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Fito Páez hace un mes en el Museo del Prado y su exégesis de Vuelo de brujas de Francisco de Goya, cuadro que según él dialoga con los personajes de Novela, su último disco. En paralelo, una nota de tapa en la edición española de Rolling Stone donde se tira con todo contra el reggaetón: “El reggaetón no tiene obra. No es un género que tenga ni historia… Al reggaetón lo desaparece Mozart, lo desaparece Bach, ni siquiera nosotros. Sobre todo, es una música misógina, atrasa la aguja. A las chicas progresistas les digo: ‘No bailen reggaetón, boludas. Porque todo contra lo que vos estás peleando, está escrito ahí’”. Enseguidita, un discurso en Berklee para presentar parte de su ensayo La música en tiempos de demencia masiva, de próxima aparición. Luego, un paso por la Charly García corner de Nueva York, donde el bigote bicolor se sacó la foto de tapa de Clics modernos o, como rezaba el grafiti original y como pronuncia Páez: Modern Clix. “Aquí fue el escenario donde Charly crea este álbum que cambia la música argentina para siempre y creo que gran parte de la estética moderna de los años 80, en definitiva, del Siglo XX”, dice, cual guía turístico. Para finalizar el tour, una visita a la Biblioteca del Congreso en Washington D.C., donde, en el marco de una distinción por su disco La conquista del espacio (2020), tocó el piano que perteneció a George Gershwin,“uno de mis compositores favoritos de todos los tiempos”.
¿Demasiada sobreexposición para un músico pop? Si tenemos en cuenta que la primera frase del primer disco de Páez es “Nací en el 63”, y que a partir de ahí su carrera puede ser vista como un gran reality show sobre su vida, mucho antes de que el concepto se hiciera popular tras Gran Hermano, estamos ante algo normal, y mucho más en esta época de redes sociales. Páez siempre se preocupó por contar su historia a su antojo en relatos oficiales extra musicales como la miniserie sobre su vida o su primer volumen de memorias, y en los no autorizados también. Tanto es así, que es vox populi que el propio Páez intervino en la biografía suya que firmaron Enrique Symns y Vera Land, y sacó un par de capítulos. Hace no mucho dijo: “Cuando le preguntaron a Lennon ‘¿Por qué hablás siempre de vos?’, contestó: ‘Porque es lo único que conozco’. Me parecía genial. La materia autobiográfica es estimulante y empiezan a ponerse máscara sobre máscara, y máscara sobre máscara te vas desintegrando en un sentido, y eso es una tarea fascinante”. Hay que tener autoestima para compararse con el tipo que escribió “There’s a Place”, un veinteañero que, cuando estaba bajoneado o triste, buscaba refugio en su mente, un lugar sin tiempo para estar solo, y así fijar un antecedente para la posterior lisergia carroliana de “Strawberry Fields Forever”. Páez parece tenerla.
Páez se siente en la obligación personal y hasta moral de hacerse cargo del canon y la tradición, algo que nadie le pide ni le pidió.
En cuanto a lo musical, el hippie tardío que asomó en Del 63 (1984) y Giros (1985) dio paso a un dark furioso, producto del horrible asesinato de su abuela y su tía abuela, en Ciudad de pobres corazones (1987) y Ey! (1988). En paralelo a este último registro, Páez comenzó a hablar por aquel entonces sobre Novela, un disco conceptual, con Quadrophenia (1973) de The Who como modelo estético mas no sonoro, que postergó durante casi cuatro décadas hasta su aparición en marzo pasado y que demeó en aquel entonces. Según le dijo a Rolling Stone, cinco canciones de ese demo de 12 (que se encuentra con suma facilidad en la Red) sobrevivieron casi sin cambios y las diecisiete restantes de Novela fueron compuestas en abril del año pasado. Un buen momento para una nueva jugada de un Páez que reclama hoy para sí el Everest actual de Solista de Rock Argentino. Muertos Spinetta, Cerati y Pappo; con Charly y Solari fuera de juego y Calamaro en la suya, pareciera que Páez se siente en la obligación personal y hasta moral de hacerse cargo del canon y la tradición, algo que nadie le pide ni le pidió. Con Novela, sigue con sus empresas megalómanas en forma de largas duración, como la trilogía Los años salvajes (2021), Futurología Arlt (2022) y The Golden Light (2022), discos que antes de ser escuchados ya cargan, por default, con la pesada etiqueta de ser “discos definitivos que nunca serán (re)escuchados”.
En el Páez de los últimos años hay una conducta casi vampírica: se alimenta del brillo ajeno, especialmente de creadores más jóvenes que encontraron su propio modo de ser exitosos. Los convoca, los pone a su lado, como si buscara absorber algo de esa vitalidad, algo que va de la mano con esa citada vocación personal de ocupar lugares hoy desiertos en el panorama de su generación y dentro del rock argentino. Ahí lo vemos con una toma en vivo solo al piano de “El tesoro”, de El Mató a un Policía Motorizado, junto a Santiago Motorizado, cantando con Lali Espósito “Gente en la calle” o convocando a Lorena Vega, la psicóloga de Envidiosa y figura del teatro off porteño, para que ponga su voz a los recitativos que sirven como nexo a la narración que proponen las canciones de Novela. El caso inverso al del artista cachorro que busca la legitimación del consagrado. Una pseudo puesta al día sonora para no quedar afuera de una época de la que reniega, y que también se puede apreciar con sus looks de joggineta fashion, tanto para cantar en vivo como para ser entrevistado: atuendos un tanto impostados para un hombre que pasó las seis décadas de vida.
