Hay dos historias de la Ranita Infortunada. Está la de la Ranita del Río, esa que acepta a regañadientes el pedido del escorpión para cruzarla en andas; el escorpión la convence de que no la va a picar porque morirían los dos, y a mitad del río efectivamente la pica: “¿Que hacés, escorpión? ¡Nos hundimos!”, dice la rana. Y el escorpión responde: “Perdón, es que está en mi esencia”. Y está el otro episodio de la Ranita (tiene que ser otra ranita, porque nadie puede morir dos veces), la Ranita de la Olla: cuando la tiraron a la cacerola con agua hirviendo, saltó y se escapó, porque el hervor era insoportable; pero cuando la tiraron a la olla de agua fría con la hornalla prendida, después el agua estaba tibia, más tarde caliente (“che, hace calor”) y al final hirviendo (“está insoportable el clima”). Terminó muriendo por hipertermia. Las dos ranitas tienen algo en común: terminaron sus días en el fondo.
La dos historias de Ranita resumen, respectivamente, las situaciones política y económica del cuarto kirchnerismo. Alberto no es la Ranita del Río, es el aguijón del escorpión, un mero instrumento. La ranita es la sociedad argentina; mientras se hunde, parte de ella cavila sobre la articulación (¡usa esa palabra!) entre el aguijón y el resto del escorpión, como si allí estuviera el problema. Cuando Lousteau se confundió corría el Año 5 de kirchnerismo: ¿es concebible que en el Año 20 del kirchnerismo los Kulfas, Guzmanes y demás (oxímoron alert) albertistas racionales escribidores de cartas no fueran conscientes de que el aguijón del que formaban parte carecía de autonomía ontológica, y era en realidad una parte integral del escorpión?
Uno sí puede preguntarse qué quiere realmente el escorpión. Como decía mi querido profesor Ezequiel Gallo, “populismo es eso que en mi época se llamaba demagogia”. Coincide Elisa Carrió: “No hay que usar ‘populismo’ porque suena a pueblo, no hay que cederles la mentira de que ellos son el pueblo, yo uso autoritarismo o demagogia”. Las políticas despreocupadas y anacrónicas sobrevivieron largo tiempo por dos hechos fortuitos: Néstor heredó la recuperación pos-crisis, cuando lo bueno de las reformas de los ’90, el sobrante de capacidad instalada y la ausencia de inercia inflacionaria se aunaron a un tipo de cambio competitivo (asumió con crecimiento del 11% anual e inflación del 2% anualizada). Cristina tuvo durante buena parte de su mandato términos de intercambio récord. Pero incluso para las mejores condiciones existe una demagogia suficientemente prolongada o intensa que termina en una crisis: la política de gasto-gasto, control-control (de tarifas, de dólar, de otros precios) y después vemos iba a chocarla en las condiciones difíciles de la pandemia o en las condiciones mejores de la pos-pandemia.
Un problema central es que es el escorpión carece por completo de una visión sobre qué ofrecerle al país.
Un problema central es que es el escorpión carece por completo de una visión sobre qué ofrecerle al país. Está muy confundido: no tiene del todo claro si prefiere a Kicillof o a Melconian. Como está tan boleado se recuesta sobre sus banderas ajadas, repite mantras religiosos (¡si hasta el chico de Columbia que abandonó al Presidente firmando “doctor” tuiteó en su despedida “Por una Patria Justa, Libre y Soberana”!) y le hace bullying a cielo abierto al Presidente para tratar de buscar algún otro chivo expiatorio, porque el ahperomacri se va gastando. Pero el problema de fondo es que mientras no ofrece ninguna visión ni rumbo (porque no lo tiene), va quedando menos por repartir y a la clientela de siempre (empresarios rentistas, sindicalistas tongueros, provincias estatalizadas subsidiadas por transferencias, clase media subsidiada vía tarifas, largo etcétera) se les suman las demandas de los movimientos sociales y las fantasías adolescentes de adolescentes de 2001 que ya tienen cuarentipico. Cada uno de ellos convence al escorpión de algún veto sobre el Beto. Pero la suma de las demandas es mayor que la capacidad de financiarlas.
Una situación megainflacionaria
Lo cual nos lleva a la Ranita de la Olla. Esta ranita conoce historias de explosiones y se pregunta cuándo explota. Y no se da cuenta de que mientras lo pregunta, está ocurriendo. El día en que se rumoreaba la renuncia de Alberto, el dólar contado-con-liqui llegaba a 300, se publicaba un choripán a dos dólares, se acababa el salmón y no había lista de precios un amigo muy lúcido me escribió, sin ironía, “che, al final hoy no pasó mucho”. Hace menos de cuatro meses se publicó el índice de inflación de febrero y generó un terremoto: 4,7%. Si hoy nos dijeran julio 4,7%, celebraríamos. Nos vamos acostumbrando a una situación megainflacionaria, que es menos que hiperinflacionaria pero más que meramente inflacionaria.
Quizás, para los que tenemos más años, la vara de “explosión” está bastante alta porque implica ruptura de contratos: defaults, corralitos, bonex. En una economía megainflacionaria no tiene por qué ser así: siempre hay algún nivel de emisión y tipo de cambio al cual los contratos pueden cumplirse. Los eventos que coordinan saltos inflacionarios son más bien cambios de gabinete, saltos en precios controlados (especialmente en tipos de cambio regulados) y eventos en las calles. Pero es muy difícil predecir la velocidad, y puede ser de a poco, como la Ranita en la Olla. Por ejemplo: en el post-Plan Austral pasaron siete meses entre la primera inflación de 4,7% mensual (diciembre de 1986) y la primera de dos dígitos (10,1% en julio de 1987) y otros 12 meses hasta la primera lectura arriba de 20% (25,6% en julio de 1988).
Lo que sí podemos sospechar es que la inflación no va a bajar, por dos motivos.
Lo que sí podemos sospechar es que la inflación no va a bajar, por dos motivos. Con cada aumento de la inflación –como el que va a ocurrir en julio– se acortan los plazos de renegociación de contratos (¿es tolerable que en dos meses me baje el salario real 15%?), lo cual cristaliza una inercia que no se rompe sin un programa de estabilización al viejo estilo. Además, si bien es cierto que el cepo pospone algo la inflación, el dólar de allá arriba nos avisa que queda mucha inflación por delante (y que la devaluación del oficial es difícilmente evitable). Una vez ingresado al mundo de la megainflación, esos mecanismos pesan más que lo que puedan conseguir un par de trimestres de menos emisión (que probablemente no ocurrirán) salvo con un programa racional de estabilización (que no parece imposible pero sí improbable).
Lo mejor que podemos esperar, queridas ranitas, es que la inflación no se desboque por completo y que al despuntar 2023 el escenario electoral se vaya aclarando de manera que haya esperanza para los ciudadanos y para los mercados. Habrá que arremangarse para cruzar el río: decidiendo bien qué rumbo tomar, estando fuertes y preparados para golpes, porque el río estará torrentoso, y sin dejarnos chantajear ni convencer por escorpiones.
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