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El otro cambio climático

¿Hemos entrado definitivamente en la era poswoke? Los jeans de Sydney Sweeney dicen que sí.

Al principio, que no existía; luego, que no era para tanto; después, que sus excesos eran un mal necesario para un bien superior y, finalmente, cuando ya se había propagado a todas las esferas de la vida pública y privada, llegó el hartazgo de una mayoría que hizo inclinar la balanza electoral y el curso de la historia, dándole un nuevo mandato a Donald J. Trump. Es probable que la victoria de Javier Milei también le deba en parte al mismo fenómeno. Sí, estoy hablando del wokismo (también estoy harto de hablar de esto).

De la muerte de George Floyd a la reelección del presidente republicano, de la implementación en administraciones y corporaciones de las políticas DEI a su desmantelamiento, de la publicidad de Nike de Colin Kaepernick y los atletas hincando la rodilla a los “buenos jeans/genes” de Sydney Sweeney para American Eagle: el movimiento pendular sigue con su envión. Y para confirmarlo, cuando el puñado de progres salió a acusarla de promover eugenesia y nazismo, la belleza hegemónica de escote levitante y párpado caído redobló la apuesta con más avisos y mostrando su destreza en un campo de tiro. Trump, feliz de descubrir que la rubia estaba registrada como republicana, dijo que le encantaba la campaña y la marca pegó un salto de 24% en la bolsa.

Las grandes empresas de la tecnología, como Meta y Amazon, abandonaron pragmáticamente las sesgadas políticas de censura basadas en “identity politics” para abrazar la diversidad de opinión, donde ya los esperaba Elon Musk. La industria del entretenimiento se cansó del “go woke, go broke” y vio para dónde iba el viento. Entonces, ¿estamos ya viviendo el poswokismo?

Esta posibilidad atormenta a Eric Cartman, el gordito xenófobo de South Park , que en la última temporada (¡27!) de la serie descubre horrorizado que el programa de radio matutino que ama odiar cuando se prepara para ir al colegio ha desaparecido del dial, reemplazado por ruido de estática. El motivo: Trump ha cancelado la cadena pública NPR porque se pasaba de progre, financiada por el dinero de los contribuyentes. Cartman, que lleva ahora una remera negra que reza “Woke is dead” —parece más de luto que de victoria—, se pregunta qué lugar queda para él ahora en un mundo en el que su enemigo y razón de ser ha sido vencido. Incluso ve impotente cómo otro compañero de colegio usurpa su estilo intolerante y prospera como podcaster masculinista cristiano, desafiando en debates públicos a izquierdistas. El chico no es más que un imitador del muy real Charlie Kirk (hace un cameo), quien durante la administración Biden invitaba a discutir en público en los campus universitarios a estudiantes woke para luego viralizar recortes editados de los intercambios, dándole municiones a los republicanos en busca de argumentos para la batalla cultural.

Lo interesante de South Park es que justamente pocos han alertado y atacado tanto al wokismo en su apogeo como la serie creada por Trey Parker y Matt Stone, por lo que para ellos el “vibe shift” de la época supone un reposicionamiento. ¿De qué hablarían ahora que el wokismo estaba en el piso y gobernaba su némesis? La respuesta está en estos dos primeros capítulos que transmite la plataforma Paramount+: “Sermon on the Mount” y “Got a Nut”.

Christian Power

En estos nuevos episodios, Trump aparece como un tirano ególatra de pene pequeño que comparte el lecho matrimonial con Satán (como años antes lo hiciera Saddam Hussein en la serie) y responde a quien cuestione sus decisiones con un “relax” o un amenazante “te voy a demandar”.

El director del colegio, Peter Charles Principal, conocido hasta entonces como “Politically Correct Principal” (“Director Políticamente Correcto”), caricatura de la cultura de la corrección política y el activismo universitario, se ha rebautizado como “Power Christian Principal”. PC cambió de dogma y ahora lleva a Jesucristo al colegio para contrarrestar a golpes de Biblia los remanentes de la wokería.

Otra evolución que refleja la nueva era: el consejero escolar Mr. Mackey (“M’kay”) pierde el trabajo y se ve obligado a subsistir trabajando para ICE, la agencia de inmigración estadounidense. Integra un equipo que caza inmigrantes a mansalva —incluso en el paraíso— y detiene a Dora la Exploradora, que deberá trabajar de masajista en Mar-a-Lago, en una de las varias alusiones de la posible presencia de Trump en la lista de Jeffrey Epstein, que ya no parece tan urgente divulgar.

Por su parte, la Secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, es caricaturizada como una figura que mata perros a disparos, incluyendo a Krypto. En su biografía cuenta que había abatido a su propio perro. Mientras tanto, es seguida por un equipo de cirujanos plásticos que deben reparar su rostro, que se cae a pedazos continuamente por las pasadas intervenciones quirúrgicas. En tanto, JD Vance tiene un papel secundario, suerte de enano de La isla de la fantasía y chupamedias humillado por Trump.

South Park no se ha dado vuelta, sino que justamente es fiel a su histórica irreverencia ante el poder y las fallas de los discursos en los que se apoya. Es porque nadó siempre contra la corriente —fueron los únicos en Estados Unidos en dibujar a Mahoma durante la controversia sobre las caricaturas; no dudan en criticar abiertamente a las cadenas que emiten la serie— que tienen una legitimidad superior para arremeter contra las nuevas tentaciones autoritarias.

Si la insolencia y el desparpajo en la lucha contra la solemnidad del wokismo fueron cruciales tanto en South Park como en la energía punk del movimiento trumpista, queda por ver cómo MAGA va a reaccionar ahora que se convierte en el blanco de la contracultura. A diferencia de los programas cómicos de izquierda de los grandes medios que no encontraron cómo humillar eficazmente a los trumpistas, las díscolas balas de la incorrección política de South Park sí pueden entrar.

Por lo pronto, los aludidos han decidido con inteligencia que, mejor que ofuscarse y protestar, es festejar en público los dardos que les lanzan. Así ya lo han hecho JD Vance, Kristi Noem o Charlie Kirk, y en el caso de estos dos últimos han puesto en X sus caricaturas de South Park como fotos de perfil. La secretaria de Seguridad Nacional ha ido aún más lejos y retomó imágenes del capítulo de ICE donde ella y su gente tratan despiadadamente a los inmigrantes para publicitar su implacable política de lucha contra la inmigración ilegal en el mundo real. Y acá sí entramos en un territorio desconocido. ¿Qué pasa cuando el político no sólo no rechaza o ignora el retrato que lo pinta como un ser cruel y vanidoso, sino que se jacta y lleva esa denuncia como una medalla?

Mientras tanto, South Park se mantiene como la desopilante brújula moral de Estados Unidos. Su trinchera sigue provocando la irreprimible carcajada que se suelta cuando muestra como nadie que el emperador está desnudo. El periodismo sólo puede envidiar a esta serie, que le debe su éxito y longevidad al talento y la independencia, caiga quien caiga.

Esperando nuevos capítulos, nos vemos en 15 días.

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Alejo Schapire

Periodista especializado en cultura y política exterior. Reside en Francia desde 1995. Su último libro es El secuestro de occidente (Libros del Zorzal, 2024).

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