VICTORIA MORETE
Domingo

La restricción eterna

Un nuevo libro refresca la interpretación clásica de la izquierda y el nacionalismo sobre el fracaso económico de la Argentina: faltan dólares porque unos señores malos se los llevan.

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Con exportar más no alcanza
(aunque neoliberales y neodesarrollistas insistan con eso)

Francisco Cantamutto, Andrés Wainer y Martín Schorr
Siglo XXI, 2024
208 páginas, $ 19.990

 

Nosotros somos exportadores netos de alimentos y podemos hacer
mucho más de lo que estamos haciendo. Tenemos capacidad para dar alimento a 400 o 500 millones de personas y somos apenas 40 millones.

—Cristina Kirchner en Entre Ríos, 2008

Cuando vine a estudiar a Buenos Aires, hace ya varios años, compartía un departamento en Plaza Italia con un ex compañero del colegio. Algunos meses después de habernos mudado, empezó a tener problemas en el trabajo. Faltaba recurrentemente, llegaba tarde, trataba mal a su jefe. Naturalmente, lo echaron. Al poco tiempo, dejó también la facultad y se gastaba la plata que le mandaban sus padres en ropa y salidas los fines de semana. Sus tardes transcurrían tirado jugando a los jueguitos o mirando tele. Eventualmente, se gastó todos sus ahorros, le debía plata a un par de amigos que le habían prestado los últimos meses y los padres lo amenazaron con no pasarle más plata si no hacía algo con su vida. Una tarde, preocupado, vino a mí: vos que estudiás economía, decime qué hago, tengo un problema, tengo escasez de pesos.

Esta historia es falsa, pero de eso se trata más o menos Con exportar más no alcanza, el libro de tres investigadores del Conicet (dos de ellos sociólogos, uno economista) publicado hace unas semanas. Su eje central es la famosa “restricción externa”: cuando Argentina quiere crecer, dicen los autores, no le alcanzan los dólares para pagar las importaciones que demanda el proceso de crecimiento y, una y otra vez, el país termina en crisis de balanza de pagos. Esta idea no es nueva, surgió en los años ’60 y ’70 de la mano de Marcelo Diamand y Aldo Ferrer, entre otros, y su explicación clásica era que, esencialmente, las exportaciones argentinas de productos agropecuarios no alcanzaban.

Lo que observan Cantamutto, Schorr y Wainer es que no solamente Argentina parecería haber escapado a esta restricción en las últimas décadas sino que, finalmente, hay un consenso entre neoliberales (las tres M: Menem, Macri, Milei) y neodesarrollistas (Kirchner, Massa, ¿Larreta?) sobre que “hay que exportar más”. Lo que ellos llaman el “mandato exportador”. Como interpretan esta declamación como una condición suficiente (no lo es), hacen una buena pregunta: ¿alcanza? No, hay un problema, responden: la restricción externa mutó. Incluso si el país aumenta sus exportaciones y alcanza superávit comercial, como parece haber hecho entre 2003 y 2024, pierde control de las divisas porque hay “nuevos actores, más poderosos y con circuitos de negocios más internacionalizados” que se las apropian y a quienes se les otorgan concesiones “para que vuelvan a hacer los mismos negocios que provocaron las crisis en primer lugar”. Es decir, con exportar más no alcanza porque las divisas se las quedan unos pocos poderosos que después se las fugan.

El libro dedicará dos de sus tres capítulos a un apresurado, simplificado e impreciso ejercicio de historia económica desde la colonia hasta nuestros días.

Para ilustrar este mandato exportador y las insistencias aludidas en el título, la introducción al libro comienza con tres citas sobre el potencial de Argentina como exportador de alimentos, energía, minería y economía del conocimiento. Una de Javier Milei, otra de Mauricio Macri y otra de… Sergio Massa. Llamativamente, como cuando ves una vieja foto recortada donde no está más tu ex, no está la de Cristina Kirchner que cito arriba, que me llevó menos de un minuto encontrar en Google y es prácticamente una combinación de las de Macri y Milei. Como suele decirse en la red antes conocida como Twitter: “Tomá, ahí lo corregí”. Este tipo de omisiones sospechosas van a repetirse a lo largo del libro.

Una economía víctima

Con la restricción externa como eje, mirada a través del cristal de la teoría de la dependencia elaborada por teóricos marxistas latinoamericanos en los ’60 y ’70, el libro dedicará dos de sus tres capítulos a un apresurado, simplificado e impreciso ejercicio de historia económica desde la colonia hasta nuestros días, mechando desarrollos conceptuales para explicar cómo fue mutando la restricción externa a medida que los flujos financieros cobraban más importancia en la economía mundial.

