Para analizar el primer año de gestión de Javier Milei, es necesario hacerlo en perspectiva. En primer lugar, compararlo con lo que habría sido un año de Sergio Massa como presidente. También con un hipotético gobierno de Juntos por el Cambio, ya fuera liderado por Patricia Bullrich u Horacio Rodríguez Larreta. Incluso cabe compararlo con el gobierno de Cambiemos. Y también, por qué no, con lo que esperábamos del propio Milei en diciembre pasado.
Creo que en todas las comparaciones el Gobierno de Milei sale favorecido.
Contra Sergio Massa
Esta es la comparación más fácil. Incluso considerando una visión crítica hacia este gobierno —que pacta con el peronismo, que la motosierra es chamuyo para la gilada, que está lleno de peronistas o que la recuperación económica no es sostenible—, con Sergio Massa las cosas habrían sido claramente peores.
Por ejemplo, ¿este gobierno no impulsó investigaciones sobre las SIRAs? Ok, pero las cortó. Massa las implementó y, de ser presidente, no sólo seguirían vigentes, sino que habría ideado algo peor. ¿No levantaron el cepo? Massa no lo habría quitado ni aflojado. ¿No bajaron impuestos? Massa los habría subido. Así podría seguir.
Casi nada de lo que podría haber hecho Milei hubiera sido peor que un Massa presidente, y esto es bueno que lo recordemos todos los días. Además, la derrota de Massa lo relegó al ostracismo. Aunque en Argentina nunca se sabe si esto será definitivo, que alguien tan inescrupuloso haya quedado fuera del mapa político es positivo para la democracia.
Contra lo que esperábamos de Milei
En diciembre pasado, Milei era una incógnita. Dudé al votarlo (no tanto, porque enfrente estaba Massa, pero los primeros días después de la primera vuelta no lo tenía completamente decidido). La entrevista con Esteban Trebucq, donde afirmó oír voces, hacía pensar que era imposible que alguien así pudiera liderar un país como Argentina, especialmente en ese momento crítico: con inflación desbocada y el aparato kirchnerista listo para tirar piedras desde el minuto cero.
Las promesas maximalistas de campaña (dolarización sin dólares, cierre del Banco Central, shut down del Estado) eran caos asegurado. Los posibles ministros eran cuestionables y el panorama, aunque mejor que con Massa, era un salto al vacío.
Un año después, con algunos tropiezos, podemos decir que el Gobierno ha sido razonablemente normal. Más allá de sus arranques de violencia tuitera, Milei no enloqueció, no cerró el Congreso ni dolarizó. En Economía puso a un tipo serio como Luis Caputo, al que en todo caso acusan de ser demasiado cauto para sacar el cepo.
Si bien el gobierno incluye sectores conservadores (que no son lo mismo que fascistas), hasta ahora no ha tomado ninguna medida concreta que pueda considerarse antidemocrática.
Las expectativas de los kirchneristas, la izquierda y el ala progresista de Juntos por el Cambio de que Milei sería autoritario y fascista no se están cumpliendo. Algo similar ocurrió con Macri, a quien acusaban de representar “la dictadura” basándose en fragmentos de declaraciones o medidas malinterpretadas. Si bien el gobierno de Milei incluye sectores conservadores (que no son lo mismo que fascistas), hasta ahora no ha tomado ninguna medida concreta que pueda considerarse antidemocrática. Todo se ha llevado a cabo respetando las vías institucionales.
Es cierto que el uso de los canales oficiales para difundir una línea ideológica puede considerarse poco republicano, y en ese aspecto podría señalarse un paralelismo con el kirchnerismo. Sin embargo, estas críticas resultan débiles y algo exageradas, ya que el Gobierno, lejos de consolidar esos espacios, los está reduciendo al mínimo.
