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Este año les salieron todas

#ANUARIO2024. Pero hasta cuándo.

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Difícilmente la noche del 19 de noviembre de 2023, conocido el triunfo de Javier Milei, alguien imaginó que a estas alturas el Gobierno habría implementado un severo ajuste fiscal sin provocar una fuerte ola de protestas. Menos aún habría podido prever que el Gobierno cerraría el año con superávit primario y que el riesgo país caería al nivel más bajo en cinco años. Tampoco habría anticipado que Milei llegaría al año de gestión con un alto apoyo de la ciudadanía. O que, pese a estar en minoría en el Congreso, lograría aprobar dos iniciativas clave como la Ley Bases y el paquete de medidas fiscales, y a la vez bloquear la insistencia legislativa a vetos presidenciales. Milei llega así al primer año de mandato con la inflación en baja, niveles bajos de conflictividad social, aprobación alta y estable y sin que la gobernabilidad haya sido un problema. ¿Por qué?

Los gobiernos de minoría en el presidencialismo suelen ser problemáticos. Hace un año, descartado un “fujimorazo”, veía tres opciones de gobernabilidad para Milei: 1) un estilo delegativo-plebiscitario, esto es, tratar de pasar por encima del Congreso en base a decretos de necesidad y urgencia, y eventualmente recurrir a la consulta popular no vinculante contemplada por la Constitución, una estrategia que parecía imprudente; 2) construir coaliciones parlamentarias ad hoc y apelar a las fuertes herramientas institucionales que le da la Constitución al jefe de Estado, como son los DNU y la delegación legislativa; y 3) el presidencialismo de coalición, esto es, ceder cargos a cambio de obtener el apoyo estable de una mayoría legislativa. Milei optó por la segunda alternativa, elección que resultó acertada, por más que haya sido más onerosa en tiempo y recursos que la tercera.

Viento a favor

Varios elementos jugaron a favor de que Milei pudiera mantener la gobernabilidad. En primer lugar, el descrédito del sistema de partidos. Usualmente la llegada al poder de un líder populista es un cross a la mandíbula de los partidos establecidos. El carácter disperso y fragmentado de las fuerzas de oposición ha sido funcional a la gobernabilidad más que aceptable de la que gozó el gobierno durante este primer año.

Un segundo elemento fue la ausencia de presupuesto y la eliminación del Impuesto a las Ganancias para empleados de sueldos altos, la herencia “positiva” que Massa le dejó a Milei y que le dio una fortísima herramienta negociadora con los gobiernos provinciales y una enorme discrecionalidad para ejecutar el ajuste en curso.

Finalmente, hay que destacar la comunicación política del gobierno. No tanto el sinceramiento de la herencia de la gestión de Alberto, Cristina y Sergio Massa, dado que, a diferencia de diciembre de 2015, en esta ocasión la ciudadanía era bien consciente de la gravedad de la situación económica. Sino más bien el hecho de no haber vendido espejitos de colores y sincerar que habría que atravesar el desierto antes de llegar a la “tierra prometida”. Otro acierto de la estrategia comunicacional del Gobierno residió en sostener el discurso de campaña centrado en el ataque a la “casta”, capitalizando el rechazo de una amplia franja de la ciudadanía respecto del establishment partidario. Sostener la popularidad es clave para los gobiernos de minoría. Un gobierno impopular, dotado de un fuerte escudo legislativo, tendrá pocos problemas de gobernabilidad. Un gobierno impopular sin escudo legislativo, en cambio, tiene el boleto picado, como dicen los viejos dirigentes. Milei mantuvo su popularidad, y eso muchas veces disuade a mandatarios provinciales de adoptar posturas duras frente al gobierno nacional. A fuerza de errores y aciertos, con el tiempo logró construir un escudo legislativo.

A fuerza de errores y aciertos, con el tiempo logró construir un escudo legislativo.

El oficialismo arriesga poco en la próxima elección de medio término: renueva menos de diez bancas de diputados y ninguna en el Senado. Parece claro que La Libertad Avanza aumentará su presencia en el Congreso. No lo suficiente como para alcanzar mayorías propias, pero sí para fortalecer el escudo legislativo.

