenino de 2019 que se jugó en Francia y ganó Estados Unidos, pero me aburrí mucho. Me preció un espectáculo futbolístico flojo, donde las jugadoras se esforzaban por correr más que por jugar, la destreza era limitada y el juego completamente estático. Les costaba horrores hacer un gol. De modo que volví a decretar que el fútbol femenino no era para mí. Pero este año, tal vez por leer demasiado The Guardian y contagiarme del clima, después de que Inglaterra le ganó ocho a cero a Noruega, me asomé a la copa aunque no sin escepticismo. Encontré un fútbol mejor del que esperaba. Es cierto que la falta de potencia física y de velocidad se sigue notando; es cierto que a las arqueras les cuesta salir y no llegan a los tiros cerca del travesaño, pero eso se compensa con que los tiros no son demasiado potentes (con excepciones como el de la neerlandesa Daniëlle van de Donk contra Portugal); y también es cierto que la falta de esa repentización en espacios reducidos hace que escaseen los túneles y los lujos. Pero vi un progreso claro en un aspecto: la visión del juego que permite toques certeros y pases oportunos que facilitan la fluidez y la movilidad ofensiva; vi pocas pifiadas, tiros a cargar y pelotas sin destino porque el entrenamiento mejoró el criterio para jugar, así como el tiempo de respuesta individual y colectivo.

Vi un progreso claro en un aspecto: la visión del juego que permite toques certeros y pases oportunos que facilitan la fluidez y la movilidad ofensiva.

Pero también necesitaba identificar esas virtudes más o menos colectivas con nombres individuales, encontrar a las jugadoras que invitan a que las sigamos en los partidos siguientes y a desear que sus intervenciones sean fructíferas. Me interesaron en particular dos jugadoras. Una fue la española Aitana Bonmatí, una mediocampista del Barcelona (campeón europeo de clubes) que parece moldeada en el juego de los históricos Iniesta y Xavi. A Aitana le falta contundencia física, al igual que le faltó a su selección frente a las inglesas y las alemanas que la derrotaron, pero tiene el partido en la cabeza y hace, como suelen decir los comentaristas, lo que le pide cada jugada. Otra, mi jugadora favorita, fue Ella Toone, una inglesa que llevaba el número 20 y solía entrar hacia la mitad del segundo tiempo porque la metódica Sarina Wiegman hizo algo que yo nunca había visto: dispuso el mismo equipo titular en los seis partidos que disputó su equipo. La vi jugar a Toone contra Irlanda del Norte y me llamó la atención alguna cosa suelta, de esas que me suelen hacer pensar “éste juega”. Así que la miré con atención contra España en los cuartos de final y no me defraudó. Fue la autora del gol del empate cuando Inglaterra estaba a punto de quedarse afuera. La pelota quedó suelta cerca del arco después de una serie de rebotes y Toone le pegó con cierta desprolijidad pero sin demora con la cara externa del pie y sorprendió a la arquera española. En la final, cuando entró me ilusioné con ver algo grande.

Y ocurrió. A los 62 minutos, Toone fue la autora del primer gol inglés. La mediocampista Keira Walsh (a la que también le vi algunas cosas notables) le tiró un pase en profundidad, Toone arrancó cerca del medio campo, acomodó la pelota con un toque y, cuando salía la arquera, se la tiró por arriba con un toque elegante y perfecto (el gol tuvo algo del de Angel Di María contra Brasil en la final de la Copa América). Hacer ese gol en una final, elegir el momento justo y la definición adecuada con esa tranquilidad es propio de cracks. Fue el gol del torneo, pero los despistados expertos de la FIFA lo eligieron como el décimo en su selección de diez (una selección que, de todos modos, vale la pena ver).

“Cuando estaba en la escuela primaria, era mejor que la mayoría de los varones, así que no me podían decir nada”.

Me dio curiosidad dónde había aprendido Toone, que nació en 1999, a hacer esos goles y me encontré con un par de viejas entrevistas en la web. En una le preguntaban si alguna vez había tenido problemas por ser mujer. “Nunca me pasó que me descalificaran por ser una chica. Cuando estaba en la escuela primaria, era mejor que la mayoría de los varones, así que no me podían decir nada”. También cuenta que es de una familia muy futbolera  de Manchester, hincha del United, club en el que empezó a jugar y al que volvió cuando se armó el equipo profesional. En cuanto a sus comienzos, el padre era entrenador de un equipo del barrio. Ella iba con él a los partidos y se quedaba pateando con los hijos de los jugadores. Un día, alguien le preguntó al padre: “¿La viste jugar a tu Ella? El padre se dio cuenta de que era muy buena y la mandó al equipo femenino. Como hincha del United, creció admirando a Cristiano Ronaldo, pero hoy mira a Bruno Fernandes, en definitiva su compañero de equipo, que bien podría haber hecho los dos goles de Toone en la Euro.

Se me ocurrió preguntarle a Clarisa Navas, que nació en 1990, cuándo había empezado a jugar y su historia resultó muy parecida a la de Toone. “Si bien fue en Corrientes en los años ’90 y no se acostumbraba mucho a que las mujeres jueguen, al fútbol me llevó mi papá. A él no le importaba. Cuando iba a jugar, yo lo acompañaba y me quedaba al costado de la cancha con los hijos de sus colegas. Era un mundo de varones, nomás. Ahí aprendí. Y me empezó a gustar cada vez más. Mi papá es muy competitivo y siempre me incentivaba para que mejore, así que después les ganaba a todos los nenitos y mi papá festejaba”. Clarisa no llegó a ser jugadora profesional, pero como cineasta siempre supo de lo que hablaba. Le hablé de la Euro y de Toone, ella me contó que en el sudamericano femenino se vio también un notorio progreso. Me dijo que desde que filmó la película había más apoyo de los clubes y de los gobiernos y la AFA había armado la liga profesional. Al final, le pregunté qué opinaba de Bend it like Beckham. Me contestó: “Y… le falta fútbol”. Entre futboleros nos entendemos.

 

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Quintín

Fue fundador de la revista El Amante, director del Bafici y árbitro de fútbol. Publicó La vuelta al cine en 50 días (Paidós, 2019). Vive en San Clemente del Tuyú.

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