MARU CEBALLOS
Domingo

¿El fin del patriarcado?

Después de la legalización del aborto, el movimiento de mujeres debe encarar sus próximos desafíos con una actitud abierta y tolerante, sin sectarismos ni violencia.

Traigo malas noticias del presente: el patriarcado no ha terminado. Que el anuncio sobre su finalización lo haya hecho quien ocupa el sillón de Rivadavia, al promulgar la ley de legalización del aborto, no hace más que darme la razón. Si bien queda un largo camino para alcanzar la igualdad, la captura política de la agenda de las mujeres me preocupa porque ralentiza y deslegitima las justas e históricas demandas del movimiento.

Los próximos pasos de la agenda tienen que ver con el acceso igualitario a la educación y a la justicia, la erradicación de las distintas formas de violencia, la salud reproductiva y sexual y la autonomía económica. Los problemas son múltiples y no se agotan en la legalización del aborto. La trampa populista divide al movimiento de mujeres y obstruye el progreso de unas y de todos.

Hace unos años firmé el proyecto de ley de legalización, cuando el tema no estaba en la agenda pública. Sin embargo, cuando se sancionó, no pude evitar sentirme ajena. El populismo había logrado apoderarse de una causa social de larga data, por cálculo y conveniencia, que nunca había defendido. La tragedia se repite como farsa: de la misma manera lo había hecho con los derechos humanos. 

Hace unos años firmé el proyecto de ley de legalización, cuando el tema no estaba en la agenda pública. Sin embargo, cuando se sancionó, no pude evitar sentirme ajena.

Se impuso una versión del feminismo autoritaria, violenta y sectaria, en la que me cuesta reconocerme. Solo puedo concebir al feminismo como un movimiento universal y democrático, que promueve la igualdad de tratamiento y de oportunidades entre varones y mujeres. No me gusta cancelar: prefiero convencer, o en su defecto, convivir respetando las diferencias. Si es autoritario, deja de ser feminismo. Si se autodenomina “colectivo”, suena a secta. Y si es secta, es zombie, porque el fanatismo le gana a la razón y cae en una cámara de eco donde cada una habla con la que piensa lo mismo y clausura la disidencia y los matices. Existen acuerdos en los desacuerdos, si se los sabe explorar.

Las mujeres hemos sido y somos motor de libertad y progreso. Aportamos innovación, creatividad, ideas nuevas, una cultura de cuidado diferente y formas alternativas para resolver conflictos. Somos, en esencia, refractarias a las guerras. ¡Qué paradójico resulta que algunas víctimas del patriarcado se hayan vuelto verdugos de quienes no comulgan con sus métodos, pareceres y colores! Que un autoritarismo sectario se haya apoderado del movimiento de las mujeres es un triunfo del patriarcado.

Por eso, no contribuye que se avalen escraches, estigmatizaciones y persecución a quienes tienen opiniones distintas. Eso es violencia. Y no hay violencia moralmente aceptable. El movimiento de mujeres no se mueve por la venganza sino por la igualdad y la justicia en convivencia pacífica y democrática. En la búsqueda del reconocimiento y la dignidad que solo da el tratamiento igualitario, se nutre a la democracia en un proceso gradual y vibrante. Es con todas las mujeres y con todos los hombres.

Fanatismos abstenerse

Es una mala noticia para las mujeres que la democracia liberal esté en recesión en el mundo y que en la Argentina no termine nunca de consolidarse. Sin Estado de derecho solo quedan privilegios y privilegiados y es imposible que haya justicia imparcial, porque no es independiente. Lo saben las miles de mujeres a las que el sistema pasea con soluciones muy deficientes. 

Nuestra agenda, por lo tanto, debe ser la defensa de la democracia liberal y el Estado de derecho. ¿O ven mejoras en las vidas de las mujeres en las dictaduras, las teocracias y los autoritarismos competitivos? Es obvio que persisten injusticias en las democracias liberales. Sin embargo, es en ellas donde se las denuncia y se presiona por necesarias transformaciones. Como dice la joven poeta americana Amanda Gorman: es la colina que escalamos. Y con nosotras, escala toda la sociedad.