Si lo comparamos con el gobierno de Cambiemos, por ejemplo, su afán por demostrar pluralidad los llevó a mantener figuras como Hebe de Bonafini en La TV Pública. Y no es necesario remontarse ocho años atrás para encontrar casos similares. Hace apenas veinte días, el Gobierno porteño otorgó los Premios Lola Mora, destinados a “reconocer el trabajo de comunicadoras, programas y medios que promovieron la igualdad de derechos y oportunidades en los medios de comunicación durante 2023”. Entre las premiadas: María O’Donnell, María Florencia Freijo, Luciana Rubinska e Hinde Pomeraniec. ¿Es ese el republicanismo que preferimos? Yo no.
Lo cual me lleva a la comparación más jugosa.
Contra Juntos por el Cambio
Hay muchas notas en Seúl y posteos en mi cuenta de X para carpetearme por haber defendido hasta el final la opción de JxC por sobre la de Milei. No me arrepiento. Mis argumentos principales eran dos: el primero, que la aventura libertaria no tenía posibilidades reales de llegar al poder y sólo terminaría restándole votos a JxC; y, a pesar de las críticas (Lipovetsky, etc.), consideraba que JxC era claramente una opción mejor que el kirchnerismo. El segundo argumento era que Milei me parecía un payaso y su partido, un cotolengo, mientras que JxC, con todos sus defectos (Lipovetsky, etc.), ofrecía seriedad, había aprendido de los errores de 2015-2019 y contaba con más gobernadores y una mayoría en el Senado.
No diría que mi primer argumento fue completamente erróneo, ya que estuvo cerca de cumplirse: Massa quedó a sólo 4 puntos de ganar en primera vuelta. Sin embargo, eso no ocurrió, y siendo honesto, ahora el mismo razonamiento debería aplicarse al revés. La Libertad Avanza es quien lidera el escenario político y, pese a las críticas que pueda recibir (Lijo, etc.), sigue siendo una opción claramente superior al kirchnerismo.
El comportamiento de buena parte de los exintegrantes de JxC este año genera serias dudas sobre si un gobierno liderado por Bullrich o Larreta habría logrado funcionar
La comparación con JxC resulta más interesante en términos de capacidad y los supuestos aprendizajes de sus errores. El comportamiento de buena parte de los exintegrantes de la coalición este año —particularmente sectores del radicalismo, la Coalición Cívica y el larretismo— genera serias dudas sobre si un gobierno liderado por Bullrich o Larreta habría logrado funcionar, o siquiera llegar a diciembre de 2024 con el nivel actual de apertura económica y corrección macro.
En cuanto al PRO, me cuesta definir qué representa actualmente. Aunque en general comparto sus posturas legislativas, el gobierno de Jorge Macri, como dije antes, me deja la impresión de que #EraMarra y de que todavía siguen en modo 2023, sin enterarse de nada. Mientras los peronistas parecen atrapados en 1945 y los radicales en 1983, muchos macristas parecen añorar 2015. Es demasiado pronto para la foto sepia.
¿Pacto con Cristina?
Dejo para el final la pregunta paranoica de las mabeles. Percibo una intensidad desproporcionada en torno al proyecto de Ficha Limpia, como si su rechazo nos convirtiera automáticamente en Afganistán. Es cierto que los argumentos del Gobierno para no dar quórum son débiles y que, probablemente, el verdadero motivo sea el interés en competir contra Cristina porque les resulta conveniente. Sin embargo, esto no implica que la república esté en peligro ni que exista un pacto espurio más allá de esa conveniencia política.
Es importante aprender a soltar. A mí también me gustaría verla con una tobillera, pero esa no es la prioridad del país. Mientras la dirección económica y política sea la adecuada y comience a generar (o continúe generando) resultados, la relevancia de Cristina seguirá disminuyendo. Ese es el verdadero objetivo. Tal vez su salida sea no con una explosión sino con un susurro.
¿Es lo ideal? Probablemente no. A mí me encantaría que Clint Eastwood fuera presidente y que hubiera máquinas expendedoras de Coca Light en cada esquina, pero eso no es posible. La verdadera pregunta es si, dentro de lo posible, existe una alternativa mucho mejor a esto. Hoy, sinceramente, no lo creo.
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