Cuarenta años después, el peronismo trajo de regreso al futuro al cajón de Herminio, pero no con Michael Fox al volante del DeLorean sino con Martín Insaurralde al timón del Bandido, el exclusivo yate que el ahora ex jefe de gabinete bonaerense condujo por las aguas turquesas del Mediterráneo. Desde hace dos semanas, varios periodistas y medios se preguntan si el bombazo de Insaurralde tendrá un efecto similar a lo que en estás décadas hemos llamado “el cajón de Herminio”, es decir, un impacto electoral catastrófico para el peronismo. La respuesta a esa pregunta no la tenemos, pero sí sabemos que el impacto electoral de aquel incidente del cajón en 1983 fue inexistente. Es un mito. No incidió en el resultado de las elecciones.
Repasemos los hechos. El viernes 28 de octubre de 1983, a sólo dos días del domingo de elecciones para votar a presidente, el PJ organizó su acto de cierre de campaña en el Obelisco. En el mismo lugar, dos días antes, habían hecho el acto la UCR y su candidato, Raul Alfonsín. Aquel acto radical se convirtió en mítico para la militancia radical y aún hoy se lo recuerda como el acto político más concurrido de la historia, con más de un millón de personas sobre la avenida 9 de Julio. El peronismo no quiso ser menos y organizó su cierre en el mismo lugar, también muy concurrido y con un clima triunfalista.
Las encuestas no sólo lo daban ganador por amplio margen a Luder sino también a Herminio Iglesias.
Las encuestas no sólo daban ganador por amplio margen al candidato peronista, Ítalo Luder, sino también a Herminio Iglesias, el candidato a gobernador bonaerense. Iglesias era un poderoso sindicalista metalúrgico de Avellaneda, donde había sido intendente entre 1973 y 1976, pero toda esa destreza para construir poder le faltaba como orador. Era famoso por sus tropiezos con la lengua castellana y la conjugación de los verbos. De aquellos tiempos de campaña es una de sus frases más famosas, que el imitador Mario Sapag aprovechó en su programa Las mil y una de Sapag. En un discurso durante la campaña dijo: “El peronismo triunfará conmigo o sinmigo”. En otro discurso, alentó a trabajar “las veinticuatro horas del día y, si es necesario, de la noche también”. Días antes del acto del Obelisco, en el Tiempo nuevo de Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, había asegurado, sobrador y canchero, que ganarīa por “un millón setecientos u ochocientos mil votos” y que Alejandro Armendáriz, su rival radical, haría “el papelón del siglo”.
En el acto de cierre, Luder es el único orador. Cuando termina su discurso, gente del público lleva en andas hasta el palco un ataúd de madera con los colores rojo y blanco radicales y la inscripción “UCR. Alfonsín. QEPD” pintada a mano, junto a una corona mortuoria y una botella de Coca-Cola colgando en el medio de la corona. ¿Por qué el detalle de la gaseosa? Porque durante la campaña Alfonsín había sido acusado por Herminio de ser “el candidato de la Coca-Cola y de los Estados Unidos”.
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A su lado, otro líder metalúrgico, Norberto Imbelloni, con una camisa celeste, le da un encendedor a Herminio y éste no duda: con esfuerzo, se agacha y prende fuego la corona con un papel enroscado. Pero la llama es chiquita, tímida, se apaga. Herminio intenta otra vez. A su alrededor se ríen de la escena. Pero el fuego no prende. Toda la escena duró poco menos de un minuto. Sólo hay una toma de televisión, de costado y unas pocas fotos, de Editorial Atlántida y Perfil. No hay imágenes del cajón ardiendo. Ni siquiera de una llama grande. Herminio nunca logró prenderlo.
El intento, además, no fue televisado en directo, porque la transmisión ya había terminado. Tampoco lo pudieron ver los cientos de miles de personas que estuvieron en el acto, salvo los pocos ubicados cerca del palco. En 1983 todavía no existían las pantallas gigantes ni, por supuesto, los celulares, los canales de noticias o la TV por cable. Después del acto comenzó la veda electoral. Ni en los diarios del sábado ni en los del domingo, el día de la elección, hubo referencia alguna al episodio.
La edición 954 de la revista Gente con el triunfo de Alfonsín (una tapa histórica con el título “Ahora, la victoria”) salió tres días después de las elecciones. Recién en la página 66 hay una nota a doble página con el título “Un agravio innecesario”, con tres fotos a color de la secuencia de Herminio intentando prender fuego el ataúd. Es decir: la gente recién tuvo oportunidad de conocer el incidente varios días después de las elecciones. Es imposible que haya influido en el voto. Y si influyó en algunos pocos votantes, no hay manera de medirlo ni saberlo.
