La crisis monumental que atraviesa el Gobierno nacional, producto de su incompetencia, desidia y pujas de interés que incluyen cajas y cargos, nos pone a los que trabajamos para construir una alternativa de gobierno desde la oposición de frente a una pregunta que nunca es fácil de responder: ¿ya estamos listos para gobernar? ¿Para hacer lo que hay que hacer?
El ex presidente Mauricio Macri repite una y otra vez, en los últimos meses, que tenemos que tener en claro para qué volvemos. Patricia Bullrich dice que el tipo de liderazgo es clave para la próxima administración. Horacio Rodríguez Larreta alerta que hay que hacer un acuerdo y metaforiza diciendo que no tenemos cien días sino cien horas para empezar a encarar los cambios profundos que la Argentina requiere. Facundo Manes pide ir por el centro evitando los extremos. Y Ricardo López Murphy sostiene que el programa de los argentinos es la Constitución Nacional. Sólo para mencionar algunos de los liderazgos de Juntos por el Cambio que expresan visiones sobre el futuro.
Las reglas de juego claras, como punto de partida para llegar a las PASO, que suponen una negociación política en la cual todos ceden algo, pueden ser un gran aprendizaje que nos deja este fracaso que hoy gobierna el país. Esas reglas deben dejar bien establecidas cómo será la participación de todos los integrantes de la coalición, y en general tiendo a pensar que los problemas por delante que tiene nuestro país son lo suficientemente graves y urgentes como para hacer el esfuerzo para evitar posibles cuestionamientos entre los ganadores y los perdedores de la primaria. Debemos simplificar. Hay que hacer como los peronistas sin ser peronistas. Hay que ser prácticos, eso es fundamental para agilizar el proceso de resolución y toma de decisiones, porque es lo que requerirá la innumerable cantidad de problemas que va a heredar la próxima administración.
La disputa en las PASO debe tener todos los condimentos que le impriman sus participantes sin imponerles qué pueden o no decir. Es bueno que la pelea sea aguerrida.
Una restricción inaceptable de cara a las PASO es la que propone Mauricio Macri. Una cosa es fogonear el conflicto y otra muy distinta es pensar que se puede hacer política, ir a elecciones y después gobernar evitándolo. La disputa en la primaria debe tener todos los condimentos que le impriman sus participantes sin imponerles qué pueden o no decir y hacer. Digo más: es bueno que la pelea sea aguerrida y en serio. Hay que llegar al Gobierno con el cuero curtido para poder enfrentar y resolver los problemas que sólo se van a agravar hacia adelante. No se puede hacer política y manejar un vehículo con temor.
Sí hay que acordar cómo son las reglas de la competencia, en términos de proporcionalidad, y entender que el que gana marca el camino, porque esa es la voluntad de las urnas, pero no se puede quedar con todo. Una dificultad inocultable del gobierno 2015-2019 fue no haber ampliado verdaderamente la base de sustentación pagándole de manera aleatoria a todos los actores de la coalición. Los cargos no son un mero acomodo de gente en ravioles estatales, son una condición indispensable para mantener unidos y comprometidos en el éxito de la gestión a todos los que formaron parte del frente electoral.
Desideologizar
Javier Milei difícilmente llegue a la presidencia, pero sumó varios porotos para promover un renovado espíritu de época pro-mercado, contribuyó a relanzar viejas ideas renovando la vocación liberal en el pueblo argentino después de 20 años de fracaso de políticas básicamente estatistas. Naturalmente el kirchnerismo, y en menor medida el gobierno de Macri, colaboraron enormemente en esta nueva búsqueda por un cambio de modelo que pone en crisis el rol del Estado como actor central de la solución de problemas.
El programa tiene que entusiasmar porque la promesa de dolor y sufrimiento no gana elecciones. Argentina puede ser un país mejor, más normal. Esa debe ser nuestra propuesta de campaña. Que el camino a la prosperidad, el desarrollo y la riqueza de la nación y nuestro pueblo es posible. ¿Y cómo llegamos ahí? Me gusta lo que le vengo escuchando decir a la economista Diana Mondino o a Donald Trump últimamente. Ellos dicen: hay que usar el sentido común. Hacer cosas con sentido común. Si nuestro próximo gobierno tiene un buen decálogo, que esté enmarcado en nuestra Constitución, puede ser el país más liberal del mundo y dar un salto de calidad extraordinario. Las variables político ideológicas con las que habitualmente hablamos y pensamos los problemas quienes hacemos política o estamos muy politizados están lejos de las preocupaciones mayoritarias.
Creo fervientemente que nuestro pueblo mayoritariamente no se siente ni liberal, ni conservador, ni de izquierda, ni de derecha.
Creo fervientemente que nuestro pueblo mayoritariamente no se siente ni liberal, ni conservador, ni de izquierda, ni de derecha. Diría más: la tensión peronismo-antiperonismo está también cotizando a la baja. La gente vive mal y, según las encuestas, cree que vivirá peor en el corto y mediano plazo. Nuestra oportunidad y nuestro deber es gobernar mejor la próxima vez. Desideologizar el debate público y proponer cosas pensables y convocantes. Cosas lógicas. La simpleza también es una virtud.
A veces me pregunto por qué se habla tanto de reforma laboral y tan poco de bajar impuestos y eliminar regulaciones que de hecho serían una transformación potentísima sobre el mundo del trabajo. No es un menosprecio de los marcos normativos necesarios ni de la tarea legislativa, todo lo contrario. El punto es explicar más fácil y directo cual es el punto y evitar las expresiones que tienen tanta mala prensa y que tratar de revertir discursivamente es una pérdida de tiempo porque seguramente la mayoría apaga la radio, cambia el canal o directamente apaga todo.
Nuestro próximo candidato a presidente tiene que cumplir la tarea de poder expresar de la manera más sencilla posible qué país tenemos, qué país quiere y qué está dispuesto a hacer para conseguirlo. Debe tener un rosario de principios y valores que se puedan expresar y entender fácilmente. No podemos olvidar que la batalla cultural del kirchnerismo ha sido clave para su proyecto de poder. No podemos titubear al proponer el regreso del imperio de la ley, la igualdad ante la ley, el final de un gobierno que promueva la desigualdad de género como lo hace abiertamente el kirchnerismo. Verdaderamente el Estado no puede mirar para otro lado mientras nuestra gente tiene hambre, pero tampoco puede promover un insoportable e injusto medioambiente de los cupos que desconocen el esfuerzo individual y los talentos singulares. Tampoco el beneficio interminable de aquellos que no aportaron ni contraprestan. La desigualdad ante la norma genera malestar por la sensación de injusticia.
Nuestra próxima campaña debe basarse más en qué defendemos y qué buscamos, que en ganar la elección. Eso llegará sólo si lo primero se hace de manera correcta.
Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.