Elogios garantizados
Todo esto con una reciprocidad entre el músico y la crítica cuanto menos benévola hacia su carrera. Hay pocos casos de reseñas adversas hacia sus discos o sus shows. En el libro Los Corrosivos 1984-1989 Fellini, cantante del combo post-punk banfileño que, según Daniel Melero, es el grupo más importante del rock argentino en los ’80, recuerda una editorial de Federico Oldenburg en la revista Pelo donde criticaba el viraje dark de Páez en Ciudad de pobres corazones. Una nota de Germán Arrascaeta en La Voz del Interior reprobaba la presentación de Circo Beat en La Vieja Usina de Córdoba Capital, más algún texto crítico y humorístico en la desaparecida revista Revolver y una review para nada complaciente también de Circo Beat por parte de Fernando García en Clarín son las que primero vienen a la memoria. Poco más. La sensación es clara: aquellos que escriben o hablan sobre Páez sólo son aquellos que tienen cosas buenas para decir sobre su figura.
En Novela, con sólo escuchar “As de póker” en el demo, canción que luego se transformó en la “Circo Beat” que todos conocemos, suena tentador calificar al nuevo disco como una suerte de spin off de Circo Beat. Algo de eso hay. Pero lo que en el demo suena fresco y dinámico, más allá de las carencias técnicas propias de una grabación amateur y un sonido fechado en el tiempo, en la obra actual suena pomposo, pretencioso y rococó, calificativos que acá no son sinónimos de elogio. Hay ecos de todas las influencias reconocidas por Páez como los Beatles (“Sale el sol”), Prince (“Brujas salen de Prix”), Charly García (“Argentina es una trampa”), el Elvis Costello post new wave (“El vuelo”), el tango (“Julius perdiendo todo”) y hasta ecos de la Electric Light Orchestra (“Cruces de gin en sal”). Hay una historia de brujas que, por más que Páez lo niegue, remite a la saga de Harry Potter del mismo modo que “Lucy in the Sky with Diamonds” y Los Siete Delfines hacen alusión desde sus iniciales al ácido lisérgico.
Hay psicodelia santafesina y circense con una multitud de personajes estereotipados, que suenan antiguos y ochentosos. Y están todos los tics de escritura de Páez, como su habitual spanglish, anterior a la jerga reggaetonera: “Rectitud Martirius, la más bitch del lugar”, en “Universidad Prix”, que remite, claro, al boliche Prix D’Ami, como en “Fue amor”. Hay innecesarias citas pop (“Maldivina es más rubia que Marilyn, Turbialuz va de Ramírez, de negro…”, en “Maldivina y Turbialuz”); los errores conceptuales (decir que una banda post punk tiene un bajo stick en “Jimmy Jimmy”), la crítica al pop de hoy (“Yo te voy a llevar a un paraíso soñado. Tenés que conocer a Charly, a Spinetta y a Sir John Lennon, Power to the People. Hay una música horrible hoy, es una música cero”, en “Súper extraño”), las menciones cinéfilas (“Tito lo pensó, era el Oppenheimer del grupo…”, en “El triunfo del amor”) y las citas históricas (“El pueblo estaba destruido, como la Plaza del 55…”, en “Aceptémoslo”).
Por más que se declare a sí mismo como parte de otro tiempo, juega con las herramientas de la actualidad.
“Esta música está dedicada a los pibes de Goldhawk Road, Carpenders Park, Forest Hill, Stevenage New Town y a toda la gente para la que tocamos en el Marquee y en el Brighton Aquarium en el verano del 65”. ¿Es aplicable una extrapolación del texto de la contratapa de Quadrophenia a Fito Páez y que Novela sea reivindicada por esos seguidores que desde hace años le perdieron la pista? ¿O es que, como dice Richard Coleman, el fan de Páez no escuchó ninguno de sus discos nuevos desde 1994 y por eso sus shows donde revisita de modo completo y en orden sus álbumes hasta Circo Beat son tan exitosos? Más allá de la retromanía, el reality show de Páez continúa y hay que subir el rating del contenido nuevo. Porque por más que haya jugadores históricos como Gastón Trezeguet, siempre puede aparecer un Cristian U o una Furia para desbancar al precursor de su pedestal. El público se renueva, y Fito Páez quiere imaginarlo y moldearlo a su gusto y piacere. Por más que se declare a sí mismo como parte de otro tiempo, juega con las herramientas de la actualidad porque, como dijo el poeta, “lo que está y no se usa nos fulminará”. Hay que ver, claro, como se usa eso que está.
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