En este relato, Argentina es una economía periférica que padece y depende de los designios de actores poderosos funcionales al poder económico, local o extranjero. Así, “las empresas multinacionales no vinieron al país para potenciar la capacidad industrial exportadora nacional; llegaron para aprovechar mercados cautivos y tomar ganancias”. “Llegaron”, como el hombre a la luna, no hubo nadie que acordó ese arribo ni que pudo abrir esos mercados para que no estuvieran cautivos. (Al margen, hoy, gran parte de la diversificación de nuestra canasta exportadora en manufacturas industriales y servicios se debe a empresas multinacionales.) La formación de activos externos en Argentina reviste un carácter particular en comparación a otros países, dicen los autores, por “la incapacidad que ha mostrado la moneda local para actuar como reserva de valor”. No les parece relevante mencionar en todo el libro que quizás algo de esto tenga que ver con mantener un déficit fiscal crónico financiado con emisión monetaria o con reprimir el sistema financiero induciendo tasas de interés reales negativas.

En la explicación del deterioro de la balanza comercial energética desde 2011, subrayan “la reticencia marcada [de las empresas] a realizar inversiones en exploración dentro del país”, pero no hay ni una sola mención a las importaciones de gas o el atraso de tarifas que rompió el sector. Más en general, el empeoramiento de la situación externa entre 2003 y 2015 se debió a “diversos motivos que se unificaron en el carácter internacionalizado y financierizado del poder económico que operaba en el país”. Durante el gobierno de Cambiemos, se quiso “revivir el pasado a través de la etapa agroexportadora, aunque, esta vez, agregando valor” en “una especie de metáfora botánica para todo un país”. Se ve que definitivamente no encontraron la cita de Cristina. En 2019 “se introdujo como novedad el fomento de políticas sectoriales desde el Ministerio de Desarrollo Productivo” (énfasis agregado). Como si ninguno de los gobiernos kirchneristas o de Cambiemos hubiesen implementado políticas sectoriales, algo que cualquiera puede verificar buscando en Internet. Entonces, por ejemplo, la ley de impulso a la economía del conocimiento “fue aprobada en 2020”, sin mencionar que eso fue apenas una enmienda del régimen aprobado en 2019. Podría seguir, pero es aburrido. Mejor comprar un par de buenos libros de historia.

Los sospechosos de siempre

Habiendo construido su visión de lo que le pasó a la Argentina hasta 2019, Con exportar más no alcanza va a detenerse en desarrollar el concepto de “mandato exportador”. Cantamutto, Schorr y Wainer coinciden con neoliberales y neodesarrollistas en que integrarse al mundo no está mal, pero difieren en cómo hay que hacerlo. Por un lado, nos dicen, los neoliberales quieren reforzar la especialización basada en los recursos naturales “sin contemplar la capacidad creativa de alterar dicho patrimonio” y no están preocupados por la distribución del ingreso ni la creación de empleo. Esto ridiculiza no solo más de 50 años de literatura académica “neoliberal” (algo lamentable viniendo de autores que advierten desde el inicio “nos dedicamos a hacer ciencia”) sino también extensas discusiones e iniciativas públicas para fomentar la inserción internacional de Argentina. Por otro lado, los neodesarrollistas sí se preocupan por estas cosas, tienen buenas intenciones (aunque hayan prohibido las exportaciones de productos agropecuarios en reiteradas ocasiones, con costos en términos de dólares y empleo; tampoco se menciona en todo el libro), pero no han logrado reeducar al empresariado para transformarlo en una “burguesía nacionalista y desarrollista”. Así, no pudieron limitar a los actores poderosos y se resignaron: “Démosles lo que quieren, tomemos lo que podamos, y veamos si con eso podemos cambiar algo”. De esta manera, se apropiaron ellos también del mandato exportador.

Así llegamos a los culpables últimos y subyacentes de la restricción externa, palmo a palmo con los neoliberales: los actores poderosos, la cúpula empresarial, para la cual “el mercado interno no juega un rol dinámico, sino que está más bien interesada en el comercio exterior y en la obtención de prebendas estatales” para apropiarse de los recursos y girarlos al exterior. Esta caracterización es algo curiosa en Argentina, un país que se ha caracterizado por un claro sesgo anti-exportador, sin precisamente tratar bien a sus grandes exportadores, y que tiene una de las economías más cerradas del mundo, donde gran parte de la cúpula empresarial que no exporta obtiene rentas extraordinarias derivadas de la protección.

Así llegamos a los culpables últimos y subyacentes de la restricción externa, palmo a palmo con los neoliberales: los actores poderosos, la cúpula empresarial.