El presente, por lo tanto, luce favorable para LLA y su futuro parece promisorio. Pero no está libre ni de riesgos ni de desafíos. El desarme del cepo es uno de esos desafíos. El Gobierno ha sido extremadamente cauteloso en este punto, conocida la sensibilidad de la opinión pública hacia la volatilidad cambiaria. De no mediar un fogonazo inflacionario ni una escalada del dólar parece difícil que el gobierno no tenga una victoria en las elecciones legislativas del año que viene.

Un segundo riesgo se encuentra en la elección bonaerense, la mentada “madre de todas las batallas”, que es más un problema de percepciones que otra cosa. Pero las percepciones moldean las decisiones de los actores. ¿Puede permitirse el gobierno una derrota en Provincia de Buenos Aires? No es claro qué harán La Libertad Avanza y el PRO, si conformarán un frente electoral o si concurrirán separados a las urnas en territorio bonaerense. El Gobierno suele tomar decisiones audaces y entonces no debiera sorprendernos que optara por apostar a vencer por sí mismo al kirchnerismo en su bastión electoral. El problema es que a) existe una demanda de oposición; b) esa demanda de oposición es muy fuerte en el AMBA y c) el kirchnerismo es la mejor oferta a la hora de satisfacer esa demanda. Objetivamente (es decir, por sus consecuencias en el reparto de bancas parlamentarias) no ser la lista más votada en PBA no es un problema. Pero para la percepción del círculo rojo, un triunfo kirchnerista en ese distrito puede impulsar el fantasma de su retorno en 2027, con todo lo que ello implica. En este sentido, pocas cosas parecen más peligrosas para el Gobierno que dar por muerto al kirchnerismo, al cual se han cansado de extenderle el certificado de defunción.

Un tercer factor de riesgo es externo y es algo que el Gobierno no puede controlar: la volatilidad global. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha sido vista por muchos como algo favorable para el oficialismo, y seguro contribuirá a facilitar la negociación de un nuevo programa con el FMI. Sin embargo, con frecuencia se soslaya el impacto de Trump a nivel sistémico, algo que ya se vio durante el gobierno de Mauricio Macri: lo que el Trump bilateral te da, el Trump sistémico te quita.

Con frecuencia se soslaya el impacto de Trump a nivel sistémico, algo que ya se vio durante el gobierno de Mauricio Macri: lo que el Trump bilateral te da, el Trump sistémico te quita.

Hay un riesgo adicional y es el hubris. Al gobierno parecieran estar saliéndole todas. Cuando esto ocurre no es inusual que alguien se la crea y tome el futuro como algo dado. Que hasta ahora al Gobierno le hayan salido todas no oculta que hubo errores no forzados pero no quebraron el vínculo con sus votantes, que apoyan al gobierno por sus logros y a pesar de sus fallos.

En relación a esto último, no cabe sino lamentarse por la similitud que muchas veces se advierte respecto de métodos y prácticas que fueron moneda corriente durante los años del kirchnerismo. El rechazo que ello genera aún entre quienes, puestos a elegir entre el kirchnerismo y el gobierno, votarían a este último, aún no ha llegado al punto de abrir el espacio para una opción republicana, liberal y pluralista. Quienes a veces se presentan como estandartes de esa opción son muchas veces meros oportunistas. Tal vez cuando la estabilidad económica haya sido conquistada y no vivamos en emergencia permanente habrá más espacio para discutir “los modales y las formas” (que son importantes). En el corto plazo no pareciera que ese vaya a ser el caso. Al Gobierno le es funcional la polarización con el kirchnerismo, la lucha en el barro, algo que para algunos es un mal necesario, dado que, argumentan, para derrotar al kirchnerismo es necesario recurrir a sus métodos. Si así fuera, no se me ocurre mayor triunfo cultural para el kirchnerismo. A riesgo de nadar contracorriente, vale la pena rescatar las palabras del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou en el evento de la Fundación Libertad de este año: “Firme con las ideas, suave con las personas”.

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Ignacio Labaqui

Analista político y docente universitario.

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