También es una mala noticia para las mujeres que la macroeconomía argentina viva en desequilibrios constantes y que la pobreza y la desigualdad sigan aumentando. Somos las primeras despedidas, negreadas o desempleadas. Somos las primeras que perdemos cuando la inversión se esfuma porque un Estado abusivo y voraz espanta al capital. Una mujer sin acceso a un salario no tiene autonomía para decidir. Un plan social es una curita que genera dependencia. Son otras formas de violencia. Una economía libre, abierta, próspera y capitalista también tiene que ser parte de nuestra agenda. 

El feminismo debe ser liberal, democrático y tolerante, ya sea de izquierda, de centro o de derecha, porque tiene que aceptar y reconocer las diferencias y los matices.

Otra mala noticia para las mujeres, en el último año, fue el cierre indiscriminado y perverso de escuelas, institutos y universidades. Miles de niñas y adolescentes sufrirán por años las consecuencias. Y también sus hijos. Muchas seguramente hayan abandonado la escuela para siempre y una mujer sin educación tiene menos autonomía para decidir. Por eso, la educación y la formación docente de calidad también son parte de nuestra agenda.

Que durante la cuarentena se hayan violado los derechos humanos de Solange Musse, Abigail Jiménez, Zunilda Gómez, Magalí Morales y tantas mujeres en todo el país es otra mala noticia para las mujeres. Los derechos humanos también son, definitivamente, parte de la agenda del movimiento de mujeres. Y sin embargo, ¿cómo se explica el silencio de los “colectivos feministas” frente a estos casos? ¿Cómo se explica su mutismo sobre la situación en Formosa? ¿No se violaron allí los derechos de mujeres y niñas en los centros de aislamiento y detención arbitraria? ¿Cómo se entiende –ya que estamos– el silencio frente a la licencia eterna de un senador nacional acusado de violación y abuso por su sobrina? ¿O frente a las amordazadas denuncias de abusos dentro de la agrupación juvenil verticalista y autoritaria a la que tantos admiran extasiados por su eficiencia para acumular poder? ¿Y la defensa, en boca de mujeres, del cierre de escuelas? ¿Hay algo más antifeminista que militar la ignorancia?

Por un feminismo democrático

El feminismo debe ser liberal, democrático y tolerante, ya sea de izquierda, de centro o de derecha, porque tiene que aceptar y reconocer las diferencias y los matices. Es en ese feminismo donde descansan los ideales de prosperidad, justicia y progreso para las mujeres y para todos. En una conferencia en Beijing, en 1995, Hillary Clinton sostuvo que los derechos de las mujeres son derechos humanos y los derechos humanos son derechos de las mujeres. Y no lo dijo ni pintada de verde, ni de celeste, ni de naranja. Ya lo había escrito Virginia Woolf en Un cuarto propio y en Tres Guineas, durante el período de entreguerras: el acceso a la educación y a la vida económica son esenciales para desmantelar al patriarcado y construir una sociedad justa y democrática, sin hipocresías y con auténticas oportunidades materiales para la emancipación y la libertad. En plena era victoriana, John Stuart Mill, padre del liberalismo político, y Harriet Taylor, su segunda esposa, instauraban el debate en El sometimiento de las mujeres, en 1869. Quizá no sea en vano recordar que todos los tratados internacionales de derechos humanos son el contrato de paz global, que hace operativo todo este pensamiento, luego de la derrota de fascismos y totalitarismos en 1945.

En mi opinión, retrocede el movimiento de mujeres cuando pierde la brújula universal de sus reclamos y cuando cae en las garras del autoritarismo cultural en el que se regodea el patriarcado. Porque cuando las mujeres nos enfrentamos y nos cancelamos mutuamente, perdemos todas. Una sociedad justa e igualitaria es, en esencia, democrática y republicana, adhiere al diálogo, acepta al diferente, convive en paz. No es unánime, ni monolítica, ni totalitaria. El patriarcado celebra porque nuestra grieta lo mantiene vivo.

 

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Laura Alonso

Politóloga (UBA) y Master en Políticas Públicas (LSE). Consultora política e institucional. Ex diputada nacional y jefa de la Oficina Anticorrupción.

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