¿Cómo salimos de esto? ¿Cómo superar la restricción externa? El program que propone el libro incluye tres pilares: en primer lugar, avanzar “simultáneamente en un proceso selectivo de sustitución de importaciones que permita reducir la dependencia tecnológica”; luego, que el Estado absorba “una parte mayor de la renta extraordinaria procedente de la explotación de recursos naturales que dispone nuestro país (por ejemplo, para redistribuir el ingreso o financiar un programa de desarrollo industrial)”; y finalmente, arbitrar “los medios para reducir las salidas de divisas de carácter financiero y alterar la composición de la cúpula empresarial”. Lo traduzco: proteger u otorgar concesiones y poder a sectores y actores seleccionados de la industria manufacturera, aumentar o aplicar retenciones a las exportaciones agropecuarias, mineras, forestales y de energía, e introducir controles de capitales.

A los lectores de 50 años o más no tengo que explicarles. A los más jóvenes: Argentina ya intentó con estas políticas y derivaron siempre en crisis de balanza de pagos, falta de inversión, caída de la productividad y las exportaciones y la consolidación de actores poderosos que captaron rentas a costa de los consumidores y de muchas empresas, que terminaron teniendo acceso a menos productos, más caros y de peor calidad. ¿Cómo pegamos esa vuelta hacia atrás?

La restricción de la restricción externa

El problema es conceptual y está en la raíz de la interpretación de “restricción externa”, que no parece reconocer los determinantes fundamentales del balance de pagos. Este representa, efectivamente, una restricción de presupuesto: nos dice que no podemos pedirle al resto del mundo más de lo que nuestra capacidad productiva puede generar hoy y en el futuro. Por ejemplo, cuando recibimos inversiones o importamos más bienes y servicios que los que exportamos, estamos al mismo tiempo pidiendo prestado al resto del mundo o vendiendo reservas (o las dos) para poder gastar o invertir por encima de nuestro ingreso. En algún momento, tendremos que generar recursos para devolver esas deudas y que los inversores recuperen su inversión o, eventualmente, se acabarán las reservas, nadie más querrá invertir y tendremos que vivir con lo nuestro.

Al mismo tiempo, el saldo entre exportaciones e importaciones es un reflejo de las decisiones de consumo e inversión de las personas, las empresas y el sector público. Dado un nivel del PBI y la recaudación, si aumentan el consumo privado, el gasto público y la inversión, indefectiblemente empeorará la cuenta corriente y, como contracara, la situación financiera del país. Si el gasto es financiado con emisión, eso erosionará el valor del peso e inducirá no sólo una apreciación real, pérdida de competitividad y mayor presión sobre el déficit comercial, sino también mayores necesidades de financiamiento. Si, además, el gobierno no invierte el gasto público en acciones que aumenten la capacidad productiva de la economía, o distorsiona los precios de manera que no haya incentivos para que el sector privado lo haga, no habrá perspectivas de un aumento del producto que relaje la restricción de presupuesto, agravando más el problema en el futuro.

Entonces, el problema no es que haya “escasez de dólares”. En un sentido estricto, siempre, en todos los países del mundo en donde no se pueden imprimir dólares, estos escasean. ¿Cómo harán los países que crecen? ¿Ellos no tienen restricción externa? Claro que la tienen, todos enfrentan la restricción dada por el balance de pagos. La clave es que logran administrarla y asignar sus recursos escasos (incluyendo los dólares) para poder crecer.

Es difícil imaginar cómo el difuso y vago programa propuesto por Cantamutto, Schorr y Wainer podría funcionar en la sociedad pos-industrial y globalizada que vivimos hoy.

Es difícil imaginar cómo el difuso y vago programa propuesto por Cantamutto, Schorr y Wainer podría funcionar en la sociedad pos-industrial y globalizada que vivimos hoy, sin referencias a políticas que habiliten una estructura productiva que le permita al país competir en el mundo aprovechando los recursos de los que dispone, manteniendo salarios medios y altos e integrando el mercado interno: invertir en educación, logística e infraestructura de calidad. Ni hablar de querer fomentar el ahorro y la inversión en moneda local sin incluir entre las recomendaciones algo básico como no volver a mantener déficits fiscales insostenibles financiados con emisión monetaria, algo en lo que los neodesarrollistas y, por caso, la izquierda chilena, parecen haberse puesto de acuerdo con los neoliberales. En definitiva, un conjunto de políticas que otros países “periféricos”, dentro y fuera de América Latina, entendieron y avanzan en implementar hace años.

Al comienzo del libro, los autores nos ilusionan con una “Argentina imaginaria” más allá del horizonte capitalista, para la cual sería necesario “cambiar el mundo”, aunque “esto es más evidente para quienes defienden ideas cercanas al nacionalismo popular, el progresismo o la centroizquierda”. Quizás, con querer cambiar el mundo no alcanza (aunque el nacionalismo popular, el progresismo y la centroizquierda insistan con ello). Uno tiene que poder cambiar con él.

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Bernardo Díaz de Astarloa

Doctor en Economía (Penn State). Ex Subsecretario de Desarrollo y Planeamiento Productivo. Investigador asociado del IIEP-UBA.

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