“Le echamos la culpa a él”
A pesar de que la versión logró instalarse con los años, el peronismo no perdió las elecciones por la quema del ataúd. Carlos Campolongo, en ese entonces jefe de prensa de Luder, reconoció muchos años después en el libro 1983, el año de la democracia, de Germán Ferrari, que la campaña se había perdido antes de aquella noche porque Alfonsín había sintonizado mucho mejor las demandas de la sociedad. Julio Bárbaro agrega en el mismo libro: “Lo de Herminio fue una excusa. Le echamos la culpa a él… ya estábamos quemados igual. En el acto de cierre era todo un caos. No podíamos ni organizar el palco. Perdimos por 12 puntos. Imaginate todos los cajones que tenés que quemar…”
En 1983 el periodista Juan Radonjic era un militante juvenil radical en San Isidro. Entrevistado para mi libro Ahora, la campaña (sale a fin de año), que cuenta los detalles de aquella campaña, aseguró: “Lo del cajón es un mito. No tuvo absolutamente ninguna injerencia en los resultados. Luder subió a dar su discurso 10, 12 puntos abajo de Alfonsín. La gente lo vió después de votar y ya tenía decidido su voto. Pero siempre se trata de simplificar la historia, de buscar explicaciones sencillas a temas que requieren de análisis profundos”. Y todos los demás entrevistados para el libro, desde Marcelo Stubrin hasta Pablo Gerchunoff y Elva Roulet (candidata a vicegobernadora de PBA), coincidieron en que el episodio del cajón no influyó para nada en las urnas.
Creo que el incidente le calza perfecto al PJ como excusa y la figura de Herminio sirve como chivo expiatorio para explicar la derrota.
Entonces, ¿por qué nace la leyenda del cajón de Herminio? Creo que el incidente le calza perfecto al PJ como excusa y la figura de Herminio sirve como chivo expiatorio para explicar la derrota. Es un intento de instalar el relato de que el radicalismo no ganó, sino que el PJ perdió. En política siempre es útil encontrar culpables y, si no están claros, hay que crearlos. Sobredimensionar el cajón de Herminio exime al peronismo de analizar y explicar (al menos en público) las verdaderas razones de la derrota histórica. Razones que son mucho más profundas que el intento de quemar un cajón. A saber, algunas: la falta de un candidato que representara a la clase obrera y los sectores populares, las internas no resueltas entre las facciones de izquierda y el sindicalismo (por ejemplo, Isabel Perón, exiliada en España, todavía era la jefa del partido), la falta de una autocrítica sobre la responsabilidad del peronismo durante el gobierno de Isabel que condujo el país junto a José López Rega durante casi dos años y le entregó el país a la dictadura, la violencia política de la Triple A, los montoneros y otras organizaciones armadas peronistas eran recuerdos que estaban muy vivos en la memoria de la gente. Hay más razones, como la actitud del peronismo durante la Guerra de Malvinas y las esquirlas de la denuncia que unos meses antes había hecho Alfonsín sobre la existencia de un pacto militar-sindical para garantizar la impunidad, denuncia que salpicaba directo al corazón del peronismo. Luder no era claro ni enfático respecto a qué haría con los militares. Alfonsín prometió enjuiciarlos.
La campaña peronista fue muy pobre. No tuvo en cuenta el poder de la televisión y los mensajes no interpelaban a los más jóvenes ni hablaban de futuro.
Pero además la campaña peronista fue muy pobre tanto en lo conceptual como en su estrategia de comunicación. No tuvo en cuenta el poder de la televisión (que ya existía en casi todas las casas y a color) y los mensajes no interpelaban a los más jóvenes ni hablaban de futuro. Las mujeres, que ya tenían un rol mucho más activo en la sociedad, y la clase media fueron ignoradas. A diferencia de Alfonsín, cuyos ejes discursivos de campaña giraron en torno a la paz, a la vida, a la democracia, a las mujeres y a los jóvenes, la estética de la campaña peronista se basó en símbolos que ya en el ’83 quedaban antiguos, como las imágenes de Perón y Evita. Herminio dijo que gobernaría Perón, muerto diez años antes. Alfonsín le contestó en su discurso final: “Si ellos ganan, yo me pregunto: ¿quién va a gobernar?”
Dos días después del cajón, la gente fue a votar. Alfonsín se impuso en las urnas con casi el 52% de los votos contra el 40% de Luder. Herminio perdió su provincia y Armendáriz se convirtió en gobernador. Al día siguiente de la derrota, Herminio dijo: “Dios sigue siendo peronista”.
Comparar las vacaciones de Insaurralde con el cajón de Herminio es un intento de bajarle el precio y minimizar el escándalo del kirchnerista. Resulta obvio pero vale la pena aclararlo: es mucho más grave –simbólica, electoral y judicialmente– ostentar ese tipo de riqueza en medio de un país hundido por la inflación e inmerso en la pobreza y la desesperanza. Y además el enriquecimiento ilícito es un delito. Intentar quemar un cajón fue, en todo caso, un gesto de torpeza y violencia política propia de otra época.
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